Sr. Presidente
(Zanni). — Había solicitado la palabra el señor diputado por Buenos Aires.
Sr. Marini. — Señor
presidente: cuando no prospero la moción de orden del señor presidente del
bloque de la mayoría, la Cámara entro a abocarse al tratamiento de este asunto.
La consideración de los asuntos tiene fijado un orden tradicional,
de acuerdo con las disposiciones del reglamento de la Honorable Cámara: en
primer lugar, hablan los miembros informantes y, luego, los representantes de
los bloques, solicitando después la palabra muchas veces otros oradores. Señalo
al señor diputado Carrera en forma amable mi sorpresa al haber introducido en
el debate, inmediatamente después de escuchado el informe del miembro
informante de la mayoría de la comisión, la moción que ha propuesto.
Sr. Carrera. — Yo
simplemente me anote.
Sr. Marini. —
Pero estaba en su ánimo proponer la moción de orden de pasar a cuarto intermedio.
El discurso que ha pronunciado no estaba en sus cálculos, porque resulta la
consecuencia de algunas manifestaciones que había hecho el miembro informante
de la mayoría. Pido que se tenga en cuenta este episodio, que no es normal en
el desarrollo de un debate. La verdad es que la Cámara había dispuesto entrar a
considerar el asunto, y era lógico esperar los discursos de los demás miembros
informantes y la palabra de los representantes de sector. Si el señor diputado
Carrera consideraba urgente e importante la indicación de pasar a cuarto intermedio,
no debía hacerla antes de escuchar los demás informes.
Tenemos que ser realistas. No voy a dramatizar sobre este
asunto, dado que la votación de esta moción no solo termina con el sino con la actuación
de la Honorable Cámara en lo que resta de este periodo parlamentario. El señor
diputado sabe que en este momento no hay quórum en el recinto y que su moción
esta destinada a resolverse en un levantamiento de sesión.
Sr. Carrera. — Si
se llama para votar, puede ser posible que se logre quórum.
Sr. Marini. — Por
decisión de mi sector fui designado como único orador para plantar la posición
sobre este problema, por lo que podría introducir, un poco de contrabando, mi
discurso. Me apena que después de no haber hecho uso de la palabra, tal como lo
hubiera deseado, en el debate en general del proyecto, cuando se considero en
este cuerpo, no pueda hacerlo en esta oportunidad. Es un derecho legítimo que
reclamo. Quiero dar mi opinión sobre este asunto que ha de servir en algo al
esclarecimiento de nuestra posición.
Con relación a el se han expresado muchas cosas que han
inducido a error. Al respecto creo tener un pensamiento claro. Ya tendremos
tiempo, señor diputado Carrera y señores diputados de la mayoría, de estudiar
con amplitud el problema planteado cuando se debata la ley universitaria. Allí
se podrán expresar los conceptos que se tengan con relación al problema de la
educación.
En definitiva, la mayor parte del sector de la minoría —aun
no tengo bien hecho el recuento— no esta en contra de las universidades privadas.
Si lo estuviera, estaría en contra de la Constitución Nacional.
Sr. Carrera. — Y
de su propio partido.
Sr. Marini. — Y
de mi partido, que no ha hecho otra cosa que interpretar lo que dice la Constitución
Nacional.
Todos hemos dicho en este recinto que esta asegurado en la Constitución
el derecho de; enseñar y de aprender.
Sr. Schweizer. —
¿Me permite una interrupción el señor diputado?
Sr. Marini. — Si,
señor diputado.
Sr. Presidente
(Zanni). — Tiene la palabra el señor diputado por Santa Fe.
Sr. Schweizer. —
Indudablemente, la referencia del señor diputado se refiere a una postura
franca y decididamente contraria a la sostenida por el diputado que había.
Discrepo con la interpretación del señor diputado, porque el
enunciado de las garantías y derechos indicados en el articulo 14 esta condicionado,
como todos los demás, a las leyes que reglamenten su ejercicio. En este asunto
de saber quien es mas reformista, como ya lo he expresado, existen matices que
van desde la extrema derecha a la extrema izquierda en el campo de la reforma.
Mientras unos estudiamos el asunto con relación a los aspectos políticos,
económicos y sociales, otros se circunscribieron al campo puramente
universitario.
