Señores:
La actual situación de la República, nos obliga a
reflexionar gravemente sobre su porvenir. Pocas veces en su historia, se ha
visto sumida en una tan profunda crisis política y económica; tal vez, tan
sólo, como al iniciar su revolución libertadora en 1810; o al salir de una
sangrienta dictadura en 1852.
En efecto ¿qué espectáculo nos ofrece la Nación a partir del
6 de Setiembre de 1930? Está a vuestra vista; todos lo hemos presenciado con
horror e indignación! Desde aquel día funesto no quedó en pie, ni la
Constitución Nacional, atributo inviolable de su soberanía y de su dignidad;
sin el cual, todo pueblo vuelve al estado salvaje; a la guerra del hombre
contra el hombre.
“La vida y la conservación del pueblo argentino depende de
que su Constitución sea fija; de que no ceda al empuje de los hombres”, dijo el
ilustre orador sagrado que celebró su juramento.
Y después de casi un siglo de su vigencia, presidiendo la
vida de nuestro pueblo, no obstante todas las conculcaciones del régimen llegó
un nefasto día, en que una reacción conservadora y militarista, rompió con mano
sacrílega sus sagradas páginas. Desde entonces, la vida, el honor y la fortuna
de los argentinos, han quedado a merced de gobiernos de facto, sin más ley que la fuerza de sus bayonetas.
Tal es el espectáculo de anarquía, de ruina y de vergüenza,
con que la Nación Argentina se presenta ante sus hijos, y ante los pueblos
civilizados. He aquí la obra de la tiranía.
¿Cuál es el deber de la Unión Cívica Radical? La salvación
de la patria; la reconstrucción de su orden jurídico, sin el cual ningún
pueblo, vuelve a la concordia, a la paz y al trabajo.
Nunca como ahora, la misión fué más ardua y heroica. Ella
exige las más nobles cualidades y sacrificios a la generación presente.
La Unión Cívica Radical, venía realizando, por misión
histórica expresada en la voluntad del pueblo soberano; la reparación y
renovación institucional de la República –desde hacía tres lustros– desde 1916
en que cayera vencido por primera vez el régimen, que representaba la subversión
democrática y la explotación capitalista. Y desde entonces, le tocó presidir
los destinos de la Nación, al iniciarse una de las grandes épocas de la
humanidad, que abriera la guerra mundial.
Recordemos su obra, frente a los magnos problemas nacionales
e internacionales que tuvo que resolver, bajo el apremio de las fuerzas
sociales desencadenadas que podían comprometer la dignidad y la existencia de
la Nación.
En la política internacional, sentó doctrinas de la más alta
juridicidad y de más acendrado argentinismo. Así consultado el Presidente
Yrigoyen, sobre un posible atentado a la soberanía de la República del Uruguay,
contestó: “el gobierno argentino pondrá todo su concurso en defensa de la
soberanía de la Nación uruguaya; como expresión de la solidaridad que radica en
el pueblo argentino para el pueblo uruguayo”. El recuerdo de esta doctrina,
habría impedido el conflicto diplomático, que acaba de crear el actual
gobierno, que rodeado de fuerza, se asusta de los rumores del viento. Y, cuando
la guerra mundial, frente a los problemas de neutralidad, y del afianzamiento
de la paz en la Liga de las Naciones, también el Presidente Yrigoyen, sentó la
doctrina más elevada del moderno derecho internacional en telegrama al doctor
Pueyrredón en París, con estas históricas palabras: “La Nación Argentina, parte
integrante del mundo, nacida a la existencia con tan justos títulos, como cada
una de las demás, no está con nadie, ni contra nadie, sino con todas para bien
de todas. Ha asistido al Congreso sin prejuicios ni inclinaciones algunas;
llevando en su definición de conceptos, la unción santa de una nueva vida
universal”. Y bien lo veis, señores, cuál ha sido la existencia y cuál la obra
larga, difícil y escasa de la Liga de las Naciones, con sus continuas contradanzas,
preocupada más del equilibrio de las fuerzas, como otro Congreso de la Santa
Alianza, sin poder llegar al verdadero orden jurídico internacional de nuestra
doctrina; único edificio de la paz y el progreso de las naciones.
En la política interna, la acción del primer gobierno
radical, no fué menos innovadora. Su primera preocupación fué la renovación
institucional: hacer efectiva la expresión de la soberanía del pueblo. La
realizó y al terminarla, pudo decir en el mensaje inaugural del período legislativo
de 1921: “Así se han constituido legalmente en comicios libres, garantizados,
los poderes públicos de los estados argentinos, consagrándose en todas partes
la voluntad de las verdaderas mayorías; y el gobierno federal, ha mantenido
invariable el principio fundamental determinante de esta gran conquista... En
esta forma culmina su obra el gobierno, para devolver a los pueblos la plenitud
de su soberanía, y ampararlos luego en el goce y ejercicio de todos sus
derechos y libertades”.
