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jueves, 3 de febrero de 2011

Angel Pisarello: Carta al Dr. Arturo Illia (25 de mayo de 1963)

San Miguel de Tucumán, mayo 25/1963
Doctor  Arturo Illia
Hotel Savoy
Capital Federal

Estimado correligionario:

Omito, en homenaje a la brevedad los elementos económi­cos, sociales, políticos y culturales que integran o totalizar dicha es­tructura. Sobre todo por cuanto considero a Ud. advertido cabalmente sobre la composición de la misma. Sólo le señalo que en Tucumán los caracteres de los elementos que componen dicha estructura se advier­ten con mayor cuan dramática claridad; odiosa soberbia de quienes ejercitan, desde los años de la constitución, una autoridad o mando que se fundamenta, exclusivamente, en la explotación humana. Nuestros paisanos de Tucumán -en millares, más de ochocientos- expresan sus vidas en una desoladora y triste similitud con el débil cuanto rico tallo de la caña de azúcar. Ambos cultivados con la misma primitivez y ambos sustentando los pilares en que se asientan su autoridad y mando las expresiones parásitas de muy pocos que apenas se cuentan en singu­lares unidades.

No es extraño, en consecuencia, que los partidos políticos deban corresponder a aquella composición: esto es muy claro. Ha de ser consecuencia también que esos partidos políticos se expresen a travez de una autoridad o mano que se transfiere desde los esquemas de la organización general mientras sus afiliados -en registros lógicamente inexpresivos- sólo se utilizan para soportar las estructuras de los órga­nos que concuerden con quienes a su vez, se sirven de ellos para desa­rrollar y afianzar un sistema de vida injusto desde el punto de vista de la dignidad humana.

Por la razón que le apunto, en Tucumán los partidos políticos concluyen por ser "meras agrupaciones transitorias, sin consistencia en la opinión, sin principios ni propósitos de gobierno"; así, exacta mente, como lo apreciaba Yrigoyen -en el orden general- allá por 1905.

El juicio respecto de los partidos políticos actuantes en Tucumán no excepciona a la Unión Cívica Radical. Por vía de esta afirmación es fácil comprender la razón de ser esta provincia el asiento del "concurrencismo" cuando nuestros padres, drenaban por su vena mayor el dolor -orgulloso dolor- de la cárcel donde pagaban el precio de la "abstención"; es fácil comprender -oteando historias contemporáneas ­como desde Tucumán electores, invocando la representación de la Unión Cívica Radical, daban sus votos en favor de la fórmula Justo-Matienzo; es fácil comprender de qué manera los gobiernos de la Unión Cívica Radical resultan progresistas en medida mayor cuando mayor fue su auspicio favoreciendo a los intereses de la mentalidad esclavista de los dueños (no digo propietarios ya que ello equivaldría al ejercicio de un derecho legitimo) de las fábricas azucareras; es fácil comprender el drama de Juan Bautista Bascary o la tragedia de Octaviano Vera; es fácil comprender por qué razón en Tucumán se “lauda” sobre el resul­tado de cualquier problema sometido a la elección, sobre todo cuando el resultado corresponde a las mayorías. En síntesis, vigencia de la injusticia y la arbitrariedad; pero además, de lo absurdo... desde el punto de vista radical, al menos.

Oponerse al sistema da idea cabal de sacrificios supremos. Quie­nes lo intentan conocen de antemano su destino corto por lo personal. Es decir que deben ser hombres -cuánto menos- abroquelados en ideas cuya claridad no admita dudas. Víctimas explatorias, sirviendo al des­tino infinito del Pueblo donde se computa el del paisano,  de sus hijos, de los nietos... infinitamente.

Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, aún conociendo mi des­tino personal, emprendí la tarea con la más absoluta y firme convic­ción. Al final no hacía sino recoger viejas banderas; sólo necesitaba asta. Cuando lo recuerdo, no pretendo hacerme depositario de las ban­deras; en todo caso, me basta con haber sido hasta necesario -por ello útil- nutrida la materia que la compone con ideas que aún bailan al compás de emociones comunes, primarias de aquellas que se alimentan con una larga lágrima que sorbida restituye el evangelio redimido del pecado -si se cometió- y por ello mucho más puras.

