Para SOMOS, Ricardo Balbín es un protagonista fundamental de
la historia política de los últimos 50 años. Y con los protagonistas
fundamentales SOMOS quiere hablar de algunos grandes temas: la democracia y el
sistema republicano, por ejemplo. Temas en los que el país tuvo más defecciones
que presencias. No se puede dudar del espíritu democrático que anima al líder
del radicalismo. Sin embargo, gran parte de la juventud que fue con esperanza
—muchos por primera vez— hacia un nuevo proceso político se vio sorprendida y
desbordada por la violencia y el manejo discrecional que se hizo de las
instituciones a partir de 1973 y hasta el 24 de marzo de 1976. Las elecciones
de 1973 tenían una apariencia republicana y entronizaron a un gobierno elegido
por la mayoría, pero terminaron en una parodia de democracia que puso a la
Nación al borde de la catástrofe. Esa misma juventud esperó en esos momentos
que el radicalismo —tantas veces definido como una fuerza moral normativa—
hablara en serio de democracia, jugara su rol de oposición sin claudicaciones,
mostrara el espíritu republicano que debe mover a los ciudadanos y a los
hombres públicos. La juventud no sintió eso. Por el contrario, sintió que el
radicalismo dejaba pasar en silencio graves circunstancias como la liberación
de los terroristas el 25 de mayo o la absoluta ausencia de clima democrático en
el Congreso, por dar sólo algunos ejemplos. ¿Por qué ocurrió eso? ¿Por qué el
radicalismo no exigió juego limpio? ¿Por qué no fue el ejemplo que la juventud
esperaba? Con estos interrogantes SOMOS abrió su diálogo con Ricardo Balbín.
—A esa juventud que, usted dice, no le dimos ejemplos, le
dimos muchos ejemplos. Lo que pasa es que en la Argentina ocurrieron muchas
cosas en los últimos 50 años que marcaron la conducta de los que como yo
sobrevivimos a todo eso. Hay cosas de las que yo no me puedo olvidar. Acá
sabemos muy bien lo que perdemos en una cosecha, en una inundación, en una
epidemia, pero no sabemos cuánto capital humano hemos perdido en el transcurso
de todos estos años. ¿Qué pasó por la mente de los jóvenes del treinta al
cuarenta y tres cuando iban a votar y les decían "ya votó"? Yo tenía
25 años, y supimos luchar y sobreponernos a esa deformación. Buscamos la
democracia. Llegamos al gobierno en 1963. Fueron 33 años, casi la mitad de mi
vida. . .
—Llegaron por una
proscripción. . .
—Es verdad. Pero fuimos mayoría en el Colegio Electoral. Pero
eso no cuenta. Lo que cuenta (porque hace a su pregunta) es que nosotros
habíamos dicho que en el país iba a haber proscripciones hasta que llegara el
radicalismo al gobierno, y cumplimos. Golpeamos las puertas de todas las
expresiones políticas sin excepción, incluso los que venían de la vieja
historia del treinta. ¿Por qué lo hicimos? Para ver de qué manera los
argentinos podían encontrarse en una mesa común aunque tuvieran razonamientos
diferentes. Y fíjese: los hombres que nosotros sacamos de la proscripción
llegaron al Congreso y allí se pusieron de acuerdo para condicionar siempre la
sanción de las leyes. Pero respetamos los derechos de cada uno, y el país iba
remontando. Le confieso que en ese momento, después de 33 años de lucha, yo me
dije: ésta es la fecha clave, de aquí en más vamos a perfeccionar nuestra
democracia. Y vino el golpe del '66, una zona gris de nuestra historia. ¿Dónde
están los protagonistas? ¿Qué dejaron hecho? Nada.
—Pero, acercándonos a
la historia más fresca, la Hora del Pueblo trajo más confusión que claridad
para la democracia firme que queríamos.
—No. Eso sería así si nosotros hubiéramos buscado un arreglo
político, una combinación con el peronismo. El arreglo lo hicieron todos menos
nosotros. El radicalismo fue solo a la elección, porque quisimos ser fieles a
la conciencia de la democracia representativa.
—Pero el único que
ganaba, políticamente hablando, era Perón.
—No hay que pensar que los éxitos sólo están en los
resultados exitosos. Las derrotas a veces tienen más virtud que los éxitos.
Nosotros quisimos hacer lo mismo que en el '62 y darle a esa juventud, a la que
usted dice que no le dimos ejemplos, un nuevo ejemplo de convivencia
democrática más allá de las discrepancias.
—Pero el país era
otro. Se había incorporado la violencia terrorista, y Perón no era ajeno a
ella.
