Ernesto Palacio era íntimo amigo de los Irazusta, y un hombre de inteligencia excepcional y una gran vocación intelectual muy marcada, quizás sea el más intelectual de todos ellos en ese momento. Su libro Catilina tuvo gran importancia después de la revolución del 30, y como los Irazusta, estaba al regreso de su adhesión a la revolución del 6 de septiembre del 30. Los Irazusta y Palacio habían formado parte en ese movimiento, de una manera muy secundaria, pero habían formado parte, incluso Palacio había sido funcionario de la intervención federal en San Juan. De todo eso estaban de vuelta, con una enorme decepción y con un gran fastidio por su propio fracaso porque veían que el camino de lo que había sido el nacionalismo estaba cerrado, había que crear algo nuevo.
Palacio tenía una vieja raíz populista, que arrancaba de un anarquismo juvenil, de su paso incluso por el radicalismo, y luego por los grupos nacionalistas anteriores a 1930. Era un hombre de una inteligencia brillante, deslumbradora, gran escritor, muy simpático, una persona de gran capacidad de atracción personal; quienes conocían a Palacio quedaban seducidos por su capacidad intelectual, su conocimiento enorme, no solamente de historia, de historia antigua.
Yo lo tuve profesor, fugazmente en el
Colegio Nacional Rivadavia donde enseñaba historia antigua – con
unos manuales que los tengo por ahí de historia antigua, muy
elementales – pero él era un espectáculo personalmente hablando,
un hombre de un interés humano para los jóvenes apasionante. Era el
gran intelectual. No olvidemos que Palacio es un pilar del movimiento
martinfierrista, un hombre que se inicia en la revista Martín
Fierro, con Borges, con Marechal, con todos ellos, y le tenían una
enorme estima, incluso era lejano pariente de Borges, y se llevaban
bien, porque Borges también tuvo su contacto con esta gente,
contactos personales, muchos eran parientes, eso no se sabe muy bien,
pero eran parientes lejanos por la familia, se conocían. Buenos
Aires entonces era como una gran familia dentro de ciertos grupos, se
conocían personalmente, habían estudiado juntos, habían viajado,
se prestaban libros.
Palacio fue el primero que tuvo la
misión dentro de ese grupo nacionalista de buscar un contacto con
las raíces radicales. Yo le he prestado a usted La Voz del Plata, y
habrá visto que hay una serie de artículos de Palacio donde trata
de revindicar al radicalismo y al yrigoyenismo como un antecedente en
el pensamiento nacionalista. Para Palacio, había que reentroncar con
el yrigoyenismo, había que volver al yrigoyenismo y volver al
radicalismo originario que tenía raíces rosistas y que además era
un modelo práctico de cómo luchar contra la penetración
imperialista. Cosa notable, porque ellos venían de una experiencia
política antiyrigoyenista, como era en el año 30. Esa relación con
Yrigoyen, esa relación de Palacio con Yrigoyen fue lo que me acerca
personalmente a mí, porque yo venía de una raíz claramente
yrigoyenista, mi padre era un yrigoyenista total, había sido
funcionario en los años 30 y tenía por Yrigoyen una devoción que
me la transmitió a mí. Yo tengo esa devoción por la figura
personal de Yrigoyen, no la he perdido nunca. El descubre e insiste
en la necesidad de entroncar con estas raíces yrigoyenistas y
radicales, esa es la función de Palacio y lo hace con un enorme
brillo y es un gran opositor Palacio, esto es muy importante, a las
tentaciones pirofascistas que amenazaron siempre al nacionalismo. Un
nacionalismo que había estado conectado con el golpe de Estado del 6
de septiembre, hubo un sector que siempre creyó que había que
seguir la línea de Leopoldo Lugones, que era el militarismo
sistemático y pensar que no había posibilidades en la republica
democrática – aunque la palabra democracia no era la que usaban
ellos – sino que había que ir al golpe de Estado.
El nacionalismo, yo lo he dicho varias veces y lo voy a repetir siempre, se divide en dos grandes sectores, un sector que yo llamo doctrinario que propone un golpe de estado, el gobierno militar y que se impongan las ideas por la fuerza como una doctrina que hay que enseñarle a todos los demás, ese es un nacionalismo que nace con el 6 de septiembre y que luego va a tener muchos conciliadores, el principal, Marcelo Sánchez Sorondo. Ese nacionalismo estuvo siempre pendiente de los golpes de Estado militares, de los generales, de las conspiraciones, eso hasta la llegada del régimen militar que acabó con todo eso. Eso un sector. Y otro sector que es el de Irazusta y el de Ernesto Palacio que insiste que la única posibilidad que tienen las ideas nacionalistas es de ser revitalizadas con ese entronque con la vieja tradición radical yrigoyenista, que es ahí en esa argentinización, en esa nacionalización del radicalismo y de la republica de Yrigoyen es donde están las posibilidades del país. Si hay que formar un partido político, ese partido político tiene que actuar dentro del orden republicano, dentro del orden democrático, es organizar respetando las libertades, no haciendo problemas de religión, ni siquiera de las posiciones filosóficas o religiosas – muchos de ellos eran naturalmente católicos – para ese nacionalismo no había escuela doctrinaria, había compromisos políticos reales con actividad republicana en el orden social, eso era lo importante, y ahí estaba Palacio.
Fuente: “Conversación entre Guillermo Gasió y Enrique Zuleta Álvarez en su casa de la calle Ecuador”, el 13 de julio del 2007. En “José Luis Torres: de la década infame al peronismo: el periodista que nombró y combatió la década infame: apuntes para una biografía política” de Guillermo Gasió, 2023.
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