Sacó tres cigarrillos sin mostrar el paquete, uno por vez, y los ofreció con parsimonia; luego se quitó los anteojos para refregarse las cejas y tosió. Detrás de él, palmas y begonias artificiales quebraban la oscura monotonía de los tomos de jurisprudencia; a su izquierda, en una chapa de bronce, se advertía: "El jefe está enojado". Pero esa tarde, la del miércoles pasado, Ricardo Balbín estaba contento.
No quería hablar del pasado, de la caída de Arturo Illia, de los enemigos que hace cinco años se burlaban de los lentos radicales y hoy buscan a toda velocidad el acuerdo; sin embargo, tomándose la cabeza, transigió: "El derrocamiento de Illia fue un gran error histórico. Primeramente, porque su gobierno respondía a una voluntad popular y desde los días iniciales, allá por octubre del 63, acreditó la decisión irrevocable de vivir en una democracia real; después, porque promovió una política económica orientada a lograr el poder de decisión que, años antes, estaba harto comprometido. El gobierno de Illia tenía un tono nacional firme; no agredía a los adversarios con declamaciones, respetaba la libertad, ese clima que los argentinos estaban poco acostumbrados a vivir. Si se considera que días antes del golpe militar la Argentina había librado su mejor batalla en el exterior —la misión Elizalde había conseguido la financiación para El Chocón y créditos para pasturas y para SOMISA—, entonces me animo a afirmar que algunos militares golpistas le hicieron el juego a los enemigos del país. La Argentina, esencialmente, decidía su avance al impulso de su propia soberanía y, lo que es más importante, realizaba una política integral promoviendo la hidroelectricidad; en fin, en esos momentos lucía la gestión del doctor Pugliese en el ministerio de Economía, la más acertada de los últimos quince años y a la cual, de un modo u otro, habrá que volver".
—Pero si a cinco años de aquel episodio se procura el acuerdo nacional sobre la base de los radicales y los peronistas, ¿por qué no se logró salvar al gobierno de Illia?
—Nosotros hicimos todo lo posible. Le digo más: de los cinco puntos que pedía la CGT, el gobierno estaba dispuesto a satisfacerlos. Pero había dos revoluciones, y una de ellas ya se manifestaba en los medios de difusión creando una imagen negativa del gobierno; eran las publicaciones comprometidas que no vacilaban, en ciertos casos, en agredir torpemente al presidente y a sus colaboradores. La otra revolución, la militar, era subterránea.
—¿Ustedes no conocían a los militares que conspiraban?
—Desde luego. Vea, 'Roberto Levingston jugó un papel importante en la acción psicológica, y la CGT, con José Alonso a la cabeza, estaba en lo mismo. Además, Onganía esperaba su hora. No hay que olvidar que Rodolfo Martínez, antes de las elecciones que ganó el radicalismo, había procurado que los partidos democráticos admitieran la candidatura de un militar. Martínez quería el frente y el candidato era Onganía. Por eso acometieron después.
—¿Y ahora aceptarían un candidato militar?
—Personalmente lo rechazo
—¿Cree que habrá elecciones
—Si no hay elecciones usted, yo y millones de ciudadanos tendremos que cavar trincheras. Sucede que tendrá que acortarse el plazo: la situación económica es crítica y el voto de la gente será de protesta, no afirmativo. Y se sabe que los votos de protesta no dan estabilidad a los gobiernos. Le repito que el país no resiste una espera de tres años. Nosotros deseamos la insti- tucionalización del país, y no le tememos a la consulta popular. Los enemigos, los que no tienen votos y dicen interpretar al pueblo buscan una dictadura preventiva. El radicalismo, por tradición, quiere los comicios democráticos. Y que conste que no gritaremos si salimos últimos. Se trata entonces de asegurar un futuro gobierno popular que impida que los militares vuelvan a gobernar precariamente.
—¿Ustedes se unirían a los peronistas?