Estimo que la postura que yo he adoptado es la correcta. En
un pueblo nuevo que recepciona corrientes inmigratorias provenientes de todos
los ámbitos del mundo, no es posible entregar la formación de una cultura o
conciencia nacional a corrientes extrañas, cuando el Estado aun no ha logrado
concretarla en un sentido definido. Por eso no creo posible la existencia de
una sola universidad privada hasta que no se desarrolle la conciencia nacional
en toda plenitud.
Sr. Presidente
(Zanni). — Continúa en el uso de la palabra el señor diputado por Buenos Aires.
Sr. Marini. —Señor
presidente: todo lo que no esta prohibido, es lícito y esta permitido. Pero se
ha planteado un problema equivoco que no hace a la existencia de una institución
de enseñanza privada, sino que se relaciona con facultades que se vinculan con
la concesión de títulos habilitantes. Ese era el criterio del artículo 28, tal cual
estaba redactado en el decreto 6.403/55, que lo entregaba a una reglamentación.
Nosotros, por las razones que ha indicado en este momento el señor diputado
Schweizer, y por las muy fundadas que se expusieron desde el sector de la Unión
Cívica Radical del Pueblo, entendemos que a esta altura del acontecer
argentino, no puede entregarse a una universidad privada la facultad de otorgar
títulos habilitantes.
En la historia de la educación, de todos los tiempos, desde la
paideia griega, desde la humanitas romana, y luego, en su paso, a los pueblos
germanos —con su especial sentido de la educación impartida a través de la
gimnasia y la música, tendiente a formar el espíritu caballeresco—, o desde las
humanidades del renacimiento, se tuvo en cuenta la formación del espíritu
nacional, que nosotros, mas que nadie, tenemos la obligación de cuidar.
La verdad es que la universidad es una institución de espíritu
científico, que debe estar
independizada del Estado y de las religiones, de la Iglesia
y de todo otro poder. Por eso, se equivocan quienes hablan de monopolio estatal,
cuando plantean el problema desde el punto de vista de la reforma
universitaria, que reclama la autonomía y la autarquía de la universidad, a fin
de independizarla de toda influencia de tipo político, para ser lo que debe
ser: un conjunto magnifico de profesores, egresados y estudiantes. Estos tres
factores deberán estar unidos en el afán permanente de ir elaborando la concepción
de la universidad democrática al servicio de los grandes intereses nacionales,
que permitan la emancipación del hombre y el desarrollo de su poder creador.
Por esos ideales, se realizo la revolución universitaria de 1918, que permitió
a los estudiantes recorrer los países de America y decir que, a los estudiantes
argentinos los había besado en la frente un aleteo de libertad. Era una voz de
emancipación que se levantaba aquí, en las tierras argentinas; era una
verdadera revolución , que buscaba la transformación de los sistemas para
llegar a la autenticidad terrígena, como ha dicho algún autor, a la
autenticidad nacional, para independizarnos del espíritu de colonia, del espíritu
extranjerizante, para que no fuéramos como una especie de toldería tendida en
las márgenes del puerto a la espera de los bajeles extranjeros que habrían de
traernos la cultura que debíamos adoptar.
Estoy de acuerdo con el señor diputado Schweizer sobre la oportunidad,
pero más que nada...
Sr. Schweizer. —
No puede estar de acuerdo conmigo, porque yo no acepto la universidad privada.
Sr. Marini. — ...
quería decir que todo este asunto vinculado con la forma en que pueden actuar
las universidades de tipo privado, tenia que ser la consecuencia de un estudio,
de un examen y un análisis en que se tuvieran en cuenta todas las opiniones
argentinas.
Nosotros estamos en el trance de elaborar la ley
universitaria. Era allí, entonces, o con otra ley paralela, donde debíamos
fijar nuestros puntos de vista. Pero no es posible que vengamos a emparchar un
decreto ley que pertenece originariamente, al señor Dell' Oro Maini, y colocar
dentro de ese decreto ley —que deberemos luego reemplazar por una ley universitaria—
el principio que acuerda la posibilidad de existir, de vivir y de actuar a la
universidad privada.
Sr. Spangenberg. —
¿Me permite una interrupción el señor diputado, con permiso de la Presidencia?