Fué también preocupación primordial de este gobierno, los
conflictos del capital y el trabajo: así desde sus primeros días, la fuerza del
Estado no intervino para sofocarlos o dirimirlos: “el gobierno afrontó todas
las cuestiones sociales colocándose en el plano superior de la justicia
distributiva” –dice el mensaje inaugural del período parlamentario de 1920. Su
obra, bajo este aspecto, fué magna e intensa; las leyes creadoras de las cajas
de jubilaciones y pensiones de empleados ferroviarios; de los empleados
bancarios; y de los empleados de la industria en general; ley del salario
mínimo para los servidores del Estado; y el proyecto del Código del trabajo, en
cuyo mensaje se dice: “Tiene por tanto este proyecto, como fundamento las
condiciones básicas de justicia social; incorporando a su articulado las
disposiciones aprobadas en las conferencias de Washington 1919 y Génova 1920;
en las que, los representantes del gobierno argentino, sostuvieron las
doctrinas más amplias de la época”. Y bien, desde entonces hasta la fecha, nadie
ha dado pasos más avanzados en la realización de las justas reivindicaciones
obreras, y han sido tan legítimas y concordes con el progreso nacional, que
nadie, ni la reacción triunfante con la dictadura, se ha atrevido a derogarlas!
La reforma impositiva, es obra de las grandes innovaciones
de la política radical: corresponde al Presidente Yrigoyen y a su Ministro
Salaberry la iniciativa del impuesto a la renta desde 1918. En el mensaje
respectivo se expusieron sus fundamentos: “es el gravamen más justo y oportuno,
desde que sólo alcanza al que recibe beneficios positivos por su capital o
trabajo; significa una nueva orientación que acarreará beneficios positivos
para el saneamiento de las finanzas nacionales; desde que el P. E. al
proponerla, no lo mueve el propósito de cubrir momentáneamente los déficits,
sino de iniciar un nuevo régimen tributario que distribuya las cargas públicas
con la mayor equidad y justicia”. Y bien, la dictadura y el actual gobierno,
acaban de sancionar tal iniciativa, aunque notablemente deformada, por la
iniquidad que pesa sobre las pequeñas rentas; y que alivia las más grandes.
Mientras tanto, éstos mismos residuos del régimen impidieron la realización y
las ventajas de esta reforma, con todos los obstáculos parlamentarios.
También desde el primer gobierno radical se inició la
reforma económica. No sólo comprendió la dignificación del trabajador y la
capacitación de sus gremios, sino que abarcó también la tutela de los
productores, defendiendo y vigilando la buena colocación de nuestros cereales y
ganados en el exterior, con la fijación de los precios mínimos y los convenios
de venta con los países aliados; se preocupó de la suerte de nuestros colonos,
procurando la rebaja de arrendamientos agrícolas, proponiendo su reducción al
50%, como no lo intentara el partido socialista; suministrándoles semillas;
sancionando la primera ley de arrendamientos agrícolas; proyectando la
fundación del gran Banco Agrario Nacional; organizando la explotación de
nuestras grandes riquezas nacionales, como el petróleo, y procurando su
nacionalización, para asegurarnos el combustible que mueve los emporios
industriales; y por fin, se preocupó de nuestros consumidores, por el
abaratamiento de los productos de primera necesidad; por las leyes contra los
acaparadores, y por el estímulo a nuestras industrias y al trabajo nacional.
De estas iniciativas, ya se advierte la bondad y la eficacia
de las nuevas doctrinas en la reorganización de nuestra economía; y la magnitud
virtual de sus futuros desarrollos.
Y por fin, señores, allí está su reforma educacional
proyectada desde 1918; y obstaculizada por la resistencia del régimen y del
socialismo. Para comprender su trascendencia, basta leer estos fundamentos del
histórico mensaje del Presidente Yrigoyen y su ministro Salinas, al referirse a
la instrucción general y a la universitaria en particular: “el P. E. tiene el
honor de someter a la consideración de V. H., el adjunto proyecto de ley
orgánica de la instrucción pública, tendiente a dar unidad y estabilidad a las
diversas instituciones que dirigen la enseñanza nacional, colocándola a la
altura de los progresos obtenidos por el país en sus diversas manifestaciones,
y concordantes con los adelantos culturales de la civilización universal”.
“Si bien la educación primaria tiene su ley desde 1884, ella
contiene disposiciones, que en la actualidad, han perdido su razón de ser,
porque la civilización argentina, reclama también en la instrucción general
reformas urgentes que completen su caracterización y la orientación definitiva,
dándole mayor consistencia y haciéndola más nacional, más práctica y más
adaptable a las varias necesidades regionales de la República.
Es imperioso, igualmente, llevar su acción a todos los
ámbitos del país; y extirpar radicalmente el analfabetismo, misión sagrada y
altamente patriótica, que habrá de realizarse sin dilaciones, como la mejor
contribución a la obra del progreso y del engrandecimiento nacional... Las
disposiciones del proyecto sobre el gobierno y régimen en las universidades, responden no solamente a dar una unidad y forma
orgánica a la ley general, sino, en especial a colocarlas dentro del espíritu
nuevo con bases y orientaciones abiertas y liberales que les permitan utilizar
las energías y aptitudes de todos sus componentes: los profesores titulares,
los suplentes, los adjuntos y extraordinarios, y los estudiantes, esencia y
vida de las instituciones de cultura superior. Las autoridades y consejos
directivos se eligen y renuevan de conformidad con los más elevados principios
de la ciencia política, dando franca y legítima intervención a los distintos
elementos constitutivos de las corporaciones universitarias. Asistimos a una
hora de grandes reparaciones y de renovación de todos los valores. Tal el
espíritu y tal la estructura del nuevo sistema de instrucción pública; y
también esta forma magna y trascendental fué combatida y malograda por el
régimen y sus aliados; y más ferozmente combatida y aniquilada por los
anacrónicos gobiernos dictatoriales que no ven los caminos que la cultura abre
en el porvenir, ni escuchan las voces de la nueva vida, que les dá la
juventud”.
