Expatriados por una orden del Presidente de la República, cuya
voluntad, sugestionada por odios y rencores, se ha substituido en nuestro país
al imperio de las leyes, nos creemos en el deber de protestar públicamente por
el nuevo atentado de que hemos sido objeto de parte de un gobierno que, de
error en error y de escándalo en escándalo, ha descendido al bajo nivel de una dictadura
vulgar, desechando los recursos decorosos de que se valen los poderes públicos
en todo pueblo civilizado.
No entra en nuestra intención, por el momento, detenernos en
la enumeración prolija de los últimos atropellos que han convertido el
interinato presidencial del doctor Pellegrini en el período más odioso del
régimen que lo sustenta. Su proceso político está hecho, y la oportunidad de
presentarlo a la Nación en una exposición sintética, será la del día en que,
normalizada la situación, quede nuestro partido reintegrado con los elementos dirigentes,
que son ahora víctimas de las alarmas irrisorias y de las prevenciones
injustificables de un grupo, dispuesto a sostener sus posiciones para descontar
en el presente las utilidades del futuro y cubrir las vergüenzas del pasado.
Nuestro objeto se limita a condenar, como ciudadanos
argentinos, el nuevo delito de que se ha hecho reo el Presidente al arrancarnos
violentamente del territorio nacional para transportarnos al extranjero, con
violación, no sólo de preceptos terminantes de la Constitución, sino de los
principios más elementales a que ajustan sus actos los que, en el desempeño de
sus funciones públicas, tienen alguna idea de la responsabilidad y el decoro de
un gobierno en un país libre.
Lanzados sin reato en la pendiente de lo arbitrario, todos
sus actos han sido una subversión tan impudente de las leyes, que acusaría la
falta del sentido común si no revelase la existencia de un propósito criminal.
Nuestra Constitución Nacional, prescindiendo de lo
expresamente dispuesto sobre derechos y garantías en sus artículos 14, 17 y 18
establece: Artículo 23.- En caso de conmoción interior o de ataque exterior,
que ponga en peligro el ejercicio de la Constitución y de las autoridades
creadas por ella, se declarará en estado de sitio la provincia o territorio en
donde exista la perturbación del orden, quedando suspensas allí las garantías
constitucionales.
Pero durante esta suspensión no podrá el Presidente de la
República condenar por sí ni aplicar pena.
Su poder se limitará en tal caso respecto de las personas, a
arrestarlas o trasladarlas de un punto a otro de la Nación si ellas no
prefiriesen salir fuera del territorio argentino.
Art. 86, inciso 19.- Declara (el Presidente) en estado de
sitio uno o varios puntos de la Nación en caso de ataque exterior y por un
término limitado con acuerdo del Senado. En caso de conmoción interior solo
tiene esta facultad cuando el Congreso está en receso, porque es atribución que
corresponde a este cuerpo.
El Presidente la ejerce con las limitaciones prescriptas en
el artículo 23.
Es notorio que el orden público no se ha alterado en nuestra
patria, ni nación alguna ha invadido su territorio, únicos casos en que puede
ser declarado el estado de sitio. Y sin embargo, este ha sido decretado. Las
cárceles de la República hanse llenado de ciudadanos; y en cuanto a nosotros
por una orden presidencial fuimos constituidos en prisión; por una orden
presidencial, trasladados a un buque de la armada, y finalmente por una orden presidencial
hemos sido arrojados al extranjero sin que lo hayamos solicitado como estábamos
facultados por el artículo 23 que rige bajo el estado de sitio.
Así entonces, el estado de sitio, estado que viene
haciéndose normal entre nosotros desde que el doctor Pellegrini asumió el mando
supremo, fue decretado sin la existencia de las causales establecidas por la
Constitución, y ordenada la prisión de los miembros dirigentes del Partido
Radical para ir recién en busca de la prueba a sus hogares, interrogando a las
familias, a las relaciones, revolviendo los archivos y violando la correspondencia,
en todo el país, de cuanto ciudadano condena y combate al régimen imperante.
No se ha ido, pues, de la prueba al delincuente, sino que se
a inventado el delincuente para forjar la prueba; y lógicos, han hecho preceder
la pena a la sentencia y la sentencia al juicio.
