Este libro ha sido escrito con la finalidad de esclarecer
los hechos más importantes de que fui testigo o vi de cerca en mi vida política.
Comienza el relato en las postrimerías del régimen del
fraude, cuando el radicalismo aspiraba a derrotar a los conservadores en nombre
de la Constitución, de la ley Sáenz Peña y de la decencia cívica, olvidando que
en el país había cientos de miles de campesinos que deseaban trabajar una
tierra propia y que en las ciudades millones de obreros eran postergados en sus
derechos sociales.
Por eso fue lógico que, al caer el presidente Castillo, no
ascendiera al poder la Unión Cívica Radical, su partido opositor.
Los golpistas del 4 de junio fueron, en esencia, la expresión
criolla del nazismo europeo; pero, ante la derrota del Eje, todos los presuntos
planes de sus epígonos, se archivaron y un hombre del propio seno del Gobierno
militar, con la visión social que le había faltado al radicalismo, inicio una
nueva política: la de las reformas sociales.
Los partidos democráticos no tuvieron capacidad para determinar
las causas y la importancia del fenómeno y prefirieron enjuiciar al caudillo
oficialista por sus vinculaciones pasadas o por no cubrir con las formalidades
legales las conquistas efectivas otorgadas a los trabajadores.
Las elecciones de 1946 consagraron el triunfo del nuevo
hombre y provocaron una gran conmoción en todos los partidos populares.
Consecuencia también de esa crisis fue que el gobierno del radicalismo pasara a
manos de aquellos que habían luchado por la orientación progresista del
partido.
El régimen de Perón mejoro la condición social de los trabajadores y protegió a la industria nacional, todo dentro de una economía dirigida. Sus inexcusables fallas fueron el abandono del campo y no haber impulsado la producción de petróleo y energía planteado las bases de la industria pesada.
Habilidad grande del jefe justicialista fue dar a los
trabajadores la impresión de su poder político.
Los jóvenes que habían tornado la dirección del viejo radicalismo,
dieron a esta fuerza un programa de avanzada —el famoso "Programa de Avellaneda"—
y comenzaron a. hablar el lenguaje de los que estudiaban los problemas del país,
alejándose del verbalismo tradicional en la político, argentina.
Este notable viraje no los acerco al pueblo, que ya tenía su
conductor y vivía la euforia de sus conquistas sociales. Los comités radicales
solo fueron los centros cívicos de parte de la clase media y en los escrutinios
electorales apenas alcanzaba a representar a un tercio de la ciudadanía.
Nunca se hizo el análisis de como podría impulsarse a la revolución
popular argentina que, en cierta medida, conducía Perón y cuando Lebensohn tuvo
el coraje de decir algo a ese respecto, oyó de muchos el mote de "traidor"
y esa amargura contribuyo a su muerte.
La falta de meta hundió al peronismo en la corrupción. En tanto
el pueblo renovábase su confianza, Perón, sin quehacer político, vivía placidamente
en la residencia y sus allegados escandalizaban con riquezas mal habidas o con
las arbitrariedades de un ostentoso poderío.
En setiembre de 1955, una revolución depuso al régimen
justicialista. En este episodio, no fueron parte activa los partidos políticos.
La acción estuvo a cargo de las Fuerzas Armadas y contó con el apoyo decidido
de la militancia católica, movida por la persecución de que fue objeto en los
tiempos finales del régimen.
En el nuevo Gobierno, pronto triunfo la tendencia democrática
liberal que veía del peronismo solo sus excesos; es decir, en el incumplimiento
de la Constitución y en la demasía de sus sindicatos. Para esta corriente, el
partido de Perón era, sin dudas, un totalitarismo al que se debía extirpar sin
reparar en los medios.
Sin demora alguna, la "revolución libertadora" comenzó
por desmontar las estructuras sindicales y económicas creadas por el régimen depuesto. La persecución fue
cruenta e implacabe y el pueblo vio en estas actitudes desmesuradas, la imagen
rediviva del revanchismo patronal y la acción de los antiguos políticos
desplazados desde 1943.
En esos momentos, Arturo Frondizi, supo captar en toda su
profundidad la histórica necesidad de una reconciliación entre los sectores antagónicos
y las fuerzas juveniles de su partido lo acompañaron apasionadamente en tan patriótica
tarea. Además, Frondizi esgrimía con habilidad superior el "Programa de
Avellaneda", que encerraba en sus líneas una verdadera síntesis para la reconstrucción
social argentina.