Y en fin, señores, mucho más tendría que decir para
sintetizar siquiera la obra realizada por las presidencias radicales pero el
marco de esta conferencia me lo impide. Podéis, sin embargo, contemplar desde
ya la magnitud de esta obra, que el radicalismo ha empezado a construir, sobre
estas piedras angulares: en lo político, ejercicio real de la soberanía del
pueblo, por acción más directa y plebiscitaria, en lo económico y social,
dignificación moral y material del trabajo humano, organización y capacitación
de los gremios; legislación de contralor sobre el capital y la tierra para
impedir sus abusos y expoliaciones, y para estimular en cambio, el desarrollo y
la justa distribución de la riqueza colectiva; en lo financiero, la
contribución más exacta y equitativa de las cargas del Estado; y en lo
cultural, a la difusión de la instrucción pública, elemental y superior, en
armonía con la más alta civilización.
Así, señores, con caracteres vigorosos y resplandecientes,
habéis visto surgir del seno de la Unión Cívica Radical, la nueva Argentina,
custodiada y bendecida por el amor del pueblo y saludada por la admiración de
las naciones civilizadas.
Y así recorría el camino nuestra historia, iluminada por la
fe en sus grandes destinos, cuando de improviso, la asaltó arteramente la
reacción conservadora y militarista del régimen: y la sometió a vergonzosa
dictadura.
Y desde entonces, allí está la nueva Argentina, encadenada y
martirizada como el Prometeo de la leyenda mitológica.
¿Qué hacer? He aquí la nueva misión histórica de la Unión
Cívica Radical, y por su pensamiento y su esfuerzo, la realizará la soberanía
del pueblo.
La Nación, ha sido precipitada en el caos político y
económico, por esta reacción anacrónica de las fuerzas conservadoras que en
vano quieren contener a los tiempos nuevos. E insensatamente, con la fuerza de
las bayonetas, intenta levantar un dique a la corriente luminosa de las ideas
del progreso universal. Nada sabe de las leyes sociológicas que impulsan la
evolución de los pueblos; ni se detiene a contemplar el espectáculo de todas
las naciones civilizadas en plena lucha por el nuevo derecho.
Y bien, señores, este dique, levantado por la reacción
conservadora no ha hecho sino aumentar el caudal fecundante; y acrecentar el
ímpetu de las corrientes renovadoras del pensamiento humano.
Y notad por esto, el claro contraste, en los conceptos
fundamentales en que descansan las instituciones de los pueblos civilizados,
surgidos de aquel otro movimiento filosófico racionalista del siglo XVIII, que
nos airean las gloriosas revoluciones francesa y americanas. Recordadlos: la
sociedad y el Estado, eran el fruto del contrato social; la libertad del hombre
un derecho innato, anterior y superior a la sociedad; la misión del Estado,
limitada al mantenimiento del orden jurídico; y la economía privada, regida por
la ley de los intereses individuales sin control. Toda esta ideología
generadora de tan grandes transformaciones se encuentran en cinco obras
fundamentales que recordaré, para compararlas con las otras de la nueva
evolución: “El ensayo sobre el gobierno civil” de Locke, en 1690; “El espíritu
de las leyes” de Montesquieu, en 1748; “El Contrato Social” de Rousseau, en
1762; “La Fisiocracia” de Quesnay, en 1768; y “La riqueza de las naciones”, de
Adam Smith, de 1776. En estos libros aprendieron las doctrinas políticas y
económicas, que entre nosotros divulgaron Moreno, Belgrano, Vieytes, etc., para
preparar nuestra independencia. De aquí surgió el Estado democrático liberal,
cuya democracia, no pudo realizarse eficazmente por la imperfección de la forma
representativa que resultó tutorial; y cuyo liberalismo tolerante, condujo al
triunfo y a la explotación de los más fuertes en la lucha económica, del
capitalista sobre el trabajador.
En más de un siglo de vida, los pueblos civilizados han incorporado
al progreso humano lo más profundo de aquella filosofía racionalista del
Estado, del derecho y de la economía; y agotadas esas fuentes ideológicas,
buscan en otra filosofía, las soluciones para sus problemas políticos y
económicos del presente.
Ya lo dijimos: entre las corrientes filosóficas
contemporáneas, la llamada positivista de Augusto Comte es la que por su
concepción y su método, ha alcanzado divulgación universal y ha revolucionado
todas las ciencias, —y ha creado una nueva: la sociología. Bien conocida es su
ley de filosofía de la historia: el pensamiento humano pasa por tres estados:
el teológico, el metafísico y el positivo. Han pasado los dos primeros; y
estamos en el positivo. De aquí han surgido la política y la economía modernas,
que se basan en el concepto orgánico del Estado y en la ley de interdependencia
o solidaridad de los órganos y fenómenos sociales. Esta renovación científica,
produjo la obra maestra de Adolfo Warner: “Los fundamentos de la Economía
Política” en 1878, que nos anunció la era social de la economía y las finanzas;
y la obra no menos fundamental de León Duguit: “El Estado, el derecho objetivo
y la ley positiva” en 1901, que reconstruyó la ciencia política sobre el
concepto de la interdependencia social. Y en torno de ellos, unidos por el
método positivo, y el concepto orgánico de la sociedad del Estado, se agrupan
numerosos pensadores de otras escuelas, que en conjunto elaboran la política y
la economía modernas.
