Nada mas inexacto; en 1986 la presencia de Yrigoyen en la política
argentina sigue siendo algo vivido y palpitante. Para mi, don Hipóito es un ser
de carne y hueso que rescato de los recuerdos de mi infancia. En efecto, mis
abuelos —don Antonio Gayoso y dona Luisa Gil— ambos españoles, integrantes de
ese ciclo hispano de inmigrantes, que conjuntamente con el ciclo itálico
produjeron un fenómeno espiritual: el que Albino Pugnalin denomina la versión
argentina de la latinidad , en las largas sobremesas me fascinaban con los
relatos sobre don Hipólito: el político romántico que enfrentó en duelo a don
Lisandro de la Torre y le obligo a llevar barba por las heridas inferidas; el
belicoso comisario de Balvanera; el presidente altivo que no se doblegó ante
las más importantes potencias de su tiempo; la tarde aciaga de setiembre en que
una turba enardecida destrozo su humilde vivienda; su defensa ante la Justicia
que realizó en su destierro en la isla de Martín García; la multitud acongojada
que acompaño sus despojos mortales al cementerio de la Recoleta . No me
sorprende que la juventud de su tiempo haya sido atraída por ese político, tan
distinto en su actuar a sus predecesores, cuando una niña que todavía no sabia
leer ni escribir, prefería las historias y anécdotas de don Hipólito a los
cuentos y entretenimientos propios de su edad, narradas por dos extranjeros que
idolatraban al caudillo radical.
A Hipólito Yrigoyen mas que como a un mito habría que
considerarlo como la gran esperanza para muchos argentinos, en especial para la
juventud, que no podía entender las componendas políticas y aspiraba a que su
sufragio fuera respetado y no desnaturalizado como ocurrió hasta 1912.
Albino Pugnalin, señala que Hipólito Yrigoyen misterioso y apologético,
era ya, antes de ser exaltado a la presidencia de la Republica en 1916, no el
guerrero en busca de fama, ni el estadista de moralidad oportunista, sino que,
para las imantadas y adivinadoras nuevas muchedumbres argentinas formadas por
gentes de todas las estirpes, Yrigoyen era el hombre del destino para llevar a
ese pueblo a la tierra prometida...
Marcelino Ugarte, Lisandro de la Torre, Juan B. Justo e Hipólito
Yrigoyen fueron, según Pugnalin, las figuras representativas de la vida cívica
argentina a partir de 1912. Marcelino Ugarte, representaba la tendencia
evolucionada del saenzpeñismo; Juan B. Justo con la bandera roja al tope,
representaba la dinámica lucha de clases de la revolución internacional del
socialismo, y para Hipólito Yrigoyen, como el mismo lo expresara, "su
militancia fue la expresión de un desagravio al honor de la Nación" y su
"credo el de la restauración de su vida moral y política". Yrigoyen
con estas palabras defendía la libertad y pureza del sufragio, cuyo incumplimiento
determina las abstenciones radicales en los comicios, y la soberanía argentina
ante cualquier país del mundo por poderoso que este fuera. Y lo cumplió con
creces. .
Para Roberto Etchepareborda, Yrigoyen fue el exponente de-
una época de la vida argentina: la de la transición de la política bravia, casi
de montonera, a la del amplio juego de la libertad. Dirigiendo sus pasos a esos
altos objetivos. Por más que se intente, por más que se quiera encontrar
errores en su conducción política o falencias en su labor de estadista, nadie podrá
negar los ideales por los que estaba inspirado.

Fuente: Yrigoyen y la juventud de su tiempo de la Profesora Liliana Nilda del Boca em Arturo Frondizi "Historia y Problematica de un Estadista" Tomo III El Politico su actuación en la UCR (1930-1957), 1986.
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