Agradezco las generosas palabras de bienvenida pronunciadas
por el señor Rector y agradezco a la Universidad de Chile el alto honor de
ocupar esta eminente tribuna. He aceptado esta distinción, como un homenaje que
el pueblo de Chile tributa al pueblo y a la Nación Argentina. Traigo el saludo
fraterno de mi patria, que rinde por mi intermedio su mas sincero homenaje a la
cultura chilena de la que tan señalada expresión es esta casa de estudios.
Desde los albores de la emancipación hasta el día de hoy, sus nombres ilustres
han conferido al pueblo de Chile justificado renombre y un lugar de vanguardia
entre sus pares de America Latina. Gracias a la amistad que ha unido a nuestras
personalidades más relevantes, nadie como nosotros, los argentinos, conocen más
de cerca los frutos de la inteligencia chilena.
Para que America cumpla su destino humano de continente de
la esperanza, deberá alcanzar en todo su conjunto, los altos niveles de
desarrollo espiritual y material que corresponden a nuestro tiempo. Para
lograrlo, debemos crear las condiciones que han hecho posible ese gigantesco
impulso en otras latitudes. Es epasesecursos naturales, la estabilidad política,
la asimilación de las conquistas tecnológicas y científicas de nuestro tiempo
y, sobre todo, el sentido nacional de la economía de cada país.
Esa es una experiencia que debemos hacer nuestra. Nos falta
determinar, solamente, el rumbo de su realización, de acuerdo con las
modalidades propias de los pueblos y las naciones de America Latina.
Mis palabras de hoy tienden, precisamente, a fijar algunos
lineamientos posibles de una política conjunta, basada en la realización de
vigorosas entidades nacionales latinoamericanas. No pretendemos trazar normas
fijas y uniformes. La comunidad de las naciones latinoamericanas contiene la más
variada gama de producción. Se dan en este continente ubérrimo todos los climas
y todas las condiciones de medio y de suelo. Sus entrañas guardan inmensas
reservas minerales y energéticas. Sudamérica es, posiblemente, la región más
rica del mundo en mineral de hierro. Tenemos carbón, petróleo y saltos de agua.
Tenemos praderas, selvas y riquísimas plataformas submarinas. Estas veinte
naciones, con sus 22 millones de kilómetros cuadrados y sus 170 millones de
habitantes constituyen, quizas, uno de los conjuntos mas ricos de la tierra y
albergan, sin embargo, algunos de sus seres mas desamparados. Afirmamos categóricamente
que cada nación latinoamericana es capaz de elevar el nivel de vida de todo su
pueblo, si realiza su propia integración nacional y emprende una acción
conjunta con sus países hermanos. ¿Que significa una política de integración económica
nacional? Significa explotar todos los recursos disponibles, y no solo aquellos
prefijados por un esquema unilateral e interesado de la estructura económica.
Significa conjugar armónicamente los esfuerzos de todos los sectores, y no
lanzar a unos contra otros para disputar los magros frutos de esa economía
frustrada. Significa, sobre todo, integrar en un mismo impulso económico, un
campo floreciente, una minería intensiva y una industria pujante. En esta transformación
estructural, cobran nueva significación las relaciones tradicionales, y lo que
era estratificado se sacude y se confunde en una honda solidaridad. La civilización
técnica es una de las grandes aventuras humanas, una creación colectiva que
busca afirmarse, como todas las empresas de la humanidad, sobre bases de
justicia. Esa civilización enfrenta, por lo tanto, a todo lo inerte y a todo lo
cristalizado de la sociedad donde se realiza: las mentalidades reaccionarias,
los intereses creados y las estructuras anacrónicas de la economía, con todas
sus derivaciones políticas, sociales y culturales. En este encuentro entre el
vigoroso espíritu nuevo y las caducas formal del pasado, la clase media y la
clase trabajadora comprenden que su lucha es la misma y uno mismo el destino
que les depara el futuro.
La industrialización es, por ultimo, también una transformación
cultural. Tiene exigencias que requieren altos niveles de especialización en
todos los planos. Necesita obreros instruidos, intelectualmente despiertos y
con sólida preparación. Necesita técnicos capaces, convocación de estudio y con
grandes conocimientos científicos y tecnológicos. Necesita hombres de empresa
cultos e informados, que sepan impulsar por igual la producción económica de
sus establecimientos y la tarea de sus investigadores en gabinetes y
laboratorios. La industria reclama y promueve adelantos científicos y tecnológicos.
Excita la imaginación, despierta el espíritu de inventiva y, al crear nuevas
concentraciones urbanas, pone cada vez a más seres humanos en contacto con los
bienes de la cultura.
El capital extranjero, como el técnico extranjero —a veces
tanto o más indispensable que aquel— cumplen, en términos estrictamente económicos,
una función instrumental. Países que actualmente son grandes potencias, no vacilaron,
hasta no hace muchos años, en recurrir al concurso de capitales o de técnicos
extranjeros para acelerar sus propios procesos económicos y alcanzar la
estatura industrial de esos países extranjeros, cuyos recursos humanos y
financieros supieron utilizar tan bien. Otras naciones, en cambio, no han
sabido o no han podido emerger de su condición de dependencia económica, por no
haber logrado imprimir a sus gobiernos una similar orientación realizadora y
emancipadora; o por no haber podido librarse, todavía, de los minúsculos y
poderosos grupos sociales que, en connivencia con aquellos intereses económicos
detentan el poder político en sus desdichadas patrias. El logro de todos estos
objetivos pareciera presuponer la constitución de un mercado común
latinoamericano, tema que ocupa en estos momentos la atención de muchos
economistas y hombres de gobierno. Compartimos esa finalidad, que juzgamos de
largo alcance, pero consideramos que ella no debe hacernos perder de vista la
posibilidad y la eficacia de acuerdos bilaterales y regionales, que pueden
resolver muchos problemas particulares e inmediatos y pueden contribuir,
asimismo, a crear un ambiente favorable para la realización de aquella
ambiciosa iniciativa. Juzgamos que este tipo de acuerdos es preferible a la
concertación de las llamadas "uniones aduaneras", cuya aplicación
resulta, en el estado actual de nuestros respectivos desarrollos económicos,
poco menos que irrealizables. En tales condiciones, los tratados que las
establezcan se verán obligados a estipular tal número de excepciones, que el
instrumento respectivo quedara reducido a poco mas que una expresión de
anhelos. Por lo que concierne a nuestro futuro gobierno, estamos dispuestos a
reanudar, tan pronto sea posible, las conversaciones con las autoridades
chilenas, para replantear sobre nuevas y efectivas bases el tema fundamental de
nuestro intercambio.
Porque Chile y Argentina son dos países de Latinoamérica que
pueden ofrecer un gran ejemplo de voluntad de concordia: el ejemplo que
materializa el monumento al Cristo Redentor colocado como garantía suprema de
sus pactos, en la cumbre de las montañas nevadas. Realizaremos esta política de
aproximación fraternal, con el mismo sentido con que hemos enunciado la política
de aproximación latinoamericana: sin prevenciones ni hostilidad hacia nadie. La
integración latinoamericana tampoco lesionara ninguna soberanía nacional,
porque así como no se pretende crear ninguna especie de superestado tampoco es
admisible que esa conjunción de esfuerzos pueda convertirse en vehiculo de
ambiciones hegemónicas. Cada persona y cada nación por mas importante que sea,
debe servir a la causa de la integración con sentido de humildad y no con
sentido de rectoría.
Fuente: Discurso pronunciado por el Presidente electo Dr. Arturo Frondizi en la Universidad de Santiago de Chile (14 de abril de 1958)
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