Buenos Aires, septiembre 29 de 1897
Al señor Presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical,
doctor Bernardo de Irigoyen:
El Comité de la Provincia ha tomado en consideración la nota del señor Presidente, adjuntando copia de las resoluciones de la Convención Nacional y de ese Comité, referentes a la política sancionada de coalición de nuestros Partidos con otras agrupaciones, y pasa a exponer los fundamentos en cuya virtud no le es dable adherirse a esa política.
Sin duda alguna, es éste uno de los momentos más solemnes y más graves de la vida de nuestro partido, puesto que se ha resuelto modificar la ley fundamental de su existencia.
Al abordar tan trascendental cuestión, nuestra palabra es
hoy como el primer día, expresión de convicciones profundas, inspiradas por la razón
y arraigadas por la experiencia larga y dolorosa de nuestra accidentada vida política,
en la que hemos actuado perseverantemente, impulsados por el anhelo de
contribuir, en la medida de nuestras fuerzas, a la regeneración institucional y
al engrandecimiento de la Republica.
El Partido Radical en Buenos Aires ha demostrado en todas
las circunstancias su firme propósito de realizar tan elevados ideales por la revolución,
cuando todos los caminos legales estaban cerrados; en los comicios, bajo la intervención,
primero, y bajo el régimen imperante hasta el presente.
En diversas oportunidades ha hecho la historia de esos esfuerzos
en documentos que han alcanzado viva repercusión en el país, porque eran demostración
evidente de que su acción no ha tenido un día de calma ni una hora de duda,
afrontando con energía y altivez todas las situaciones.
En consecuencia, creemos tener el deber y el derecho de
asumir en este caso la actitud definida que es propia de nuestras convicciones
y sentimientos.
No son por ciento razones accidentales o de estrecha intransigencias
las que nos inducen; es notorio de que jamás hemos procedido así, y todos
nuestros correligionarios saben que aun en la acción armada, hemos cuidado de la
vida de los mas modestos servidores del gobierno que derribáramos; y que en
medio de las mas punibles irregularidades políticas, nunca hemos descendido a
la lucha personal.
No son los errores cometidos por la agrupación a que se
afiliara nuestro Partido; errores que han motivado la situación presente y de
quien sabe cuanto esfuerzo cívico requerirá para conseguir su reparación, ni
los que pudiera cometer mas adelante, siendo como es una agrupación que no
profesa ninguna política consistente; no es tampoco su conducta insólita para
con nuestro Partido, que no es del caso reseñar ahora; son consideraciones de
un orden mucho mas elevado y permanente.
Los partidos políticos encuentran su camino erizado de obstáculos.
Nacen para derribarlos, acumulan fuerza, merced a la corrección de sus
procederes y a la fe que saben inspirar en la persecución del propósito que los
alienta.
Desviar el rumbo a mitad del camino, importa en todo momento
renunciar a ideales que el patriotismo ha inspirado, y malgastar las fuerzas
que a su sombra se abrigaron.
Aunque el éxito niegue sus favores a nobles esfuerzos, no
puede decirse que ellos se han malogrados, porque dignifican al país donde se
producen e iluminan a las generaciones en los verdaderos senderos cívicos.
La esperanza renace pronto, las fuerzas momentáneamente
perturbadas vuelven a condensarse y la acción se inicia de nuevo aleccionada
por la experiencia adquirida.
El poder, a pesar de ser uno de los medios más eficaces para hacer práctico un programa, no es el fin a que pueda aspirar un partido de principios, ni el único resorte que pueda manejar para influir directamente en los destinos del país. El Partido Radical es prueba elocuente de esta afirmación, el despertamiento del espíritu público y los procedimientos democráticos aplicados en su seno, no sólo seguir imperturbable el camino que recorriera con honor, en horas más difíciles y a costa de mayores sacrificios.
Encarrilar dos partidos que han revelado distintas tendencias y que manifiestan tener propósitos distintos, es no sólo una transgresión a su fe política, sino también neutralizardos fuerzas que rechazan, acercar elementos para producir entre ellos la anarquía,inutilizar la capacidad política de cada uno y esterilizar sus iniciativas extraviando el criterio público.
La transformación social y política de la República debe comenzar por efectuarse en los partidos, aumentando sus fuerzas con el ejemplo constante de la firmeza indeclinable de su conducta y de su patriotismo abnegado.
Los servicios que no son prestados al país entero no pueden ser ambicionados por colectividades que aspiran a perpetuarse en la gratitud nacional. Sólo los partidos no tienen más objetivo que el éxito aplauden a benefactores que los acercan al poder a costa de sus propios ideales.
Cuando se abriga fe en la causa por la que se ha combatido se salva, ante todo, la pureza del principio, en la convicción de que horas propicias le darán la victoria; porque los pueblos que llevan en su seno un porvenir grandioso avanzan siempre en las conquistas de sus verdaderos anhelos.
