El 19 de octubre de 1976, hace 30 años ya, la dictadura
militar asesinó a Mario Abel Amaya, mientras se encontraba en prisión. Era,
entonces, un joven dirigente radical de la provincia del Chubut que había
ejercido su mandato de diputado nacional hasta el golpe de estado de ese año.
Hoy, que algunos se empeñan en que la violencia se instale
nuevamente entre nosotros, es una obligación recordar y homenajear a quienes,
como Mario Abel Amaya, sufrieron la peor de las violencias de la peor de las
dictaduras.
Hipólito Solari Yrigoyen, su amigo personal y compañero de
militancia radical, recordaba así, un día como hoy, hace unos años pero con
palabras por siempre vigentes, el triste episodio de la muerte de Mario Abel
Amaya, a la edad de 41 años, a manos de la dictadura militar.
"Hace ... años la dictadura militar asesinó a Mario
Abel Amaya mientras se encontraba en prisión. Era entonces un joven dirigente
de la Unión Cívica Radical de la provincia del Chubut, que había ejercido su
mandato de diputado nacional hasta el golpe de Estado de ese año. Nadie lo
había acusado de nada, ni tenía proceso de ninguna especie, ni se le reconoció
derecho alguno de defensa y, tal como ocurría entonces, previamente había sido
secuestrado para pasar a ser un desaparecido, luego sería reconocido como
detenido y, finalmente, sometido al perverso trato de preso "de máxima
peligrosidad", impuesto por decreto por el gobierno de la señora Martínez
de Perón.
La culpabilidad compartida de estos hechos recayó, en primer
término, en el propio régimen que, encabezado por Jorge Rafael Videla, había
establecido el terrorismo de Estado; luego, y como ejecutores del mismo, en
quienes estaban al frente del V Cuerpo de Ejército, con sede en Bahía Blanca y
con jurisdicción sobre la Patagonia, los generales René Azpitarte y Acdel
Vilas. Este último venía manchado de sangre desde Tucumán y fue, como jefe de
Seguridad, el que impartió la orden de detención clandestina. Finalmente,
compartió la responsabilidad el entonces mayor Carlos Alberto Barbot, que desde
el Distrito Militar de Trelew dirigía el área represiva de la zona donde se
hicieron los secuestros. El apellido de nacimiento de este militar, que pasó a
retiro como teniente coronel, es Barbotta. Ninguno de los nombrados tuvo la
valentía de asumir los hechos que programaron, ordenaron o ejecutaron, ni se
conoce tampoco que hayan tenido algún gesto de arrepentimiento.
La cronología y el itinerario de lo sucedido a Amaya
comienzan el 17 de agosto, Día del Libertador, cuando a la madrugada se realiza
su detención en Trelew (mi secuestro lo practicaba al mismo tiempo el Ejército,
en mi domicilio de Puerto Madryn). Luego se efectúan los traslados en avión a
la Base Aeronaval de Bahía Blanca, y de ahí al centro de tormentos y
ejecuciones que funcionaba en el Regimiento 181 de Comunicaciones de la misma
ciudad, conocido con el nombre de "la Escuelita", donde él y yo
revistamos como desaparecidos. Según lo comprobó la Conadep, bajo la
presidencia de Ernesto Sabato, las instalaciones de ese siniestro lugar fueron demolidas
poco antes del advenimiento de la democracia.
El 31 de agosto se hizo el traslado, también clandestino,
hasta las afueras de Viedma, donde en una farsa se simuló un tiroteo con la
Policía Federal, para hacer creer que quienes nos traían eran
"sediciosos". Se nos arrojó con violencia del vehículo en que
veníamos atados, amordazados y encapuchados, a una zanja lateral al camino, y
en seguida nos detuvo la policía, mientras que quienes nos habían transportado
huían. Al día siguiente, se nos condujo en avión detenidos desde Viedma hasta
la Base de Bahía Blanca y de ahí hasta la cárcel de Villa Floresta.