Sr. Marini. — Si,
señor diputado.
Sr. Presidente
(Zanni). — Tiene la palabra el señor diputado por Santa Fe.
Sr. Spangenberg.
— Aunque en cierta manera ha pasado la oportunidad, deseo señalar al señor
diputado que, efectivamente, la reforma universitaria dejo afirmado un concepto
de autonomía de la universidad. Naturalmente, en países como el nuestro, donde
la sociedad todavía esta constituida por distintos estratos de capacidad social
y económica también diferente, el Estado tiene una función niveladora, una función
transformadora. Es lo único que, con este estado de cosas, podemos hacer nosotros
para producir una transformación que sea lo mas incruenta posible.
Por lo tanto, la universidad, que debe cumplir también en el
ámbito de la cultura una función social muy importante, tiene que ser una
universidad estatal. Esto no significa que deba sostener las ideas del gobierno
de turno, pero significa, si, que el Estado, en manos democráticas, le ha de
proporcionar la garantía y la seguridad necesaria para que la universidad en autonomía
científica y docente, ejercite dicha función social y transformadora.
Sr. Marini. — Y
en autonomía financiera, que es muy importante. Si la universidad tiene los
recursos que necesita en virtud de leyes que garantizan su permanente contribución,
podrá desarrollar todos sus altos y nobles fines sin tener- inconvenientes ni
preocupaciones, que es lo que ha venido ocurriendo durante tantísimos años.
Entiendo, señor presidente, que este es un problema de gran
trascendencia. Y lo es, por una sola y simple razón. Nosotros, como he tenido
oportunidad de señalarlo, hemos actuado siempre en esta Cámara con criterio de
bloque. Siempre la línea política marcada por los bloques daba por anticipado
el resultado de la votación. Pero ahora hemos roto los marcos y los esquemas de
los bloques, aquí y allá, porque nos hemos alineado según viejas y queridas
convicciones: unos, alentando siempre, sin ningún desfallecimiento, los caros
ideales de la reforma universitaria, y otros, sin abdicar, sin claudicar de
esos principios según su intima convicción, pero virando hacia otro lado, lo
que a mi juicio es una defección de los principios de la reforma universitaria,
si es que alguna vez la alentaron en su corazón.
Sr. Parodi Grimaux.
— ¿Me permite una interrupción el señor diputado?
Sr. Marini. — Con
mucho gusto, señor diputado.
Sr. Parodi Grimaux.
— Me parece que aquí se esta olvidando fijar con claridad un concepto. Se ha
sostenido que el problema de las universidades privadas no esta relacionado con
los principios de la reforma universitaria, y dicho eso así resulta
verdaderamente absurdo.
El problema de la reforma universitaria esta estrechamente
vinculado no solo a la existencia de las universidades privadas, sino que también
a la de las propias universidades estatales. Tanto es así que fue un movimiento
emancipador que se promovió contra la reacción, el oscurantismo y la
intolerancia que estaban guarecidos en estas últimas.
Por eso, todo cuanto hoy tienda a darle armas a las fuerzas
reaccionarias, significa una posición contraria a los principios reformistas,
ya sea que esos elementos de poder sirvan a las universidades privadas como a
las estatales. (¡Muy bien!; ¡Muy bien!)
Sr. Marini. — Lo
que acaba de señalar el señor diputado Parodi Grimaux, cuyos antecedentes
reformistas son bien notorios, puede merecer la aprobación de todos los que están
en esa misma corriente reformista.
En definitiva, señor presidente, se tratan de un problema de
legislación, atendiendo, por sobre todas las cosas, a los altos y fundamentales
intereses del país.
Estaba diciendo que si este problema ha transfigurado la formación
de la Cámara y roto los moldes de los bloques, es porque tiene algún sentido
profundo y hondo. De eso se trata. Tenemos la obligación de salvar aquello que
Ricardo Rojas llamaba el alma de la argentinidad. Decía días pasados que el
alma de la argentinidad ha estado siempre presente en nuestra historia patria,
porque el pueblo nuestro, en épocas duras y difíciles, compuesto en su formación
étnica por gauchos iletrados y conducido por caudillos violentos, fue muchas
veces superior a sus próceres e impuso su voluntad en las grandes jornadas de
nuestra historia.
