Speeker: Va a hablar a continuación el Sr. Homero Manzione, uno de los líderes del Movimiento Radical Revolucionario que postula la vuelta a Hipólito Yrigoyen.
Sr. Homero Manzione: Oyentes y correligionarios.
El viernes último el Comité de la Capital de la Unión Cívica Radical resolvió expulsar del partido a los afiliados Jorge Farías Gómez, Martín Irigoyen, Gabriel Kairúz y al que estas palabras pronuncia.
La ejecución política de referencia se cumplió sin conservarse el menor estilo de proceso por lo que se merece la dura calificación de monstruosidad jurídica. Al parecer, toda la acusación consistió en que esos cuatro correligionarios habíamos visitado al Presidente de la República. Dejo de lado la ridícula valorización del delito ya que será imposible conocer con precisión la norma partidaria que hayamos podido infringir con esa visita y quiero, solamente, destacar el trámite vicioso que conformó ese urgente proceso dentro del cual fuimos juzgados sin citación para ratificación de pruebas y sin oportunidad de defensa. Vale decir que fuimos victimizados por la mecánica de un procedimiento semibárbaro, reñido con las más elementales normas de derecho e indigno de una entidad cívica que pretende ser custodia, dentro del país y hasta en el mundo entero, de los atributos morales del hombre y de su libertad de opinión. Los mismos órganos de la dirección partidaria, tan celosos de la forma jurídica cuando la revolución del pueblo aventa a una Suprema Corte anacrónica y reaccionaria, tan apegados al respeto de los fueros humanos ante los fallos de algunos tribunales del mundo, en fin, tan ortodoxamente adheridos al derecho cuando entienden que ha sido violado por los demás, son los que, desde hace quince años, vienen consumando todo género de arbitrariedades con sus propios correligionarios, siendo una de sus últimas exteriorizaciones esta que culminó con nuestra expulsión que, por improcedente e injusta, indigna aunque no asombra a quienes conocemos la intimidad del “modus operandi”. No puede asombrar, pues sólo así, a golpes de violencia destinados a castigar el derecho de opinión radical, podrá seguir perpetuándose un comando antirradical y reaccionario. Pero debe indignar porque es dable pensar en lo que harían del país esos hombres si un día llegan al poder, con sólo aplicar los procedimientos que vienen usando con el partido y con sus afiliados.
Sr. Homero Manzione: Oyentes y correligionarios.
El viernes último el Comité de la Capital de la Unión Cívica Radical resolvió expulsar del partido a los afiliados Jorge Farías Gómez, Martín Irigoyen, Gabriel Kairúz y al que estas palabras pronuncia.
La ejecución política de referencia se cumplió sin conservarse el menor estilo de proceso por lo que se merece la dura calificación de monstruosidad jurídica. Al parecer, toda la acusación consistió en que esos cuatro correligionarios habíamos visitado al Presidente de la República. Dejo de lado la ridícula valorización del delito ya que será imposible conocer con precisión la norma partidaria que hayamos podido infringir con esa visita y quiero, solamente, destacar el trámite vicioso que conformó ese urgente proceso dentro del cual fuimos juzgados sin citación para ratificación de pruebas y sin oportunidad de defensa. Vale decir que fuimos victimizados por la mecánica de un procedimiento semibárbaro, reñido con las más elementales normas de derecho e indigno de una entidad cívica que pretende ser custodia, dentro del país y hasta en el mundo entero, de los atributos morales del hombre y de su libertad de opinión. Los mismos órganos de la dirección partidaria, tan celosos de la forma jurídica cuando la revolución del pueblo aventa a una Suprema Corte anacrónica y reaccionaria, tan apegados al respeto de los fueros humanos ante los fallos de algunos tribunales del mundo, en fin, tan ortodoxamente adheridos al derecho cuando entienden que ha sido violado por los demás, son los que, desde hace quince años, vienen consumando todo género de arbitrariedades con sus propios correligionarios, siendo una de sus últimas exteriorizaciones esta que culminó con nuestra expulsión que, por improcedente e injusta, indigna aunque no asombra a quienes conocemos la intimidad del “modus operandi”. No puede asombrar, pues sólo así, a golpes de violencia destinados a castigar el derecho de opinión radical, podrá seguir perpetuándose un comando antirradical y reaccionario. Pero debe indignar porque es dable pensar en lo que harían del país esos hombres si un día llegan al poder, con sólo aplicar los procedimientos que vienen usando con el partido y con sus afiliados.
Pero no se trata de un grupo de legos que desconozcan las
formas del derecho y a cuya ignorancia pueda imputarse tanta tropelía, ya que
son ellos, más o menos, los mismos que condujeron con sutiles pasos jurídicos
el arduo trámite de defensa cuando ante ese Comité fue elevada la acusación en contra de los
representantes del pueblo de la Capital que habían aprobado una famosa
prolongación de contratos con cierta también famosa empresa de energía
eléctrica. No es por ignorancia, no, que hemos sido decapitados. Todo lo contrario.
