El advenimiento del radicalismo al poder marca el comienzo
de una etapa memorable en nuestra vida política. El triunfo de la revolución
democrática iniciada por Alem y consagrada por la elección de Yrigoyen,
cumpliéndose con esto la voluntad del "soberano", legitimo una nueva
vida cívica de paz y libertad para la Republica.
Esta afirmación no importa desconocer meritos a quienes le
precedieron en tan alta función; el espíritu eminentemente patriótico de los
constituyentes de 1853 siguió siempre iluminando los grandes pasajes de nuestra
organización política.
El pueblo, después de proclamada su soberanía, no fue hasta
Caseros mas que el instrumento ciego del caudillismo bárbaro, para convertirse
luego en elemento propicio a las combinaciones incontroladas de la oligarquía
prepotente.
La delincuencia política organizada vencida en comicios
libres, haciendo escarnio de la verdadera democracia, siguió su plan en procura
del retorno al usufructo del poder; al ser desalojada definitivamente del
gobierno por el radicalismo, urdió un levantamiento, embarcando a reducidos
núcleos militares, pretendiendo cambiar el nuevo panorama político, moral e
institucional que hablan traído a la Republica la doctrina y conducta de
Yrigoyen. El régimen se replegó dentro de su técnica hábil y conservadora,
estrecho sus filas, incorporo las fuerzas que pudo y espero en acecho la
oportunidad para dar su zarpazo; no quería el camino amplio y limpio del
sufragio libre; convencido de su impotencia ante el poderío electoral del
radicalismo, no le quedaba otro recurso que el atajo de la conspiración. No
buscaban con ello salvar al país sino a si mismos.
Este simple raciocinio nos lleva con certidumbre al hallazgo
de uno de los móviles que impulsaron el levantamiento del 6 de setiembre del
año 1930, con ventajas precarias y efímeras para sus promotores y quebrantos
tan largos y dolorosos para el país, que; siguen pesando lista hoy sobre su
moral y economía.
Otros factores contribuyeron también a crear el clima
propicio para el éxito de la aventura setembrina. Por una parte el malestar
social, reflejo de la crisis mundial, y por otra las asechanzas de la
plutocracia yanqui, las solapadas maniobras del capitalismo imperialista para
apoderarse del control de nuestras fuentes energéticas; nadie ignora el papel
que jugaron los dólares azuzando contra el patriotismo incorruptible del
presidente; los afanes sediciosos de los reaccionarios; la Standard Oil, piedra
de escándalo de los mas turbios negociados del petróleo, oponiéndose al
proyecto del presidente, tendiente a anular las concesiones de explotación
acordadas a empresas particulares por gobiernos anteriores. Las fuerzas
contrarias a Yrigoyen libraban desde la tribuna parlamentaria su última y
desesperada batalla en defensa de los trusts petrolíferos. "En el Ministerio de Relaciones Exteriores de Washington -decía Lane Wilson, ex embajador de los
Estados Unidos en Méjico- están las
pruebas de que todas las revoluciones, desde Porfirio Díaz hasta Pancho Villa,
en Méjico, las ha fomentado y sostenido la Standard Oil de Rockefeller."
El movimiento de rebelión de los elementos contrarios al
radicalismo se preparo contra Yrigoyen, reelecto presidente por la voluntad
popular. El general Uriburu tramo la conspiración -prolijamente documentada por
el teniente coronel Gregorio Pomar en su libro La conspiración, aun inédito-. Las
actividades subversivas fueron descubiertas siendo apresados sus gestores,
incluso sus jefes, por orden del ministro de Guerra, general Dellepiane,
recuperando luego su libertad por insinuación del ministro del Interior. Poco
hubiera prosperado esta conspiración descubierta de no haber mediado factores
imprevistos, casuales, que hicieron posible el golpe militar. Dos fueron los
mas eficientes, decisivos. El primero: la renuncia del ministro de Guerra,
militar pundonoroso y enérgico, digno y celoso funcionario, que había logrado
por sus propios medios reunir los hilos del motín de Campo de Mayo. El segundo:
la delegaci6n del mando presidencial -decidida por indicación del profesor
Escudero, llamado en consulta y a la que accedió Yrigoyen en última instancia-,
haciéndose cargo del gobierno el vicepresidente doctor Martínez. Esto sucedía
el 5 de setiembre.
