A la vera de los fragorosos caminos de nuestro civismo, las
multitudes argentinas se han congregado, en la hora del recogimiento, encendida
el alma por el fervor de la recordacion que como el agua lustral, purifica y
templa.
Se han congregado junto a las viejas banderas que el muerto
ilustre izó al tope de los grandes triunfos ciudadanos y abatidas hoy, con
fúnebres crespones, sobre el tumulo del heroe.
Si comulgaramos con los principios de la filosofia del
heroísmo incluiriamos a Yrigoyen en la falange de los esforzados miticos, de
los paladines de estirpe extrahumana. Pero sin llegar a ello en la vehemencia
admirativa, es evidente tambien que no se puede medir esta figura excepcional
con la cartabón de las vidas vulgares.
Para los ojos de sus contemporáneos y cada dia más para los
ojos de la posteridad, el ciclo armonioso de esta vida extraordinaria se nos
parece más que como la trayectoria de un politico egregio como la realizacion
de un destino mistico.
Como todos los elegidos, como todos los que han sentido
florecer en su alma los impulsos mesianicos, los origenes de Hipólito Yrigoyen
se esfuman en la perspectiva legendaria;
es que como todos los grandes, venia del misterio y sus raices, para decirlo
con un verso de Hugo, están enredadas en los astros.
Nos llevaria mucho espacio referirnos a la vida de Yrigoyen,
a su anecdotario intimo tan fecundo, aleccionador y humano. Nos limitaremos a
ubicar su accion en el plano de la interpretacion histórica, a explicar el
sentido de su obra en nuestra evolución politica.
Hipólito Yrigoyen es el realizador de los valores politicos
de nuestra nacionalidad. Con la claravidencia de los predestinados se sabia su
legatario y custodio.
Sabía que el ideal democratico y libertario esta indisolublemente
unido a la gesta nacional; pero como vivencia subjetiva no como fenomeno
historico. Sabia que la generacion de 1810 lo habia enarbolado como la teoria
politica de la Revolución: que la generación de 1853 lo habia estructurado en
una organización institucional pero que el pueblo olvidado esperaba aun su
realización y vigencia.
Hipólito Yrigoyen arrancó al diapasón de nuestra historia
politica la primera vibración auténticamente democratica: la ascencion al poder
del primer presidente argentino electo por votación popular.
La nueva politica llegó a todos los ámbitos del país. Las
oligarquias provincianas fueron reemplazadas por gobiernos de origen popular;
las reformas sociales se orientaron hacia las masas hasta entonces irredentas;
la legislación progresista democratizó la enseñanza, protegió nuestras riquezas
naturales, promovió las organizaciones obreras, la reforma universitaria resonó
en los viejos claustros, liberandolos de dogmatismos arcaicos para hacer de ellos
crisol de generaciones altivas, hontanar de sabiduria y belleza donde la
juventud educada y liberada pudiera desarrollar armonicamente su personalidad.
Se esforzó para asegurar a todos los individuos el bienestar
economico compatible con una vida digna puesto que solo así se puede cimentar
el valor politico del individuo en el complejo social, que es uno de los
postulados básicos de la democracia y el más controvertido. Sabía que no basta
proclamar el lirico respeto a la personalidad del hombre, sino que es preciso participación
equitativa de la riqueza social, garantizarle su independencia economica para
que pueda dedicarse al ejercicio de sus derechos politicos y a cultivar y
acrecentar los valores fundamentales del espiritu.
Habian variado los terminos de la ecuación politica. La
gleba habia ascendido a la categoria de “demos” y seria en adelante
destinatario de la soberania.
Lo seria hasta 1930 en que se quiebra el ritmo de nuestra
evolución institucional. La reacción es claramente perceptible. El menosprecio
por el derecho y por la voluntad popular; la violación reiterada de la norma
constitucional, la enervación de la ley Saenz Peña y de las libertades públicas,
el avasallamiento de las autonomias provinciales; las leyes de defensa social y
de “amparo” a la prensa; el desconocimiento de la libertad academica, docente y
dicente; la represion de la libertad sindical y de organización con fines
culturales; la persecución y destierro de profesores universitarios y
secundarios, de lideres obreros y de
dirigentes politicos.
Y el fraude y la corrupción administrativa cegando las
fuentes de nuestro acervo moral.
En estos momentos, en que muchas de sus conquistas yacen
caducas, la figura de Yrigoyen adquiere la categoria de un simbolo en la iconologíar
republicana.
El sabia que sólo se gobierna por la lección del ejemplo. Por
eso su vida a lo largo de 50 años de actuación publica es una fervorosa consagración
a la causa de su pueblo. Su vocación por la militancia politica que abrazó como
apostolado le infundió el sentido del sacrificio personal, del renunciamiento ante
las satisfacciones que el poder procura. Recordemos la frase con que contestó a
un correligionario que hacia referencia a ello: “Cuanto ha sufrido doctor por la
politica”, -“Si mi amigo… Pero si volviera a nacer de nuevo seria otra vez politico”.
Es precisamente en la oposición, desde el llano en “esos
dias nunca esteriles”, donde se revela con más nitidez la grandeza moral de
Yrigoyen. Ya lo habia dicho en ocasión memorable; el gobierno no es más que una
realidad tangible, mientras que un apostolado es un fundamento único, una
espiritualidad que perdura a traves de los tiempos”.
No fue un ideologo, era un idealista afanoso por plasmar en
realidad sus ensueños de visionario.
Su mentalidad habia madurado en los principios vitales del
idealismo; la patria, el honor la justicia, la libertad; y en su gran corazón
argentino un insomne amor por su pueblo.
Bien pudo decir Hipolito Yrigoyen, el demiurgo de la
libertad argentina, que habia vivido estudiando los altares de la republica.
Bien pudo decir el artifice de la soberania popular, que su
politica era predica de nacionalismo sano.
Fuente: Diario EL LITORAL, Martes 3 de Julio de 1945
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