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martes, 16 de abril de 2013

El Argentino: "En Plena Revolución" (7 de febrero de 1893)




Es en vano que se alarme a la opinión y que se propaguen fatídicas profecías de próximos trastornos.
La revolución es un hecho consumado y las circunstancias en que vivimos son precisamente las que más genuinamente caracterizan las grandes crisis políticas en que la tranquilidad desaparece, los intereses todos peligran, la ley se desconoce y el caos reina en todas las esferas de la sociedad.
No son el estruendo de las armas y el derramamiento de sangre los factores indispensables de las revoluciones de los pueblos. La subversión de todos los principios, el desconocimiento de todas las leyes, el atentado contra todos los derechos e intereses y el atropello, el desorden y la explotación en todos los engranajes administrativos; he aquí lo que caracteriza la esencia de las revoluciones y determina sus fatales consecuencias en la vida de los pueblos.
Esta ha llegado a ser nuestra normalidad en todas las manifestaciones de la vida, desde el régimen constitucional hasta el desenvolvimiento de las transacciones mercantiles.
Vivimos en revolución latente y no es necesario que vengan a herir nuestros oídos ni a horrorizar nuestros ojos el estampido del cañón, las voces de los combatientes, los ayes de los heridos, la sangre de las víctimas, ni las lágrimas de una población desolada.
Todo esto son signos externos del conflicto, sin los cuales pueden existir y encarnarse todos los males del caos y ruina revolucionarios, como existen y se encarnan precisamente en la situación desastrosa e intolerable que atravesamos.
Es un mito la idea del poder, un sueño el principio de autoridad y un cúmulo de ilusiones la administración, la hacienda, el orden y la justicia.
¿Puede buscarse mayor desconcierto, más grande descrédito y más profundos males en una revolución armada de un día, de tres, o de una semana?
Nos revolvemos en medio de una revolución perenne, que dura todo lo que duran el desconcierto, las disidencias y la esterilidad de este gobierno.
Los ciudadanos carecen de tranquilidad; los gobiernos provinciales falsean la Constitución y viven armados hasta los dientes; el territorio de la República es ensangrentado por las provocaciones de los caciques locales; la Capital vive en perpetua agitación y en incesante alarma; el comercio, la agricultura y la industria se agostan día a día; el descrédito cunde en el exterior y la miseria en todas las clases de la sociedad argentina; el oro alcanza los tipos de mayor decaimiento y descalabro; la administración es rudimentaria y parcial; todas las iniciativas provechosas son sacrificadas a los apetitos del nepotismo, y el desbarajuste, la arbitrariedad y la injusticia se han erigido en sistema y todo lo prostituyen y esterilizan.
Y en tal estado de cosas hay quien amenaza y amedrenta todavía con augurios de revolución y con cataclismos de conmociones y desórdenes ¡y hay todavía quien se estremece ante el peligro de un disturbio y quien se atreve a señalar a los radicales como conspiradores y causantes de una conmoción pública contra el gobierno que nos rige! Cuantas revoluciones pudiera tramar y consumar el Partido Radical no podrían conseguir más infaliblemente los efectos de la marcha desalentada de los hombres que tienen hoy a su cargo la gestión de la cosa pública y los ciudadanos expertos y patriotas de nuestra comunión política, no pueden ni quieren lanzarse a aventuras más o menos eficaces, cuando el mismo gobierno que hoy anarquiza a la República Argentina conspira contra su propia existencia y mantiene al pueblo en perfecto caos, en constante agitación y en perenne agravio y descontento.
Lo repetimos. Nos encontramos en una revolución latente de tres meses y ante sus estragos, el Partido Radical no necesita soñar en complots ni sediciones.
Le basta cruzarse de brazos, le es suficiente dejar correr las cosas y permanecer sereno y expectante, contemplando cómo el Dr. Sáenz Peña y sus ineptos colaboradores se agitan entre el oleaje de sus propios desaciertos y se hunden para siempre en el desprestigio de su inercia y bajo la plomiza mole de sus torpezas, atropellos, egoísmo e iniquidades.
Cuanto más se agitan y desesperan los hombres del gobierno en su impotencia y descrédito, más se acercan al fin de la jornada. A los radicales nos basta cruzarnos de brazos para verlos morir; porque la catástrofe es tan enorme, la fuerza del vendaval que han desencadenado es tan irresistible, y los gérmenes de descomposición son tan corruptores y poderosos, que ya nadie puede salvarles de la caída, ni nadie es capaz de detener la inminencia del derrumbamiento gubernamental.
Esperemos, pues, tranquilos y confiados el estrépito definitivo y el epílogo de la revolución permanente en que viven el Dr. Sáenz Peña y sus ministros, desde el primer día de su ascenso al poder, hasta las postrimerías en que se han de perder toda memoria de sensatez, de honorabilidad y de respeto, entre el hervidero de los males, errores e iniquidades que han desencadenado contra la patria.



























Fuente: BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / III Natalio R. Botana – Ezequiel Gallo De la República posible a la República verdadera (1880-1910)

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