—Eso no se lo puedo contestar ahora. Los radicales estamos en el gran acuerdo sin verdades a medias, sin engaños; pero conservando la individualidad partidaria. Creemos que el peronismo es sincero. Peronistas y radicales procuramos que el gobierno decida una política económica nacional previa a los comicios. El manejo del crédito y la política salarial nos preocupan.
—¿El acuerdo peronista-radical es la barrera contra el marxismo?
—En lo básico, sí.
—¿Cree que el gobierno facilitará la institucionalización de tres o cuatro fuerzas o que respetará a los partidos tradicionales?
—Yo no comparto el criterio de la integración de las tres o cuatro fuerzas. En la Capital o en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, podría darse una coalición; pero ocurre que en otras zonas del país la gente vota por el peronismo, o por nosotros, o por los conservadores de manera definida. En síntesis: hay que respetar a las corrientes políticas tal como se manifiestan.
—¿Entonces en la Capital o en la provincia de Buenos Aires podrían aliarse con los peronistas?
—Ahora, insisto, le tendría que contestar que no. Aparte, lo fundamental es reorganizar los partidos, tomarle el pulso a la opinión, renovar los cuadros con la juventud. Si hace tres años se hubiese permitido la reorganización partidaria estaríamos a un paso de la solución política.
—¿La juventud radical cree en el proceso de institucionalización?
—Al principio los jóvenes venían a verme y tenían grandes dudas. Pero la lección chilena y la toma del poder de Allende vino a demostrarles que un proceso electoral puede ser revolucionario.
—Quiere decir que usted vislumbra una salida semejante a la chilena...
—No: la situación argentina es distinta a la chilena. Pero lo que vislumbro para el país, en caso de concretarse el acuerdo popular, es un proceso de reivindicación nacional.
No quería hablar del pasado, de la caída de Arturo Illia, de los enemigos que hace cinco años se burlaban de los lentos radicales y hoy buscan a toda velocidad el acuerdo; sin embargo, tomándose la cabeza, transigió: "El derrocamiento de Illia fue un gran error histórico. Primeramente, porque su gobierno respondía a una voluntad popular y desde los días iniciales, allá por octubre del 63, acreditó la decisión irrevocable de vivir en una democracia real; después, porque promovió una política económica orientada a lograr el poder de decisión que, años antes, estaba harto comprometido. El gobierno de Illia tenía un tono nacional firme; no agredía a los adversarios con declamaciones, respetaba la libertad, ese clima que los argentinos estaban poco acostumbrados a vivir. Si se considera que días antes del golpe militar la Argentina había librado su mejor batalla en el exterior —la misión Elizalde había conseguido la financiación para El Chocón y créditos para pasturas y para SOMISA—, entonces me animo a afirmar que algunos militares golpistas le hicieron el juego a los enemigos del país. La Argentina, esencialmente, decidía su avance al impulso de su propia soberanía y, lo que es más importante, realizaba una política integral promoviendo la hidroelectricidad; en fin, en esos momentos lucía la gestión del doctor Pugliese en el ministerio de Economía, la más acertada de los últimos quince años y a la cual, de un modo u otro, habrá que volver".
—Pero si a cinco años de aquel episodio se procura el acuerdo nacional sobre la base de los radicales y los peronistas, ¿por qué no se logró salvar al gobierno de Illia?
—Nosotros hicimos todo lo posible. Le digo más: de los cinco puntos que pedía la CGT, el gobierno estaba dispuesto a satisfacerlos. Pero había dos revoluciones, y una de ellas ya se manifestaba en los medios de difusión creando una imagen negativa del gobierno; eran las publicaciones comprometidas que no vacilaban, en ciertos casos, en agredir torpemente al presidente y a sus colaboradores. La otra revolución, la militar, era subterránea.
—¿Ustedes no conocían a los militares que conspiraban?
