En el corto lapso de 19 días Sudamérica ha perdido a sus dos
principales caudillos civiles, el argentino Ricardo Balbín y et venezolano Rómulo
Betancourt. Septuagenarios, gravitantes hasta su último suspiro y fervorosos
partidarios ambos de la democracia de partidos, Balbín y Betancourt habían
encarnado un liberalismo laico que en no pocas oportunidades necesito explícitamente
de las Fuerzas Armadas para sobrevivir y recuperarse en el escenario de cada país.
Balbín, que murió en la ciudad de Plata, provincia de Buenos
Aires, el 9 de septiembre, tenía 77 años. Betancourt, cuyo deceso ocurrió en un
hospital de Nueva York el lunes 28, tenía 73. El argentino era líder absoluto
de la Unión Cívica Radical (UCR), el segundo movimiento político de los
argentinos. Betancourt conservaba su condición de patriarca de Acción Democrática
(AD), en medio de un panorama partidario en el cual el ex presidente Carlos Andrés
Pérez emerge como caudillo numero uno de la socialdemocracia venezolana, a la
cual AD encarna.
Personaje en muchos sentidos trágico, Balbín resumió 60 años
de política argentina, a la cual se incorporo como miembro de una UCR que en los
años '20 era el partido de gobierno. Durante aquellos años, bajo la presidencia
del radical Hip6lito Yrigoyen, el gran líder popular argentino de la época, Balbín
hizo sus primeras armas, en el marco de un país y una sociedad en las cuales parecía
vislumbrarse un siglo de oro. El yrigoyenismo era la articulaci6n política del
surgimiento poderoso de las clases medias, en el marco de un bloque histórico
en el cual los restos del federalismo del siglo XIX se asociaban con las nuevas
necesidades e intereses de las clases urbanas modernas. Balbín tenia, pues, 26
años cuando las Fuerzas Armadas derrocaron en 1930 al segundo régimen de
Yrigoyen, inaugurando así la etapa contemporánea de sistemáticas violaciones de
la soberanía popular, actividad luego ejercida con particular énfasis hacia el
movimiento de masas mayoritario de los argentinos, el peronismo.
Cuando ese peronismo emerge a la vida política, tres lustros
después, Balbín es ya un hombre maduro. En 1946 el entonces coronel Juan Perón
encabeza el frente nacional que derrota a las fuerzas oligárquicas de la
llamada Unión Democrática, una coalición auspiciada por la embajada de los
Estados Unidos en la cual se hallaba el radicalismo. Ya en 1951, las elecciones
presidenciales enfrentan a Perón con Balbín. El peronismo gana: siempre ha
ganado el peronismo en las elecciones libres escasas que los argentinos han
tenido en este siglo, las del '46, las del '51, las de 1973. Cuando los
militares derrocan a Perón, en 1955, radicales (junto a socialistas, comunistas
y conservadores) se asocian al golpe en la llamada Revolución Libertadora. En
1958 se organizan elecciones con la explicita proscripción del peronismo y a
ellas concurre nuevamente como candidato (ahora de una UCR escindida) Balbín y
es derrotado por la coalición nacional- popular cuyo candidato es Arturo
Frondizi, el otro eje del radicalismo.
Tras 18 años de ostracismo político, el movimiento peronista
recupera su plena legalidad como producto de un duro combate casi siempre
incomprendido o malentendido en el resto del hemisferio. Obligados los
militares a conceder elecciones libres, el peronismo acumula el 49 por ciento
de las voluntades populares en marzo de 1973, cuando Héctor Campora encabeza la
formula popular al haber sido nuevamente proscripto el líder indiscutido, Juan
Perón. Nueve meses mas tarde, consecuencia de la etapa que hizo posible la
honestidad de Campora y la lucha de un pueblo, el general Perón puede ser
elegido libremente por su pueblo: el 62 por ciento de los argentinos vota por
el líder. Y tanto en marzo como en septiembre, Balbín es el candidato rival, al
frente del partido de la clase media al cual los intereses antinacionales
siguen ubicando frente a los intereses de las mayorías.
