La Unión Cívica Radical, otrora partido popular, cuando era
conducido por Hipólito Yrigoyen, hoy es un típico partido de la clase media que
actúa desde 1945, como un verdadero frente antiperonista.
Una interpretación común de la historiografía argentina
sostiene que el radicalismo permitió el acceso de las clases medias al
escenario político nacional. Yrigoyen habría llegado al poder, en 1916, con los
votos de los hijos de los inmigrantes.
En realidad, esta es una verdad a medias. En el radicalismo
argentino siempre convivieron dos expresiones o tendencias. En el 90, los
revolucionarios del Parque nuclearon a viejos nombres tradicionales
(provenientes de la oligarquía terrateniente) los Zuberbühler, Alvear, Beccar
Varela, Torino, Montes de Oca, con los provenientes del Partido Republicano y
del ala "orillera" del alsinismo, cuya expresión fueron Alem y
Aristóbulo del Valle. En el radicalismo siempre convivieron los hijos de los
inmigrantes, los sectores medios y no pocos terratenientes y oligarcas del
viejo patriciado. Ricardo Rojas, al incorporarse a las filas radicales, dijo:
"Fui al radicalismo y me encontré con los hijos de los inmigrantes y los
nietos de los próceres". Frente al acuerdo con el roquismo, Alem proclamó
su oposición con el régimen oligárquico: "Yo no acepto el acuerdo, soy
radical en contra del acuerdo: soy radical intransigente".
Hipólito Yrigoyen reafirmó en 1897 la intransigencia radical
y desde entonces hasta 1933, año de su muerte, fue el conductor partidario. En
el Manifiesto de la revolución radical de 1905 denunció a "los capitales
extranjeros acostumbrados a pasar por alto nuestra soberanía y a obtener
suculentos réditos por los capitales invertidos". Al mismo, tiempo, el contraponer
la causa (popular) contra el régimen (oligárquico), marcó la diferencia entre
los sectores populares y la élite gobernante.
Pero el origen ambiguo de esa fuerza popular, permitiría
distinguir en su historia, aquella ambivalencia de los comienzos: lo popular
yrigoyenista y el ala "galerita" (o conservadora).
Marcelo Torcuato de Alvear primero, el radicalismo
antipersonalista, el unionismo de los años cincuenta, después, caracterizará
las limitaciones de la Unión Cívica Radical y sus contradicciones sociales y
nacionales. Por el contrario, el yrigoyenismo,
FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina),
la intransigencia liderada por Moisés Lebensohn, marcarían el rumbo de la
tendencia nacionalista- democrática.
En 1956, al dividirse el radicalismo en dos partidos, la
Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP) y la Unión Cívica Radical Intransigente
(UCRI), esa contradicción jugaría un papel fundamental. Lo paradójido es que la
UCRI (Arturo Frondizi y Oscar Alende) dejó sin efecto el programa nacionalista
en 1961. La UCRP conservará hasta ahora la sigla UCR (Ricardo Balbín, Arturo
Illia, Raúl Alfonsín, Luis León, Fernando de la Rúa). La UCRI se dividirá en
tres partidos: el Partido Intransigente (Oscar Alende), el Movimiento de
Integración y Desarrollo (MID), liderado por Arturo Frondizi y Rogelio
Frigerio, y Línea Popular (Guillermo Acuña Anzorena).
El radicalismo, como otras fuerzas políticas tradicionales,
parece haber entrado en una profunda crisis de identidad. Es muy posible que un
realineamiento de la política nacional le obligue a definiciones muy concretas
en materia de organización del Estado, programa económico, y en donde los
viejos postulados de la libertad del sufragio - por cierto, fundamental en una
democracia -, no alcancen para comprender la realidad de un país trabajado por
profundas contradicciones. La actual realidad nacional y latinoamericana, quizá
exija una realidad mucho más concreta que la que Yrigoyen vislumbraba a
principios de siglo.
El "mito alfonsinista"
Básicamente, dentro de la UCR hay tres corrientes o
sectores: Línea Nacional (o balbinismo), reúne a los sectores tradicionales del
viejo radicalismo, entre otros, Antonio Tróccoli, Carlos H. Perette, Carlos
Contin, Fernando de la Rúa, César García Puente, Juan Carlos Pugliese. El
Movimiento Renovación y Cambio (alfonsinismo), en sus comienzos, hace una
década una tendencia juvenil teñida de izquierdismo liberal muy difuso, ahora
evoluciona a una hibridez ideológica y política.
Actúa en lo interno junto a la Línea Córdoba (Víctor
Martínez). Finalmente, debe mencionarse al Movimiento de Afirmación
Yrigoyenista (Luis A. León), el menor de los sectores, pero con concepciones
muy bien definidas. Quiere hacer de la UCR un partido policlasista. Plantea
atraer, por lo menos verbalmente, a los sectores obreros a las filas radicales.
Es claramente tercermundista y no alineado. Tiene aspectos populistas.
El alfonsinismo, que lidera Raúl Alfonsín, aparece como un
movimiento democratista, que busca popularizar al electorado - enfrentado
frontalmente al peronismo - y colocarlo en la disyuntiva
peronismo/antiperonismo. En este sentido, está mucho más atrasado políticamente
que el balbinismo (que aparecía como un sector mucho más moderado). Balbín
trató durante los últimos años de su vida, de superar la falsa antinomia
peronismo/antiperonismo, ya que se trata de una polarización sobre la base del
enfrentamiento de los sectores populares (peronistas) con la clase media
(radical), recibiendo esta última el apoyo de la oligarquía y el imperialismo
deseoso de parar a toda costa cualquier irrupción popular.
La ideología del alfonsinismo, hoy por hoy, aparece confusa.
Como puesta en escena aparece como "socialdemócrata", que en la
Argentina no quiere decir absolutamente nada, ya que hasta los sectores más
reaccionarios utilizan esta denominación.
En economía, las orientaciones alfonsinistas se vinculan al
desarrollismo neocapitalista
(Bernardo Grispun, Alfredo Concepción) y políticamente se
endereza hacia el antiperonismo como estrategia electoral, posición que
trasunta su profundo enfrentamiento con la base obrera peronista. El pretendido
"Izquierdismo" del alfonsinismo es un verdadero mito de la clase
media, similar al del frondicismo de los años cincuenta.
Fuente: Emilio J. Corbière "Quién es quién. Los partidos políticos argentinos". En Nueva Sociedad Nro. 67, 1983, PP. 123-132, (julio-agosto de 1983)
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