En tanto esto sucedía por un lado, por el otro, un grupo del
radicalismo no entendía así el proceso; y, en abril de 1956, se produjo la división
del partido. Nació la Unión Cívica Radical Intransigente.
La fuerza nueva remozo al radicalismo tradicional y, otra
vez como en los tiempos de Hipólito Yrigoyen, sus cuadros se integraron con
grandes agrupaciones progresistas de la ciudadanía y con importantes núcleos de
trabajadores.
Por este camino, se habría llegado naturalmente al Gobierno,
pero el candidato a Presidente —aconsejado por un grupo de hombres extraños a
nuestra causa—, prefirió a espaldas de todos y en el mayor sigilo, pactar con
los factores de poder (núcleos liberales de las Fuerzas Armadas, sectores
conservadores de la Iglesia, representantes del poderío económico de Estados
Unidos, etc.) y, lo que es mas importante, conseguir los votos del propio Perón.
Los gestores de la decisión peronista rodeaban al candidato
y, desde esa posición, desvirtuaron con suma habilidad las palabras más
comprometedoras de los documentos partidarios. Representaban otras ideas políticas
y sabían moverse en el ambiente de los compromisos. Frondizi creyó precisar de
ellos y fueron los hombres de su manejo para asegurar, primero, los votos de Perón
y, después, la entrega del poder. Lo que se negocio en esas instancias, lo supo
posteriormente el pueblo argentino en carne propia.
Las estructuras internas de la U.C.R.I., eran muy nuevas y
resultaron endebles para resistir la ofensiva exitista del equipo que había
rodeado al candidato triunfante. Por otra parte, no se puede negar la habilidad
de estos hombres para usar doctrinas y términos con la mayor desaprensión.
Comenzaron por disminuir el concepto de partido político, considerándolo
estructura menor y sectaria, ante el generoso vocablo "integración"
y, en cuanto al programa, jactanciosa afirmación del sentido yrigoyenista del
radicalismo, fue presentado por ellos, en una larga sustitución, como un
esquema estático, opuesto a la concepción dinámica del "desarrollo nacional".
Los intransigentes sabían que Yrigoyen nunca había querido caracterizar a su partido como una entidad formal, y que lo presentaba sistemáticamente como la integración política de lo popular para la tarea histórica del pueblo argentino. Si eso pensaba el gran caudillo, ¿por que habría de repugnarles, en mayo de 1958, que se hablase de "integración" para compartir el poder con los que contribuyeron al triunfo? ¿No se había repetido, durante diez años, que el radicalismo y el peronismo eran una misma corriente histórica? ¿Por que no aceptar la "integración" que volvía a unir al pueblo y facilitaba el posible regreso a su viejo partido?
En esos días, pocos descubrieron que el señor Frigerio
manejaba el vocablo "integración" como al nombre de un movimiento que
aspiraba a suplantar al radicalismo y al peronismo para colocar al pueblo
argentino al servicio de otra doctrina: la del "desarrollo", en la que
cabalgaban sus ambiciones personales.
Si el integracionismo político tenía sus argumentos, no eran
menos fuertes sus tesis sobre el "desarrollo", ya que no se concibe
que lo popular de un país pudiese oponerse a su crecimiento económico y social.
Olvidaba el binomio Frondizi-Frigerio que este país tenia ya
una experiencia de ese tipo de "desarrollo" la de los tiempos de Roca
y Juárez, periodo en el cual se extendieron las líneas ferroviarias —entregadas
al extranjero—, se alambraron los campos, se mestizaron las haciendas y
comenzamos a ser exportadores. Fue la época del "progreso", que trajo
la corrupción de nuestra oligarquía patricia, la miseria para el pueblo y el
desmedro total para la autenticidad nacional.
Contra ese "progresismo", Yrigoyen levanto tremendas acusaciones y le opuso el concepto de la "reparación nacional". Su "reparación", no contraria al progreso de el, criticaba acerbadamente el culto del progreso material que hacen las clases poseedoras en el solo afán de justificar riquezas y goces, sin importarles como viven sus conciudadanos y con total indiferencia de la disminución de la soberanía de la Patria, asediada en todos sus valores por la voracidad de los imperios.
