El doctor Ortiz renuncia obedeciendo a la amargura máxima
que cabe experimentar a un hombre político y a un jefe del Estado, que jura
cumplir fielmente con la Constitución y que procura cumplir con su juramento, y
que siente salpicada su investidura por la resolución del Honorable Senado de
la Nación.
Un escrúpulo ––vigor que nace como imperativo de la propia
conducta–– lo lleva al planteamiento de una dimisión que es más, mucho más, que
un gesto de delicadeza personal.
A ese estado espiritual tienen que obedecer, indudablemente,
los términos de su renuncia, que han chocado a muchos de los miembros de esta
Asamblea y que motivaron algunas de sus críticas, porque han olvidado que esa
renuncia contiene la reacción de un ciudadano y de un magistrado dignos, y que
esa renuncia, aunque materialmente ha sido traída a esta Asamblea, en realidad
ha sido elevada al pueblo de la Nación, al que le ha hablado en lenguaje
valiente y comprensible. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)
La opinión pública, señor presidente, no se ha equivocado
cuando ha intuido, apareada a la grandeza del gesto, la finalidad de una
ratificación de su mandato, consagratorio de la voluntad del pueblo de la
Nación, de la cual seremos fieles intérpretes si rechazamos esta renuncia.
Este proceso, señor presidente, ha dado oportunidad para que
haga crisis la lucha entablada entre el señor presidente de la República,
empeñado en la tarea de recuperación institucional y de restablecimiento de la
verdad del sufragio, en cuyo afán lo acompañaban las fuerzas democráticas que
constituyen la inmensa mayoría del pueblo de la Nación, y las fuerzas
reaccionarias, en alianza circunstancial o inconsciente, tal vez, con los
propugnadores de los sistemas totalitarios, que a favor de los acontecimientos
europeos han recrudecido en sus actividades y esperanzas. Y para que esto no
sea una mera conjetura me remito a la información telegráfica del día de hoy,
que admite la posibilidad de que la renuncia del doctor Ortiz signifique un
cambio de posición de la política institucional de nuestro país, que implicaría
una política de acercamiento con el Eje.
Al lado de la investigación del Senado, a su margen, quizás
en la mente de los que pusieron el explosivo con deleitación amorosa,
comentándolo primero a hurtadillas, en los corrillos, “sotto voce”, y después
desembozadamente, se fue dosando por los privilegiados que lograban enterarse
de los detalles de la investigación, la magnitud del escándalo, en cuanto a su
trascendencia relacionada con los hombres del Poder Ejecutivo de la Nación. Y
así, muchos fueron esfumando la responsabilidad de los delincuentes, para
magnificar la responsabilidad de los que cometieron reales o supuestas
irregularidades administrativas.
Es ése el sentimiento a que responde la renuncia del señor
presidente de la República, y es ése el sentimiento a que responde la opinión
pública, que ha sentido el aldabonazo en el corazón, ante la perspectiva de que
el señor presidente de la República pudiera resignar su mandato
definitivamente.
Señor presidente: el pueblo de la Nación anhela volver a la
normalidad institucional en cuyos carriles estábamos entrando lenta pero
firmemente. Comprende sin desconfianzas ulteriores que el doctor Ortiz,
mientras aliente, no defraudará sus esperanzas; y teme que su alejamiento del
poder traiga, como consecuencia de las derivaciones políticas de este malhadado
episodio, una situación de conmoción para la estabilidad de nuestras
instituciones.
Fuente: BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / V Tulio Halperín Donghi
La República imposible (1930-1945)
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