Recibo profundamente conmovido la distinción que acaba de
conferirme la ilustre Universidad de San Marcos. Declaro con honda sinceridad
que este honor es para mi mucho mas que un acto académico. La Universidad de
San Marcos es para nosotros, argentinos y americanos, la encarnación de lo más entrañable
y lo más fecundo de nuestra America. En ella, como imagen viviente del Nuevo
Mundo, se conjugan la tradición mas noble: la que hunde sus raíces en la vida
del espíritu; y la esperanza mas cierta: la que se expresa en el ansia
renovadora de su juventud estudiosa. En la Universidad de San Marcos saludo,
pues, a la mas antigua y a la mas joven de las Universidades de America. Recibo
esta designación de doctor honoris causa más que como un homenaje como un
mandato irrenunciable que me ordena ser fiel, indeclinablemente fiel, a la causa
de America, a la sagrada causa de Nuestra America.
Este diploma, señor Rector, no es para mí una declaración de
honores. Palpita en mis manos como una cosa viva y se anima en mi corazón con
toda la fuerza de un sentimiento que el tiempo no lograra abolir. El nombre de
la Universidad de San Marcos evoca en mi espíritu la fuerza de un pasado que
sobrevive y se proyecta hacia el futuro, y evoca también el fervor impetuoso de
la rebeldía juvenil que hizo de estos claustros y de estas aulas otros tantos
bastiones de la liberación del hombre americano. En la Universidad de San
Marcos se da, en su más alta expresión, el milagro americano de una cultura
vivificada por el soplo perenne de la juventud.
La Universidad de San Marcos es más que una expresión
avanzada de la cultura superior de Perú y de America. Para los argentinos de mi
generación, es el escenario de las grandes luchas por la transformación de las
Universidades Latinoamericanas. Quiero recordar, ahora, a esas generaciones que
nos precedieron y que nos indicaron un camino. Quiero recordar a esos maestros
de veinte anos, cuyos sueños, que algunos abonaron con su sangre, siguen siendo
el punto de referencia de toda empresa de renovación cultural en America. De
aquella duradera experiencia quedo en pie la noción de que la Universidad debe
cumplir una función social.
Durante las últimas décadas muchos conceptos sufrieron profundos cambios. Los estudiantes comprendieron que la Universidad nace del pueblo y reclamaron un puesto junto al pueblo, para compartir sus vicisitudes y sus anhelos. Nosotros queremos recordar, ahora, que la existencia misma de los institutos universitarios se apoya sobre el sacrificio de la inmensa mayoría del pueblo. Muchachas y muchachos que estudian en esta ilustre Universidad de San Marcos: hay millones de jóvenes que trabajan en los campos, las fábricas y los talleres de America, para quienes la cultura es un bien inaccesible y la educación un privilegio prácticamente inalcanzable. Es el esfuerzo de esos millones de seres sin horizontes el que permite sostener las casas de estudio, las bibliotecas y los laboratorios donde se depura vuestra inteligencia y se forja vuestra capacidad. He ahí el primer cumplimiento que la Universidad debe al pueblo; pagar esa deuda con sentido de solidaridad fraternal y humana. La Universidad puede devolver ese esfuerzo popular contribuyendo al progreso social y al desarrollo nacional de sus respectivos países. Desde su propio ámbito, la Universidad puede contribuir a que cada nación alcance el grado de desarrollo que permita un alto nivel de vida espiritual y material de toda su población.
Durante las últimas décadas muchos conceptos sufrieron profundos cambios. Los estudiantes comprendieron que la Universidad nace del pueblo y reclamaron un puesto junto al pueblo, para compartir sus vicisitudes y sus anhelos. Nosotros queremos recordar, ahora, que la existencia misma de los institutos universitarios se apoya sobre el sacrificio de la inmensa mayoría del pueblo. Muchachas y muchachos que estudian en esta ilustre Universidad de San Marcos: hay millones de jóvenes que trabajan en los campos, las fábricas y los talleres de America, para quienes la cultura es un bien inaccesible y la educación un privilegio prácticamente inalcanzable. Es el esfuerzo de esos millones de seres sin horizontes el que permite sostener las casas de estudio, las bibliotecas y los laboratorios donde se depura vuestra inteligencia y se forja vuestra capacidad. He ahí el primer cumplimiento que la Universidad debe al pueblo; pagar esa deuda con sentido de solidaridad fraternal y humana. La Universidad puede devolver ese esfuerzo popular contribuyendo al progreso social y al desarrollo nacional de sus respectivos países. Desde su propio ámbito, la Universidad puede contribuir a que cada nación alcance el grado de desarrollo que permita un alto nivel de vida espiritual y material de toda su población.