— ¿Qué le dijimos nosotros a la juventud en la campaña
electoral? Le dijimos: "no violencia, hay que consagrar la convivencia
nacional, no se puede vivir de otra manera". ¿Y qué se decía en la otra
tribuna? "Acá están los que mataron a Aramburu". Y el país votó
libremente. ¿Por qué votó de esa manera? No está claro. Lo que yo sí sé es que
el peronismo nunca festejó su victoria, y menos la primera. Sin embargo la de
1973 fue vigorosamente festejada en el Barrio Norte.
—Pero a usted se le
seguirá criticando el haberse sentado a la misma mesa con Perón, porque de esa
manera avaló lo que Perón había hecho y haría.
—Se está especulando suciamente con la cooperación mía con
Perón. Había que dar ejemplos y amigar al pueblo, y nada más que por eso le fui
a hablar a Perón. Entre él y yo no hubo ninguna alianza, pero el pueblo se dio
la mano. Y para hacerlo tuve que dejar de lado muchos dolores míos.
— ¿No midió el rédito
político que le costaría ese paso?
—Lo medí. Pero no lo hice por interés, no lo hice por
cálculo. Lo hice por vocación. Hay algunos que dicen que yo salté un cerco. Es
verdad: salté una pared que dividía la misma propiedad. Pero yo vi una cantidad
de personajes que saltan varias veces los cercos buscando algo. Claro que
algunos están presos. . .
—Hoy ¿qué piensa
Balbín de Perón?
—Yo lo combatí. No participé de sus modos políticos.
Causamos profundas separaciones en el pueblo. Pero dejé mucho de lo mío, y tal
vez él haya dejado algo de lo de él, para poder conversar. Esa conversación, lo
sigo creyendo, fue una de las buenas cosas que ocurrieron en la Argentina.
— ¿Por qué no se
opusieron a la liberación de los terroristas el 25 de mayo?
—Yo creo que se desconoce o se oculta lo que realmente pasó
en el Congreso. Cuando se votó estaban todos los amnistiados en los palcos del
recinto. Ya estaban en libertad, y no fue un radical a sacarlos de la cárcel.
—Pero votando le
dieron fuerza legal a ese hecho.
—El radicalismo creía que había que terminar con los odios y
rencores, pero con un sentido legal. Y votó la amnistía pero con intervención
judicial. Es decir que eran los jueces los que debían determinar quién estaba
por un delito político y quién estaba por un delito de los otros.
—En general no se
recuerda una oposición enérgica del radicalismo en las sesiones del Congreso. .
.
—Lo que pasaba es que como no estaba la rivalidad enfermiza
de antes, los periodistas se aburrían y no publicaban los discursos. Pero es
imposible negar la discrepancia profunda que manteníamos, por ejemplo, con la
conducción económica. Alguno allí pudo haberse equivocado, pero el concepto de
radicalismo no se equivocó.
—Muchos le critican
también que en vísperas del golpe de marzo de 1976 usted haya hablado por
televisión.
—Yo supe de la revolución esa noche. Sabía que detrás de mi
silla estaban formadas las Fuerzas Armadas para tomar el poder en cuanto lo
decidieran, y que enfrente había un poder en descrédito, un poder insensible.
Pero también sabía que en el medio había un pueblo que no tenía la culpa.
Entonces le dije lo que tenía que decirle: no abandonemos la idea de la unión,
vamos a defender las instituciones hasta el último minuto porque por esa vía
puede que no se produzcan graves desencuentros. Y si todo se derrumba, en
alguna parte van a encontrar la bandera del radicalismo hablando de la unión.
—El golpe militar
vino a terminar con un gobierno corrupto.
—No sé qué era..., no era un gobierno, no había
posibilidades de gobernar. No creo que sea un agravio para nadie decir que el
noventa y tanto por ciento de la población estaba de acuerdo. En todos los
procesos anteriores el golpe militar fue a favor de alguien o de un sector.
Este, en cambio, encontró unida a la civilidad. Yo creo que a las 48 horas del
golpe se podrían haber unido todos los partidos políticos (menos algunos de extrema
derecha o de extrema izquierda) para encontrar una salida, porque había una
conciencia civil muy pura. Yo creo que se desaprovechó por no conocerla.
— ¿Con eso debemos
entender que usted quiere el éxito del Proceso?
—Ya lo he dicho. Deseo que se institucionalice el país en
ancas del éxito de este proceso, porque de ahí puede seguir una solución
perdurable que asegure la estabilidad de la vida democrática. En cambio, si nos
organizamos sobre la crisis del gobierno militar, no tendremos una solución política,
tendremos una salida para el poder que no será perdurable.
