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miércoles, 30 de abril de 2014

Arturo Frondizi: "Discurso en la Universidad de Santiago de Chile" (14 de abril de 1958)

Agradezco las generosas palabras de bienvenida pronunciadas por el señor Rector y agradezco a la Universidad de Chile el alto honor de ocupar esta eminente tribuna. He aceptado esta distinción, como un homenaje que el pueblo de Chile tributa al pueblo y a la Nación Argentina. Traigo el saludo fraterno de mi patria, que rinde por mi intermedio su mas sincero homenaje a la cultura chilena de la que tan señalada expresión es esta casa de estudios. Desde los albores de la emancipación hasta el día de hoy, sus nombres ilustres han conferido al pueblo de Chile justificado renombre y un lugar de vanguardia entre sus pares de America Latina. Gracias a la amistad que ha unido a nuestras personalidades más relevantes, nadie como nosotros, los argentinos, conocen más de cerca los frutos de la inteligencia chilena.

Para que America cumpla su destino humano de continente de la esperanza, deberá alcanzar en todo su conjunto, los altos niveles de desarrollo espiritual y material que corresponden a nuestro tiempo. Para lograrlo, debemos crear las condiciones que han hecho posible ese gigantesco impulso en otras latitudes. Es epasesecursos naturales, la estabilidad política, la asimilación de las conquistas tecnológicas y científicas de nuestro tiempo y, sobre todo, el sentido nacional de la economía de cada país.

Esa es una experiencia que debemos hacer nuestra. Nos falta determinar, solamente, el rumbo de su realización, de acuerdo con las modalidades propias de los pueblos y las naciones de America Latina.
Mis palabras de hoy tienden, precisamente, a fijar algunos lineamientos posibles de una política conjunta, basada en la realización de vigorosas entidades nacionales latinoamericanas. No pretendemos trazar normas fijas y uniformes. La comunidad de las naciones latinoamericanas contiene la más variada gama de producción. Se dan en este continente ubérrimo todos los climas y todas las condiciones de medio y de suelo. Sus entrañas guardan inmensas reservas minerales y energéticas. Sudamérica es, posiblemente, la región más rica del mundo en mineral de hierro. Tenemos carbón, petróleo y saltos de agua. Tenemos praderas, selvas y riquísimas plataformas submarinas. Estas veinte naciones, con sus 22 millones de kilómetros cuadrados y sus 170 millones de habitantes constituyen, quizas, uno de los conjuntos mas ricos de la tierra y albergan, sin embargo, algunos de sus seres mas desamparados. Afirmamos categóricamente que cada nación latinoamericana es capaz de elevar el nivel de vida de todo su pueblo, si realiza su propia integración nacional y emprende una acción conjunta con sus países hermanos. ¿Que significa una política de integración económica nacional? Significa explotar todos los recursos disponibles, y no solo aquellos prefijados por un esquema unilateral e interesado de la estructura económica. Significa conjugar armónicamente los esfuerzos de todos los sectores, y no lanzar a unos contra otros para disputar los magros frutos de esa economía frustrada. Significa, sobre todo, integrar en un mismo impulso económico, un campo floreciente, una minería intensiva y una industria pujante. En esta transformación estructural, cobran nueva significación las relaciones tradicionales, y lo que era estratificado se sacude y se confunde en una honda solidaridad. La civilización técnica es una de las grandes aventuras humanas, una creación colectiva que busca afirmarse, como todas las empresas de la humanidad, sobre bases de justicia. Esa civilización enfrenta, por lo tanto, a todo lo inerte y a todo lo cristalizado de la sociedad donde se realiza: las mentalidades reaccionarias, los intereses creados y las estructuras anacrónicas de la economía, con todas sus derivaciones políticas, sociales y culturales. En este encuentro entre el vigoroso espíritu nuevo y las caducas formal del pasado, la clase media y la clase trabajadora comprenden que su lucha es la misma y uno mismo el destino que les depara el futuro.

La industrialización es, por ultimo, también una transformación cultural. Tiene exigencias que requieren altos niveles de especialización en todos los planos. Necesita obreros instruidos, intelectualmente despiertos y con sólida preparación. Necesita técnicos capaces, convocación de estudio y con grandes conocimientos científicos y tecnológicos. Necesita hombres de empresa cultos e informados, que sepan impulsar por igual la producción económica de sus establecimientos y la tarea de sus investigadores en gabinetes y laboratorios. La industria reclama y promueve adelantos científicos y tecnológicos. Excita la imaginación, despierta el espíritu de inventiva y, al crear nuevas concentraciones urbanas, pone cada vez a más seres humanos en contacto con los bienes de la cultura.

El capital extranjero, como el técnico extranjero —a veces tanto o más indispensable que aquel— cumplen, en términos estrictamente económicos, una función instrumental. Países que actualmente son grandes potencias, no vacilaron, hasta no hace muchos años, en recurrir al concurso de capitales o de técnicos extranjeros para acelerar sus propios procesos económicos y alcanzar la estatura industrial de esos países extranjeros, cuyos recursos humanos y financieros supieron utilizar tan bien. Otras naciones, en cambio, no han sabido o no han podido emerger de su condición de dependencia económica, por no haber logrado imprimir a sus gobiernos una similar orientación realizadora y emancipadora; o por no haber podido librarse, todavía, de los minúsculos y poderosos grupos sociales que, en connivencia con aquellos intereses económicos detentan el poder político en sus desdichadas patrias. El logro de todos estos objetivos pareciera presuponer la constitución de un mercado común latinoamericano, tema que ocupa en estos momentos la atención de muchos economistas y hombres de gobierno. Compartimos esa finalidad, que juzgamos de largo alcance, pero consideramos que ella no debe hacernos perder de vista la posibilidad y la eficacia de acuerdos bilaterales y regionales, que pueden resolver muchos problemas particulares e inmediatos y pueden contribuir, asimismo, a crear un ambiente favorable para la realización de aquella ambiciosa iniciativa. Juzgamos que este tipo de acuerdos es preferible a la concertación de las llamadas "uniones aduaneras", cuya aplicación resulta, en el estado actual de nuestros respectivos desarrollos económicos, poco menos que irrealizables. En tales condiciones, los tratados que las establezcan se verán obligados a estipular tal número de excepciones, que el instrumento respectivo quedara reducido a poco mas que una expresión de anhelos. Por lo que concierne a nuestro futuro gobierno, estamos dispuestos a reanudar, tan pronto sea posible, las conversaciones con las autoridades chilenas, para replantear sobre nuevas y efectivas bases el tema fundamental de nuestro intercambio.

Porque Chile y Argentina son dos países de Latinoamérica que pueden ofrecer un gran ejemplo de voluntad de concordia: el ejemplo que materializa el monumento al Cristo Redentor colocado como garantía suprema de sus pactos, en la cumbre de las montañas nevadas. Realizaremos esta política de aproximación fraternal, con el mismo sentido con que hemos enunciado la política de aproximación latinoamericana: sin prevenciones ni hostilidad hacia nadie. La integración latinoamericana tampoco lesionara ninguna soberanía nacional, porque así como no se pretende crear ninguna especie de superestado tampoco es admisible que esa conjunción de esfuerzos pueda convertirse en vehiculo de ambiciones hegemónicas. Cada persona y cada nación por mas importante que sea, debe servir a la causa de la integración con sentido de humildad y no con sentido de rectoría.























Fuente: Discurso pronunciado por el Presidente electo Dr. Arturo Frondizi en la Universidad de Santiago de Chile (14 de abril de 1958)

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