El 30 de agosto, hacia el mediodía, mientras Ricardo Balbín
dirigía en Buenos Aires una mini-convención del radicalismo del Litoral, a
1.700 kilómetros de allí su correligionario Arturo Illia irrumpió en el comedor
del hotel Catedral, en Bariloche. Lo cruzó lentamente, acompañado de tres
personas; desde los rincones partían leves aplausos; enseguida, Illia almorzó,
para acercarse luego a otra mesa, donde lo aguardaba Jorge Llistosella, de
Primera Plana.
Al sentarse, el ex Presidente, de 68 años, ordenó una
infusión de boldo y bromeó:
"Ya ve usted por qué se me caracteriza como a
un viejo médico cordobés que atendía a sus pacientes montado en un burro y
tomando té de peperina".
—Es cierto que se tenía esa imagen de usted, ¿Era la
correcta?
—Vea, hijo, a los porteños es muy fácil venderles un tranvía
porque son muy ingenuos, y a mí nunca me preocupó cambiar esa idea. Me dediqué
a realizar mi trabajo dejándoles que pensaran lo que quisieran. Yo sé que hoy
se utiliza la propaganda para magnificar cualquier hecho de gobierno. A mí,
hasta llegaron a criticarme porque no manejaba la publicidad acertadamente. Es
que yo respeto a este pueblo que tanto conozco: siempre consideré necesario un
diálogo, y no un monólogo. ¿Y dónde se puede producir ese diálogo sino en el
Congreso?
—¿Entiende usted que hoy el país está bien informado?
—No, está mal informado. Durante mi presidencia, lo
reconozco, la Secretaría de Prensa nunca estuvo bien organizada. Es que soy
enemigo de la mistificación, de la distorsión en lo que se le dice al pueblo.
Yo viví en Alemania durante 1934, conocí el fascismo en Italia y el comunismo
en Rusia, Sé cómo se puede crear conciencia de algo, por más falso que sea.
—¿Usted no cree en la capacidad de la gente para discernir?
—A la gente se la puede obligar a pensar lo que uno quiera
mediante sistemas organizados; se puede anular su capacidad de razonamiento.
El veterano Illia habla sin cesar. Al cumplirse una hora de
charla pide "un té de té", para distinguirlo de las otras hierbas; en
los 150 minutos que duró la entrevista fumó cinco cigarrillos que le alcanzaban
sus amigos.
—¿Qué hace usted en Bariloche?
—Estuve en General Roca, provincia del Río Negro, en una
reunión con gente partidaria. Allí se trataron asuntos referidos a la economía
del Alto Valle: posibilidades de mejorar la producción de frutas, conseguir una
mayor industrialización para la; zona y un incremento en las exportaciones.
—Sin embargo, ahora que usted no tiene el Gobierno, ¿cómo
pretende que se alcancen esos objetivos?
—Bueno, las personas con las que traté, al menos, son
factores de poder económico. Además, formar conciencias progresistas no es poca
cosa.
—¿Por qué vino a Bariloche?
—Me invitaron a conversar sobre las posibilidades turísticas
del Sur.
—¿Usted es un hombre de fortuna?
—Vea, joven: cuando llegué al Gobierno hice mí declaración
de bienes que debe estar en poder del Escribano [Jorge] Garrido, Tenía una
casa, un coche y 400.000 pesos. Cuando me echaron sólo me quedaba la casa;
había perdido el dinero y el coche.
—¿Cómo paga estas giras?
—Se hacen cargo de mis gastos algunos correligionarios que
desean mi presencia en asambleas periódicas.
El ex mandatario no usa anillo de compromiso y se queja de
la ignorancia que existe entre los argentinos por la figura de sus próceres.
"A Alem la gente no lo conoce, o lo recuerda como el borracho, el
tabernero, el cacicón político. Sin embargo, fue uno de los más grandes hombres
públicos argentinos porque luego de 78 años sus predicciones son aún notables.
¿Quién conoce hoy a fondo a Alberdi o Echeverría, que ya en su época
mencionaron el problema de la centralización económica?"
—¿Cómo ve al país?
—Está en una etapa de tremendo retroceso. Vea, hace dos
meses, en mi gira por Estados Unidos, el director del diario New York Times me
preguntó lo mismo que usted. Me dio vergüenza explicarle que vivimos una
dictadura y entonces le respondí: "Mire, en mi país se vive un particular
estado de paz". Él me contestó: "Ya sé, es la paz de los cementerios".
—Usted dijo que lo
habían echado del Gobierno. ¿Quién lo echó?
—Usted sabe que los señores colorados fueron sacados del
Ejército por un decreto-ley; yo no podía eliminar a unos, poner a otros y
rodearme de un grupo militar que me apoyara. A mí me echaron los señores azules
y debe haber sido porque llegué al Gobierno, expliqué mi programa al pueblo y
juré respetar la Ley y la Constitución. No fue un juramentó banal: antes del 7
de julio de 1963 me propusieron que en las elecciones hubiera un único candidato
[se niega a nombrarlo], pero yo no lo acepté.
—Ya me entero de quien lo echó; ahora, ¿por qué lo echaron?
—A mí no me tiró Onganía, ni el militar tal o cual; me
voltearon los intereses económicos concentrados en el puerto de Buenos Aires.
El desencuentro de los argentinos se debe a la centralización del poder
monetario en esa zona, pero la Argentina jamás encontrará su rumbo mientras no
haga participar a todo el país en el proceso de desarrollo.
—¿De qué modo el argentino puede recuperar la fe?
—Hay un descreimiento general, porque acá cualquiera saca
unos tanques y anula toda buena intención. Lo importante no es cuántos
estuvieron a mi lado cuando me echaron; el problema fue que, dos días más
tarde, cuando este señor que está en el Gobierno juró su cargo, tuvo la plaza
de Mayo vacía. ¿Cuándo se vio eso?
—¿El argentino es patriota, capaz de jugarse por una causa
nacional?
—Es patriota, pero aún falta crear una conciencia nacional.
—¿Qué le recomendaría al actual Presidente, en el caso de
que pudiera darle un consejo?
—Ya bastante hablé con él antes, para que no cometiese
tantos errores.
—¿Sus hijos no lo reclaman?
—Mis hijos son más políticos que yo y me impulsan a
continuar luchando. Cuando el general Alsogaray entró a la Casa Rosada para
sacarme, mi hija Emma Silvia estaba conmigo, en mi despacho. ¿Sabe lo que me
dijo? "Aquí hay que agarrar un revólver y empezar a tirarle a ese
tipo". Fuente: Arturo Illia "Las razones Emma Silvia" en Primera Plana 10 de setiembre de 1968 digitalizado por Magicas Ruinas.
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