El 11 de septiembre, Día del Maestro en homenaje a
Sarmiento, se ordenó nuestro traslado y el de otros detenidos hasta la cárcel
de Rawson. Tras descender el avión en la Base Aeronaval de Trelew, todos
recibimos un castigo feroz que se prolongó durante muchas horas de ese día y en
los siguientes en la prisión de la que era director el prefecto Osvaldo Fano y
estaba bajo el control del militar Barbot. Ese trato cruel, inhumano y
degradante fue la consecuencia directa de la muerte de los dos del grupo con
salud más precaria: Mario Amaya, que era asmático, y Jorge Valemberg, ex
presidente del Concejo Deliberante de Bahía Blanca, una honorable persona
mayor, integrante del justicialismo. No sólo ninguno de ellos recibió atención
médica, sino que a Amaya se le retiraron el inhalador y sus medicamentos. Si
bien estábamos todos incomunicados en el Pabellón 8 de Rawson, con la intención
de que no trascendieran al exterior los tormentos recibidos, tuve ocasión de
ver a Amaya por última vez en el baño, tenía la cabeza partida, estaba morado
por los golpes y hablaba con dificultad. Alcanzó a decirme: "Estoy muy
mal".
Amaya, desahuciado por los médicos, fue trasladado al hospital
de la cárcel de Villa Devoto.
Su madre, que fue autorizada a verlo, pasó frente a su cama
del hospital sin reconocerlo por el estado en que se encontraba como
consecuencia de los sufrimientos que se le habían infligido. Por la noche, esa
dama de gran temple, le relataría entre sollozos a mi señora, en nuestro
departamento en Buenos Aires, donde se alojaba en esos días, el doloroso
encuentro. Amaya falleció el 19 de octubre de 1976. Tenía 41 años.
La represión a Amaya, que culminó con su asesinato, no fue
un caso aislado. Fue similar a la que sufrieron miles de ciudadanos de
distintos pensamientos políticos, ajenos a las prácticas de la violencia, pero
cuyas actividades perfectamente legales y sus pensamientos progresistas
molestaban al régimen.
Mario Abel Amaya era radical, como lo eran Felipe Rodríguez
Araya, de Rosario; Angel Pisarello, de Tucumán; Sergio Karakachoff, de La
Plata, y no agoto con estas menciones que pongo como ejemplo la lista de
quienes en nuestra fuerza cívica cayeron para siempre como víctimas de la
represión ideológica, sin contar los que sufrieron otras formas de
persecuciones y sin dejar de reconocer que hubo corrientes políticas más
afectadas que la nuestra.
Amaya había nacido en Dolavon, Chubut, el 3 de agosto de
1935. Sus padres provenían de la provincia de San Luis, de donde eran también
sus familias. Su progenitor se había trasladado a la Patagonia para ejercer la
docencia. Mario Abel se educó en Trelew hasta terminar el colegio secundario y
luego se instaló en Córdoba, donde cursó sus estudios de Derecho, militó en el
Reformismo y se graduó de abogado. Regresó a Chubut y se dedicó al ejercicio de
su profesión y a la enseñanza en el Colegio Nacional de Trelew. Se enroló en
las filas de la Unión Cívica Radical desde su época de estudiante y, al
radicarse en su provincia, adhirió desde su formación al Movimiento de
Renovación y Cambio, que habíamos fundado muchos radicales bajo la inspiración
de Raúl Alfonsín.
Hombre inteligente y solidario, Amaya se vinculó con la
defensa de los presos políticos que fueron enviados a Rawson en los regímenes
que gobernaron desde 1966 a
1973. Fue apoderado del líder sindical Agustín Tosco, del que fui su abogado
defensor, coordinando las tareas con Arnaldo Murúa y otros colegas de Córdoba,
y con el propio Amaya.
Cuando, después de su liberación, Tosco regresó a Córdoba,
el 25 de septiembre de 1972, nos invitó a Amaya y a mí para que lo
acompañásemos en el avión y participáramos en el acto multitudinario de
recepción en Redes Cordobesas. Las defensas de presos políticos fueron, por
esos años, un apostolado de riesgoso ejercicio. Las listas de víctimas,
seguramente incompletas, recuerdan que hubo 27 abogados asesinados, 109 presos,
más de 200 exiliados, en el ciclo de años crueles que se clausuraría el 10 de
diciembre de 1983, al reintegrarse el país a la democracia.