Cuando los militares reingresan al gobierno, en marzo del '76,
ya Balbín ha enterrado físicamente a Perón: junto a su cadáver, el líder
radical afirma que cuando él se entrevisto con Perón, en 1973, "el pueblo
se amigó". Los radicales comenzaban a iniciar el lento camino de la unidad
nacional. Perón aprendió a respetar a Balbín y —global en sus diseños estratégicos
y generoso en su perspectiva histórica — supo que peronismo y radicalismo debían
trabajar juntos si la Argentina habría de extirpar definitivamente el
recurrente cáncer de un poder militar casi siempre aliado a la anti-patria.
Tras cinco años de dictadura, esta que aun se padece, Balbín había tenido el
gesto de volver a convocar al país en el marco de la Multipartidaria, un
acuerdo entre fuerzas de carácter nacional cuyo programa principal es la recuperación
de la democracia.
Equivocado muchas veces, usado otras, Balbín era sin embargo
la expresión neta de un político para el cual si existía la cuestión nacional.
Ajeno a la jerga política moderna (marxismo, socialdemocracia y democracia
cristiana siguen siendo formaciones de tipo internacionalista a las cuales se
resiste la superficie política argentina) Balbín encabezó un movimiento que
junto con el peronismo agrupa de modo efectivo al país nacional.
Similar en algunos sentidos, Betancourt era diferente. Este
hijo de un inmigrante canario ofreció a Venezuela aquello que los médicos
socialistas del Sur nunca supieron edificar: un movimiento de masas, de neto
corte nacional. Fundador de AD en 1941, sobre la base del Partido Democrático
Nacional formado en 1937, Rómulo (como lo llamaba su pueblo) arribo al poder en
1945 del brazo de militares progresistas. Duro tres años y fue tumbado por un
golpe que instaló en el poder a Marcos Pérez Jiménez. Diez años mas tarde, la
dictadura caía ante un movimiento cívico-militar en el cual "adecos"
y socialcristianos se unían estrechamente para ofrecerle a Venezuela la
posibilidad de una moderna democracia. Betancourt llegaría en 1959 al poder por
elecciones, sostenido por un pueblo que hallaba en AD su movimiento popular.
Exiliado muchas veces, combativo, enérgico e implacable, Betancourt tenia base
popular para enfrentar desde el Palacio de Miraflores a las guerrillas
castristas. Los adecos por él acaudillados elegirían en 1963 a un nuevo presidente, Raúl
Leoni. En 1968 Rafael Caldera brinda a los socialcristianos su primera victoria
y accede al poder, para ser derrotado en 1973 por Pérez, que recupera el manejo
del aparato estatal para una AD ya firmemente ligada a la Internacional
Socialista. Raro privilegio en una America Latina plagada de autoritarismos,
los venezolanos vuelven en 1978
a inclinarse por la democracia cristiana y llevan al
gobierno a Luis Herrera Campins, cuyo partido bien podría ser batido en 1983
por la candidatura "adeca" de Jaime Lusinchi, un hombre enfrentado a
Betancourt pero al cual el viejo caudillo avaló en uno de sus postreros
operativos políticos.
Por encima de matices e incluso definiciones y estilos, Balbín
y Betancourt comulgaban, a ambos extremos de America del Sur, con un sistema
liberal en el cual los fascismos de diversa condición no tuvieron lugar.
Tuvieron si diversos destinos, exitoso el del venezolano, frustrante el del argentino.
Pero para ambos sus patrias eran territorios indispensables en los cuales cada
uno consumió su propia pasión política. Testarudos y abismales en sus a veces
arrogantes equivocaciones, Ricardo Balbín y Rómulo Betancourt vivieron vidas
americanas, en incuestionable servicio al pueblo. Señalaron, además, un camino
de elecciones y Congresos a los que la pedante juventud izquierdista denostaba.
Marcaron el camino hacia la revaloración de una vituperada democracia "burguesa"
a la cual centenares de miles de exiliados hoy preferirian en lugar de los
grises y brutales gorilatos que subsisten en el hemisferio.
Fuente: José "Pepe" Eliaschev: "Balbin y Betancourt: Dos muertos sudamericanos" (septiembre de 1981)
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