Reanudo hoy mi dialogo con el pueblo.
Insisto en calificar estas conversaciones de
"dialogo" aunque sea sólo mi persona la que aparece en la pantalla y
mi voz la que se escucha.
Los interlocutores existen y dialogan con el gobierno
diariamente desde las columnas de una prensa libre, desde las tribunas de los
partidos políticos, desde los recintos legislativos y desde el seno de cada hogar
argentino.
Es un síntoma de vitalidad democrática esta preocupación del
pueblo por la cosa pública y esta vigilancia activa constante que se ejerce
sobre la conducta de los gobernantes.
A mi me satisface profundamente este control y no podría gobernar
si dicho control no existiera.
Estoy constantemente informado de las reacciones y opiniones
de la ciudadanía.
Lo primero que hago por la mañana es leer los diarios y por
la noche sintonizar con frecuencia las mesas redondas y las entrevistas que la
radio y la televisión dedican a la discusión de los grandes problemas
nacionales.
Esta es la voz de la opinión pública, el interlocutor múltiple
y variado, que se escucha a diario.
Como gobernante, he recogido muchas veces las observaciones
y sugestiones constructivas de los críticos.
Me he rectificado cuando las conceptúo justas y he admitido
que nadie es infalible, y menos el gobierno de un país que se transforma velozmente
y que esta haciendo una nueva experiencia en su historia.
Dialogo con la oposición
Pero hay otro género de crítica que solo se expresa en palabras,
en conceptos generales de extrema y deliberada vaguedad.
Y a esta crítica el gobernante no puede contestar sino con
refutaciones como las que intento hacer aquí.
Estoy pues dialogando con mis críticos, que han iniciado
este dialogo desde sus órganos de expresión.
Seria injusto negar al gobernante el derecho de responderles,
pues la democracia es una calle de doble mano, por la que circulan con el mismo
derecho el gobierno y la oposición.
Si solo pudiera circular el gobierno estaríamos sufriendo
una dictadura.
Si solo pudiera circular la oposición estaríamos sumidos en
la anarquía.
El equilibrio de la libertad consiste en la sabia
convivencia de ambos términos y en pie de igualdad.
Las formas de la
democracia
Las formas de una democracia adulta son muy simples y de
vigencia universal: el pueblo elige a sus gobernantes, estos gobiernan conforme
a una Constitución y dentro del mecanismo de la división de poderes, y garantizan
al pueblo todas las libertades constitucionales de criticar, acusar y remover a
los malos funcionarios y al propio presidente de la Nación.
Dentro de una democracia, la oposición tiene una función
irrenunciable de control.
El gobierno tiene la obligación de ampararla y respetarla.
Incluso, aunque no este obligado jurídicamente a hacerlo,
puede el gobierno aceptar criterios y observadores de la oposición, cuando se
concretan adecuadamente.
Si la oposición denuncia un acto irregular del gobierno, el
incumplimiento de sus deberes por parte de algún funcionario o cualquier hecho
que comprometa la moral administrativa, el gobierno tiene el deber de investigar
el cargo y de dar intervención a la justicia cuando se impute la comisión de un
delito.
Nuestro gobierno así lo hizo en las ocasiones en que se
denuncio algún hecho concreto.
Se ordenó una amplia investigación del Poder Ejecutivo o del
Congreso, y se enviaron los antecedentes a la justicia.
Sin embargo, hay una acusación que escapa a toda comprobación
material.
Es la acusación que se hace en términos tan generales y
ambiguos que es imposible confrontarla con los hechos.
De esta acusación imprecisa quiero ocuparme hoy.
Existencia de un problema
moral
Se habla de una "crisis moral" del gobierno, mejor
dicho de la conducta de los hombres de gobierno.
Nadie atina a definir exactamente los términos de esta
crisis moral, pero se repite la frase en todas las tribunas.
Resulta por lo menos curioso que, siendo tan varios los
temas que comprende la llamada "crisis moral" de que hablan los
severos guardianes de la ética, ninguno de ellos tenga sensibilidad para percibir
la real crisis de valores morales que en escala mundial afecta a los pueblos de
todas las latitudes.
La liberalización de las costumbres —por ejemplo— y la corrupción
que avanza a través de ciertas formas innobles del cine, la literatura, el
teatro o la televisión, preocupan profundamente a padres de familia,
educadores, sacerdotes y gobernantes.
