El advenimiento de este régimen fue posible solo por la
crisis del Radicalismo, que trajo la crisis de nuestra democracia. Sus
direcciones accidentales habíanse apartado de su deber histórico. Soslayaron la
lucha contra las expresiones nacionales e internacionales del privilegio y favorecieron
de este modo, su predominio en la vida argentina. La infiltración de tendencias
conservadoras pospuso la defensa combativa de los derechos vitales del hombre
del pueblo y de las exigencias del desarrollo nacional, a las conveniencias
particulares de un sistema de intereses creados, adueñándose de los resortes de
conducción. Este sistema jamás reflejo el pensamiento de Radicalismo. Pudo mantenerse
bloqueando la voluntad de los afiliados, a quienes excluyo de las resoluciones
fundamentales y mediante la invocación de sentimientos de solidaridad, agitados
como escudo para proteger su política de hechos consumados, en los trances de reacción
provocados por sus defecciones. Así, este sistema, desleal al país, sofoco las persistentes
demandas de rectificación, alejo a la juventud, creo el clima de la decepción
popular, desarmo el espíritu del hombre del común y precipito a la situación
actual, prestando la mayor contribución al establecimiento de los discrecionalismos
que desde 1930 humillan a la República.
Esos factores desviaron la trayectoria histórica del
Radicalismo y condujeron a la angustiosa realidad argentina. El pueblo radical debía
removerlos, como primera etapa de una verdadera solución nacional y reconstituir
en la Unión Cívica Radical la milicia intransigente de los derechos y libertades
populares. Tal fue el objetivo del Movimiento de Intransigencia y Renovación,
movimiento interno, de ideas y no de hombres, que aspira a unir a los radicales
en la conducta y en la doctrina, y que ha promovido este renacimiento de las
esencias del Radicalismo que moviliza las mejores esperanzas argentinas. La Unión
Cívica Radical enfrenta la última etapa de su crisis, en esta hora de su reconstrucción,
que querernos profunda. Plantea un dilema decisivo en la suerte del país. O un partido
que podrá llevar su nombre pero en negación del espíritu radical, que es el que
ansían los intereses conservadoras, o sea la permanencia del drama argentino: o
un Radicalismo fiel a su origen y a su entraña popular, cual lo sienten lo
argentinos con vocación de justicia. A ellos compete la dura tarea
Deberán rehacerlo desde sus bases, en la afiliación. El
pueblo que se incorpore a los registros radicales, en quien creemos y
confiamos, prestara este servicio eminente a la causa radical. Sabrá impedir
las tentativas del resurgimiento del sistema que frustro las perspectivas de
nuestra democracia y al reinstalar la orientación popular en la fuerza histórica
de Alem e Yrigoyen, dotara al país del gran instrumento cívico de su construcción
nacional y de la liberación política, económica y cultural de los trabajadores
y productores. Solo un Radicalismo de este sentido, renovado y reestructurado
con nuevas ideas y nuevos procedimientos, que recoja el aliento de la época y
la voluntad de elevar el contenido moral de nuestra vida publica, podrá
realizar el país del mañana, forjar el progreso nacional y el bienestar social
y edificar un régimen de verdadera libertad y de verdadera justicia, que
contemple como valores esenciales a la dignidad y al pleno desarrollo de la
vida y la felicidad de cada ser humano.
Fuente: "El Radicalismo Un Siglo al Servicio de la Patria" Giacaboen-Gallo, 1991
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