Hace pocos días puede vivir la sensación del estadio sin
alambrados en el campo de juego del Sheffield, precisamente donde ocurrió el
desastre de Hillsborough, que dejó noventa y cuatro muertos. Aunque parezca
extraño, la decisión forma parte de un conjunto de medidas para combatir la
violencia en el futbol, conocida como huliganismo (hooliganism).
El futbol ingles sufría el acoso de los huligans,
nacionalistas racistas y violentos que asolaban los estadios. El problema solo podía
resolverse sacándolos de escena. Lo mismo que aquí con los barrabravas. Unos y
otros, si no están mas en el futbol, pierden razón de ser y nadie los
considera.
Esto supone una firme decisión de combatir la violencia.
Allá la tomaron. La situación se había vuelto intolerable, igual que acá.
Pero esa misma decisión ha faltado entre nosotros pese a la
ley que impulsé en 1985.
El gobierno inglés creó en 1986 la Unidad Policial de
Inteligencia para el Futbol, hoy Servicio Nacional de Inteligencia Criminal
(NCIS).
El Parlamento dictó la Football Spectators Act en 1989, que
establece penalidades, inclusive la prohibición de ingreso en el estadio o
jugar sin publico. Luego, una ley adicional, la Football Offences Act de 1991,
añadió tres figuras punibles específicas, arrojar objetos, cantos racistas u
obscenos e ingresar al campo de juego. Esta ley tuvo directa relación con el
aumento de público entre 1991 y 1993,
a lo que contribuyó una mayor colaboración entre la policía
y los clubes y, en especial, la instalación de circuitos cerrados de
televisión.
UN CLUB SE DEFIENDE
John Nesbit, policía retirado encargado de seguridad del
Sheffield, y el dirigente Graham Mackrell tuvieron la amabilidad de explicarme
algunas medidas adicionales.
Se tiende a adoptar un sistema de abono para las entradas. A
quien tiene problemas de conducta se le suspende el ingreso. Hay entradas
especiales para familias con niños, a quienes se destina un sector con precios
promocionales.
El problema con los huligans era identificarlos. Al estar el
público de pie, se infiltraban. Ahora todo el estadio tiene butacas numeradas y
hay que sentarse, inclusive en la popular, lo que permite mayor control.
El estadio, para 30 mil espectadores sentados, cuenta con
400 porteros y acomodadores, entre ellos un 10 por ciento de porteros femeninos,
que mejoran el comportamiento (es mas difícil ser grosero con una mujer, y además
pueden controlar a las mujeres que, según dicen, pueden ocultar un arma de su
pareja).
En una amplia cabina pude ver el circuito de televisión con pantallas
simultáneas que enfocan y aproximan la visión de cualquier lugar del estadio,
mientras que parlantes distribuidos por sectores, en lugar de uno general,
permiten dirigir mensajes a la parte del público que se desee. Cada encargado, además,
puede encender en su zona una luz de advertencia por una acción inmediata.
La norma de exclusión, igual a la de nuestra ley, rompió el
culto del huliganismo. Al no permitírseles estar en los estadios se volvieron
ajenos al futbol, perdieron protagonismo y pasaron a ser nadie. No se los tiene
en cuenta y se esfumó su liderazgo. Lo importante fue individualizarlos. Para lograrlo,
la policía se infiltró entre ellos y los clubes cooperaron.
EL CAMINO DE LA LEY
Nuestra ley contra la violencia en el futbol, sancionada en
1985, es anterior a las que allá dictaron varios años después: la Football
Spectators Act de 1989, complementada
por la Football Offences Act de 1991. Sus normas, posteriores y similares a las
nuestras, tienen la ventaja de ser cumplidas.
Sobre todo la prohibición de concurrencia a los estadios (exclusión)
y un plan nacional de cooperación policial. Entre nosotros el problema no es la
ley, que tiene todo lo necesario, sino su aplicación por parte de jueces, policía
e instituciones. Por el camino de la ley hay que desactivar a las patotas y
excluirlas, como allá hicieron con los huligans: terminar con la complicidad de
ciertos dirigentes y la omisión de algunas autoridades, y mejorar los clubes el
control usando técnicas modernas, como el circuito cerrado de televisión y la filiación
de todo el estadio. Quizás entonces aumente la concurrencia y vuelvan al futbol
las familias, y podamos eliminar el alambrado olímpico en lugar de poner un túnel
inflable para que los equipos salgan sin riesgo a la cancha.
Fuente: “Un no a los barrabravas” por el Dr. Fernando de la
Rúa, Senador Nacional por La Capital Federal, en el Diario La Nación, 1994. Del
Archivo de Edgardo Imas.
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