Páginas


Image and video hosting by TinyPic

lunes, 20 de junio de 2011

General Severo Toranzo: "Al General Uriburu" (20 de febrero de 1932)


Montevideo, 20 de febrero de 1932

Al general retirado José F. Uriburu:


Le dirijo estas líneas asumiendo también y por derecho de antigüedad la representación de los militares de toda jerarquía a quienes usted y sus esbirros han ofendido infamemente, apoyados en la fuerza brutal que ha tenido en sus manos, para deshonra de la civilización desde el día del malón del 6 de septiembre hasta la fecha.

Solamente en un alma vil y cobarde podían anidar los sal­vajes instintos que usted ha revelado, ensañándose con sus propios camaradas del ejército al punto de hacerlos azotar y torturar, de uniforme, por verdugos civiles y policíacos que han emulado a los más sombríos y repugnantes personajes de la historia.

Cuando pienso que una hiena como usted se ha disfrazado durante 47 años con el uniforme de los defensores de la Consti­tución, prometiendo, engañando, adulando, mintiendo y corrompiendo conciencias de oficiales de todos los grados, no encuentro monstruo con quien compararlo en los anales de nuestra vida democrática.

Esa es su obra, que tendrán que recordar con horror las futuras generaciones argentinas. Ha habido un Caín capaz de atentar contra la vida, contra el honor y contra la dignidad de sus compañeros de armas, dividiendo la familia militar en dos bandos irreconciliables y sembrando odios tan profundos que quién sabe cómo y cuándo podrán ser amortiguados.

Hasta el 6 de septiembre de 1930 teníamos un ejército que era el ídolo de los argentinos.

Nadie, entre los peores gobernantes, había osado emplearlo como instrumento de opresión en contra del pueblo. El  ejército se dedicaba tranquilamente a prepararse para la defensa de la soberanía nacional. Vd. y sus secuaces aten­taron contra su disciplina, corrompiéndolo con dádivas y prebendas y utilizándolo para la consecución de sus inconfesables fines. Hoy el ejército argentino es execrado por el verdadero pueblo.

Las persecuciones de que Vd. y sus cómplices hicieron vícti­mas a todos aquellos jefes y oficiales sospechados del crimen de no pensar como Vd., forman por sí solas un vergonzoso capítulo de los cargos que algún día —así lo espero— podrán formularse ante las autoridades de un régimen de libertad. Las historiaré brevemente, en lo que me concierne de un modo personal.

El día 9 de septiembre de 1930 ordenaba Vd. la prisión e incomunicación absoluta, en el arsenal Esteban de Luca, del suscripto, de los generales Baldrich y Mosconi y de más de cincuenta jefes de menor jerarquía, cuyo único delito consistía en no haberse presentado ante Vd. o su pseudo-ministro de guerra para hacer acto de pleitesía ante el cacicazgo que se entronizaba.

Dos días se nos mantuvo en esta humillante situación. ¿Qué nos restaba por hacer, a los que no habíamos perdido la dignidad de argentinos participando en el motín, sino retirarnos inmediatamente de las filas de un ejército que ya no tenía leyes? Así procedí, junto con otros, para salvar mi honor de soldado y no tener que prestar acatamiento a un gobierno de asaltantes, que llegaba al poder público con la vincha de Calfucurá.

Desde que se nos puso en libertad entró en acción su siniestra policía, para no abandonarnos ni siquiera más allá de los confines patrios. El miedo del "presidente provisional" y de sus ministros, comenzando por Sánchez Sorondo, de ingrata recordación, veía conspiraciones y "complots" en toda reunión, en toda conversación y en las más inocentes manifestaciones de la vida diaria.

Había que encontrar pretextos para deshacerse de todos aquellos ciudadanos de algún valer que anhelaban la libertad de la patria y de quienes se sabía que estaban dispuestos a sacrificarle sus vidas en cualquier momento.

Dirigida por encausados de la justicia, la policía de investigaciones intentó calmar el miedo permanente en que Vd. vivía, "descubriendo" un movimiento revolucionario encabezado por mí. Con tal propósito en vista, y afirmando capciosamente que se pensaba aprovechar los días de Carnaval de 1931 para el estallido, fueron encarcelados numerosos oficiales y civiles y se trató de capturarme, a mí, sobre quien pesaba una orden de prisión y de muerte dada por Vd.