El gobierno militar de 1972 puso a Amaya, por decreto, a
disposición del Poder Ejecutivo, cuando se produjo la evasión de la cárcel de
Rawson, el 22 de agosto de ese año. Nada tuvo que ver Amaya en ese episodio,
pero se aprovechó su presencia en el aeropuerto de Trelew, desde donde
partieron en un avión secuestrado los fugitivos, para castigar su lucha
antidictatorial. El estaba ahí para entregar a una dirigente del gremio docente, en el que él
militaba y al que asesoraba, unos papeles que aquélla debía llevar a Buenos
Aires.
Amaya fue trasladado a la cárcel de Villa Devoto y me
designó entonces su abogado. Al cabo de tres meses fue liberado por la enorme
presión que se ejerció por él y otros detenidos en forma arbitraria, desde la
Asamblea Popular de Trelew, que se reunió en forma continuada durante varias
jornadas en el Teatro Español de esa ciudad. Durante el período de su prisión,
sus amigos habíamos proclamado su precandidatura a diputado nacional. Después
de triunfar en la convocatoria partidaria, nuestra lista, en la que yo iba de
candidato a senador, fuimos elegidos en los comicios generales de marzo y nos
incorporamos a nuestras respectivas cámaras el 25 de mayo de 1973.
Como diputado se distinguió en el ejercicio de su mandato
por la defensa de las causas populares, de las libertades públicas y los
derechos humanos, actividades mal vistas por los sectores autoritarios del poder. Amaya concurría también asiduamente a
asambleas reivindicativas de los ideales por los que luchaba con tesón, que se
celebraban en diversas partes del país. El figuraba ya en las listas negras de
la intolerancia, que los propios servicios de informaciones y sus grupos
terroristas anexos, como la Triple A, que me eligió como su primera víctima,
hacían públicas con fines de intimidación.
Amaya fue velado en Buenos Aires, en el barrio de Mataderos,
porque la dictadura no permitió que se lo hiciera en la Casa Radical ni en otro
lugar del centro de la ciudad. Después fue trasladado y enterrado en medio de
un clima represivo, en Trelew, donde lo despidieron Raúl Alfonsín y Carlos
Fonte, su colega en la Cámara de Diputados. Su madre, más tarde, se fue a vivir
a Luján, provincia de San Luis, donde residía su familia y temiendo una
profanación de los restos de su hijo, los llevó al cementerio de esa localidad,
donde descansan, ahora también junto a ella.
Mario Amaya fue mi amigo y mi compañero en vibrantes o
silenciosas jornadas cívicas. Participábamos en reuniones, asistíamos a
asambleas, sosteníamos debates en favor de nuestras ideas e hicimos numerosas
giras, tanto por nuestra provincia como por el país. Después compartiríamos el
que fue su calvario final.
El era un idealista y un hombre bondadoso y sensible, que
gozaba de un permanente buen humor que le permitía sobrellevar con resignación
el asma que padecía y los contratiempos frecuentes de nuestras actividades
políticas. Fue un demócrata cabal.
No tengo el hábito de volver sobre los hechos del pasado. Si
lo hago ahora, desprovisto de animosidad, es porque creo que me obliga un
compromiso con la verdad histórica para esclarecer hechos ocurridos ..., que
trascienden a mi persona y que ilustran sobre una figura que hizo un importante
aporte en una lucha que no conviene que los argentinos ignoremos y olvidemos.
Mario Abel Amaya fue un mártir de sus ideales democráticos y
se erige como un ejemplo para las nuevas generaciones.
Fuente: "Recuerdo de Mario Abel Amaya"por Hipólito Solari Yrigoyen en La Nación del 19 de octubre de 2001.
como consigo la historia del barrio abel amaya?
ResponderEliminarde comodoro rivadavia de la provincia del chubut me refiero