—Muchas veces se
habló de que los políticos no hicieron autocrítica de los errores que
cometieron. . .
—Estamos organizando cursos, seminarios, charlas, a los que
vienen las inteligencias y exponen sus puntos de vista. Y no sólo los
radicales, claro. Allí mostramos la historia, los desencuentros, qué se hizo
bien y qué se hizo mal. Y tratamos de convivir democráticamente, aun
discrepando.
— ¿Esa tarea de
esclarecimiento incluye una autocrítica personal? ¿Usted dice "yo me
equivoqué"?
—Yo no puedo tomar caminos que no tienen retorno y no puedo
comprometer el futuro del partido. Yo arrastro mis prédicas y mis convicciones
a través de mis años. Pero yo no sé si todo esto que estamos hablando y esclareciendo
ahora será lo que el partido piense una vez que se reorganice.
—Volviendo a la
juventud. No son pocos los que se muestran escépticos hacia los viejos
políticos, y eso lo toca de cerca.
—Yo estoy presidiendo al radicalismo porque me prorrogaron. Dicen
por ahí: "no se van más". Pero la verdad es que no nos dejan. Y lo
más grave es que durante esta prórroga no hubo posibilidad de que se exhibiera
ningún sector juvenil. Si durante algunos años hubiéramos cerrado el Colegio
Militar, no quiero pensar qué viejos estarían los generales. Nosotros nos
vamos, de eso no hay ninguna duda. Pero lo más importante es que vengan otras
generaciones, porque puede ocurrir que los jóvenes de hoy dentro de algunos
años estén viejos y solos. Y eso sería mucho peor.
—Pero usted sigue
siendo el número uno, y eso algo de vanidad siempre encierra. . —Mi única
misión es mantener al radicalismo intacto hasta que se reorganice. No tomar
ninguna determinación que lo pueda comprometer. Y para eso hay que dejar la
vanidad todas las mañanas en la mesita de luz, bajo llave y perdiendo la llave.
Y este camino que yo elegí ofende a los que no quieren vivir dentro de las
instituciones. La democracia, con todos sus defectos, tiene una serie de
controles, y cuando esos controles no existen la descomposición es más
factible. ¿O acaso si a ustedes les aseguran que nadie se va enterar, una
travesura no se manda?
—Pero esos controles
no funcionaron...
—No funcionaron los hombres. Son los hombres los que tienen
la culpa, no la institución.
— ¿Usted cree que
cuando cese la veda política nos vamos a llevar alguna sorpresa?
—Yo recorro mucho el país. Y estaba acostumbrado a estar nada más que entre partidarios. Ahora siento que estoy entre ciudadanos y ciudadanas, donde también, por supuesto, están mis partidarios. Y esa gente está interesada, quiere escuchar, y después se orientará. Yo creo que en el país se está produciendo un trasvasamiento de opinión, y un hombre que estuvo en el justicialismo puede cambiar, y uno que estuvo en el radicalismo también. Por supuesto, no creo que se repetiría ahora el fenómeno del '73 en el Barrio Norte. Pero esto que yo siento no se lo puedo demostrar a nadie porque no hay juego político. Yo creo que el radicalismo está mejor pero no se lo puedo comprobar. Y en este sentido creo que es un error del gobierno prohibir las reuniones. Esas reuniones (mejor que cualquier encuestita) les permitiría conocer cómo se está moviendo la opinión nacional. Y creo que nos llevaríamos una sorpresa.
—Yo recorro mucho el país. Y estaba acostumbrado a estar nada más que entre partidarios. Ahora siento que estoy entre ciudadanos y ciudadanas, donde también, por supuesto, están mis partidarios. Y esa gente está interesada, quiere escuchar, y después se orientará. Yo creo que en el país se está produciendo un trasvasamiento de opinión, y un hombre que estuvo en el justicialismo puede cambiar, y uno que estuvo en el radicalismo también. Por supuesto, no creo que se repetiría ahora el fenómeno del '73 en el Barrio Norte. Pero esto que yo siento no se lo puedo demostrar a nadie porque no hay juego político. Yo creo que el radicalismo está mejor pero no se lo puedo comprobar. Y en este sentido creo que es un error del gobierno prohibir las reuniones. Esas reuniones (mejor que cualquier encuestita) les permitiría conocer cómo se está moviendo la opinión nacional. Y creo que nos llevaríamos una sorpresa.
— ¿El peronismo se
puede adaptar a un proceso democrático?