Paralelamente se ha venido desarrollando un movimiento de
crítica a la filosofía racionalista y a la economía liberal clásica, promovido
por Karl Marx, con sus libros: “Manifiesto del partido comunista”, de 1848;
“Crítica a la Economía Política”, de 1859; y “El Capital” de 1867; y en los
cuales expuso, una doctrina filosófica, llamada el materialismo histórico; y
una ciencia económica, denominada socialismo. Y esta ideología, desde entonces,
se ha difundido mundialmente, más que en el terreno científico, en el campo de
los acontecimientos políticos; dando lugar a la formación de partidos
políticos, como la social democracia; y el bolcheviquismo; o dando lugar a
organizaciones obreras apolíticas, como el sindicalismo revolucionario de
Pelloutier y de Sorel.
De aquí que nuestra época haya proclamado la bancarrota de
los viejos postulados políticos y económicos; y que se apronte a renovar las
instituciones, sobre la base de nuevos principios. Las ideas contenidas en esas
pocos, pero fundamentales libros del siglo XIX, como antes los citados libros
del siglo XVIII, han desencadenado el cataclismo; esta grandiosa lucha del
viejo derecho con el nuevo, dolorosa y sangrienta, pero necesaria etapa del
progreso humano. La magnitud de esta lucha, puede apreciarse por la opinión del
ilustre profesor de la Universidad de Columbia, (Estados Unidos) Mr. Murray
Butler, en su reciente conferencia intitulada “En un mundo sin plan”: “Estamos
atravesando hoy uno de esos periodos revolucionarios de la historia de la
humanidad que sólo aparecen a grandes intervalos, y que son el resultado de las
fuerzas dinámicas largamente acumuladas, que caen finalmente sobre la vida, la
conducta y la política de los individuos y de las naciones. Este período, que
estamos atravesando, que tan difícil se hace, el entenderlo, y para mi casi
imposible el explicarlo, es un período semejante al de la caída del Imperio
Romano, al del Renacimiento: y análogo a aquél, durante el cual se produjeron
en el siglo XVII y XVIII, las revoluciones sociales y políticas de Inglaterra y
Francia”.
La Unión Cívica Radical, estaba apercibida a esta magna
crisis, y a la correspondiente obra reconstructiva; ya lo había visto por el
cuadro de su acción gubernativa que hemos trazado; y para que haya más
evidencia de sus previsiones, recordaré las palabras del informe de la Comisión
de Presupuesto de 1922 que me tocó el honor de presidir, y que en su totalidad
se componía de diputados radicales: “He aquí una gran revolución que se cumple
y que habrá de cumplirse en todos los pueblos civilizados. La determinan
imperiosamente los nuevos conceptos políticos y económicos, de sociedad, de
libertad y repartición de la riqueza nacional. En el mundo de las
instituciones, sólo es comparable a la operada por Copérnico en astronomía; a
Colón en la geografía; e igual en magnitud, a la que llevara a cabo la
filosofía del siglo XVIII, al transformar las instituciones feudales. Una
evolución histórica semejante, esperábase hace siglo y medio en los estados
civilizados que vivieron en la época de la revolución francesa”.
Estas exactas previsiones de la Unión Cívica Radical, por su
íntima compenetración con el alma del pueblo, señalaron claramente el carácter
y la magnitud de la crisis, y de su renovación de valores, no se trataba
simplemente de un movimiento social de lucha de clases; del conflicto del
capital y el trabajo, como era creencia general en ese entonces y aun ahora
para muchos; no, era un gran movimiento revolucionario de la historia humana,
que destruía el viejo estado democrático individualista, para construir en su
reemplazo la nueva democracia, fundada en el concepto orgánico del Estado; y en
los principios de la moderna ciencia política y economía social.
Bien claro y bien sencillo el método: sustituir la vieja
técnica por la nueva, cumplir la inviolable ley que rige los destinos humanos,
el progreso y el orden; ascender hacia nuevas armonías jurídicas, suprema
felicidad y gloria de las naciones.
Y bien, señores, estamos aun frente al gran problema. ¿Cómo
lo ven los otros partidos políticos internos? ¿Qué proponen para resolverlo? Ya
lo sabéis: su pensamiento y su acción, en este período renovador y constructivo
de la Unión Cívica Radical, fue de hostilidad y obstrucción: la combatieron, el
régimen y el socialismo que siempre estuvieron aliados por la común impotencia
e ignorancia de la época. Leed, examinad y comparad sus programas con el
nuestro, y de inmediato notaréis nuestra ventaja, en las fórmulas más
científicas para resolver las más graves cuestiones institucionales. ¿Estamos
inspirados en el nuevo derecho y en la moderna ciencia? ¿Qué puede impedirnos
el realizar sus conquistas definitivas? ¿El estado de inercia? ¿El espíritu
rutinario: los intereses creados? ¿Acaso nuestro lema de radicales, no
significa resolución y firmeza para realizar las grandes transformaciones que nos
señalen la verdad y la justicia? ¿Acaso no es ésta la hora nuestra, la hora de
edificar la Nueva Argentina?
También los otros partidos, recién hoy empiezan a sospechar
que hay que apresurar el paso, porque los males se agravan y sus remedios son
inútiles, y todos se agrupan azorados en torno del enfermo. Es la concordancia
política reciente; y acaban de trazarse un programa parlamentario abrumador,
desde la intervención de Buenos Aires, el seguro social, la ley de vialidad,
las reformas de los códigos, y hasta la ley orgánica de los partidos políticos,
etc. ¿A qué subversión institucional no nos conducirán? ¿Qué modelos
revolucionarios se proponen? ¿El fascismo los unos? ¿El comunismo los otros?