La renuncia del general Dellepiane se provoco irritando la
susceptibilidad del abnegado ministro, que vigilaba activamente a los
motineros. Sus medidas de precaución eran criticadas por el ministro del
Interior, que las consideraba infundadas y debidas al exaltado espíritu
alarmista del general. Este infundio llego repetidas veces a oídos del doctor
Yrigoyen, sin duda por intermedio de gente interesada en la renuncia del
ministro. Trate de disuadir al presidente de este erróneo concepto pero, no
obstante, acepto la renuncia del general Dellepiane, profundamente afectado y
molesto por las dudas acerca de sus actitudes, reemplazándolo momentáneamente
el ministro González. Mucho lamente semejante acontecimiento por sus
consecuencias posibles para el gobierno, ya que el general Dellepiane era el
alma viril de la fuerza defensiva de este y un fantasma temible para los
conspiradores, por su lealtad, bravura y decisión. Fue celebrado como un gran
éxito de los contrarios y significo la pérdida del mas valioso puntal para la
estabilidad del gobierno y del presidente.
Me encontraba yo en el despacho del ministro De la Campa,
cuando el movimiento subversivo se presentaba fácil de realizar. Efectivamente,
entro este con la cara jubilosa y exclamando: ¡Eureka! ¡Eureka! ¡Delego el
mando Yrigoyen!. La noticia me consterno; la situación se agravaba; la asonada
militar no se hizo esperar; apareció de inmediato, atrevida y resuelta, al no
encontrarse en el escenario de la Casa Rosada ni el doctor Yrigoyen ni el
general Dellepiane.
Estos hechos y circunstancias casuales, al parecer, fueron
los factores que hicieron posible el golpe militar. No era esperado por la
mayoría del país, ni el mismo Yrigoyen lo creía factible. La agitación y la
alarma eran provocadas por los descontentos politiqueros, apoyados por una
prensa que se había extralimitado de su justa libertad por la tolerancia de las
autoridades, que no reprimían los barullos callejeros ni aplacaban esa
agitación movida por intereses mezquinos. El motín también tuvo a su favor la
ciega confianza de Yrigoyen en su prestigio popular, en la firme lealtad hasta
el sacrificio de sus amigos civiles y militares y en sus colaboradores y
correligionarios.
Pocos días antes del 6 de setiembre, después del atrevido
acto publico agraviante para el ministro de Agricultura, en la Exposición Rural
-fiesta de hacendados y aristócratas- me pregunto que opinión me merecían esos
rumores de amenaza de revolución; le conteste: "No veo quien podría forjarla" "Otro tanto creo yo", agrego el doctor Yrigoyen.
Consideraba que no tenía enemigos; que su gobierno correcto,
honrado, "ejemplar", no
podría ser atropellado.
En realidad, el levantamiento se produjo impulsado,
desesperada y temerariamente, por la audacia de Uriburu; aun estaban inseguros
de su éxito cuando penetraron en la Casa de Gobierno en manifestación hasta
llegar al doctor Martínez para pedirle su renuncia, amenazándole con que
bombardearía el Arsenal y el Departamento de Policía, lo que significaba que
estos baluartes eran leales hasta ese momento. La fuerza revoltosa era pequeña
y la lineal intacta pero inactiva, sin jefes, pues ninguna medida defensiva
habían adoptarse ni González ni el doctor Martínez. Fue un simple traspaso del
poder.
