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viernes, 7 de septiembre de 2012

José Benjamín Abalos: "No buscaban con ello salvar al país sino a si mismos" (1958)

El advenimiento del radicalismo al poder marca el comienzo de una etapa memorable en nuestra vida política. El triunfo de la revolución democrática iniciada por Alem y consagrada por la elección de Yrigoyen, cumpliéndose con esto la voluntad del "soberano", legitimo una nueva vida cívica de paz y libertad para la Republica.

Esta afirmación no importa desconocer meritos a quienes le precedieron en tan alta función; el espíritu eminentemente patriótico de los constituyentes de 1853 siguió siempre iluminando los grandes pasajes de nuestra organización política.

El pueblo, después de proclamada su soberanía, no fue hasta Caseros mas que el instrumento ciego del caudillismo bárbaro, para convertirse luego en elemento propicio a las combinaciones incontroladas de la oligarquía prepotente.

La delincuencia política organizada vencida en comicios libres, haciendo escarnio de la verdadera democracia, siguió su plan en procura del retorno al usufructo del poder; al ser desalojada definitivamente del gobierno por el radicalismo, urdió un levantamiento, embarcando a reducidos núcleos militares, pretendiendo cambiar el nuevo panorama político, moral e institucional que hablan traído a la Republica la doctrina y conducta de Yrigoyen. El régimen se replegó dentro de su técnica hábil y conservadora, estrecho sus filas, incorporo las fuerzas que pudo y espero en acecho la oportunidad para dar su zarpazo; no quería el camino amplio y limpio del sufragio libre; convencido de su impotencia ante el poderío electoral del radicalismo, no le quedaba otro recurso que el atajo de la conspiración. No buscaban con ello salvar al país sino a si mismos.

Este simple raciocinio nos lleva con certidumbre al hallazgo de uno de los móviles que impulsaron el levantamiento del 6 de setiembre del año 1930, con ventajas precarias y efímeras para sus promotores y quebrantos tan largos y dolorosos para el país, que; siguen pesando lista hoy sobre su moral y economía.

Otros factores contribuyeron también a crear el clima propicio para el éxito de la aventura setembrina. Por una parte el malestar social, reflejo de la crisis mundial, y por otra las asechanzas de la plutocracia yanqui, las solapadas maniobras del capitalismo imperialista para apoderarse del control de nuestras fuentes energéticas; nadie ignora el papel que jugaron los dólares azuzando contra el patriotismo incorruptible del presidente; los afanes sediciosos de los reaccionarios; la Standard Oil, piedra de escándalo de los mas turbios negociados del petróleo, oponiéndose al proyecto del presidente, tendiente a anular las concesiones de explotación acordadas a empresas particulares por gobiernos anteriores. Las fuerzas contrarias a Yrigoyen libraban desde la tribuna parlamentaria su última y desesperada batalla en defensa de los trusts petrolíferos. "En el Ministerio de Relaciones Exteriores de Washington -decía Lane Wilson, ex embajador de los Estados Unidos en Méjico- están las pruebas de que todas las revoluciones, desde Porfirio Díaz hasta Pancho Villa, en Méjico, las ha fomentado y sostenido la Standard Oil de  Rockefeller."

El movimiento de rebelión de los elementos contrarios al radicalismo se preparo contra Yrigoyen, reelecto presidente por la voluntad popular. El general Uriburu tramo la conspiración -prolijamente documentada por el teniente coronel Gregorio Pomar en su libro La conspiración, aun inédito-. Las actividades subversivas fueron descubiertas siendo apresados sus gestores, incluso sus jefes, por orden del ministro de Guerra, general Dellepiane, recuperando luego su libertad por insinuación del ministro del Interior. Poco hubiera prosperado esta conspiración descubierta de no haber mediado factores imprevistos, casuales, que hicieron posible el golpe militar. Dos fueron los mas eficientes, decisivos. El primero: la renuncia del ministro de Guerra, militar pundonoroso y enérgico, digno y celoso funcionario, que había logrado por sus propios medios reunir los hilos del motín de Campo de Mayo. El segundo: la delegaci6n del mando presidencial -decidida por indicación del profesor Escudero, llamado en consulta y a la que accedió Yrigoyen en última instancia-, haciéndose cargo del gobierno el vicepresidente doctor Martínez. Esto sucedía el 5 de setiembre.