Fracasó el intento en lo que a mí se refería, pero se encontró justificado detener a mi hijo, el teniente Toranzo Montero, que se encontraba sirviendo en un regimiento a más de mil kilómetros de la Capital. Las torturas morales y físicas que le aplicó su gobierno por intermedio de los criminales Alberto Viñas, Bautista, Molina, comisario Galatto y otros "valientes" de la misma calaña, son dignas de figurar únicamente en el proceso ele un Torquemada. Estos sujetos llegaron hasta comunicarle mi fusilamiento y ame­nazarle con la reclusión de su madre y hermanas en el buen Pastor.

Usted hizo publicar en el pasquín "Ultima Hora", con mi retrato, la calumniosa especie de que yo había jurado fidelidad a su gobierno. A usted le constaba que tal cosa era mentira. Pero de un cobarde como usted sólo es dable esperar calumnias y difamaciones.

Si en mi país hubiesen existido leyes, me hubiera presentado tranquilamente, ante mis jueces naturales, para sincerarme, en la seguridad de que no había cometido delito alguno.

Era ya entonces un general retirado, por propia voluntad, y en ningún momento me acerqué a un establecimiento militar. Es cierto que mantenía y mantengo estrecha relación con la mayoría de las víctimas de su miedo, pero es falso que yo intentase pro­ducir una "alteración de orden público", como despectivamente usted y su policía inventaron. Muy diferente era mi actividad: aspiraba tan sólo a defender la patria contra la horda de delincuentes que la esclavizaba después de haber abolido la Constitución.

Tratábase de orientar indispensables acciones libertarias, de sedimentar conciencias democráticas y engendrar sagradas rebeldías, cosas todas éstas que su torpe mentalidad no alcanzará a  comprender, pero que debían servir —y servirán tarde o tem­prano— para consolidar la conciencia de libertad que deben tener todos y cada uno de los argentinos, amantes de su patria.

Por este crimen —por el crimen de aspirar a que el país se repusiese del malón de septiembre, reintegrándose al imperio de sus instituciones— usted me emplazó como a un delincuente y me hizo destituir por intermedio de sus amanuenses Medina y Sánchez Sorondo.

Poco valor atribuyo a tal desmán. He sido consagrado tres veces oficial superior por un Senado de legítimo origen constitucional. Soy, pues, general de la Constitución y ningún innoble mandón como usted puede arrebatarme la alta jerarquía militar que invisto, como premio a cuarenta años de ininterrumpidos y leales servicios, orientados siempre a la consolidación de la disciplina, al perfeccionamiento de la instrucción y a la generación de los más nobles sentimientos patrióticos en los militares de todos los grados. Las tropas que tuve el honor de comandar fueron siempre baluarte de disciplina en el ejército. Baluarte indispensable para contrarrestar la obra disolvente en que usted siempre estuvo empeñado con su secta; con esa secta de traidores a la patria que le ha acompañado en el gobierno.

La carrera militar de usted —navegante en todas las armas desde su egreso del Colegio Militar: infantería, artillería, inge­nieros y caballería— constituye el más acabado ejemplo del favo­ritismo, sin cuyo concurso no habría usted llegado nunca ni a capitán. Pero, sobrino de un presidente, y beneficiario por matri­monio de las ganancias del puerto Madero, le fué fácil conseguir, mediante halagos y convites sociales, lo que nunca hubiera podido obtener por sus virtudes y capacidades profesionales.

Posteriormente, cuando perdió la fortuna del matrimonio, usted se dedicó a la usura y a la coima. Ejemplos típicos de la suciedad de sus "negocios", que me exime de detallarlos, es su íntima vinculación con el Banco de Finanzas y Mandatos y su participación en el peculado de la yerba mate.

Llegó el 6 de septiembre, día de luto para la democracia argentina. Al amparo de un régimen de fuerza al que la historia aplica desde ya los más infamantes calificativos, usted y sus aprovechados colaboradores dedicáronse a saquear la Caja de Conversión, nuestro sagrado tesoro, exponente de la riqueza na­cional y de un gran poderío económico; ya casi no existe. Y hoy en día no tenemos dinero ni para pagar a la administración pública. ¿Cómo hemos de tenerlo, después de haber usted derro­chado millones y millones en mantener parasitarias "legiones cívicas verdaderos ejércitos de voraces espías de ambos sexos? Ahí está el fruto más visible de la "revolución" y de su trágico desgobierno.