Ha sido una aguda y perversa sabiduría la que nos condujo hacia el patíbulo con
el evidente propósito de ahogar en nuestro clamor, el clamor de los radicales y
de atemorizar en nuestro espíritu al espíritu del partido, cuya potenciación
revolucionaria ellos conocen y ellos temen.
Falta, sin embargo, que aclaremos ante los radicales la
sustancia del delito que se nos imputa. Es por ello que he resuelto hacer un
alto a mis jornadas de hombre de trabajo para ocupar esta tribuna y hacer desde
ella nuestra confesión y el análisis de los antecedentes que explican nuestra
conducta.
El radicalismo cayó del gobierno por obra del 6 de
septiembre, operación material que remató un proceso de agitación promovido por
todas las fuerzas antirradicales, antirradicales y antirevolucionarias del
país, y encabezado por los radicales apóstatas que habían abandonado a Hipólito
Yrigoyen y al pueblo de Hipólito Yrigoyen. Cuando las tropas salieron del
cuartel ya había sido lanzado el manifiesto sedicioso de los “cuarenta y cuatro”,
entre los que figuraban, cuándo no! las firmas de los doctores Laurencena y
Mosca.
Consumado el hecho, por desinteligencias de reparto y de
botín, esos mismos promotores se plegaron sobre la Unión Cívica Radical,
comenzando a efectuar la segunda parte del plan operativo, que consistió en
desalojar del comando al elenco yrigoyenista y de la programática del partido
al numen de la revolución.
Del éxito de ambas operaciones en adelante comienza la era
del fraude y mientras surgían para la Nación gobernantes al margen de la
voluntad popular, se entronizaban en el partido comandos al margen de la
voluntad radical. Desde la trágica combinación de esas dos frustraciones, la
Argentina comenzó a vivir un tramo de su historia que habrá de reconocerse para
siempre como la etapa de la decadencia moral, dentro de la cual, a la entrega
del patrimonio nacional y al proceso de inferiorización del hombre, se sumó el afianzamiento
de una casta insensible a los desesperados reclamos de los humildes, de los probos
y de los patriotas. ¿Qué hicieron los que hoy combaten sin cuartel a la
revolución del pueblo, frente a aquella suprema traición? Levantar
oportunamente la abstención revolucionaria y entrar en el camino electoralista
para legalizar con la presencia de las insignias radicales la instrumentación
del estatuto del coloniaje, entregador de nuestra soberanía económica y de la
felicidad de los trabajadores argentinos. Francotiradores del radicalismo,
agrupaciones espontáneas de la juventud, individualidades solitarias y puñados de
patriotas estudiosos, en medio de la culpable indiferencia de todos los
comandos, señalaron el siniestro connubio, sembrando desde las cárceles y desde
las persecuciones las semillas de la revolución reparadora que habrían de
germinar después de trece años de pesimismo y de angustia, cuando la Revolución
del 4 de Junio anunció el nuevo despertar de la Nación.
A esa revolución adhirieron con premura los despavoridos
diputados del radicalismo electoralista que nada habían hecho por su advenimiento.
La Revolución del 4 de Junio pudo derivar en un motín
sedicioso e intrascendente si el entonces coronel Perón no la hubiera
preservado de la desviación, atrayendo a las masas postergadas que eran nada
menos que todo el pueblo argentino y recibiendo de esas masas el aliento de su
empresa. En ese acto histórico de entendimiento, Perón y el pueblo, al margen
de la incomprensión de los comandos, signaron el heroico y tácito contrato para
desandar juntos todas las injusticias internas y para recuperar juntos todas
las entregas. El motín se había transformado en Revolución y fue en ese
instante, en ese preciso instante cuando se agudizaron inesperadamente las
divergencias entre el comando radical y el comando de la revolución y aquellos
dirigentes que en la mañana del 4 de Junio corrían detrás del general Ramírez
dispuestos a otorgar su adhesión a un motín sin programa; fueron los mismos que
comenzaron a luchar contra el programa revolucionario ya formulado por el
coronel Perón. Los jerarcas radicales vieron con estupor que se caían las anteojeras
ajustadas al pueblo argentino y, entonces, se replegaron otra vez en el partido
radical reanudando sus maniobras antirrevolucionarias.
Como primera medida establecieron que sería expulsado de las
filas todo radical que trabara contacto con la revolución, y como fueran
incontables los radicales que vieron en ella el instrumento de la restauración
argentina, también resultaron incontables las decapitaciones ejercitadas por
los verdugos del Comité Nacional.
El terror anuló la libertad de opinión y dentro de ese
clima, con la intervención de ideologías antagónicas, se perpetró el mayor
fraude que registra el historial del partido.