La renuncia del general Dellepiane se provoco irritando la susceptibilidad del abnegado ministro, que vigilaba activamente a los motineros. Sus medidas de precaución eran criticadas por el ministro del Interior, que las consideraba infundadas y debidas al exaltado espíritu alarmista del general. Este infundio llego repetidas veces a oídos del doctor Yrigoyen, sin duda por intermedio de gente interesada en la renuncia del ministro. Trate de disuadir al presidente de este erróneo concepto pero, no obstante, acepto la renuncia del general Dellepiane, profundamente afectado y molesto por las dudas acerca de sus actitudes, reemplazándolo momentáneamente el ministro González. Mucho lamente semejante acontecimiento por sus consecuencias posibles para el gobierno, ya que el general Dellepiane era el alma viril de la fuerza defensiva de este y un fantasma temible para los conspiradores, por su lealtad, bravura y decisión. Fue celebrado como un gran éxito de los contrarios y significo la pérdida del mas valioso puntal para la estabilidad del gobierno y del presidente.

Me encontraba yo en el despacho del ministro De la Campa, cuando el movimiento subversivo se presentaba fácil de realizar. Efectivamente, entro este con la cara jubilosa y exclamando: ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Delego el mando Yrigoyen!. La noticia me consterno; la situación se agravaba; la asonada militar no se hizo esperar; apareció de inmediato, atrevida y resuelta, al no encontrarse en el escenario de la Casa Rosada ni el doctor Yrigoyen ni el general Dellepiane.

Estos hechos y circunstancias casuales, al parecer, fueron los factores que hicieron posible el golpe militar. No era esperado por la mayoría del país, ni el mismo Yrigoyen lo creía factible. La agitación y la alarma eran provocadas por los descontentos politiqueros, apoyados por una prensa que se había extralimitado de su justa libertad por la tolerancia de las autoridades, que no reprimían los barullos callejeros ni aplacaban esa agitación movida por intereses mezquinos. El motín también tuvo a su favor la ciega confianza de Yrigoyen en su prestigio popular, en la firme lealtad hasta el sacrificio de sus amigos civiles y militares y en sus colaboradores y correligionarios.

Pocos días antes del 6 de setiembre, después del atrevido acto publico agraviante para el ministro de Agricultura, en la Exposición Rural -fiesta de hacendados y aristócratas- me pregunto que opinión me merecían esos rumores de amenaza de revolución; le conteste: "No veo quien podría forjarla" "Otro tanto creo yo", agrego el doctor Yrigoyen.

Consideraba que no tenía enemigos; que su gobierno correcto, honrado, "ejemplar", no podría ser atropellado.

En realidad, el levantamiento se produjo impulsado, desesperada y temerariamente, por la audacia de Uriburu; aun estaban inseguros de su éxito cuando penetraron en la Casa de Gobierno en manifestación hasta llegar al doctor Martínez para pedirle su renuncia, amenazándole con que bombardearía el Arsenal y el Departamento de Policía, lo que significaba que estos baluartes eran leales hasta ese momento. La fuerza revoltosa era pequeña y la lineal intacta pero inactiva, sin jefes, pues ninguna medida defensiva habían adoptarse ni González ni el doctor Martínez. Fue un simple traspaso del poder.