Y es en nombre de estos anhelos institucionales que en una buena hora suprema nuestro Ejército y nuestra Armada, solidarizados en la causa y en el sentimiento nacional,acudieron a una de las protestas más gloriosas que registra la historia cívica de nuestra Patria. Y es también en nombre de esos principios democráticos, que han llegado a constituir en la educación de nuestro país una verdadera aspiración nacional, que surgió y se agigantó el Partido Radical a medida que su acción inspiraba confianza pública en la rectitud de sus procederes, y cuya inspiración salvó en un momento supremo el decoro argentino comprometido, resistiendo el acuerdo que esterilizó aquel gran sacrificio.
¿Y bien? ¿Podemos nosotros tronchar esa obra nacional que pertenece a la Historia,a la memoria de los que han caído y a las generaciones presentes y del porvenir?¡Jamás!, porque ello importaría un atentado a tan sagradas tradiciones y porque estamos plenamente convencidos de que la anormalidad e inestabilidad política de la República son debidas a la falta de partidos orgánicos con creencias fundamentales y propósitos definidos, y por lo tanto creemos que no puede esperarse ningún bien público,si para ello ha de requerirse la destrucción del Partido Radical, que es el único que tiene impreso ese carácter.
Pero cuando la senda se abandona, el escepticismo cunde en
las filas y el pueblo conceptúa quimera imposible de realizar la causa cuya
justicia proclamo entusiasmado.
Por consiguiente, como teoría y moral política, la solución
que se nos presenta es inaceptable.
Como política practica será de resultados contraproducentes.
Clausurados los comicios al sufragio libre en toda la Republica,
pretender reunir la oposición arriando la bandera con que surgiera el Partido
Radical, el simulacro de combate que se libraría importaría aceptar un campo de
acción que repugna a nuestras instituciones, y sanciona la victoria del mismo
adversario a quien se pretende combatir.
La contienda en ese terreno significa reconocer la legalidad
del triunfo futuro en mengua de las aspiraciones de la opinión que tiene
derecho a mantener vivas sus esperanzas en días mejores. Su resultado positivo,
entonces, no será otro que llevar el desaliento a las fuerzas vivas de la opinión,
que no siendo sino artificial, se presentara ante la Republica con los
caracteres como de un supremo esfuerzo del civismo nacional.
Por otra parte, a la sombra de esa alianza, la Unión Cívica
Nacional habrá asegurado, sino aumentado, las mismas posiciones que adquiriera
en siete anos de vinculación con el Partido que hoy pretende resistir.
El Partido Radical, en tanto habrá defeccionado de su credo,
producido el desgarramiento en su seno, y, descalificado para siempre ante la opinión,
perderá la fe que en el se depositara.
La Republica habrá nuevamente caído en el mayor desconcierto
y la opinión, sujeta al vaivén de los sucesos no encontrara una institución política
donde pueda concurrir en busca de la reacción definitiva.
No podemos, pues, ejecutar una política que consideramos tan
contraria a la integridad de nuestro Partido como a la nuestra propia. No nos
hemos congregado a ese fin, ni ha sido esa nuestra misión, ni son esas las
declaraciones hechas y los compromisos con- traídos. Cuando iniciamos la organización
del Partido, al llamar a los ciudadanos a alistarse para la lucha muchos nos
encontramos bajo la impresión del desencanto que había producido el acuerdo de
1891. Y por reiteradas ocasiones debimos afirmar que bajo nuestra dirección, en
ningún caso experimentarían un nuevo desencanto. Esa es precisamente la razón
determinante del art. l, inciso 26, de nuestra Carta Orgánica que dice:
'Exclusión de todo
acuerdo o transacción que pueda impedir en el presente o en el futuro la
Integra aplicación de los principios que forman el programa de este Partido'.
Durante siete años hemos luchado bajo este concepto, acatando
los mandatos de la autoridad nacional del Partido; por ellos fuimos a la Revolución
y por ellos nos desarmamos, así como también por ellos hemos asistido a una
larga tarea electoral sin tregua, que ya había tornado caracteres depresivos;
pero en este caso no podemos cumplir dichos mandatos, porque para nosotros es cuestión
de conciencia y por lo tanto desde este momento queda depuesto nuestro cargo.
Al terminar no debemos omitir el sentimiento que nos han
causado los actos producidos en el seno de nuestro Partido. En raras ocasiones
se han presentado tan alterados los adversarios, como los correligionarios que
olvidan quizá que la sana razón hace camino al amparo de tranquila reflexión, y
que solo el error busca éxito en la brusca precipitación.
Saludan al señor presidente con toda consideración.
H. Yrigoyen. Marcelo T. de Alvear, José de Apellániz, Tomás A. Le Breton,Ángel Gallardo, Eufemio Uballes, Ángel T. de Alvear, Leonardo Pereyra, Eduardo Bullrich, Julio Moreno, Francisco Ayerza, José León Ocampo, José Gregorio Berdier, Juan Martín de la Serna, Manuel A. Ocampo,Manuel Durañona, Cornelio Baca, Emiliano Reynoso, Norberto J. Casco, Mariano H. Alfonso, Felipe G. Senillosa, Manuel de la Fuente y otros.
Fuente: Manifiesto del Comité de la Provincia de Buenos Aires de la Unión Cívica Radical rechazando el acuerdo electoral de "Las Paralelas"en El Radicalismo Tomo I "Ensayo sobre su Historia y su Doctrina", Anexo VII de Gabriel del Mazo.
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