La Universidad Latinoamericana debe tener también sentido
popular. La exaltación de lo popular no significa subestimar las altas
expresiones de la cultura y del espíritu. Es precisamente a través de esas
funciones singulares, en las que evidencian lo mejor que tienen, que los
pueblos se identifican y se reconocen entre si. Afirmamos categóricamente que
la Universidad debe cumplir plenamente su misión formativa y científica. Los
gobiernos tienen la obligación de proporcionarles todos los medios para que
ello sea posible, y así lo hará el próximo gobierno constitucional argentino,
pero no queremos que las grandes realizaciones del arte, de la ciencia y de la filosofía
de nuestros países estén supeditadas al resurgimiento fortuito de algunos
ingenios individuales. Queremos que esas realizaciones sean la creación permanente
de un pueblo que ha alcanzado los más altos niveles espirituales y que vive la
vida de la cultura con la misma naturalidad y la misma espontaneidad con que
vive la vida normal de cada día. Declaro ante vosotros, jóvenes estudiantes del
Perú, jóvenes hermanos de América, que ese gobierno consagrara su obra a la realización
de aquellos anhelos juveniles. Desde las altas posiciones que nos ha deparado
el destino, empezaremos todo nuestro esfuerzo para que nunca mas un joven
argentino, un joven americano, deba afrontar una opción como la que tuvo que
decidir aquel joven de 20 años que ahora os habla. Con toda la fuerza y todo el
aliento que nos otorgue Dios trataremos de hacer realidad el querer de aquellos
muchachos de Lima, que sonaron con una Universidad mejor en una sociedad mejor.
Ese es el juramento que presto, señor Rector, al recibir
este diploma de doctor honoris causa de la Universidad de San Marcos. No he
cursado sus aulas ilustres, ni he rendido sus severas pruebas de competencia,
ni he redactado las sesudas tesis doctorales que sus sabias ordenanzas
prescriben. Pero tampoco recibo esta distinción como un ocasional atributo.
Antes de obtener este diploma ya me sentía doctorado en el espíritu de la Universidad
de San Marcos. Ese espíritu que quiere un mundo justo y una vida digna para
todos los seres humanos, sin privilegios ni exclusiones. Ese mismo espíritu que
dio nacimiento a América y que guiara mi acción y mi pensamiento —como si fuera
un verdadero doctor de la Universidad de San Marcos— cuando asuma el gobierno
de la Nación Argentina.
Jóvenes estudiantes de la Universidad de San Marcos: hace
casi treinta años que, como cualquiera de vosotros, salía de la Universidad con
un diploma bajo el brazo y todo orgulloso de haberlo conseguido me disponía a
consagrar mi vida a la disciplina del derecho, gran vocación de mi vida.
Abandonaba el mundo de los textos para incorporarme lleno de ilusión y esperanza al mundo de la realidad cotidiana. Encontré entonces que había una gran contradicción entre las teorías jurídicas y esa realidad social. En casi toda America las instituciones estaban subvertidas. El imperio de las ideas había sido reemplazado por el imperio de la fuerza y la libertad era un ronco grito de seres encarcelados torturados y perseguidos. Me vi entonces frente a una opción: o era un jurista consagrado al estudio y a la docencia universitaria o trataba de comprender esa realidad contradictoria haciendo mía la causa de cuantos luchaban por un mundo mas humano y mas justo, luchando yo mismo por transformar esa realidad. Me hice político con fidelidad a mi mas profunda vocación, trate de hacer de la política una verdadera docencia ciudadana. Debí haber llegado hasta vosotros como un catedrático de derecho: llego en cambio como un representante del pueblo argentino, que acaba de recibir la honrosa y grave responsabilidad de su presidente constitucional.
Abandonaba el mundo de los textos para incorporarme lleno de ilusión y esperanza al mundo de la realidad cotidiana. Encontré entonces que había una gran contradicción entre las teorías jurídicas y esa realidad social. En casi toda America las instituciones estaban subvertidas. El imperio de las ideas había sido reemplazado por el imperio de la fuerza y la libertad era un ronco grito de seres encarcelados torturados y perseguidos. Me vi entonces frente a una opción: o era un jurista consagrado al estudio y a la docencia universitaria o trataba de comprender esa realidad contradictoria haciendo mía la causa de cuantos luchaban por un mundo mas humano y mas justo, luchando yo mismo por transformar esa realidad. Me hice político con fidelidad a mi mas profunda vocación, trate de hacer de la política una verdadera docencia ciudadana. Debí haber llegado hasta vosotros como un catedrático de derecho: llego en cambio como un representante del pueblo argentino, que acaba de recibir la honrosa y grave responsabilidad de su presidente constitucional.
Fuente: Discurso pronunciado por el Presidente electo Dr. Arturo Frondizi tras recibir el Titulo de Doctor Honoris Causa de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, Perú. (16 de abril de 1958)
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