Alguien ha considerado que el doctor Yrigoyen era un
gobernante débil. Nunca lo fue; tal vez magnánimo, si. Intransigente, severo
para todo lo malo o no conveniente para el honor y el bien de la Nación. Ni aun
en el llano ni en la adversidad abandono su firme conducta, que se la ve
radiante en los asuntos de Estado, tanto en el orden interno como en el
internacional. Su conducta moral y humana la aplica por igual en todos los
casos; no teme a la potencialidad de las partes en litigio. Yrigoyen es fuerte
para imponer la neutralidad durante la guerra europea, contrariando a una gran
parte de la opinión pública y a poderosas potencias. Es fuerte para ofrecer
ayuda al Uruguay, con nuestras fuerzas armadas si fuera necesario, en caso de
ser invadido por agrupaciones germánicas desde el Brasil. Defendió las
soberanías y derechos de las naciones pequeñas contra la opinión de las
potencias triunfantes en la Gran Guerra. Fue fuerte en la defensa del petróleo,
en su afán de incorporarlo al patrimonio de la Nación. La Reforma Universitaria
encontró en el a su mejor aliado, eliminando de la universidad los anacrónicos
principios que la regían. Estableció disposiciones para el mejoramiento y
justicia social, formulando un código obrero. No lo detuvo el temor para
resolver en forma armónica y equitativa los más serios problemas, para el
bienestar de las dos fuerzas del progreso económico. Respeto el derecho de
huelga, y casi siempre triunfaba la conciliación de las partes; era el "juez bueno", que
interpretaba lealmente nuestra Constitución siguiendo y aplicando su máxima
evangélica:
"El hombre debe
ser sagrado para el hombre y los pueblos para los pueblos".
Considero errores de un gobernante cuando sus actos o
disposiciones vulneran los derechos, la dignidad ciudadana o de la Nación.
Yrigoyen no rasó la ciudadanía,, vigilo con sentido cristiano el trabajo del
pobre y lo mejoro; en 'ese sentido no tolero abusos dentro de la convivencia
social y trato de que no quedara ningún necesitado en el desamparo bajo el
cielo de la patria, como el lo decía.
Errores políticos tal vez pudo tener algunos pequeños, que
quedaron eclipsados ante la libertad electoral, la ley Sáenz Pena, lograda por
su intransigente y perseverante lucha por este principio esencial de la
democracia. A ningún error, ya sea político, social o económico, se puede
atribuir el reforzamiento de los adversarios, que eran movidos por pasiones
personales. Tal vez su contextura de idealista, introvertido, hacíale parecer muy
hermético en sus deliberaciones y en sus actos, actitud que sus mismos
discípulos criticaban; pero en los hechos, la síntesis de su pensamiento bien
madurado era de resultado satisfactorio y de trascendencia.
Las consecuencias del derrocamiento del doctor Yrigoyen las
estamos palpando hace mas de un cuarto de siglo y tardara un largo tiempo hasta
que se tranquilicen los espíritus perturbados profundamente por la agitación
política, social y económica introducida por la ultima dictadura. La moral
publica, casi en la mayoría de las actividades, sufre una grave crisis que ha
penetrado en la vida del país. Se inicia en el año 1930. Ya en 1946, le hace
pronunciar un juicio lapidario al distinguido político José Aguirre Cámara, en
una reunión del Partido Demócrata Nacional:
"Nosotros
sobrellevamos el peso de un error tremendo; nosotros contribuimos a realizar en
1930 la era de los cuartelazos victoriosos."
La Nación esta en déficit, que debe ser reparado con
abnegado sacrificio de toda la ciudadanía; toda es responsable por el abandono
de sus deberes ante los atropellos y la amenaza de los gobiernos fuertes.
Ricardo Rojas, alma purísima del espíritu argentino, que lo
siguió en los cambios del pasado y del presente, y auguraba el porvenir, me
decía que había que seguir soportando un poco más la tragedia septembrina, que
era un ciclo histórico que difícilmente podríamos interrumpir. Expresa su
sinsabor, su concepto respecto del pasaje oscuro por el que atraviesa la
patria. Lo dice en pocas y bellas palabras melancólicas, hablando con su
esposa:
"Se acabo la Argentina... y quien sabe por cuantos años!"
(Del libro Yrigoyen,
del doctor Félix Luna).
Fuente: Crisis y revolución de 1930: Etchepareborda, Roberto, Bagú,
Sergio, Ortiz, Ricardo M., Orona, Juan V. y etc. Hispamérica. Buenos Aires 1986.
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