"Dicha renuncia que entra dentro de la calumnia, le es rechazada por la Convención y el doctor de la Torre se mantiene por mucho tiempo en el radicalismo"
5 de septiembre de 1897
Al señor Presidente de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical,
doctor Juan M. Garro:
Ruego al señor Presidente se sirva poner en conocimiento de
la Convención, mi renuncia indeclinable del cargo de delegado por la provincia
de Santa Fe. Doy a este acto el alcance de una separación definitiva del
partido.
El partido Radical, desde su origen, ha tenido en su seno
una influencia hostil y perturbadora, que ha trabado su marcha, que ha desviado
sus mejores propósitos y que ha convertido toda inspiración patriótica en
debate mezquino, de rencores y ambiciones personales.
Ha sido la influencia del señor Hipólito Yrigoyen,
influencia oculta y perseverante que ha operado lo mismo antes y después de la
muerto del doctor Alem, influencia negativa pero terrible, que hizo abortar
con fria premeditación los planes revolucionarios de 1892 y 1893 y que destruye
en estos instantes la gran política de la coalición, anteponiendo a la
conveniencia del país y a los anhelos del partido, sentimientos pequeños e
inconfesables.
Tengo la persuasión, de no decir en esto nada que no
conozcan los señores convencionales. Como el señor Yrigoyen no obra sino por
intermediarios, no ha sido siempre fácil caracterizar directamente en el la
responsabilidad de intrigas que se ejecutaban por su orden. Esto ha evitado el
escándalo lo que el partido conoce, no lo conoce el publico; un espíritu de
solidaridad explicable, ha hecho que todos ocultáramos esta vergüenza
domestica, y además, algunos sinceramente empeñados, abrigábamos la ilusión de
atraer a la obra común esta fuerza con calidades de acción indudables,
desperdiciadas en el afán obscuro de un proselitismo personal sin horizontes.
Yo he sido uno de los más constantes. He tenido con el señor
Yrigoyen innumerables conversaciones sobre la necesidad de que prestase a la
acción nacional algo de ese esfuerzo tenaz que recluye voluntariamente en la
provincia de Buenos Aires y he sufrido por este empeño amargos desencantos;
nuestra relación personal misma se ha resentido en ocasiones por alejamientos
violentos.
Todo lo subordina a las exigencias del estrecho límite en
que actúa y no concibe ni admite un sacrificio cuyo solo bien consista en
llevar un poco de esperanza a donde su dominio personal no llega.
En estas condiciones se han producido los sucesos políticos
del día, cuyo resumen es el siguiente. El señor Yrigoyen nos ha vencido con sus
calidades negativas de resistencia; ha defraudado las aspiraciones del país,
sin venir a la Convención, sin dar sus razones, sin exponer su política, sin
mostrarse frente a frente como adversario capaz de la polémica inteligente y
luminosa; no han llegado mas razones de su lado que la afirmación de odios
irreconciliables.
Con todo y por lo mismo que su acción secreta y silenciosa
deja escasos vestigios, ha de sostener mañana que no puede imputársele la culpa
y continuara con su acción perturbadora, robustecida por este éxito,
desprestigiando toda dirección nacional, toda iniciativa que pueda crear un
ascendiente ajeno al suyo dentro del partido y .pretendiendo rebajar las ideas
mismas que nos guían al nivel de esa jerga electoral sin nobleza, donde no hay
ni forma ni pensamiento y que sirve admirablemente, lo mismo para las
afirmaciones principistas sin sentido, que para catequizar adeptos y fundar
caudillismos que son anacronismo y una amenaza.
No estoy dispuesto a contribuir mas con mi modesto esfuerzo
a la acción de un partido, que siendo impotente para realizar los objetivos que
una inmensa mayoría sostiene y aplaude, solo sirve para que el señor Hipólito
Yrigoyen cubra con el prestigio de vinculaciones nacionales, su obra estrecha y
personalista.
Clausurar la Convención, como se proyecta, sin extirpar de
raíz esta causa permanente de choques, de intrigas y de anarquía, es decretar a
sabiendas la impotencia para el futuro. A eso no me resigno.
Estos últimos días hemos visto con espanto, la inconsciencia
morbosa que invadía al espíritu publico; hemos visto por todas partes
vacilaciones, egoísmos, defecciones increíbles, toda la resaca moral que
disgusta de la vida y yo saco esta consecuencia: merecemos a Roca.
Saludo al señor Presidente con mi mayor consideración.
Lisandro de la Torre
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