Tan insólito proceder muévenos, según lo dejamos expresado, a
lanzar esta protesta y, no es tanto el hecho de haber violado nuestras personas
en lo que principalmente constituye la existencia política y civil de los
argentinos; no son los daños que moral y materialmente nos irroga la iniquidad
de que hemos sido víctimas; es algo más que eso, es la dignidad cívica que se
subleva, es el instinto de la solidaridad social que en cada caso individual defiende
los intereses y derechos colectivos, lo que nos hace condenar los avances de un
gobierno que se ha alzado con la suma del poder público colocándose en las
condiciones de los expresamente declarados por la Constitución como infames
traidores a la patria.
Hombres colocados en este nivel político y moral son los
que, prevaliéndose de las inmunidades de su posición, han acompañado a las
agresiones de hecho, las de palabra, convirtiendo la diatriba y la calumnia en
actos de gobierno, y los decretos del PE. en carteles difamatorios.
Todo un partido, toda una colectividad en que figuran
dignatarios de la Nación, militares distinguidos, prelados, las clases obreras,
el elemento honrado que vive de su trabajo y por último la mujer argentina y la
juventud que representa mejor el sentimiento vivo y desinteresado de la patria,
han merecido el honor
de ser oficialmente injuriados por los que han sido
vicepresidente, ministros y servidores de Juárez.
El documento oficial por el cual se decretó el golpe de
estado del 2 de abril, no parece firmado por argentinos. En sus considerandos se
exteriorizan ridículas alarmas, se invocan como fundamentos salvedades absurdas
y se calumnia a toda una colectividad política en la persona de sus dirigentes,
a quienes se atribuyen planes criminales y actitudes de anarquistas y dinamiteros.
No haremos la defensa de nuestro partido, porque tal cosa importaría
aceptar la posibilidad de que le alcancen las imputaciones de que ha sido
objeto, cuando en realidad se encuentra tan arriba de ellas, que su posición
respecto de sus adversarios es la de un alto jurado cívico, frente a los
procesados por la opinión.
Pueden cerrarle por la fuerza la senda del comicio, oponer a
sus falanges electorales los batallones de línea, vejar, encarcelar y desterrar
a sus afiliados; pero es moralmente inmune. Tenemos la satisfacción de que,
pasado el primer instante de sorpresa, ni amigo, ni indiferente, ni adversario,
nadie ha creído aquello de los planes tenebrosos y de los complots abominables.
Y el primero de los castigos que la opinión ha infligido al gobierno por su
conducta insensata, es el ridículo insanable en que ha quedado después del
golpe de estado, golpe especulativamente preparado para prevenir que el
veredicto popular hiciese fracasar una candidatura, a la cual el oficialismo
bamboleante se asía como de la última tabla de salvación.
En vez de la dinamita que se nos atribuye, es el mismo
gobierno el que con sus actos va aglomerando y aglomerando materias inflamables
de cuyo estallido será el único responsable; y en cuanto a conspiraciones, se
sabe ya que la única positiva es la permanente que se elabora en las regiones
oficiales para sofocar las libertades públicas.
Tenemos un gobierno que de la Constitución parece que conoce
las facultades represivas que le otorga y no los preceptos restrictivos que le
establece; que la recuerda en aquello que ampara su propia prerrogativa y la
olvida en lo que protege el fuero popular; que la invoca en todo lo que afirma
el principio de autoridad y la viola en todo lo que sanciona el principio de libertad.
Siempre, y especialmente con ocasión de los últimos sucesos,
los hombres de la situación han procedido no como representantes del poder
público sino como particulares ensañados contra el adversario; sus actos no han
revestido el carácter impersonal de una función de Estado, sino el odioso de
una agresión directa contra personas y agrupaciones determinadas, obedeciendo a
un plan de persecución sistemática.
Los miles y miles de ciudadanos que afiliados al partido
popular defendían hasta ayer sus intereses, sus derechos y su dignidad cívica,
amenazados hoy en su seguridad personal y en su vida, se ven obligados a
estrechar sus filas para oponerse en nombre del derecho supremo de la legítima
defensa al avance permanente de un poder que pisoteando las leyes, se ha
colocado él mismo fuera de las leyes. Por su culpa lo que era una contienda política
se va convirtiendo en una lucha social.
Por nuestra parte, iremos al terreno a que se nos provoca; y
si los actos electorales con que se preparaba nuestro partido a evidenciar su
mayoría han sido castigados como un delito de sedición; si en el concepto
oficial, opositor es sinónimo de rebelde; si los ciudadanos sólo pueden emitir
su voto en favor de las candidaturas protegidas por la influencia presidencial;
y si la única actitud consentida al adversario son las abstenciones que se
resuelven en acuerdo, dispóngase el actual presidente a seguir gobernando bajo
el estado de sitio; refuerce sus policías para fusilar al pueblo, ensanche las
cárceles en todos los puntos del territorio, que a medida que él extreme sus
rigores, nuestro partido aumentará sus elementos; y por lejos que lleve el
esfuerzo de la ambición y del interés, nosotros llevaremos mucho más allá el de
la abnegación y el patriotismo.
