Buenos Aires, 23 de noviembre de 1891
El Comité Nacional de la Unión Cívica a la Republica:
En presencia de la extraordinaria gravedad de la situación política, financiera y económica, que obliga a todos los habitantes de este suelo a darse cuenta de las causas que nos han traído a tan angustioso estado, el Comité Nacional juzga llegado el momento de dirigir su palabra a la República, pues empeñada como está en la lucha de renovación de los poderes nacionales, cree que para la mayor inteligencia de la justicia y de la sinceridad de sus propósitos debe el Comité exponer con franqueza las causas del mal y proponer los medios propios y únicos de combatirlo, ampliando y comentando en esta ocasión los principios que informan a la Unión Cívica en la actual contienda política.
La República Argentina había llegado a la era de una excepcional  prosperidad; los capitales y los hombres de las naciones civilizadas  venían a buscar colocación ventajosa, vinculando a su propio beneficio  el progreso social y científico y el desarrollo de la potencia  productiva de la Nación. Estos bienes, no eran obra de nuestro esfuerzo:  habían sido ellos preparados por los esclarecidos varones que fundaron  la independencia y por los que inspirados en altos sentimientos de  patriotismo dictaron la Constitución Nacional, magna carta de libertad y  de justicia.
La herencia, pues, es doblemente sagrada: por un lado, la tradición  del patriotismo y del honor, que debíamos conservar intactos como sólido  fundamento de la vida institucional, y por otro, el compromiso solemne  de aportar una perfecta garantía al derecho de todos los hombres que  vinieran a habitar este suelo. Para vergüenza nuestra, en el momento que  debíamos trazar la página más brillante de nuestra historia, en el que,  a la hora que suena en los destinos humanos, esta tierra es la parte  más privilegiada del planeta, malos gobiernos nos han puesto en peligro  de aparecer ante el mundo, como una sociedad de hombres sin conciencia,  sin justicia y sin libertad. Hoy, la República Argentina, lo decimos con  dolor, está hondamente comprometida, y algunos diarios europeos, se han  atrevido a indicar lo que en todo caso rechazará indignada la República  y la América, la formación de comités internacionales para intervenir  en sus finanzas, como se hizo con la Turquía y el Egipto.
Los hechos que han creado esta situacion están patentes: hace dilapidado vertiginosamente los bienes y dineros públicos, y despues de esta fraudulenta dilapidación, hace amparado y protegido a los defraudadores, por consecuencia de lo que, el comercio honrado sucumbe, los hombres trabajadores se ven privados de sus economias, las viudas y menores despojados de sus capitales, el pueblo en la miseria.
LOS BANCOS OFICIALES
Tan alarmante situación impone a los ciudadanos serios deberes, y  preocupado de ellos es que el Comité Nacional de la Unión Cívica ha  resuelto dirigir este Manifiesto de la República, para exponer con  franqueza los peligros que la envuelven, a fin de que todos los hombres  patriotas y de buena intención concurran a la obra de salvación común.  El Comité Nacional ha expresado ya en otros Manifiestos la bandera de  principios y el impersonalismo de su causa, y procede ahora a establecer  de un modo más positivo estos nobles ideales, consignando en fórmulas  concretas las bases de las reformas que inicia y procurará que  prevalezcan en el gobierno.
Es un axioma ante la conciencia argentina que el mal se ha producido  por exceso de oficialismo y que los Bancos oficiales han sido el agente  activo de la ruina de la fortuna pública y privada y de la depresión del  carácter nacional. El Banco oficial constituye un peligro permanente,  porque siempre será un medio político sujeto a la influencia de las  pasiones partidistas. Trabajar, entonces, contra este género de  establecimientos es hacer obra de cordura y de patriotismo. Los  ciudadanos necesitan desenvolverse libremente en la vida del Estado,  pero para ello es menester que éste no se apodere de todos los resortes  de su acción individual. Si el Estado, tomado en el sentido restrictivo  del Gobierno, que maneja el tesoro, el ejército, la escuadra, los  empleados públicos, constituyendo ya una fuerza enorme, se encuentra  además dotado del poder de manejar el crédito particular de los  ciudadanos, éstos en realidad no existen como hombres libres, pues se hallan aprisionados en el único terreno que debía ser  su baluarte de defensa, en su hogar. La historia humana enseña que los  hombres tienen heroísmos contra la prepotencia de la fuerza, pero que  son débiles contra la influencia en sus sentimientos; esto es  perfectamente lógico: ellos se agrupan en pueblo o nación para garantir  su acción individual y la felicidad de sus hogares. El Banco oficial,  entonces, es un elemento perturbador del orden social y será sabia la  política que tienda a suprimirlo.
