Río de Janeiro, 28 de septiembre de 1931
Cuando llegué al país para reincorporarme a sus actividades políticas lo hice con un designio ya públicamente confesado: el de contribuir a la reconstrucción del partido al cual he pertenecido durante toda mi vida y el de no aceptar nada que no fuera el honor de haberlo servido lealmente.
Cumplí esa tarea hasta cuando el gobierno de facto me alejó violentamente del
país. Pero el partido, que es superior a sus hombres la ha completado dando
hoy, con esa convención, una prueba de su recia contextura democrática.
Recibo, pues, el insigne ofrecimiento que se me hace, con la
satisfacción intima de haber cumplido en parte ese designio, dado que la gran
fuerza en marcha, es ya una demostración de civismo que se encamina pacíficamente
hacia el triunfo de sus ideales. Pero no debo aceptarlo, solo porque ellos
contraria mi propósito premeditado de no aceptar posiciones personales, sino también
porque entiendo que en una democracia la renovación de hombres es siempre
saludables.
No es esta vana expresión de modestia. Es una convicción
constantemente expresada hasta en mensajes oficiales. La civilización política
que la Argentina ha alcanzado en su corta vida, por obra de su pueblo culto,
laborioso e idealista, reclama esa renovación de hombres como un signo de
progreso, para que las nuevas generaciones que pasan dejen su huella sumamente
provechosa de sus inquietudes,
Hondas crisis políticas, económicas y sociales ha cruzado nuestro
país, salvándolas a todas con éxito gracias a su robusta fe en el porvenir y a
ese inagotable optimismo que lo caracteriza y que sólo es propio de los pueblos
fuertes. No existen hombres irreemplazables y sus pasos por la dirección del
gobierno o de las multitudes, valen más por las enseñanzas que dejen que por
las fascinaciones que puedan emanar de su presencia. Perdurable por sus
virtudes más que por sus hombres ha de ser partido, si él es el órgano motriz
de las instituciones.
Así lo he creído siempre y así lo creo ahora. Gravitan en mi
espíritu para fortificar más esta convicción, las peligrosas sugerencias que
provoca el estado actual de nuestra patria sumida en una situación anacrónica y
falaz. Pero si no fuera suficiente esta razón personal, ha de permitirme la
convención que manifieste, el escrúpulo de mi espíritu legalista frente a la
exposición doctrinaria de un texto constitucional con que se pretende inhibir
la validez de mi candidatura.
Aún cuando la asamblea no duda ni aun en su conciencia de la
legitimidad de mi titulo para poder aspirar a una candidatura, no desea que la
duda pueda oscurecer los intereses del partido, y esto es para mi suficiente
titulo para no aceptarla, aun cuando ella venga de una expresión de voluntad
eminentemente mayoritaria como es la del partido radical.
Creo sin vacilaciones que la Unión Cívica Radical, fuerte en
la consecución de sus ideales, triunfará en los próximos comicios si éstos son
libres y honorables, más que por sus hombres por su sugestión civil y
constructiva en esta hora trascendental para nuestro país.
Por eso suplico a la convención que desista de su ofrecimiento de la candidatura presidencial, que tanto me honra.
Ruego a los señores convencionales que acepten la expresión de mi más profunda gratitud.
Por eso suplico a la convención que desista de su ofrecimiento de la candidatura presidencial, que tanto me honra.
Ruego a los señores convencionales que acepten la expresión de mi más profunda gratitud.
Marcelo T. de Alvear
Fuente: Carta de Renuncia a la candidatura presidencial a los comicios de 1931, conocida la carta en cuestión fue rechazada por aclamación de los convencionales. Diario "El Orden" 28 de septiembre de 1931.
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