He aquí las dos fórmulas que en su desesperación y
desconcierto han ido a buscar en el caos de la Europa. Ya advertimos su
modernización: las fuerzas reaccionarias conservadoras tratan de disfrazarse de
fascista y las fuerzas marxistas, no sin cierta timidez de bolcheviques.
Y parecen razonables sus ideas, porque a juzgar por el común
sentir de los estadistas y escritores de Europa, el mundo en este profundo
precipicio en que ha caído, se balancea entre el fascismo y el comunismo. Lo
acaba de repetir entre nosotros el profesor Drieu de la Rochelle. ¿Es exacta
esta previsión científica? Veamos cuál es el poder de estas ideas-fuerzas para
constituir el mundo jurídico y económico del futuro.
¿Qué es el fascismo? Lo acaba de definir su inventor. “El
fascismo es totalitario; y el Estado fascista, síntesis y unidad de todos los
valores, interpreta, desarrolla y encierra, en potencia, toda la vida del
pueblo. Ni individuos, ni grupos fuera del Estado (partidos políticos,
asociaciones, sindicatos, clases). Por esto el fascismo, combate al socialismo,
que obstruye el curso que la historia con la lucha de clases, e ignora la
unidad estadual, que funde las clases en una sola realidad económica y moral;
por lo mismo lucha contra el sindicalismo clasista. Pero, dentro de la órbita
del Estado ordenador, el fascismo reconoce y hace valor esas verdaderas
exigencias en donde encuentra su origen el movimiento socialista y el sindicalista, dentro del sistema
corporativo de los intereses conciliados en el seno de la unidad del Estado”. ¿Es
esto una concepción hegeliana del Estado? Así parece, y amoldada al uso propio
pero no nos detengamos en el fundamento filosófico. Basta saber que Mussolini
fue socialista; y luego sindicalista de la escuela de Sorel; y también
republicano; pero, al fin, evolucionó a su creación propia, así lo dice uno de
sus biógrafos, Sergio Panunzio: “Benito Mussolini, al fin de la primavera de
1918, lanzó desde 'Il Popolo d' Italia', la fórmula: “Sindicalismo Nacional; es
la fórmula sintética de toda la crisis revolucionaria de la guerra”. Esta breve
declaración sirve para explicar por qué el sindicalismo es hoy el centro del
fascismo”.
Ahora bien, ¿Cómo ha transformado el Estado italiano? Basta
leer su obra legislativa. Ante todo, ha tenido la viveza de no declarar
derogada la Constitución, esto es, el Estatuto de 1848, pero la ha roto,
dejando sobre el vacío la autoridad real. Por una ley de 1925, consagró la
abolición del régimen ministerial parlamentario; que desde el primer momento
destruyó, al hacer depender su nombramiento sólo del Rey. La carta del trabajo
de 1927, —resolución del Gran Consejo Fascista que tiene casi la autoridad de
ley,— estableció el régimen corporativo; que consiste en la libertad de
agremiarse, pero bajo la condición que sólo los gremios reconocidos por el
Estado, vale decir, los fascistas, tendrán la representación legal de los demás
gremios; y que por tanto, sólo ellos pueden dictar reglamentos y convenir
contratos colectivos, etc., obligatorios para todos los gremios y la industria.
Por la ley de 1928, relativa a la formación de la Cámara de Diputados, que fija
en cuatrocientos el número de miembros y en que establece su elección por el
siguiente extraño procedimiento: 1°) los candidatos son propuestos solamente
por los gremios y las personas morales reconocidas por el Estado; 2°) el Gran
Consejo Fascista, recibe la proposición y elige los candidatos definitivos
entre los propuestos, o fuera de ellos, entre personas notables en la ciencia o
la milicia; 3°) Esta lista definitiva, es sometida al electorado popular, para
que la apruebe o no simplemente. Y por fin, la ley también de 1928, en que
reconoce la institución del Gran Consejo Fascista y le confiere atribuciones de
alta tutela constitucional, para visitar la intangibilidad de la doctrina
fascista.
Tal es la creación de Mussolini para Italia. El Estado
fascista, no es democrático porque no reconoce la soberanía del pueblo; es
oligárquico y dictatorial porque se basa en la soberanía del partido fascista y
el gobierno de su jefe; y es corporativo unilateral, por representar únicamente
los gremios fascistas. ¿Es posible concebir esto, como una forma jurídica y
estable, de una Nación? ¿No es acaso la forma y el orden de la fuerza?
Pasemos al otro modelo de Europa: el bolcheviquismo. Bien
conocemos la historia y la razón de ser de su advenimiento: nació en lucha
contra la monarquía absoluta de los zares, y, prosperó en el caos de la derrota
de Rusia en la guerra mundial; y triunfó sobre la revolución burguesa de
Kerensky, la revolución proletaria de Lenin.
¿Cuál es la doctrina del Bolcheviquismo? “La supresión del
poder del Estado, dice Lenin, es el fin que han perseguido todos los
socialistas con Marx a la cabeza. Sin la realización de este fin, la verdadera
democracia, es decir, la igualdad y la libertad, son irrealizables. Ahora bien:
este fin no puede ser alcanzado prácticamente sino por la democracia de los
soviets, es decir, por la democracia proletaria, puesto que, llamando a la
participación constante y directa en la administración del Estado a las
organizaciones colectivas de los trabajadores, ella prepara inmediatamente, la
supresión total del Estado de cualquier naturaleza que sea”. Esto importa la
aplicación rigurosa de la doctrina de Marx, economía comunista y lucha de
clases, con su dictadura proletaria.