Un grave antecedente histórico puede invocarse en apoyo de esta tesis  de la conducta del partido demócrata de los Estados Unidos, que produjo  en el año 1836 la abolición de los privilegios nacionales del Banco de  Filadelfia, para salvar a la nación norteamericana de la corrupción  política. El presidente Jackson, en momento solemne, al Congreso dijo:
“El equilibrio establecido por nuestra Constitución sería roto si  consentimos más largo tiempo en la existencia de asociaciones  investidas de privilegios exclusivos. Estos privilegios no tardan en  procurarles los medios de ejercer una poderosa influencia sobre la  conducta política de las masas, o poner a su disposición el trabajo y  las economías de las clases más numerosas. Por donde quiera que el  espíritu de monopolio se alía al poder político se ha visto nacer la  tiranía y el despotismo”.
¿Qué no será, como sucede entre nosotros, si el poder político sigue  reuniendo en sí mismo todo, esto es, los capitales, los privilegios y la  dirección de los principales Bancos del Estado? El Comité Nacional que  se inclina decididamente por la libertad bancaria, pero que no resuelve  por ahora el sistema definitivo que deberá adoptarse para la República,  porque eso dependerá en mucho de las circunstancias y los medios,  declara que propenderá a la supresión absoluta de toda ingerencia  oficial en la administración bancaria, cualquiera que fuere el sistema  que predominare.
EL EMISIONISMO
Otro tópico digno de fijar la atención pública, es el de poner límite  a las emisiones fiduciarias y asegurar al país contra leyes de curso  forzoso con efecto retroactivo.
El recurso de la emisión es un medio vulgar de solventar las  dificultades momentáneas, pero que no resuelve los problemas  financieros, a menos de ser empleado como componente de sistema que  abrace todos los extremos que se debieren consultar; será sin embargo,  necesario siempre que el crédito no esté agotado para que la emisión  produzca efecto benéfico, porque si ella viniere cuando el crédito no existe,  obrará en sentido deprimente de los capitales creados. Porque es un  grave mal en la vida colectiva, porque cuesta mucho esfuerzo y mucho  tiempo la formación de capitales. La teoría de la emisión debe aceptarse  únicamente como ampliación del capital, pero no como sustitución del  capital, que es lo que actualmente se hace en el país, al establecer un  Banco con cincuenta millones de pesos papel y sin ninguna garantía  efectiva. Doblemente corresponde incorporar a la política financiera y  económica de la República estos principios, por los considerables  entorpecimientos que a la inmigración y al incremento de la riqueza  traen las constantes y fuertes alteraciones del valor de la moneda. Esta  es la causa principal de que se haya paralizado la venida de hombres  aptos para la agricultura, de que emigren muchos de los que estaban  establecidos y de que se sienta suspendido el movimiento de empresa e  industrias. Deben, pues, evitarse las emisiones ingarantidas, que junto  con el encarecimiento de la vida imposibilitan la venida del capital y  población extranjera, que son indispensables al progreso argentino; y  hay que afirmar como regla invariable de nuestro gobierno, que en ningún  caso se darán leyes de curso forzoso, que alteren las obligaciones  monetarias establecidas en los contratos, porque ellas constituyen una  propiedad, y ésta ha sido declarada inviolable por la Constitución.
El Comité Nacional propenderá a la limitación de las emisiones dentro  de las ideas expresadas y se pronuncia abiertamente en contra de las  leyes de curso forzoso.
Bajo el régimen de libertad que la Unión Cívica sostendrá en el  gobierno, el Comité Nacional piensa que es necesario suprimir la  ingerencia oficial en las Bolsas de Comercio, porque estas instituciones  deben manejarse con entera independencia, dejando que los errores o  abusos que en ellas se cometan tengan su correctivo propio por la  intervención judicial, en los casos que corresponda, o por la colisión de  intereses antagónicos. La experiencia humana ha demostrado que la mejor  vigilancia es aquella que se ejerce por los intereses en producirla, y  que las intromisiones de autoridades extrañas son inútiles cuando no son  perniciosas. Desde hace cuatro años el Poder Público ha intervenido en  nuestra Bolsa, y el resultado que de ello se ha obtenido ha sido el de  trastornar los negocios particulares y agravar más el ruinoso estado de  las finanzas de la Nación.
En nuestro empeño de prestar una atención preferente a la producción  del país, hácese necesario aportar garantías eficaces de población y de  trabajo a la enajenación de tierras fiscales. Las leyes generales de  tierras públicas establecen que las enajenaciones que realice el Estado  se hagan a distintas personas, en pequeños lotes, pero a menudo esta  condición ha sido violada, adquiriendo un comprador, por medio de  diversos solicitantes, mayores extensiones de la que le era permitido.  Mucho interesa a la comunidad corregir este abuso, porque hay que poner  la propiedad al alcance del mayor número y porque las grandes  extensiones de tierra que pasan a una sola mano no son destinadas al  trabajo, sino a la especulación. Conviene, entonces, que quede bien  determinado en la ley que la tierra pública se enajenará sólo por lotes  pequeños, en condiciones de población o de trabajo, y que el adquirente  no podrá transferirla a otro, bajo pena de nulidad y pérdida del precio  de compra, antes de haber llenado cumplidamente estas condiciones. Si  algún gran capitalista o empresa colonizadora solicitaré un área  considerable, habrá de ser materia de una ley especial, pero tal  concesión, si se creyera conveniente, deberá otorgarse bajo la cláusula  obligatoria de la división de la tierra, haciendo de ella propietario al  colono, con prohibición absoluta de todo contrato de arrendamiento.
