No se puede exigir a un partido político una coherencia
absoluta con su ideología primitiva. En la medida en que el mundo cambia,
también cambia la sociedad en que los partidos se insertan y, en consecuencia,
debe admitirse que puedan variar su adhesión a algunas de sus propuestas
instrumentales, si las circunstancias lo requieren. De otro modo, se irían
convirtiendo en anacronismos. Pero lo que es una obligación moral de los
partidos, si desean seguir ejerciendo alguna representatividad, es una
fidelidad a los principios básicos que inspiraron su creación. Por caso, el
peronismo no podría renunciar nunca a la concepción de la justicia social y las
corrientes liberales no deberían dejar de confiar en la fuerza del mercado.
Y bien: el radicalismo, que cuenta con más de un siglo de
permanencia en la vida política argentina, está asociado a lo que fue su
postulación más emblemática: la transparencia electoral, los comicios libres y
limpios. Cuando llegó al poder no tenía programa, sólo esta exigencia, la de un
sistema electoral saneado. A partir de los gobiernos ejercidos entre 1916 y
1930 fue elaborando posturas más concretas y definidas, como la neutralidad
frente a los conflictos externos, la solidaridad con los pueblos latinoamericanos,
una cierta equidad social, el apoyo a la Reforma Universitaria, la defensa de
riquezas nacionales como el petróleo, un papel más activo del Estado en las
relaciones económicas. Pero el valor más asociado a su entidad siguió siendo la
verdad electoral y esto le infundió la mística en la defensa de los comicios
después de 1930, como fue también la lucha por las libertades públicas
-contexto indispensable para las elecciones libres- la que motorizó su acción
durante el régimen de Perón.
Esta convicción del carácter casi sagrado del voto vertebra
y colorea la identidad radical. Desde 1945 sus autoridades y candidatos han
surgido del sufragio directo de los afiliados y estas ordalías, las
"internas", han sido un ejercicio de civismo, un entrenamiento para
ulteriores pronunciamientos electorales de carácter nacional, provincial o
municipal. No importa que las "internas" hayan sido maculadas alguna
vez por picardías menores: ellas siguen siendo un rito gozoso y fecundo, que
renueva periódicamente la vida del viejo partido.
Por eso es muy triste lo que está ocurriendo actualmente en
el seno de la Unión Cívica Radical. Los fraudes pueden acontecer: los
perpetraron los conservadores copiosamente y también Perón con sus tramposas
circunscripciones. Pero que se practique el fraude dentro del radicalismo por
parte de radicales en beneficio o detrimento de radicales, esto es más que
abominable, es suicida, porque le hurta a este partido su razón de ser, su
motivo fundante.
El radicalismo ha dado mucho al país. Sus gobiernos, más
allá de logros o fracasos, han sido en general democráticos y honrados,
respetuosos de los valores republicanos. La UCR ha generado personalidades
referenciales. Ha representado una franja moderada de la ciudadanía, contribuyó
a la integración social y al igualitarismo, fue una fragua insoslayable de la
nacionalidad al incorporar a la vida pública grandes sectores antes excluidos.
Es penoso ver cómo está naufragando esta fuerza histórica, porque tal vez tenga
todavía mucho para darle a nuestra comunidad.
Por la salud de la Nacion
No soy afiliado radical, aunque confieso que abrigo en mi corazón una vieja simpatía por el partido en el que milité en mi ya lejana juventud. Mi pena ante el lamentable espectáculo que está ofreciendo el partido nacional más antiguo de la Argentina seguramente es compartida por muchos compatriotas, radicales o no. Por eso he puesto a estas líneas el título que las inicia, porque el tema me llena de pesadumbre y melancolía.
No sé cuál puede ser la salida a la situación que está
padeciendo la UCR desde fines de diciembre. De lo que estoy convencido es de
que la salud del país necesita del radicalismo, pero de un radicalismo
respetable. Aun golpeado como está, aun aplastado por el ruinoso final de su
última gestión, aun conducido por una dirigencia mediocre, aun carente de un
mensaje definido, el radicalismo no debe desaparecer. Y mucho menos de esta
manera. Esta es la responsabilidad de quienes tienen o tendrán la misión de
sacar a la UCR de su actual agonía y volver a ponerla en el lugar que le corresponde
en la vida cívica.
Fuente: Nota publicada en el Diario La Nacion con el titulo "Elegía por el radicalismo" en su edición del 21 de enero de 2003 por el Historiador Félix Luna.
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