Una verdadera cruzada contra esta ola de inmoralidad, un
verdadero esfuerzo por consolidar la familia, la educación de los jóvenes, un
verdadero esfuerzo por fomentar el buen cine y teatro, la buena literatura y
los buenos programas de televisión, seria realmente saludable y lograría canalizar
tanta energía inutilizada en el absurdo empeño de mostrar que los argentinos están
siendo gobernados por un grupo de gente que carece de elemental sentido ético.
Como hombre, estoy profundamente preocupado por la crisis de
valores éticos que afecta al mundo e incide sobre todos los pueblos, y como
Presidente de la Republica me siento obligado al mayor esfuerzo en colaborar
por hacer desaparecer en nuestro país las causas que puedan provocar problemas
morales y sus consecuencias.
Por ello, debo señalar que seria mas útil al país que la energía
utilizada por nuestros críticos en ocuparse de la presunta crisis moral del gobierno
y de ciertas instituciones fundamentales, fuera dirigida hacia los problemas morales
de fondo que conmueven a nuestras sociedades.
La conducta de los
gobernantes
Hay muchas formas por las cuales el gobernante puede violar
los principios éticos que reglan su función.
En nuestra conversación anterior hable del "entreguismo",
o sea el sometimiento de la economía nacional al imperialismo.
Esta seria una infracción a la ética del gobernante, pues estaría
entregando el control del patrimonio nacional al extranjero, traicionando los
intereses de su propio país.
Creo haber demostrado el jueves pasado que en la política
del petróleo y de la radicación de capitales, no solamente no nos hemos entregado
al extranjero sino que hemos sentado las bases de una soberanía efectiva al
liberar a la nación de los monopolios ligados a la importación de combustibles
y materias primas y de maquinarias que pueden fabricarse en el país.
Otra violación a la ética administrativa seria que, en estas
negociaciones con el capital internacional, el presidente de la Nación, sus
ministros o simples particulares vinculados al gobierno participaran como socios
o comisionistas del contrato.
Hemos concertado convenios que significan la inversión de
centenares de millones de dólares, pero nadie ha denunciado concretamente la
menor irregularidad ni el menor enriquecimiento de los funcionarios actuantes,
aunque hubiera sido fácil arrojar sombras sobre negociaciones de tan elevado
monto.
Los contratos petroleros resultan excepcionales, no solo por
su importancia económica, sino porque fueron suscriptos por un método también y
realmente excepcional.
Por acuerdo directo y sin licitación.
La opinión pública nacional e internacional justifica el
procedimiento y nadie con seriedad ha impugnado la honradez de las tratativas.
En el exterior se lo ha elogiado unánimemente.
Pues bien, estos contratos, que importan cientos de millones
de dólares, no han maculado a ningún funcionario y llevan tres años en ejecución.
Entretanto, paradójicamente el rumor sobre negociados se
vierte una y otra vez en torno de operaciones de menor cuantía.
Estos rumores no se concretan en denuncias ciertas, pero
persisten.
Buscan lesionar el prestigio del gobierno y de los hombres
que lo integran.
También seria una traición inmoral a los intereses y al
prestigio del país, que el gobierno hubiera aceptado cual- quier compromiso político
o la mas insignificante claudicación de la soberanía nacional a cambio de la
ayuda financiera proveniente del extranjero.
No solamente no se nos ha imputado tal traición, sino que
desde algunas tribunas políticas y órganos de prensa se nos ha reprochado que fuéramos
demasiado lejos en la defensa de la autodeterminación de nuestra política exterior.
No se nos ha criticado por ser satélites sino por nuestra
inquebrantable decisión de no serlo.
Cumple señalar a este respecto que algunos de los que agitan
el estribillo de la crisis moral del gobierno y ciertas instituciones fundamentales,
son los mismos políticos que nos critican cuando nos aferramos a la suprema y
fundamental norma ética de un país soberano, o sea la de conducir su política
internacional conforme al derecho y a los intereses mismos de la Nación
Argentina v de nuestra comunidad latinoamericana.
El levantamiento de las
proscripciones
Hubo un tiempo en que se nos acusaba de otra inmoralidad política
la de cortejar a los partidarios de un movimiento proscripto median te la
promesa de devolverle la legalidad.
Ahora ya no se puede imputar mala fe al gobierno cuando se
esfuerza por restaurar los derechos cívicos para toda la ciudadanía, porque no
hay un solo partido o grupo de la oposición que no se haya expedido públicamente
en favor del levantamiento de las proscripciones.