—Desde luego. Vea, 'Roberto Levingston jugó un papel importante en la acción psicológica, y la CGT, con José Alonso a la cabeza, estaba en lo mismo. Además, Onganía esperaba su hora. No hay que olvidar que Rodolfo Martínez, antes de las elecciones que ganó el radicalismo, había procurado que los partidos democráticos admitieran la candidatura de un militar. Martínez quería el frente y el candidato era Onganía. Por eso acometieron después.
—¿Y ahora aceptarían un candidato militar?
—Personalmente lo rechazo
—¿Cree que habrá elecciones
—Si no hay elecciones usted, yo y millones de ciudadanos tendremos que cavar trincheras. Sucede que tendrá que acortarse el plazo: la situación económica es crítica y el voto de la gente será de protesta, no afirmativo. Y se sabe que los votos de protesta no dan estabilidad a los gobiernos. Le repito que el país no resiste una espera de tres años. Nosotros deseamos la insti- tucionalización del país, y no le tememos a la consulta popular. Los enemigos, los que no tienen votos y dicen interpretar al pueblo buscan una dictadura preventiva. El radicalismo, por tradición, quiere los comicios democráticos. Y que conste que no gritaremos si salimos últimos. Se trata entonces de asegurar un futuro gobierno popular que impida que los militares vuelvan a gobernar precariamente.
—¿Ustedes se unirían a los peronistas?
—Eso no se lo puedo contestar ahora. Los radicales estamos en el gran acuerdo sin verdades a medias, sin engaños; pero conservando la individualidad partidaria. Creemos que el peronismo es sincero. Peronistas y radicales procuramos que el gobierno decida una política económica nacional previa a los comicios. El manejo del crédito y la política salarial nos preocupan.
—¿El acuerdo peronista-radical es la barrera contra el marxismo?
—En lo básico, sí.
—¿Cree que el gobierno facilitará la institucionalización de tres o cuatro fuerzas o que respetará a los partidos tradicionales?
—Yo no comparto el criterio de la integración de las tres o cuatro fuerzas. En la Capital o en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, podría darse una coalición; pero ocurre que en otras zonas del país la gente vota por el peronismo, o por nosotros, o por los conservadores de manera definida. En síntesis: hay que respetar a las corrientes políticas tal como se manifiestan.
—¿Entonces en la Capital o en la provincia de Buenos Aires podrían aliarse con los peronistas?
—Ahora, insisto, le tendría que contestar que no. Aparte, lo fundamental es reorganizar los partidos, tomarle el pulso a la opinión, renovar los cuadros con la juventud. Si hace tres años se hubiese permitido la reorganización partidaria estaríamos a un paso de la solución política.
—¿La juventud radical cree en el proceso de institucionalización?
—Al principio los jóvenes venían a verme y tenían grandes dudas. Pero la lección chilena y la toma del poder de Allende vino a demostrarles que un proceso electoral puede ser revolucionario.
—Quiere decir que usted vislumbra una salida semejante a la chilena...
—No: la situación argentina es distinta a la chilena. Pero lo que vislumbro para el país, en caso de concretarse el acuerdo popular, es un proceso de reivindicación nacional.
—¿Cómo lo ve a Perón?
—Yo nunca hablo sobre Perón. Creo que por razones de edad y de responsabilidad, Perón entró en el ámbito de las grandes decisiones. A juzgar por lo que dicen sus hombres de confianza, él está interesado en la pacificación del país.
—¿Cómo ve al Encuentro de los Argentinos?
—El Encuentro de los Argentinos es un invento feliz del Partido Comunista para cubrir a la izquierda.
—¿Cree prudente la institucionalización de la izquierda?
—La considero prudente si se refiere al PC.
—¿Se autoproscribirá como candidato?
—Yo no me autoproscribo. Soy político y no tengo motivos para alejarme de la política. Fíjese que los que reclaman mi proscripción no son radicales. Es el caballito de batalla de los que no tienen votos ni partidos. Seguiré en el radicalismo mientras pueda o hasta que los radicales decidan si debo irme.