Vd. y su pandilla, de reaccionarios sin moral ni conciencia, hicieron recaer todo el peso de sus odios brutales sobre el pueblo libre y trabajador, cuyo martirologio en la persona de sus jefes y dirigentes más destacados, no tiene paralelo en la historia de nuestras luchas sociales. Al acentuar hasta el paroxismo, con esa inhumana política, la división de los argentinos en explotados y explotadores, en siervos y señores, Vd. y sus esbirros se han hecho responsables de las desgracias en que sumirán al país los violentos conflictos que han venido incubándose y que fatalmente estallarán cuando las garras del despotismo dejen de apretar la garganta del pueblo, o antes si la opresión continúa.

Tampoco respetó Vd. a los obreros de la inteligencia, a esa brillante juventud universitaria, cuyo crimen consiste en querer una patria remozada, adicta, a los postulados de la justicia social. Más de uno pagó con su vida, en pleno centro de Buenos Aires, la, osadía de protestar públicamente contra el oprobio que por culpa de Vd. y de sus secuaces motineros padece la República.

La desocupación, la miseria y el hambre se ciernen hoy sobre el pueblo argentino. Ningún gobierno del pasado, por objetable y nefasto que con justicia haya podido considerársele, arrastró jamás al país a un caos económico semejante al que hoy lo destroza.
Simulando patriotismo, Vd. es, en realidad, un agente venal de turbios intereses extranjeros. Los recargos de impuestos al pueblo por simples decretos —úkases— como el vergonzoso de la nafta, pomposamente fundado en la necesidad de construir caminos, pero en realidad obedeciendo a presiones de la Standard Oil —a la cual, por otra parte, se le han revalidado todas las prebendas acordadas por los gobiernos de Salta, anteriores y posteriores al del Dr. Adolfo Guemes, y en el orden nacional en la zona de Comodoro Rivadavia y Plaza Huincul— constituyen un índice significativo de la influencia de que han gozado, en el "gobierno provisional" y sus pretorias de provincias, las grandes empresas extranjeras.

Nuevamente, pues, y ahora por obra de usted y con caracteres de inusitada gravedad, queda amenazada la integridad soberana de la república en su patrimonio económico. Este es otro de sus grandes títulos para la posteridad.

El crudo nepotismo que hoy domina en la nación y en las provincias, en cuyos gobiernos ha entronizado usted la propia parentela y la de sus cómplices hasta el décimo grado, constituye otro ejemplo del "altruismo" de sus procederes, así como de la magnitud de los "sacrificios" que usted y su secta han "realizado" en aras de la patria, como lo expresara usted tan repetidas veces en su ampulosa  cínica oratoria.

Culmina toda esta infamia con los nombramientos para re­presentar al país en el extranjero, recaídos en Viñas, Bautista, Molina, Lugones y otros, como premio al servilismo con que se prestaron a oficiar de verdugos, aplicando por orden directa de usted, medioevales torturas a los argentinos que no se avinieron a transar con la tiranía.

Con sus dádivas y favores, finalmente usted ha prostituido la conciencia de miles de argentinos, principalmente militares, y ha introducido en el ambiente moral del país un fermento de degeneración  que costará mucho esfuerzo extirpar. Sólo así se explica que al usurero Uriburu, se le obsequie una casa mientras el gran Sarmiento murió pobre, en una humilde choza. Los tiem­pos, ciertamente, han cambiado.

Deliberadamente he retardado, hasta hoy el envío de esta carta. Antes se hubiera cubierto usted con su posición usurpada.

No necesito extenderme más. Con lo dicho basta para demostrarle sus delictuosas y cobardes hazañas. 







Fuente: Carta del General Severo Toranzo al General Uriburu, Montevideo 20 de febrero de 1932. El Plan de 1932, Las Revoluciones Radicales al Gral. Justo de Atilio Cattáneo, 1959.

3 comentarios:

  1. ¿Saben si los restos del Grl Toranzo descansan en el cementerio de Recoleta?

    ResponderEliminar
  2. ¿Tienen el libro "Severo Toranzo homenaje de su promoción" año 1944?

    ResponderEliminar
  3. Temo que el señor general carga demasiado las tintas sobre los excesos y negociados del general Uriburu, sin negar que la revisión de 1930 significó un retroceso institucional y abrió el camino a posteriores golpes militares.

    ResponderEliminar