No es tarea que resulta personal. Muchos miles -de aquellos que en Millares suman más de ochocientos- sirvieron a la intención. Gene­rarnos el asiento o punto de partida. Pero se advirtió la presencia de elementos que, finalmente, irían a poner en peligro la organización estructural que sostiene la injusticia, la igualdad negada e incluso la esclavitud como sistema. Y lejos de enfrentársenos -lo habría sido, por supuesto, la negación de su historia- acometieron el abordaje.

Recién hoy puedo afirmar categóricamente: aceptar su compa­ñía en la Unión Cívica Radical fue nuestra derrota. Minoritarios, es decir, frutos naturales del sistema del que provenian, o no,  dieron validez a las expresiones mayoritarias del voto en los comicios internos, o simplemente, negaron valor o trascendencia a las convocatorias que decidieran, por mayoría, quiénes debían gobernar poniendo el esfuerzo sin par en la tarea de demostrar la "ineficacia" del sistema, ya que -en todo caso- se trataba de elegir hombres para el ejercicio de los cargos. Para ello, parecían radicales -sin serlo- cuidando muy bien de "mostrar" sus ideas... Al contrario, se confundían con las nuestras.

Desde lejos -es distancia ponderable la de casi 1.500 kilóme­tros- "lo de Tucumán" es una lucha de predominio personal donde se utilizan armas que "desjerarquizan nuestra condición radical". Desde lejos, NADIE intentó siquiera poner sus oídos junto a la tierra para escuchar los mensajes que podían expresarse de otra manera -lo que en alguna medida se hizo- a través de larguísimas peregrinaciones en "que los tucumanos llegaban, otra vez, con sus problemas personales".

Aliados del tiempo y la distancia, tomaron asientos en lugares predominantes de la dirección partidaria aquellos de la "concurren­cia", partidarios de Justo, o "laudistas" y aunque de tiempos no iguales, herederos de aquellos a quien Yrigoyen había señalado como "res­ponsables de las mas punibles irregularidades políticas".

Se nos manda "arreglar" con ellos. Y lo hacemos –asumiendo la responsabilidad que nos corresponde- porque las desgracias de la República no admiten el diálogo esclarecedor, o quizás, porque alienta nuestra esperanza de ser protagonistas del cierre de un proceso que no resiste ya examen... y que al cerrarse hace posible que nuevos hombres recojan las banderas que recogimos nosotros hace 20 años -y sobre la experiencia dolorosa de nuestras frustraciones- comiencen cavando los cimientos de una nueva -o vieja- construcción en cumplimiento de los enunciados del evangelio partidario de cuyo catecismo Yrigoyen y don Amadeo hicieron su libro mayor.

De allí -del libro mayor- extraigo: "Desviar el rumbo a mitad del camino, importa en todo momento renuncia a ideales que el patrio­tismo ha inspirado y malgastar las fuerzas que a su sombra se abrigaron; el poder, a pesar de ser uno de los medios más eficaces para hacer práctico un programa, no es el fin a que se puede asociar un partido de principios, ni el único resorte que pueda manejarse para influir directa­mente en los destinos del país".Cuanto transcribo lo aprendí de Yrigoyen: "Encarrilar dos opi­niones políticas que han revelado diversa tendencia es una transgresión a su fe política y no sólo ello sino neutralizar dos fuerzas que se rechazan, acercar elementos para-producir entre ellos la anarquia, esterilizar sus iniciativas y lo que es más grave, extraviando el criterio publico: se corre el riesgo duque el partido Radical se descalifique para siem­pre ante la opinión". La verdad es que, en cuanto a nosotros -en Tucumán­, "no nos hemos congregado con este. fin, ni ha sido ésa nuestra mi­sión".

Finalmente, una "reserva de derechos" sin conocerse los funda­mentos en que sustenta habría sido poco seria. Ello exigía mis puntos de vista hechos públicos. Nos allanamos a servir un proceso electoral y nada más; no hay en esto transacciones porque el precio con que se nos premia lo constituyen dos valores absolutos: uno, el cabal conoci­miento del hecho y sus consecuencias que los medimos con la Nación malherida a la vista; y el otro, la cordialidad y el afecto con que los radicales alimentamos vigorosamente saludable compañía de gente amiga que, nos convoca.

Afectuosamente, su amigo
 Angel Pisarello



























Fuente: Angel Pisarello: Carta al Dr. Arturo Illia  (25 de mayo de 1963)

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