—¿No le teme a las escisiones partidarias?
—A mi juicio el partido está más unido que nunca. Se dice que yo ordenaré la expulsión de la gente que se reúne con los comunistas. De ninguna manera. Si algún radical decide irse al Encuentro de los Argentinos, es algo que no puedo evitarlo: pero estoy seguro de que esas supuestas decisiones no comprometen la unidad del radicalismo.
—¿Cree que Lanusse puede ser candidato a presidente constitucional?
—No lo creo.
—¿El radicalismo apoya al gobierno?
—Mire: el radicalismo apoya la institucionalización del país. No pactó con el gobierno ni tiene necesariamente que apoyarlo a tontas y a locas.
—Pero si tuviese que optar entre el gobierno y una emergencia revolucionaria que prolongase el poder militar por tiempo indeterminado, ¿cuál sería su decisión?
—Si se traía de defender al gobierno que prometió con seriedad la institucionalización en contra de una aventura totalitaria, estoy decididamente en la defensa del gobierno.
—¿Y el peronismo?
—Bueno, Paladino ya lo dijo: apoyará al gobierno.
—¿Considera que el gobierno es homogéneo?
—No. Si fuese homogéneo no crearía dudas.
—¿Todos los militares desean la institucionalización?
—Entiendo que la mayoría sí. Pero hay gente que escucha a los aventureros.
—¿Qué. pasará?
—¿Y qué puede pasar? O hay elecciones o vamos a cavar trincheras...
—Yo nunca hablo sobre Perón. Creo que por razones de edad y de responsabilidad, Perón entró en el ámbito de las grandes decisiones. A juzgar por lo que dicen sus hombres de confianza, él está interesado en la pacificación del país.
—¿Cómo ve al Encuentro de los Argentinos?
—El Encuentro de los Argentinos es un invento feliz del Partido Comunista para cubrir a la izquierda.
—¿Cree prudente la institucionalización de la izquierda?
—La considero prudente si se refiere al PC.
—¿Se autoproscribirá como candidato?
—Yo no me autoproscribo. Soy político y no tengo motivos para alejarme de la política. Fíjese que los que reclaman mi proscripción no son radicales. Es el caballito de batalla de los que no tienen votos ni partidos. Seguiré en el radicalismo mientras pueda o hasta que los radicales decidan si debo irme.
—¿No le teme a las escisiones partidarias?
—A mi juicio el partido está más unido que nunca. Se dice que yo ordenaré la expulsión de la gente que se reúne con los comunistas. De ninguna manera. Si algún radical decide irse al Encuentro de los Argentinos, es algo que no puedo evitarlo: pero estoy seguro de que esas supuestas decisiones no comprometen la unidad del radicalismo.
—¿Cree que Lanusse puede ser candidato a presidente constitucional?
—No lo creo.
—¿El radicalismo apoya al gobierno?
—Mire: el radicalismo apoya la institucionalización del país. No pactó con el gobierno ni tiene necesariamente que apoyarlo a tontas y a locas.
—Pero si tuviese que optar entre el gobierno y una emergencia revolucionaria que prolongase el poder militar por tiempo indeterminado, ¿cuál sería su decisión?
—Si se traía de defender al gobierno que prometió con seriedad la institucionalización en contra de una aventura totalitaria, estoy decididamente en la defensa del gobierno.
—¿Y el peronismo?
—Bueno, Paladino ya lo dijo: apoyará al gobierno.
—¿Considera que el gobierno es homogéneo?
—No. Si fuese homogéneo no crearía dudas.
—¿Todos los militares desean la institucionalización?
—Entiendo que la mayoría sí. Pero hay gente que escucha a los aventureros.
—¿Qué. pasará?
—¿Y qué puede pasar? O hay elecciones o vamos a cavar trincheras...
Fuente: "Entrevista al Dr. Ricardo Balbín" en Revista Panorama, 29 de junio de 1971.
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