Hasta el gran radicalismo de la provincia de Buenos Aires,
el gran radicalismo de la provincia de Buenos Aires de estructura yrigoyenista
y de espíritu intransigente, por arte de birlibirloque, entregó a la Convención
Nacional un manso lote de delegados que expresaron todo lo contrario de lo que
ese radicalismo sentía y quería. Detrás de ese fraude se eligió una fórmula
antipopular y se le dio forma definitiva a la unidad democrática. El comando de
la apostasía creyó consumada su victoria, sin advertir que el electorado
radical iba a votar en contra de aquellos candidatos. Era lógico. El radical de
pueblo, en vista de que el radicalismo sólo ofrecía soluciones antinacionales,
decidió abrazar al candidato de la Revolución para convertirlo en su propio
candidato, intuyendo el rumbo en la hora del desconcierto. El 24 de febrero
trajo su enseñanza y la insobornable vocación revolucionaria del pueblo dio su
apoyo al hombre que creyó en el pueblo y a su programa reparador.
Comenzó la nueva era institucional.
El nuevo Presidente enunció sus planes al país y el organismo renovador llevó su conmoción a todos los sectores de la vida nacional.
Debemos aclarar, honradamente, que gran parte de la concepción revolucionaria no sólo coincide con los grandes enunciados del radicalismo sino que proviene de él. Por ello no queremos compartir la postura de oposición sistemática y recalcitrante asumida por el comando radical y por el bloque de diputados nacionales del radicalismo. La revolución tal vez no necesite los votos de esos diputados ni nuestra opinión, puesto que posee mayorías propias. Pero nosotros necesitamos que la Unión Cívica Radical no caiga, por un peligroso juego de oposición antiperonista, en un campo reaccionario y antirradical. Por eso fuimos a entrevistar y a conocer el pensamiento del Presidente Perón y por eso declaramos que lucharíamos para que el partido se convirtiera en el reaseguro de la salvación moral y material del hombre argentino, de la ciudadanía y de nuestro patrimonio. Entendemos que la política no es un torneo deportivo donde siempre se baja a la arena para derrotar al adversario. Cuando en política el adversario ocasional o permanente puede dar cumplimiento a los mismos principios a que nosotros aspiramos, sólo cabe secundar e impulsar su realización. De lo contrario estaríamos bregando por hegemonías meramente individuales que sólo interesan a las personas, pero que son ajenas al destino de los pueblos.
Perón, como dijo Farías Gómez, es el reconductor de la obra
inconclusa de Hipólito
Yrigoyen. Mientras siga siendo así y nosotros continuemos
creyéndolo, seremos solidarios con la causa de su revolución, que es
esencialmente nuestra propia causa. Para ello no tenemos porqué abdicar de
nuestro radicalismo, ni porqué sumarnos al movimiento peronista. Cuando
entendamos que la orientación fundamental esté en peligro de desviación,
trataremos de seguir la empresa revolucionaria que él ha sabido concretar en este
momento, para lo cual contaremos con una conciencia acreditada por el
sacrificio y el renunciamiento que implica ésta, nuestra adhesión. Quienes
procedan en contrario y emprendan la senda antirrevolucionaria aunque sean
empujados por ambiciones políticas, corren el riesgo de encontrarse al lado de
lo que ahora combaten, si lo que ahora combaten, en un día malhadado dejase de
ser revolucionario.
Esta posición, así confesada y esclarecida, constituye todo
nuestro delito de leso partidismo. Y ese delito es lo que movió la sanción
fratricida del Comité de la Capital.
Los correligionarios, después de oírnos, podrán juzgar
nuestra conducta. Ellos sabrán estimar si estamos en la línea radical o fuera
de ella, cuando nos vean prestar nuestro asentimiento a la política de justicia
social, de reivindicación económica y financiera, de soberanía nacional, de
neutralidad, de propulsión industrial, de exterminio de los monopolios, de salud
pública, de renovación universitaria y de afianzamiento de una cultura elaborada
con auténticos elementos del alma argentina.
Ellos sabrán también justipreciar nuestro radicalismo, cada vez que elevemos un reclamo o una sólida advertencia ante las posibilidades de desviación del movimiento que Perón conduce.
Quienes nos tildan de opositores, se equivocan. Quienes nos
tildan de oficialistas, también. No somos ni oficialistas, ni opositores. Somos
radicales revolucionarios.
El pueblo argentino, en elecciones libres, ha dicho su
última palabra. Que la desoigan los espíritus insensibles para esa entonación,
nos parece inevitable, pero que permanezcan intencionadamente sordos los que
han afinado el alma para su sintonía, se nos antoja incongruente y desleal.
Ellos, nuestros correligionarios, solamente ellos, tendrán sinceridad y fuerza suficientes para expulsarnos si entienden que somos malos argentinos, ya que ser radical, es, por sobre todas las cosas, aspirar a ser un argentino intachable.
Nada más señores!
Fuente: Tablas de Sangre del Radicalismo, alocución del Sr. Homero Manzione por Radio Belgrano tras ser expulsado de las filas del Radicalismo de La Capital Federal junto a los dirigentes Jorge Farías Gómez, Martín Irigoyen, Gabriel Kairúz tras haber mantenido una entrevista con el señor Presidente de la Nación Gral Juan Domingo Perón, 16 de Diciembre de 1947
Uno de los grandes Patriotas, don Homero Manzi.
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