El caudillo radical entendía por "reparación", un devolver a la Nación sus atributos de soberanía y, al pueblo, el pleno goce de sus derechos políticos y sociales, colocando en tercer lugar los adelantos en la actividad económica que todo conjunto civilizado utiliza para cumplir tales fines.
Frigerio-Frondizi encontraron, en 1958, un país inmerso en
las dificultades económicas y, en lugar de enfrentarlas con el profundo sentido
humano, social y progresista que estaba contenido en el Programa de Avellaneda,
prefirió inventar la tesis del "desarrollo".
Basándose en la llamada "política del desarrollo"
se intentó aumentar las cifras de nuestra producción y para eso creo
privilegios a los inversores extranjeros y entregó el petróleo a los monopolios
y la energía a SOFINA y no quedo renglón en la economía nacional que no fuese a
parar a manos de los consorcios internacionales, mediante la retribución a los intermediarios
criollos.
El llamado "desarrollo" repetía la experiencia del "progreso" del viejo régimen. Y dio, como era lógico, los mismos resultados: miseria para el pueblo y entrega del país a los intereses extranjeros y a sus intermediarios.
Como planteo económico, ocurrió lo que debía suceder: los
inversores extranjeros vinieron a realizar los grandes y fáciles negocios,
calcularon sus ganancias y se despreocuparon del presente y del porvenir
argentino. Por otra parte y para rematar la teoría, las cifras oficiales dicen
que el país se encuentra paralizado en su desarrollo desde 1958 a la fecha (1).
El "progresismo" del régimen empobreció al país y destruyo las industrias regionales con la importación europea y el "desarrollo" de Frondizi-Frigerio no aumento la producción. Dejo de lado la Reforma Agraria y la seriedad de una planificación económica. En la actualidad, la Bolsa de Comercio nos señala, diariamente, la bancarrota de la industria que el pueblo argentino construyo con su sacrificio.
Es curioso observar que un partido político que nació como oposición
popular a una desviación entreguista y extranjerizante de su clase dirigente
terminase, 60 años después, en la misma tarea con el solo cambio de una
palabra: "desarrollo" en lugar de "progreso".
Lamentablemente, esto no se debió al fracaso de una tesis
conocida, sino el aprovechamiento premeditado de los mismos factores para
realizar una verdadera política de entrega.
Frondizi no puede ni podrá alegar ignorancia del proceso histórico
argentino; en su libro "Petróleo y Política" analiza en profundidad
como se realizo el otro proceso de nuestra patria y enuncia las líneas para
evitarlo; enunciados y lineamientos que están resumidos en el Programa de
Avellaneda.
Con la aureola de veinticinco años de predica, con una conducta
insobornable, con la austeridad que le eran características y exactamente
cuando el pueblo esperaba la gran transformación histórica nacional, el
presidente Arturo Frondizi lanza por propia y espontánea actitud el debate
sobre enseñanza laica y enseñanza libre. Y cuando las pasiones enardecen con
violencia a las multitudes, el Gobierno, con suprema habilidad, comienza su política
de entrega, a través de la cual supero en mucho al viejo régimen conservador,
ya que nuestra economía fue colocada sin reparo alguno bajo la tutela de un
organismo extraño como el Fondo Monetario Internacional.
La entrega no solo cubrió los límites de lo económico. Se extendió
a lo cultural y, sea por la influencia de CAFADE o por las becas, etc., la gran
potencia del Norte comenzó a dominar los mejores medios de expresión de la
cultura argentina.
Poco le costo —para completar su circulo—, al ex presidente,
colocar a nuestra patria "irreversiblemente" al lado de los Estados
Unidos en sus posibles contingencias bélicas. La madures política de nuestro
pueblo hacia imposible que un gobernante ungido por el voto ciudadano cumpliese
desde el Gobierno semejante tarea; pero Frondizi llevaba un aval de lucha y
sacrificio que merecía toda clase de consideración y respeto. Era el único
hombre que podría entregarnos, por la gran confianza que le habíamos
depositado. Y así fue.
Pero los que perdimos casi la vida a su lado y le teníamos cariño
y respeto, fue una gran desilusión. Para el radicalismo fue su gran fracaso y
es difícil que pueda recuperarse después de semejante aventura.