—Era un movimiento vertical y ahora tiene que volverse
partido de abajo hacia arriba. Hay que dejarlo a ver cómo lo hace. Lo que yo
pienso es que históricamente todos los partidos argentinos se han dividido.
Hasta el socialismo, que parecía que no se iba a dividir, lo hizo. Nosotros
pagamos dos veces ese precio.
— ¿El peronismo se va
a dividir?
—Tiene que pagar ese precio.
—Aquí también hay que
hablar del gremialismo, doctor. Porque dentro del peronismo jugó un rol
decisivo.
—Nosotros deseamos la organización gremial con toda su
autonomía.
—¿Con una central
única?
—No nos alarman las centrales únicas en la medida en que se
limiten a hacer política gremial y nada más. El error de los últimos tiempos
fue haber organizado en partidismos a los gremios. Hay que dejar que
democráticamente se reorganicen y ver entonces qué pasa. Yo quiero gremios
fuertes para defender sus derechos y no gremios fuertes para hacer política
partidista.
—Pero sería ingenuo desconocer que una gran parte del gremialismo
es peronista.
—Lo son los hombres. Y lo son estos hombres, estos
dirigentes, que están prorrogados también por el gobierno. Ya van a aparecer
otros dirigentes. Yo pienso que también en el sector gremial se está
produciendo un trasvasamiento de opinión.
—¿Qué quiere decir
concretamente?
—Creo que muchos de los hombres que participaron en la
organización verticalista están de vuelta buscando una organización con sentido
democrático.
— ¿Qué es la
demagogia, doctor?
—En la mayoría de los casos es remar a favor de la
corriente. Cuando se dice: "les gusta, lo quieren, se lo damos. . ."
—Algunos piensan que
usted tiene algunos discursos en los que fue un poco demagogo…
—El dirigente sabe que si quiere ser honesto tiene que remar contra la corriente, porque generalmente la corriente termina en una catarata que lo destruye todo. En este momento querer pacificar, superar enconos y agravios, es remar contra la corriente. Yo elegí el camino más difícil: el contrario a la demagogia.
—El dirigente sabe que si quiere ser honesto tiene que remar contra la corriente, porque generalmente la corriente termina en una catarata que lo destruye todo. En este momento querer pacificar, superar enconos y agravios, es remar contra la corriente. Yo elegí el camino más difícil: el contrario a la demagogia.
—Yo me refería a otra
cosa. Usted sabrá que a algunos de sus discursos los han calificado de
guitarreo...
—Yo a veces hablo a los sentimientos de la gente, y no lo
hago por especulación. Lo hago porque lo siento así. Hay una tendencia a
mecanizar al individuo, y yo creo que lo defiendo prestigiando sus
sentimientos. Yo sé que algunos después de escucharme dicen: "no dijo
nada". Puede ser que no le haya dicho nada para una solución, pero le dije
todo lo necesario para prepararlo para futuras soluciones. Una vez, hablando
con importantes empresarios, les expliqué por qué este modo mío no era
demagógico. "Cuando usted está ante ochenta mil personas —les dije— tiene
que pensar que ahí hay cuatro o cinco mil que están angustiadas, que vinieron
solamente para ver si encuentran algo, buscan una ilusión. Y como uno lo sabe
entonces estira un poco más el argumento. Pero es simplemente para que no se
vayan con la misma angustia con que vinieron, porque en ese caso —les dije— a
todos ustedes los degüellan de parados".
—Haciendo un balance
de las elecciones de 1973, alguien dijo hace poco que no es verdad que la
mayoría nunca se equivoca.
—No comparto eso. Los que se equivocan son los hombres que
elige el pueblo.
—Lo que se quiere
decir es que el votante tenía datos como para pensar que la administración
peronista podía no ser beneficiosa.
—El que vota lo hace con la mejor buena voluntad, lo hace
para bien, salvo en los momentos en que el voto se transforma en un interés
personal, pero eso es muy mezquino. De cualquier manera esas elecciones son un
fenómeno social que alguna vez habría que estudiar seriamente. Por aquello,
también, de los que votan contra algo o alguien y no a favor de algo o alguien.
Yo quisiera que nunca más se votara así.
—El doctor Sebastián Soler nos dijo una vez que el radicalismo
confundía estado de derecho con elecciones.
—Yo tuve siempre un gran respeto por el doctor Soler, pero
no he participado jamás de sus ideas. Para nosotros el estado de derecho es el
juego normal de las instituciones, la división de poderes con los controles que
corresponden. De ninguna manera es lo mismo que la elección, porque el estado
de derecho está antes y después de la elección. Esto que vivimos ahora podemos
llamarlo estado legal, pero no es un estado de derecho. Yo prefiero llamarlo
estado de emergencia institucional.