Y en prueba de ello, ahí están nuestros amigos de toda la
República, que sujetos a una vigilancia inquisitorial y bloqueados por la
enemistad implacable de los tiranuelos de aldea, disputan pulgada por pulgada
el terreno de la ley al imperio de la fuerza bruta; ahí están nuestros
distinguidos y esforzados compañeros de causa, a quienes sirve de cárcel un
buque de la armada, y que arrancados a la dirección de su partido para
conservarlos como rehenes de la opinión, llegan más hasta el corazón del pueblo
con su patriótico infortunio, que con su palabra tribunicia en nuestras grandes
asambleas; y nosotros, a quiénes una disposición igualmente injusta, nos
cierra, quien sabe por cuanto tiempo, el regreso a nuestros hogares,
continuaremos la lucha sobre cualquier
terreno en que podamos hacer pie, contando con que para formar un cantón de
combate, es bueno todo sitio en que haya prensa libre.
Por fortuna la patria no es solamente su territorio; son parte íntima y substancial de ella sus tradiciones gloriosas, sus leyes, el culto de su nombre y la fe en sus destinos, y nada de esto cae bajo la jurisdicción de los gobiernos, ni está al alcance del poder y la violencia. Nuestros adversarios dominan sobre la armazón material y visible de la Nación; pero lo que constituye su esencia, su vida y su porvenir, palpita en todos los que protestan contra el régimen imperante, forma el credo político de nuestra causa, y desde el suelo extranjero, vibra en nosotros con la certidumbre de la victoria definitiva, por que esos elementos morales son las fuerzas incoercibles de las sociedades, y por su propia virtualidad, más tarde o más temprano triunfan y se imponen.
Por fortuna la patria no es solamente su territorio; son parte íntima y substancial de ella sus tradiciones gloriosas, sus leyes, el culto de su nombre y la fe en sus destinos, y nada de esto cae bajo la jurisdicción de los gobiernos, ni está al alcance del poder y la violencia. Nuestros adversarios dominan sobre la armazón material y visible de la Nación; pero lo que constituye su esencia, su vida y su porvenir, palpita en todos los que protestan contra el régimen imperante, forma el credo político de nuestra causa, y desde el suelo extranjero, vibra en nosotros con la certidumbre de la victoria definitiva, por que esos elementos morales son las fuerzas incoercibles de las sociedades, y por su propia virtualidad, más tarde o más temprano triunfan y se imponen.
Los hombres y el sistema político que tantos males y tantos oprobios
han acarreado a la República, denuncian su debilidad con sus excesos, y sus
últimos pasos marcan la pendiente por donde rodarán, cumpliéndose en ellos la
sanción de una ley histórica;
-los pueblos por instinto de conservación y cumpliendo naturalmente
preceptos de higiene social, eliminan de su seno y arrojan lejos de sí los
organismos en descomposición.
La dictadura de Pellegrini es la última variante del unicato
de Juárez; y las culpables complacencias que la sostienen son la reproducción de
las cobardías cívicas del incondicionalismo. La administración presente, como
la otra de la cual es hija, está condenada a morir de asfixia en el vacío de la
opinión; y cuando aquellos que son sus factores caigan en compañía de sus
cómplices; cuando los responsables directos de la ruina del país precedan en el
camino de la expiación a los apóstatas que los acompañaron n su obra inicua;
entonces los excomulgados políticos de hoy, los perseguidos, los encarcelados y
los proscriptos, veremos con legítimo orgullo que nuestros sacrificios no han
sido estériles ara la patria; que nuestra acción perseverante ha contribuido l
restablecimiento del equilibrio económico y el orden institucional; y que las
ideas y los principios que hemos sostenido on los que presiden su evolución
progresiva en el futuro, ara reconquistarle el puesto que le corresponde en el
progreso e la América y en la estimación del mundo.
Juan Posse - Joaquín Castellanos – Guillermo Leguizamón -
Adolfo Saldías - Rufino Pastor - Marcelo T. de Alvear - Miguel A. Páez – Julio Arraga
- Celindo Castro.
Fuente: Marcelo T. de Alvear De la Revolución a la Legislatura "Prólogo y Selección" de Edit Rosalía Gallo, 1999.
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