Para la generación que lo acompaño o que lo combatió, es la confesión
de una jornada inútil, porque nada se le deja al país sino una historia triste
de peculado, mentiras y miseria. Pero el gran daño, el daño irreparable, es el
que se ha inferido a la gente joven y a los trabajadores. Los muchachos de toda
la Republica habían endiosado a Frondizi y, los trabajadores, al ver a este
hombre serio que decía haber luchado contra Perón porque el ex gobernante no
era un verdadero revolucionario, empezaron a mirarlo y, algunos, a creerle.
Después de lo ocurrido, gran parte de la ciudadanía argentina,
no cree en nadie ni en nada y, si algún valor le queda, ese es Perón: "Al
final, algo hizo por nosotros...", dice mucha gente con resignación y ese
es el pensamiento que priva en las masas argentinas,
Desde la caída de Arturo Frondizi, impera un régimen unipersonal
fundado en la presidencia de la Republica del ex senador Guido. Se gobierna sin
Constitución y sin ley. Existe una especie de compromiso tácito en respetar a
todo esto como n una legalidad.
Los argentinos supusieron que el golpe de Estado del 29 de marzo
de 1962, podría implicar una rectificación moral y material de la Republica.
Angustiados, vemos que no ha sido así y cuando una Comisión de Investigaciones
de origen oficial comenzó a levantar el telón de los negociados, la misma fue
disuelta y en su lugar se ha creado otra para pecados menores y entretención de
la opinión publica.
El nuevo régimen así surgido se caracteriza por su inexcusable
complicidad con el pasado y por su total ignorancia de "los problemas
fundamentales que aquejan a la Nación. Claro esta que esto no quita que tenga
la lucidez y la fuerza suficiente para restaurar la medieval Ley de Residencia
o aumentar las penas por los delitos de opinar o pensar, pero no para los de
coimear.
Como el país se empobrece vertiginosamente día a día, y más del 10 % de los trabajadores están desocupados, se llamo a elecciones. Hay conciencia de que la mayoría de la población es peronista y el remedio que se encuentra para solucionar el problema es proscribir al peronismo, no por temor a la vuelta de Perón sino por el sentido nacionalista y reivindicatorio de esas masas.
Por vez primera en nuestra historia, se ve a los jerarcas militares, civiles y eclesiásticos, en un manoseo permanente con los políticos para hacer y deshacer "frentes", los que serán respetados siempre que los mismos no ataquen los intereses petroleros de las poderosas compañías yanquis y a los compromisos contraídos con el Pentágono; de lo contrario, pasaran a engrosar la lista de los proscriptos.
Con actitudes semejantes, cunde el desaliento y el escepticismo
en la solución inmediata y se fortifica, en el hombre y la mujer de pueblo, la
certidumbre de una solución futura, imprecisa en medios y tiempo, "porque
esto no puede seguir así".
Esa solución será el movimiento que pudo haber sido la
U.C.R.I. y tal vez su programa no difiera en mucho de nuestro credo de
Avellaneda; en ella será rectora la generación que empieza a vivir, porque no entenderá
la discrepancia ideológica que separo, esterilizo y suicido históricamente a la
fuerza popular argentina.
Para esa generación esta escrito este libro. Es un libro
triste, lleno de cosas amargas; pero es un libro sin mentiras.
Si lo publicaba después de mi renuncia, podía traer consecuencias
imprevisibles sin aportar nada útil para el país, porque ya se sabia quien era
y que representaban Arturo Frondizi y su equipo. Si aparece ahora ante la opinión
publica, es porque los mismos actores, con los mismos engaños, pretenden legalizar
la monstruosa política de entrega efectuada a partir de mayo de 1958.
Es el momento de hacer conocer la biopsia del cáncer que
quiere comerse a la, Republica y, como hecho de fundamental trascendencia,
hacer que llegue esta historia a las limpias manos de nuestra juventud para que
aprendan en su relato como se pudo frustrar, por la traición, un movimiento
social y político que, estaba destinado a realizar el capitulo definitivo de la
liberación nacional.
Mayo de 1963.
Nota: (1) Cuando el Banco Central dice, en su Boletín Estadístico de marzo de 1963, que el producto bruto nacional fue en 1958 casi de 7 mil millones y en 1962, el mismo apenas supera esa cifra, no se puede ya hablar mas con seriedad del "desarrollo" frondicista.
Fuente: Introducción a "Politica de Entrega" de Alejandro Gomez, 1963 Editorial A. Peña Lillo.
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