Pero ocurre algo muy curioso; todos están de acuerdo en que
hay que terminar con las proscripciones, pero cuando el gobierno interna
instrumentar jurídicamente la igualdad de derechos cívicos, la oposición vuelve
a acusarlo de pactar con los proscriptos.
En otras palabras: es lícito declamar el fin de las proscripciones,
pero no es moral ejecutarlo en la práctica.
Habría que preguntarse, entonces, donde están la dualidad y
el oportunismo.
Cuando el único objetivo es desacreditar al gobierno
Todos los procedimientos son buenos para desacreditar al
gobierno.
Si el gobierno adjudica una obra se dice que alguien del
gobierno o un amigo del presidente o del ministro tal o cual tiene interés en
que se la ejecute.
Si no se la adjudica, se dice que alguien del gobierno o un
amigo del presidente o del ministro tal o cual tiene interés en que no se haga
la obra.
Si se hacen caminos se dice que es para beneficiar a los
fabricantes de automotores.
Si se privatiza el transporte para que sea más eficiente, se
dice que se quiere liquidar al ferrocarril.
Si se racionaliza y moderniza el ferrocarril, se dice que se
carece de sensibilidad social para adoptar las medidas, aunque se comprueba a
diario que el personal voluntariamente se retira, cobra importantes indemnizaciones
y pasa a revistar en mejoras condiciones a la actividad privada.
La única manera de no ser blanco de las críticas seria
cruzarse de brazos y dejar las cosas como están.
Pero nosotros preferimos que se nos critique porque hacemos
cosas.
Crisis del rumor
La supuesta "crisis moral" se apoya en el rumor y
quienes lo defienden tienen vieja experiencia en su manejo.
El procedimiento les ha dado resultado tantas veces que no raparan
en que ahora se mueven ante nuevas condiciones.
El rumor pudo prosperar creando enfrentamientos que
concluyeran en crisis, cuando estos enfrentamientos estaban ya contenidos en el
proceso.
Pero el rumor no puede hacer mella cuando ataca una obra que
comprende y unifica a todos los sectores sociales de la comunidad.
Este es nuestro caso y lo digo sin jactancia, puesto que se
trata de un hecho.
Petróleo, siderurgia, caminos, petroquímica, son términos
que unifican en su tomo.
Dan trabajo al obrero, perspectiva de crecimiento al empresario,
ensanchan mercados para el agro, promueven el crecimiento económico de todas
las regiones.
Cuando se dan estas condiciones, la democracia se hace mas
autentica y profunda.
Cuando el pueblo
gobierna
No es la primera vez en nuestra historia política que se
utiliza este cargo ambiguo de "crisis moral".
Se lo esgrime cada vez que gobiernan partidos y hombres
elegidos por la mayoría autentica del pueblo.
En cambio, jamás se ha hablado de la crisis moral de los
gobiernos del fraude.
Como radical, no puedo olvidar la sistemática campaña de difamación
contra Hipólito Yrigoyen, en sus dos gobiernos.
Este extraordinario caudillo popular, que murió en la
pobreza y vivió una existencia austera, fue atacado sin piedad y en todos los
tonos.
También se hablo de corrupción y negociados y, con el lema
de la “crisis moral", se instrumento un movimiento que derroco al gobierno
constitucional en 1930.
Partidos políticos de todas las tendencias, desde la extrema
izquierda hasta la extrema derecha, estudiantes, profesores y militares, fueron
arrastrados a promover la quiebra del orden institucional, precedente nefasto
del cual no se ha repuesto aun la nación.
Desde entonces, y durante quince años, se sucedieron
gobiernos de facto y gobiernos fraudulentos y minoritarios.
Ninguno de ellos fue acusado de corrupción por los que
derrocaron o contribuyeron a derrocar a Yrigoyen.
Yrigoyen significaba la conquista del poder político por el
pueblo.
Significaba el avance del país hacia una democracia efectiva,
de contenido social y popular.
Este avance no convenía a ciertos intereses que, dentro v
fuera del gobierno, pretendían mantener el control político de la oligarquía
bajo la apariencia de la democracia.
El pueblo apoyaba a Yrigoyen y voto por el, incluso a los
pocos meses de su caída.
Entonces había que reemplazar al gobierno del pueblo por un
gobierno de fuerza.
Y la fuerza se pondría en movimiento solamente si se lograba
desacreditar suficientemente al gobierno popular.
Cuando se comprobó que el pueblo seguía fiel a sus legítimos
representantes, no se vacilo en desacreditar al propio pueblo.
Se hablo entonces del gobierno de la "chusma".