Se ha dicho que el país no pudo organizarse hasta que no se
constituyo sobre bases federales. El país no pudo organizarse hasta que no se
dio su instrumentación jurídica que aseguraba su adhesión definitiva a la
democracia representativa y federal. Y nunca hubo problemas de tipo confesional
que entorpecieran el rumbo cierto del andar argentino, como no lo hay en este
caso, y cualquiera que quiera introducirlos estaría colocando en un plano falso
a la cuestión. Todos los grandes sacerdotes que actuaron en las gestas de la
independencia sirviendo al país, lo hicieron antes que nada como argentinos y
adscritos a la gran causa argentina. Algunos, como Justo Santa María de Oro y
Gorriti, lo hicieron inclusive en disidencia con las orientaciones del
Vaticano. Algunos llegaron a tener problemas de cismas y cayeron en excomuniones.
Sin embargo, cuando hoy recordamos a esos sacerdotes ilustres, nosotros y los
hombres de la Iglesia los consideramos grandes patriotas y olvidamos que
debieron ser juzgados en ese momento como heresiarcas. Es que siempre priva el
gran espíritu nacional, que tan bien cuidaban las viejas culturas helénica,
romana, de la Edad Media, del Renacimiento y de los tiempos modernos, porque
ese es el espíritu permanente que hace que un pueblo tome su personalidad. Así como
nosotros no queremos a individuos abstractos, todos iguales, sino que queremos
ver al hombre que se impone y sobresale por su jerarquía y talento, también
queremos ver a las naciones que marchen hacia su destino, empujadas por hombres
que tengan comprensión del desarrollo de un gran espíritu nacional. Por eso
digo que es una pena el sesgo que ha tornado este debate. Estamos definitivamente
de acuerdo con la derogación lisa y llana del artículo 28 del decreto nacional
6.403. Vamos a reiterar el voto que dimos en la primera sanción. No creemos
oportunas las reformas introducidas por el Senado ni aun en el caso de que ese
cuerpo haya mejorado el proyecto que sostuvo la minoría de la comisión en el
primer tratamiento. Entendemos de ese modo que damos ocasión de pacificar al
pueblo que ha reclamado en su gran mayoría, insistentemente, esa sanción. Si al
tratar la ley universitaria, a través del intercambio de opiniones surge algún espíritu
para dar estructura legal al sistema de las universidades o de las
instituciones privadas de enseñanza, prevalecerá el criterio de la mayoría, y
como criterio de la mayoría deberá ser aceptado por el pueblo argentino. Pero
nosotros tenemos que ser sensibles a una mayoría que esta en la calle, clamando
por los grandes principios de la reforma universitaria como clama por la
libertad en su concepto amplísimo, en su sentido creador, en su sentido
jerarquizador del hombre.
Digo, repitiendo alguna vieja figura, como en la manida frase
de Benedetto Croce: «La historia es la gran aventura de la libertad». También
Thiers nos ha dicho que hay una sola palabra que tiene jerarquía tan eminente
como para ser equiparada y colocada al lado de la libertad: esa palabra es la
gloria. Nosotros trabajamos para unir en este instante la libertad con la gloria;
la gloria de haber superado un momento difícil de la Republica; gloria de haber
hecho efectiva la comprensión de viejos ideales de la reforma universitaria
que, en definitiva, postulaba lo que se esta clamando en la calle, la libertad
de enseñanza, que fue uno de los postulados fundamentales de la reforma
universitaria. Gloria de poder unir al pueblo argentino sin sectarismos, sin
estamentos sociales distintos, sin limitaciones injustificadas. Eso únicamente
lo puede dar la universidad oficial —para darle algún nombre— que actúa en el
ambiente argentino con los principios que le insuflara la reforma universitaria.
Por eso digo que nosotros habremos alcanzado tan altas ilusiones e ideales si
derogamos el artículo 28 y cumplimos con la vieja finalidad de dar a este país
el sentido y la forma que hagan emancipar al hombre y lo preparen para
construir en paz y felicidad la grandeza de la Republica. (¡Muy bien! ¡Muy
bien! Aplausos.)
Fuente: "Debate de la Ley de Enseñanza Libre" (29 de septiembre de 1958)
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