"Doctrina para que nos entiendan, conducta para que nos crean" MOISÉS LEBENSOHN
sábado, 17 de noviembre de 2012
Arturo Frondizi: "El Acuerdo YPF- Iuyamtorg S.A." (1954)
El intercambio comercial entre Argentina y Rusia había carecido de importancia hasta que, pacificado este país después de la revolución bolchevique, se procuró reiniciar y acrecentar aquellas relaciones. A tal fin, la U.R.S.S., que no había sido reconocida diplomáticamente por muchos países, otorgo su representación comercial a sociedades que se constituyan con la finalidad de servir a ese intercambio. Se formo así, en la Argentina, la Sociedad Anónima Iuyamtorg, que obtuvo personeria juridica por decreto del 27 de diciembre de 1927, firmado por el presidente Alvear y su ministro Antonio Sagarna. Como el comercio exterior ruso es un monopolio de Estado, para comerciar con ese país debía hacérselo, necesariamente, a través de la Iuyamtorg, pues era la única organización autorizada.
La propuesta de convenio para intercambiar nafta rusa por productos argentinos era bien concreto. Si bien el acuerdo se suscribiría entre el Gobierno Argentino y la Sociedad Anónima Iuyamtorg, por lo que se ha dicho y por la garantía que daría el Banco del Estado de la U.R.S.S. (art. 11), y por la garantía en cuanto a la venta de nafta que a su vez Daria el Neftesindikat, se trataba de un acuerdo de gobierno a gobierno. Estaba, en ese sentido, dentro del criterio aceptado ya en el convenio d'Abernon suscrito en 1929, por Argentina y Gran Bretaña.
La Iuyamtorg se comprometía a entregar a Y.P.F. doscientos cincuenta mil toneladas de nafta a granel por ano, pero el Poder Ejecutivo se reservaba la opción de aumentar o reducir esta cantidad en cien mil toneladas anuales; podía, además, rescindir el convenio con un año de preaviso “si la producción nacional fuera suficiente al abastecimiento total del consumo del país" (art. 1). La nafta debía entregarse en el puerto que determinara la Dirección de Y.P.F. (art. 2); y no podía ser de calidad inferior a la que elaboraba Y.P.F. para uso de los automoviles (art. 5).
Las previsiones en cuanto al precio son, también, claras. Para fijarlo se tomaría como base el precio Gulf —precio internacional para el petróleo crudo y sus derivados en los puertos norteamericanos situados en el Golfo de Méjico— que rigiese el día en que comenzase el embarque, con mas el importe del flete, seguro y el 3 % % de recargo en concepto de merma, gastos e intereses. Se llegaría así, en ese momento, a un precio que oscilaría entre los $ 0,09 y $ 0,11 el litro. Y.P.F., en caso de incumplimiento, podía adquirir la nafta de otros proveedores, siendo la diferencia de precio, si la hubiera, a cargo de la sociedad vendedora. Al comenzar el embarque, Y.P.F. debía abrir un crédito a favor de la Iuyamtorg en el Banco de la Nación Argentina, y el pago se haría efectivo en dólares o en pesos oro argentinos una vez llegada la mercadería a destino (art. 4).
Mientras estuviera en vigencia el convenio, la Iuyamtorg se comprometía a invertir el importe que percibiera por la venta de nafta en la adquisición de reproductores y productos argentinos derivados de la ganadería, agricultura e industria nacional (art. 9) y a contratar con anticipación los fletes necesarios para la importación de nafta y para la exportación de los productos argentinos (art. 8). El convenio, en todos sus aspectos, tendría una duración de tres años, con opción, a favor del gobierno argentino, de renovarlo por un nuevo periodo de tres años (art. 10).
Un intercambio como el planteado, tenía una trascendencia inmediata y mediata extraordinaria sobre la política del petróleo, sobre el comercio exterior y sobre nuestra expansión agropecuaria. Pudo incluso atenuar las consecuencias de la crisis económica mundial, sobre nuestro país.
Al tener asegurada la provisión de petróleo ruso, Argentina habría podido dictar, con tranquilidad, su ley de nacionalización y monopolio estatal, pues se colocaba fuera de toda posibilidad de represalias. Entregado el monopolio a Y.P.F y firmado el acuerdo con Rusia, Argentina habría podido seguir comprando en los demás mercados para satisfacer sus crecientes necesidades, pero llegaría con las manos desatadas a discutir condiciones y no a aceptar imposiciones. A las grandes disponibilidades de petróleo se le agregaría la seguridad de mantener bajos precios para el combustible, con todo lo cual podía pensarse en la mecanización de la agricultura y en el fortalecimiento del desarrollo industrial.
El comercio exterior habría entrado en una nueva etapa al abrirse para nuestros productos un mercado de más de ciento cuarenta millones de habitantes con una capacidad de consumo en creciente aumento. Además, el crecimiento del comercio exterior, al exigir mayor producción para exportar, aseguraría trabajo, y, al crear divisas permitiría la importación de combustible, maquinas y materias primas esenciales que asegurarían un mayor desarrollo económico y la elevación del nivel de vida de la población. En fin, la dependencia de los intereses ingleses o su alternativa de substituirla por la dependencia de los intereses norteamericanos desaparecerían como dilema para la economía argentina. Desde luego, no se trataba de proclamar una nueva dependencia —la rusa—, sino de afirmar, en los hechos, el derecho de comerciar con todos los pueblos del mundo. Era la concreción, en el terreno económico, de la afirmación de Yrigoyen de que no estamos con nadie contra nadie, sino con todos para bien de todos. Una última consecuencia habría sido la ya indicada: el creciente comercio exterior con la U.R.S.S habría librado a la Argentina, por lo menos en parte, de las consecuencias de la crisis económica mundial ya desencadenada.
Fuente: Arturo Frondizi "Petróleo y Politica" Contribución al Estudio de la Historia Economica Argentina y de las Relaciones entre el Imperialismo y la vida Politica Nacional.; Editorial Raigal 1956.
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