Alguien ha considerado que el doctor Yrigoyen era un gobernante débil. Nunca lo fue; tal vez magnánimo, si. Intransigente, severo para todo lo malo o no conveniente para el honor y el bien de la Nación. Ni aun en el llano ni en la adversidad abandono su firme conducta, que se la ve radiante en los asuntos de Estado, tanto en el orden interno como en el internacional. Su conducta moral y humana la aplica por igual en todos los casos; no teme a la potencialidad de las partes en litigio. Yrigoyen es fuerte para imponer la neutralidad durante la guerra europea, contrariando a una gran parte de la opinión pública y a poderosas potencias. Es fuerte para ofrecer ayuda al Uruguay, con nuestras fuerzas armadas si fuera necesario, en caso de ser invadido por agrupaciones germánicas desde el Brasil. Defendió las soberanías y derechos de las naciones pequeñas contra la opinión de las potencias triunfantes en la Gran Guerra. Fue fuerte en la defensa del petróleo, en su afán de incorporarlo al patrimonio de la Nación. La Reforma Universitaria encontró en el a su mejor aliado, eliminando de la universidad los anacrónicos principios que la regían. Estableció disposiciones para el mejoramiento y justicia social, formulando un código obrero. No lo detuvo el temor para resolver en forma armónica y equitativa los más serios problemas, para el bienestar de las dos fuerzas del progreso económico. Respeto el derecho de huelga, y casi siempre triunfaba la conciliación de las partes; era el "juez bueno", que interpretaba lealmente nuestra Constitución siguiendo y aplicando su máxima evangélica:

"El hombre debe ser sagrado para el hombre y los pueblos para los pueblos".

Considero errores de un gobernante cuando sus actos o disposiciones vulneran los derechos, la dignidad ciudadana o de la Nación. Yrigoyen no rasó la ciudadanía,, vigilo con sentido cristiano el trabajo del pobre y lo mejoro; en 'ese sentido no tolero abusos dentro de la convivencia social y trato de que no quedara ningún necesitado en el desamparo bajo el cielo de la patria, como el lo decía.

Errores políticos tal vez pudo tener algunos pequeños, que quedaron eclipsados ante la libertad electoral, la ley Sáenz Pena, lograda por su intransigente y perseverante lucha por este principio esencial de la democracia. A ningún error, ya sea político, social o económico, se puede atribuir el reforzamiento de los adversarios, que eran movidos por pasiones personales. Tal vez su contextura de idealista, introvertido, hacíale parecer muy hermético en sus deliberaciones y en sus actos, actitud que sus mismos discípulos criticaban; pero en los hechos, la síntesis de su pensamiento bien madurado era de resultado satisfactorio y de trascendencia.

Las consecuencias del derrocamiento del doctor Yrigoyen las estamos palpando hace mas de un cuarto de siglo y tardara un largo tiempo hasta que se tranquilicen los espíritus perturbados profundamente por la agitación política, social y económica introducida por la ultima dictadura. La moral publica, casi en la mayoría de las actividades, sufre una grave crisis que ha penetrado en la vida del país. Se inicia en el año 1930. Ya en 1946, le hace pronunciar un juicio lapidario al distinguido político José Aguirre Cámara, en una reunión del Partido Demócrata Nacional:

"Nosotros sobrellevamos el peso de un error tremendo; nosotros contribuimos a realizar en 1930 la era de los cuartelazos victoriosos."

La Nación esta en déficit, que debe ser reparado con abnegado sacrificio de toda la ciudadanía; toda es responsable por el abandono de sus deberes ante los atropellos y la amenaza de los gobiernos fuertes.

Ricardo Rojas, alma purísima del espíritu argentino, que lo siguió en los cambios del pasado y del presente, y auguraba el porvenir, me decía que había que seguir soportando un poco más la tragedia septembrina, que era un ciclo histórico que difícilmente podríamos interrumpir. Expresa su sinsabor, su concepto respecto del pasaje oscuro por el que atraviesa la patria. Lo dice en pocas y bellas palabras melancólicas, hablando con su esposa:

"Se acabo la Argentina... y quien sabe por cuantos años!"



(Del libro Yrigoyen, del doctor Félix Luna).












Fuente: Crisis y revolución de 1930: Etchepareborda, Roberto, Bagú, Sergio, Ortiz, Ricardo M., Orona, Juan V. y etc. Hispamérica. Buenos Aires 1986.

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