Vive su muerte, de la misma manera que murió su vida. Esta
fue erguida presencia de limpia civilidad, al lado del pueblo, reclaman- dolo
presente en el proceso de construcción del destino nacional, lección permanente
y constante que no hay que olvidar cada vez que quiera presentarse al país un
ejemplo de conducta.
Para el hombre del llano es reclamo permanente de justicia y
de legalidad. Al poder que niega la democracia, que no deja elegir, lo enfrenta
sin cansancios y sin miedo. Busca por el camino de la revolución, el sufragio;
sacude en la rebelión las caducas estructuras del régimen y no hay sacrificio
que no haga.
Cuando su esfuerzo triunfa, dice que su lucha no fue para
ser gobernante; pero tiene que serlo, porque así lo impone la voluntad popular
que había encontrado su líder leal y puro.
Entonces se pone a hacer y demuestra que el político es más
que definición: es acción. Arde en la pasión de recuperar los tiempos perdidos;
inaugura en el país la justicia social; el sufragio cobra la jerarquía anhelada
y la soberanía popular impera.
Acento distinto y tónica nueva le dan al país la dinámica
creadora que es posible cuando el pueblo actúa, cuando no se le margina, cuando
vive en la libertad, cuando puede pensar y decir, cuando puede trabajar.
Todo es distinto en la Nación. Las fuerzas negadoras del
sufragio se asombran: han empezado a comprender pero, claro, no han de sentir
el espíritu ni el mensaje de la hora.
Yrigoyen desplaza al núcleo del privilegio y arrolla al
poder de la fuerza para ofrecer el vigor de la justicia, la vigencia de los
derechos y la plenitud de las garantías constitucionales.
El hombre ya no esta marginado, es protagonista vigoroso de
la historia, se exhibe alto en la escena, piensa, trabaja y decide: no es el
ausente de antes sino el autentico realizador del momento.
Yrigoyen esta cumpliendo con las postulaciones de su larga
lucha. Los acostumbrados a prometer y que nunca habían cumplido, se encuentran
con que se ha quebrado la antigua norma del engaño y entonces cierran filas
para cavar los cimientos de la construcción en marcha, en procura de la recuperación
de los privilegios perdidos. Y vendrá lo que la nación conoce. Y lo que es más,
lo que el pueblo ha padecido.
Una generación que sintió en el instante de la quiebra
institucional el fervor que el redo caudillo había puesto en la lucha, para
alcanzar las metas postergadas; recogió sus banderas y reinicio sin cansancios
y con fe la pelea por la reconquista.
A esa generación pertenece Silvano Santander, que cumple
ahora el antiguo deseo de publicar un libro sobre Hipólito Yrigoyen. Aquí está.
Avatares diversos fueron prorrogando la fecha de su satisfacción, todo eso que
el país ha vivido y sufrido, que no dejo tiempo para las meditaciones, que unas
veces fue cárcel y otras exilio, y siempre vigilia acuciada de zozobras y
ansiedades.
El quería situarlo a Yrigoyen en la realidad, tal como era,
como lo conoció, como lo vio, en sus virtudes y en sus sentimientos, en su
obra, en su pasión argentina de progreso, en sus hechos democráticos, en sus
hondas preocupaciones;, en su sensibilidad, y en su visión histórica, condición
esencial del hombre político que el gran caudillo tuvo como pocos.
No entra pues en la alabanza exagerada. Aporta hechos,
exhibe la gravitación del gran líder, del hombre que une sus postulaciones del
llano con la realidad del gobierno; que siente y defiende el destino del
hombre, que busca compartir con el la responsabilidad del quehacer.
Como por sobre todas las cosas, Silvano Santander es periodista, hace síntesis y narra bien. Por eso, en algunos pasajes de este libro, logra una emoción que fluye limpia y ubica a Yrigoyen en la grandeza de sus sentimientos y en la preocupación del país. El espíritu de su tiempo aparece sin deformaciones y el mensaje a la generación que habrá de recoger sus banderas, tiene vibración de proclama.
Como por sobre todas las cosas, Silvano Santander es periodista, hace síntesis y narra bien. Por eso, en algunos pasajes de este libro, logra una emoción que fluye limpia y ubica a Yrigoyen en la grandeza de sus sentimientos y en la preocupación del país. El espíritu de su tiempo aparece sin deformaciones y el mensaje a la generación que habrá de recoger sus banderas, tiene vibración de proclama.
El libro, construido dentro de la línea de su tradición polémica,
por cuanto Santander, siempre combatiente, no puede eludir de ningún modo la fluencia
de su fervor democrático de todas las horas, es tan justo homenaje a quien
tanto hizo por Argentina. En largos días densos de acontecimientos plenos de
angustia en la Republica, que fueron la consecuencia de la quiebra institucional de 1930, ha ido el autor
viviendo, pensando y haciendo sus páginas. Viviéndolas sobre todos; par eso han
surgido así, con vibración de acontecimiento.
Ricardo Balbín
Fuente: Ricardo Balbín Prólogo "Yrigoyen" de Silvano Santander, 1965.
No hay comentarios:
Publicar un comentario