—Se desprende de sus
palabras que una elección por sí misma tampoco garantiza un estado de derecho...
—Claro. La elección pone a los titulares, pero son las
instituciones las que valen por sí mismas y subsisten más allá del fracaso del
titular.
—Pasemos a un tema
económico. ¿Los radicales son estatistas?
—A nosotros los estatistas nos han endilgado eso. Pero yo
pregunto: ¿quién hizo la Junta de Granos o la Junta de Carnes? Nosotros creemos
en la actividad privada, pero también en el Estado promotor cuando hay algo que
el capital privado no puede hacer. Nosotros hemos defendido y defenderemos
siempre lo que se refiere a la riqueza natural del país que puede agotarse, y
lo que hace a la defensa y a la seguridad, como el petróleo. ¿Porque defendemos
el patrimonio de la nación somos estatistas? Así es muy fácil ser estatista. .
. Bueno, pero al menos no tenemos contradicciones. Yo pregunto: ¿quién modificó
el artículo 185 que dice que en defensa de los trabajadores la empresa en
quiebra había que tomarla, y se tomaron más de doscientas empresas? Nosotros no
fuimos. Y fíjese que ahora se están privatizando empresas que estatizaron antes
otros gobiernos militares.
—Hablando con usted
se escucha a menudo la palabra dependencia. ¿Es mala toda inversión extranjera?
—No. Pueden venir, pero para servir a las prioridades
argentinas.
—Las facultades que
usted le da en ese sentido al Estado son las suficientes como para que se
llame, a su política, estatizante.
—Para nosotros eso es un Estado Promotor, que no es
autoritario, y quiere también el esfuerzo privado.
—Algunos piensan que
después de Balbín el radicalismo entrará en crisis.
—Lo mismo decían —salvando las distancias— de Yrigoyen, y no
pasó nada.
—¿Cómo se concilian
líneas tan distanciadas como las de un De la Rúa, un Tróccoli, un Alfonsín o un
León?
—Esas personas, y muchas más, se distinguen en los modos de
actuar o de decidir, pero no pasa de ahí la cosa. Si usted le pregunta a cada
uno le van a dar una concepción radical perfecta.
—Pero parece que
algunos están mucho más a la izquierda que otros.
—Yo le aseguro que son los modos los que cambian. Y esos
modos le dan riqueza a la vida democrática del partido. Cuando la gente piensa
que el radicalismo está dividido es cuando está más unido que nunca.
—¿Tiene delfines
Ricardo Balbín?
—Yo desarrollé gran parte de mi vida partidaria en La Plata
y más de una vez podría haber digitado una elección. Pero eso iría contra todos
mis principios.
—Pero cuando haya que
elegir sucesor usted va a votar ¿no?
—Ya lo creo que voy a votar.
—No hace mucho
trascendieron algunas cosas que podrían hablar de su modo de manejar el
partido. Se dijo que algunos dirigentes radicales habían sido tentados para
asistir al diálogo con el gobierno. Se dijo también que usted se negó a esa
posibilidad.
—No es exacto. Fueron esos mismos dirigentes los que se
negaron, y además me informaron de los contactos dando un ejemplo de cohesión
partidaria.
—¿No hubo tirón de
orejas?
—Yo tiro de las orejas nada más que para los cumpleaños. . .
—¿No le molesta esa
fama de eterno segundo que tienen usted y el radicalismo?
—Hace años en un acto de una campaña, frente a miles de
personas en Plaza Once, yo dije: "Cuántos que vinieron a escuchamos, y
pensar que van a votar en contra. Pero yo sé por qué vinieron: para que no nos
vayamos nunca". Y le digo más. Si nosotros le hubiéramos insinuado a Perón
formar parte del gobierno lo hubiéramos hecho, pero no lo hicimos porque
teníamos que hacer la oposición. Eso preserva la democracia, y nosotros nacimos
para la democracia.
—¿Cómo es Ricardo
Balbín a los 76 años?
—Mi vida está un poco atravesada. Soy tímido, aunque no lo
parezca. Me gusta escuchar, aunque por lo general tengo que opinar. Me gusta el
campo y vivo en la ciudad. Me gusta la soledad sin ser enfermizo. Cuando no hay
nadie en casa la recorro para tener la sensación de presencia. ¿Será
meditación? Yo no lo quiero llamar así. Eso es para la gente importante.
Fuente: Revista SOMOS - Ricardo Balbin: ¿El último Caudillo? (octubre de 1980), Entrevista: Juan Carlos Araujo y Jorge Vidal digitalizado por Magicas Ruinas.
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