Y sobre esta base fundamental se edificó el Estado
soviético. En efecto, así lo dicen los dos primeros artículos de la
Constitución de la República Socialista Federativa Rusa: “Esta constitución se
propone garantizar la dictadura del proletariado con el objeto de aplastar a la
burguesía, de suprimir la explotación del hombre por el hombre, y de realizar
el comunismo bajo cuyo reinado no habrá ni divisiones en clases, ni poder de
Estado. La República Rusa, es un estado socialista de obreros y campesinos,
establecidos sobre la base de una federación de repúblicas nacionales
soviéticas. Todo el poder, dentro de los límites de la República, pertenece a
los soviets de diputados obreros, campesinos, cosacos y soldados”.
Su gobierno está estructurado de la siguiente manera: ejerce
la autoridad suprema del Congreso de los Soviets de las Repúblicas Socialistas
soviéticas, que se reúne cada 2 años, y que elige el Comité Central Ejecutivo.
Este ejerce el poder supremo, legislativo y ejecutivo, mientras dura el receso
del Congreso, y se compone de dos cuerpos: el Soviet Federal y el Soviet de las
Nacionalidades. El Soviet Federal, se forma con 371 miembros elegidos por el
Congreso de los Soviets; y el Soviet de las Nacionalidades, de 5 representantes
de cada una de las Repúblicas Socialistas. Ambos cuerpos, reunidos en Comité
Central Ejecutivo, nombra el Buró, compuesto de 21 miembros, entre los cuales
se comprenden los Burós de los dos cuerpos, y, este Buró ejerce el poder
supremo, durante el receso del Comité Central Ejecutivo que se reúne sólo tres
veces por año. El Comité Central Ejecutivo también nombra su órgano ejecutivo y
administrativo: el Consejo de los comisarios del pueblo, compuesto de un
presidente y 10 vicepresidentes, para los comisariados de Negocios Extranjeros,
Comercio Exterior e Interior, Guerra y Marina, Finanzas, etc.
y ahora, señores veamos. ¿Qué es del pueblo y quien lo
representa? “El derecho de elegir y ser elegido corresponde a los ciudadanos de
ambos sexos y de diez y ocho años, que sean: 1°) personas que ganen su vida con
su trabajo productivo y útil a la sociedad, y personas empleadas en los
trabajos domésticos; 2°) soldados y marinos de los ejércitos y flotas rusas, de
obreros y campesinos”.
He aquí en síntesis el régimen soviético: la aplicación más
auténtica y vigorosa del marxismo. ¿Es posible que esta sea la forma jurídica y
estable de una Nación? Volvemos a contestar: es como el fascismo, la forma y el
orden de la fuerza, que surgen en el caos ideológico y político de Europa.
Algunos de nuestros conservadores, que sólo conciben la
fuerza militar o policial, como supremo remedio para matar ideas, son
dictatoriales, y, se enamoran del modelo fascista porque ha amordazado al
comunismo, aunque no lo ha muerto. Y, sin más, sin parar mientes en otras
fatales consecuencias, se convierten en fascistas, y marchan al frente con sus
ídolos, Mussolini e Hitler.
Pero es el caso de preguntar a esos conservadores: ¿Vais a
destruir como Mussolini el estado liberal democrático y, a implantar y mantener
por la dictadura, y un estado corporativo, de sindicalismo fascista? ¿Esto os
servirá para defender vuestros privilegios capitalistas? Recordad estas
palabras de Mussolini, en la Cámara de Diputados en 1922, contestando al
diputado de la Confederación del Trabajo: “El honorable Argona esté tranquilo.
El viene del proletariado, y, yo también... No diga que haremos el servilismo
al capital. Nosotros hemos sido los primeros en distinguir entre burguesía y
burguesía. Hay una burguesía, que vos mismo colocais en el plano de una
histórica necesidad técnica; es una burguesía inteligente y productiva, que
crea y dirige la industria... Si la clase capitalista espera tener de nosotros
privilegios especiales, tales privilegios, no los tendrá jamás”.
¿Esto es lo que quieren nuestros conservadores; o prefieren
imitar a Hitler y adoptar algunos puntos del programa del Partido Obrero Alemán
Nacional Socialista? ¿Podrán proclamar los siguientes principios?: “Exigimos la
supresión de las rentas adquiridas sin trabajo ni esfuerzo; exigimos la
adquisición por el Estado de todas las fábricas constituidas en Sociedades o
Trusts; exigimos participaciones en las ganancias de las grandes empresas;
exigimos la inmediata comunidad de todos los grandes almacenes-bazares y su
arrendamiento a precios reducidos a pequeños industriales; exigimos una reforma
en la tierra en relación con nuestras necesidades nacionales; y la supresión de
especular con la tierra”?
Nuestros conservadores, no pueden todavía proclamar un
programa como ese, ni establecer el corporativismo fascista; porque son más
reaccionarios; y sólo tratan de usar la máscara, para implantar otra dictadura
militar.