Es decir, se sustentó entonces la teoría de que el pueblo
necesita ser tutelado porque no sabe usar de sus derechos.
Así se justifican los llamados despotismos ilustrados, así
se burla, en la practica, la tan decantada soberanía popular.
La historia se repite
Recuerdo este antecedente porque el proceso argentino hacia
la plena vida democrática es uno solo.
Las luchas del pueblo por su emancipación y su bienestar se
reproducen a lo largo de la historia.
También se repiten los método para calumniar v sofocar al
pueblo.
Se perfectamente que la injuria y la calumnia contra nuestro
gobierno v contra algunas instituciones fundamentales del país, no hacen mella
en el pueblo.
Su experiencia histórica y su conciencia nacional le previenen
debidamente contra la intriga.
Descubre en los censores de la supuesta crisis moral del gobierno
a los que se oponen al desarrollo nacional, a la legalidad para todos los
argentinos, a la paz social, a una democracia autentica y sin tutores.
Tampoco conmueve esta campana nuestro ánimo de gobernantes y
de ciudadanos.
Somos viejos hombres de lucha y, por serlo, sabemos que los
hombres son efímeros y que lo único permanente e invencible es la marcha de la nación
hacia su porvenir.
La intriga ira en
aumento
Pero considero un deber prevenir a los jóvenes, a la gente
de autentica buena fe, a los patriotas a quienes preocupa la salud moral de su país,
porque esta campana de acusaciones diluidas de intriga menuda y descrédito
contra el gobierno e instituciones del pueblo ira en aumento.
Ira en aumento a medida que se logren los objetivos nacionales
de la legalidad y el desarrollo.
Irá en aumento a medida que el pueblo vuelva la espalda a
los políticos de la conspiración y de la violencia y se vuelque al ejercicio
pacifico de sus derechos ciudadanos.
Cuando el pueblo se exprese masivamente y sin restricciones
en las urnas y ratifique el mandato que ha conferido a sus representantes;
cuando sea evidente que el pueblo argentino apoya los planes de recuperación democrática,
de desarrollo económico y de bienestar social, la campana ya no será dirigida
solamente contra el gobierno.
Se dirá que el gobierno ha corrompido a todo el pueblo v que
no queda otra solución que la dictadura.
Felizmente el pueblo conoce el juego.
Y los sectores fundamentales de la sociedad, los productores
y empresarios, los trabajadores, las Fuerzas Armadas y la Iglesia, a si como
los que, desde el exterior confían y creen en nuestro país, comprueban Ja
falacia de la llamada "crisis moral".
Comprueban que el pueblo esta consagrado a trabajar en paz.
Que nunca han sido mas pacificas y razonables las relaciones
entre el capital y el trabajo.
Que el nivel de las costumbres y de las relaciones humanas
es sensiblemente superior al de otras sociedades más antiguas y poderosas que
la nuestra.
Que la influencia espiritual de la Iglesia mantiene incólume
la cohesión de la familia y la paz social, hasta el punto de que los sindicatos
recurren a la mediación de la alta jerarquía eclesiástica para la solución de difíciles
conflictos.
Comprueban que existe la más amplia libertad de expresión y
de sufragio.
Que el gobierno escucha y contesta a sus oponentes y no
vacila en sacrificar supuestas ventajas electorales cuando adopta medidas de
saneamiento económico que pueden provocar reacciones populares, como en el caso
de la nacionalización de la administración pública y de los servicios
ferroviarios.
Cuando un pueblo
trabaja con fe y esperanza
Este es el clima de orden y de convivencia en el cual los
argentinos libran su histórica batalla contra el estancamiento y la pobreza.
Este es el clima de optimismo patriótico, de nobles sacrificios
por el bien común, que quieren perturbar los inventores de la "crisis
moral".
A su consejo pesimista y escéptico, el pueblo argentino
responde con las grandes conquistas espirituales y materiales que ha obtenido
con su sacrificio: responde con el afianzamiento de la democracia, con la
libertad sindical, con la libertad de enseñanza, con las chimeneas de las
nuevas usinas y fabricas, con las nuevas carreteras y oleoductos, con el petróleo
y el gas que empezamos a exportar a America y Europa.
El pueblo argentino no se siente en crisis, ni esta
desalentado ni confundido.
Advierte, sin embargo, la angustia y la crisis de quienes no
confían en el pueblo y temen a sus pronunciamientos democráticos.
Esta es la verdadera crisis moral de la que tenemos que
preservarnos los argentinos.
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