CONFIDENCIAL
Buenos Aires, 5 de junio de 1891
Señor Teniente General don Bartolomé Mitre
Mi distinguido General y amigo:
Creo corresponder a las amistosas manifestaciones con que
Ud. me ha favorecido, exponiéndole ingenuamente mis opiniones, respecto del
procedimiento que se insinúa, para resolver la cuestión electoral.
Al regresar a la República, Ud. manifestó el anhelo de que
un acuerdo patriótico suprimiera la próxima lucha, librando al criterio de los
partidos aquel pensamiento y, si fuera aceptado, la incumbencia de sancionar
los medios de hacerlo efectivo.
Si, como creo, la inteligencia que doy a las palabras de Ud.
es exacta, estamos llamados a reflexionar, si los arreglos pueden iniciarse
sobre la base estrecha de los nombres, o si es posible llevarlos al teatro
claro de los principios.
Ami juicio, las discusiones en este terreno ofrecen la
ventaja de aproximar las opiniones, mientras las controversias sobre nombres
que tienen a veces significaciones diversas, apasionan y dividen más y más,
cuando los círculos llamados a conferenciar están aún bajo los resentimientos
de una revolución que les impuso irreparables sacrificios.
Creo, General, que el acuerdo insinuado no se extenderá a
eliminar, ni en la forma ni en el hecho, las elecciones indispensables en
nuestro sistema político. Importaría suprimir la lucha, entendiendo por ésta
las falsificaciones de los partidos, las intromisiones de los poderes
oficiales, y los abusos que han sofocado en diversas épocas el voto de la
nación, y habría ciertamente previsión en eliminar esa conculcación de la
verdad y de la ley.
Pero las elecciones tranquilas, requeridas para la
organización del gobierno y para nuestro crédito institucional, lejos de
encubrir peligros públicos, producen expansiones legítimas y sometimientos
consistentes; y pienso que si el acuerdo se promoviera para garantizar, al
presente, los derechos que la Constitución confiere a los ciudadanos, y
preparar una elección presidencial verdaderamente legal y libre, tendría el
asentimiento del país.
Presumo que la Unión Cívica adheriría a esta fórmula, y que
el partido oficial no la rehusaría, porque no es de esperar, en estos días de
triste prueba para la República, resista el cumplimiento de los primordiales
preceptos de nuestra Carta Fundamental.
Aceptada con sinceridad la idea, sería fácil establecer los
compromisos para hacerla efectiva, entrando naturalmente en primer término la
buena fe y la honradez política, sin las que toda conciliación es fugaz y todo
convenio insubsistente.
No desconozco las observaciones que pueden formularse: dirán
algunos que la esperanza de una elección libre es ilusión propia de espíritus
candorosos, y recelarían otros que las agrupaciones electorales alteren los
nombres proclamados. No rechazo como imposibles ambas objeciones, pero pienso
que, comprometidos el Presidente y sus Ministros a garantizar la abstención de
las influencias oficiales y el respeto a la libertad electoral, como medio de
serenar las zozobras dominantes, no defraudarían las esperanzas públicas ni la
fe de la palabra empeñada; y reputo improbable la sustitución de la candidatura
de Ud., proclamada por la Unión y aceptada por la opinión. Pero si contra esta
presunción se levantaran otros nombres y alcanzasen el sufragio de los pueblos,
no se contrariaría, seguramente, el desprendimiento de Ud.; y en cuanto a mí,
consigno con agrado en esta carta que, como tuve oportunidad de significarle a
Ud., daré sin violencia por clausurada mi vida política con actos que no me
hagan desmerecer de la consideración nacional.
Su atento servidor y amigo.
Bernardo de Irigoyen
Fuente: BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / III Natalio R. Botana – Ezequiel Gallo De la República posible a la República verdadera (1880-1910).
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