EL EJÉRCITO Y LAS AUTONOMIAS PROVINCIALES
Preocupa a todos los espíritus la inconveniente distribución del  ejército en el territorio de las provincias, por cuanto valiéndose de  este medio el Gobierno nacional coarta el derecho electoral de los  ciudadanos o hace presión sobre las autoridades locales.
La Constitución faculta al presidente a disponer de las fuerzas  militares, distribuyéndolas según las necesidades de la Nación, pero  semejante facultad no debe entenderse que es arbitraria.
¿Cómo será conciliable la autoridad autonómica de un gobernador de  provincia, con la colocación de fuerzas que no le pertenecen en su  territorio? 
Sería menester que estas fuerzas fuesen automáticas, porque de otro  modo cualquier acción que ejercieran invadiría los fueros de la  soberanía nacional. Sin consignar la idea de una prohibición terminante,  que chocaría con la prescripción constitucional, el Comité Nacional  propenderá a que se dé una ley reglamentaria de esta facultad  presidencial, ajustando al verdadero espíritu de la Constitución la  colocación de fuerzas federales en tiempo de paz en el territorio de las  provincias.
La distribución del ejército en las provincias constituye una intervención permanente y clandestina y así hemos visto en repetidas ocasiones que alternativamente ha servido para echar abajo y sostener gobernadores.
Es necesario que terminase semejante abuso, que las autonomías de los Estados sean
respetadas, y que nuestro ejército de línea vele por la seguridad de nuestras fronteras y
sólo desempeñe funciones nacionales inherentes de su cargo.
EL PREDOMINIO DEL P.E. SOBRE LOS DEMÁS PODERES
Uno de los principales factores del profundo malestar que sufre la  República, fuera de toda discusión, es la absoluta predominación de los  jefes de Estado sobre parlamentos, judicatura y opinión pública. El  exceso de poder reconcentrado en manos del presidente y de los  gobernadores, por ausencia de leyes previsoras, reglamentarias de  ciertas facultades constitucionales, de que han abusado, por malicia o  acaso por ser ellas mismas exorbitantes, les ha permitido la supresión  gradual de los derechos políticos, dominar sin control en los cuerpos  legislativos y hasta influir perniciosamente en las funciones  judiciales. Este proceso sistemático, lento pero seguro, para socavar  nuestras instituciones, llevar el país a la ruina y gobernarlo sin los  frenos saludables de los pueblos libres, demuestra que no todos los  males de la época emanan de culpa de los gobernantes, sino de la  deficiencia de nuestra propia legislación. El Comité Nacional, que con espíritu sereno analiza las causas del malestar general, pondrá  todo su empeño en que se emprendan serias reformas legislativas para  garantir a la opinión pública y a los parlamentos su legítima influencia  en los actos de gobierno, reducir a límites prudentes el ejercicio de  las facultades del Poder Ejecutivo y combinar la independencia de los jueces con la efectividad de sus responsabilidades.
LIBERTAD ELECTORAL
 La cuestión fundamental que toca resolver a la Unión Cívica es la  referente a la libertad del sufragio, cuya escandalosa supresión ha  originado los males que afligen a la República. En este punto el abuso  oficial llega a su colmo; se multa, se persigue, se aprisiona y hasta se  caza, como a bestias feroces, a los ciudadanos, para que no voten o no  constaten su calidad de argentinos. Hace dos mil años los latinos  hallaban el amparo de la ley diciendo: “¡Soy ciudadano romano!”; hoy, al  finalizar el siglo diecinueve, en las cumbres más altas de la  civilización del mundo, se mata a los hombres porque dicen: “¡Soy  ciudadano argentino!” Es menester que esta infamia acabe para siempre; es menester penetrar  en la conciencia de todos, de que la ley cuando ejerce el derecho de  ciudadanía, y que quien contra él atenta, en cualquier forma que sea,  comete un crimen abominable.
Hay que garantir al ciudadano argentino en sus derechos electorales:  en la inscripción, en la votación, en el escrutinio. El Comité Nacional,  para ello, declara que considerando augusto el derecho de la  ciudadanía, promoverá la reforma de la ley electoral, sobre la base del  padrón permanente, castigando con penitenciaría y pérdida temporal de  los derechos políticos a los funcionarios públicos, que desde el  gobierno o desde las juntas calificadoras o receptoras de los votos,  privan fraudulentamente de sus derechos electorales a los argentinos. Cree también oportuno buscar la forma de dar representación a las minorías.
Firmado: Leandro Alem, presidente; Joaquín Castellanos, Carlos A. Estrada, Daniel D. Tedín, Abel Pardo, secretarios.

Fuente: "Declaración de Principios" de la Unión Civica, 1891 publicado en el Diario La Prensa el 24 de noviembre de 1891 reproducido en Hipólito Yrigoyen "Pueblo y Gobierno" Tomo II, 1953 Editorial Raigal.

 
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