Y por otro lado; algunos extremistas de la izquierda,
intelectuales y obreros, dirigen sus miradas al modelo bolchevique. No forman
en este grupo nuestros partidos socialistas, porque marchan más lentos; apenas
si están cerca de un laborismo; y no alcanzan ala social-democracia de Kaustky;
es un socialismo criollo, muy olvidado de Marx; y por esto, están comulgando
con los demócratas progresistas y aún con el actual gobierno. Nuestros
extremistas son pocos; y el único medio propicio para propagar sus ideas, puede
ser el caos político y económico al que marcha la reacción de las clases
conservadoras.
He aquí los modelos de los otros partidos; y he aquí nuestra
obra realizada; y nuestra obra futura. La Unión Cívica Radical, nació antes que
estas formas patológicas del Estado; e inició la verdadera renovación de sus
principios. De aquí su repudio a semejantes modelos de Europa; porque los ha
superado con sus creaciones nuevas.
Y bien; lo mismo sucederá ahora. Las formas del Estado
nuevo, no nos vendrán como modelos de Europa; esas creaciones políticas, de
democracia y libertad se las brindaremos desde acá. Bien es cierto, que en su
seno bebemos la más alta cultura; su filosofía y la ciencia moderna; pero no es
menos ciertos, que en lo político y económico, creemos formas superiores a las
que permite el ambiente europeo a sus estadistas por sus tradiciones, sus
costumbres y sus intereses creados, bajo el amparo de las monarquías recién
destruidas.
Esto explica que la Unión Cívica Radical, expresión más
auténtica del alma popular argentina —que refleja mayor cultura y justicia—
marche a la vanguardia de los demás partidos y sea la fuerza renovadora e
incontenible, que abre el camino triunfal de la Nación.
Así cumplía su misión; y ya conocéis su magna obra apenas en
quince años de gobierno. Pero de improviso, la asaltó la reacción conservadora
para destruir su obra; y en poco más de un año; todo lo dejó en ruinas, hasta la
misma constitución pero fué impotente para mover las piedras angulares de
renovación que colocó la Unión Cívica Radical. Allí está en pie nuestra obra
por amparo del pueblo; una gran democracia, por virtud del ejercicio más
directo y plebiscitario de su voluntad; la reforma económica en lo interno y
externo para dignificar el trabajo humano; implantar la justicia social; y
desarrollar la riqueza y el bienestar colectivos; la reforma tributaria, para
atender las nuevas funciones del Estado y distribuir con equidad las cargas
públicas; la reforma educacional, para difundir la mayor cultura desde la
escuela primaria hasta la universidad, etc., todo un conjunto de innovaciones
fundamentales, aconsejadas por la ciencia política y económica, para crear el
Estado nuevo.
Y en esta magna obra fuimos detenidos; y por ella estamos
proscriptos del gobierno de la república. ¿Es posible parar el sol en su
carrera? No habrá otro Josué que pueda detenerlo; ni detener el progreso de la
Nación. La soberanía del pueblo, el cuerpo y el alma de la argentina, crece, se
vigoriza y se abrillanta; fuera del parlamento, en el vasto recinto de su
territorio, la Nación misma delibera en silencio; y se da sus leyes
inviolables; elabora su progreso y escribe su historia inmortal.
Corresponde a la Unión Cívica Radical, realizar esta nueva
etapa histórica: terminar la obra, en este próximo cuarto de siglo.
Fueron colocados los cimientos, en épocas de bonanza; la
tarea podía entonces realizarse pausadamente; nada apresuraba la caída del viejo
edificio. Pero vino la reacción conservadora, y por apuntalarlo con sus
bayonetas, todo lo caduco, se ha venido abajo; estamos entre las ruinas de las
constituciones viejas; y cosa admirable, sólo quedan en pie, las piedras
angulares que colocó la Unión Cívica Radical.
Hoy estamos en pleno caos institucional; y por lo mismo, los
problemas del Estado apremian; son un peligro nacional inminente. La Nación
debe ser reconstruida por la Unión Cívica Radical, con su doctrina y acción;
tiene a su frente el amplio y luminoso camino de la ciencia moderna del Estado;
puede elegir lo mejor y realizar lo más seguro y benéfico para la prosperidad
de la república. Esta es su misión histórica; porque los demás partidos,
caminan extraviados; los unos tiran hacia la reacción y la dictadura; y los
otros empujan hacia la anarquía y el comunismo; y ninguno de ellos tiene fuerza
ni inspiración popular para comprender y realizar esta época de la historia
humana.
La Unión Cívica Radical, por mandato del pueblo iba
realizándola; y va a consumarla. La concordia, la paz y el progreso de la
Nación, ya no es posible sin establecer, el nuevo orden jurídico y económico,
que tiene sus bases fundamentales en la constitución; por eso, es necesaria y
urgente su reforma. Inspirado en los ideales de la Unión Cívica Radical, como
su diputado en el Congreso Nacional, tuve el honor de presentar este proyecto,
mucho antes de la dictadura; y de cuyos fundamentos son estas palabras:
“Laboremos en tiempo y en completa libertad, para que mañana no tengamos que
lamentar la revolución o el golpe de estado y legislar bajo la presión de la
dictadura, procedimientos condenables, pero fatal consecuencia de la
imprevisión o del capricho de los intereses creados”.
Y presiento y afirmo, que esta faz histórica sólo podrá ser
realizada por la Unión Cívica Radical, fuerza social de vida y alma de la
democracia argentina, que esta alumbramiento político, salvará y afianzará el
nuevo concepto de la libertad, de las garras de la revolución o del sable de la
dictadura”.
La providencia que gobierna nuestros destinos, ha creído
necesaria la dictadura para destruir, a fin de apresurar la obra; pero al mismo
tiempo, ha confiado a la Unión Cívica Radical la reconstrucción institucional
de la Nación.
Henos aquí, frente a la magna obra para continuarla y
consumarla. Tan fundamental renovación de valores, cual lo exigen los progresos
jurídicos y las reivindicaciones populares, sólo cabe en una reforma
constitucional.
El nuevo concepto de la libertad, función de solidaridad
colectiva, impone reformas fundamentales en el capítulo “Derechos,
declaraciones y garantías”; para consagrar que el trabajo humano ha dejado de
ser una mercancía, que la propiedad y el capital privados son legítimos como
funciones sociales, etc.
La moderna economía social, nos dará un nuevo concepto del
valor; del trabajo humano, de la propiedad y el capital privados y de las leyes
de producción y de distribución de la riqueza. Y de aquí surgirá el nuevo orden
económico; que puedo concretar en este breve cuadro. En la política económica
internacional; abolir la cláusula de la nación más favorecida y celebrar
tratados de comercio a base del intercambio de productos con fijación de
precios y tarifas preferenciales, para asegurar la colocación de nuestra
exportación; y al mismo objeto, instituir un organismo financiero del comercio
exterior. En la política económica interna, proseguir la obra de dignificación
y bienestar del trabajador; y la capacitación de sus gremios; dotándoles de
cajas de seguros sociales; legislar sobre el capital privado, y sobre la
tierra, como funciones sociales, para asegurar la mejor organización de la
industria y la utilización y explotación del suelo, fuente del alimento y la
vivienda del pueblo. En la política financiera, proseguir la reordenación del
presupuesto para atender a las nuevas funciones del Estado y para mantener su
economía y equilibrio; y proseguir la reforma tributaria, iniciada con el
impuesto progresivo a las grandes rentas; y completarla con el impuesto
progresivo a las grandes fortunas.
Realizar la reforma educacional, desde la escuela primaria a
la universidad, sobre las bases del proyecto del presidente Yrigoyen de 1918; y
las orientaciones de la pedagogía moderna.
Y reformar la organización de nuestras fuerzas armadas,
democratizarlas, con el concepto de que el verdadero y glorioso ejército
nacional, el que custodia la integridad y la dignidad argentinas, es el pueblo
mismo; la nación en armas; y por tanto darle mayor eficiencia técnica; para lo
cual debe reducirse el servicio militar, y llamar toda la clase; dar instrucción
de tiro a todos los ciudadanos; y hacer de los militares de carrera, los
técnicos instructores, tal cual lo aconseja la ciencia y la experiencia de la
gran guerra.
Todo esto y mucho más comprende la magna obra de la
renovación del Estado; y toda está contenida en los ideales de la Unión Cívica
Radical. Ella es la augusta madre de la Nueva Argentina; que renace y se
transforma por el vigor de su juventud para proseguir sus destinos inmortales.
Señores:
He llegado al final de esta larga y fatigosa exposición, y
os presento mis excusas. No podéis reprocharme mi emoción y mi éxtasis ante la
magnificencia de la obra; toda una época de la historia nacional!
Contemplo el caos en que vive la República; los dolores y
las reivindicaciones del pueblo; la herencia de gloria de nuestros padres y el
deber de custodiarla y acrecentarla; la juventud, el vigor y la altivez de
nuestra raza; y miro que las multitudes marchan por caminos heroicos, hacia
conquistas institucionales; hacia el sol que nace para saludar la Nueva
Argentina!
He aquí la obra de la presente generación y de las futuras.
Las viejas falanges, ya hicieron su obra y cayeron invictas y gloriosas en el
abismo del tiempo; de ellas nos quedan veteranos de medio siglo de campañas
cívicas que encabezan la columna con sus abanderados ilustres. Y detrás, sigue
la enorme caravana de las generaciones nuevas engrosada año a año, con la
brillante falange de la juventud; como si llegara a la sagrada invocación de
Alem: “Pertenece principalmente a las nuevas generaciones. Ellas le dieron
origen y ellos sabrán consumar la obra; deben consumarla!
Y ved, glorioso apóstol; mirad por toda la República; y
contemplaréis, la juventud de pie, como en las grandes épocas históricas, en
que se hizo patria; ella también, la juventud, buena, sana, viril; la que no
puede vivir sin el aire de la democracia y la libertad; la que no conoce mayor
nobleza que la de su argentinidad; la que llama a todos los hombres del mundo y
se abre a todas las ideas, porque sabe fundirlas en el crisol de su grandeza; y
la que custodia y muere por la Constitución y la bandera de la Patria.
Y en esa juventud, va comprendida su más hermosa
florescencia, la mujer argentina que es la belleza material y moral de la
Patria; que es su símbolo tremolando la inmortal bandera; porque es madre y
esposa y reina en el corazón de los ciudadanos; porque es amor y virtud;
abnegación y sacrificio; y porque es crisol que purifica para la Historia, la
gran familia argentina.
Esa buena y heroica y perenne juventud, es la Unión Cívica
Radical; y su obra, es la Nación superándose siempre, en una Nueva Argentina,
hasta la hegemonía mundial.
Fuente: Conferencia pronunciada en el Comité Nacional de la UCR el lunes 15 de agosto de 1932 en “La Voz del Interior” digitalizado por Marcos Funes.
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