Corresponde ahora establecer lo ocurrido durante la trágica
jornada del 6 de setiembre en los dos centros neurálgicos de la acción; la Casa
de Gobierno y la columna revolucionaria en marcha.
Los diversos testimonies coinciden en reconocer que la acción
represiva y toda otra posible resistencia de parte del gobierno se vieron perjudicadas
por la incapacidad, casi absoluta, demostrada por el vicepresidente en
ejercicio del Poder Ejecutivo, Enrique Martínez, y el ministro del Interior e
interino de Guerra, Elpidio González, quienes no supieron o no quisieron poner
en marcha el dispositivo defensivo del Estado, trabando incluso la posible acción
espontánea de varios subalternos. Sobre la actitud equivoca de las figuras
principales en el instante decisivo abundan las versiones; desde el acto cómplice
hasta la inacción culposa. Los matices tienden a coincidir. Martínez no estuvo
por cierto a la altura de la eminente responsabilidad que le toco protagonizar,
negándose, rotundamente, a través de toda la jornada, a ordenar o permitir, las
medidas más elementales que las difíciles circunstancias exigían. Por su parte,
González, tampoco se hallo a la altura de sus funciones, manteniéndose en un
paradojal encantamiento hasta que las horas fueron desgranándose, haciendo cada
vez más difícil toda reacción eficiente de las tropas leales.
El estado valetudinario de Yrigoyen, el desorden
administrativo de que se acusa a su gobierno, la inquietud política reinante,
justifican el golpe de palacio instrumentado por Martínez en los primeros
momentos de su gestión, sustentado principalmente en un cambio de gabinete, con
el casi total desplazamiento de los titulares anteriores, salvo de la Campa y González.
Hubo de producirse después, quizás, un planteo efectuado por los mandos
militares tendiente a exigir al propio Yrigoyen su alejamiento definitivo. Lo
ratifican los siguientes párrafos de su documento de 1932:
"Para conseguir
con un cambio de gobierno, inspirar una nueva fe en la gran masa de ciudadanos
que se habían manifestado en contra nuestra en las urnas, esperando, también,
que nuevos hombres aportaran nuevas ideas de modernización y economía en los
gastos públicos, de gran severidad en las normas administrativas y dieran la sensación
al país de un cambio de rumbo, en la forma de encarar y resolver sus problemas
(. . .)" (Ante el Tribunal de la Opinión publica).
Para mitigar la tensión política, el vicepresidente exigió y
logro imponer la suspensión de los comicios a efectuarse en las provincias de
Mendoza y San Juan, el 7 de setiembre. Estas medidas junto al decreto de estado
de sitio, en la Capital, habían permitido restablecer la situación.
Durante el día 6 la mas grande confesión junto a una falta
de información realmente asombrosa reinaron en la Casa Rosada, Los aviones
revolucionarios fueron, por momentos, considerados adictos y Campo de Mayo se
mantuvo silente, y solo a la media tarde, se pudo establecer que se mantenía
leal, luego de dominados los focos rebeldes en la Escuela de Artillería, por la
enérgica acción del coronel Avelino Álvarez, quien se había sumado, en un
primer momento, a la rebelión.
Los aspectos políticos primaron en el espíritu de Martínez,
hasta que sobre el mediodía, un telegrama conminatorio de Uriburu lo volvió a
la realidad. El cambio de ministros fue considerado primordial y lo enfrentaría
a los leales a Yrigoyen, en la reunión de gabinete de la mañana.
El testimonio de Francisco Ratto se refiere concretamente a
la constitución del nuevo gabinete:
"Se había hablado
de una política de conciliación, cuyo primer paso podría ser la modificación
del gabinete (. . .), en vísperas del 6 de setiembre y ya en ejercicio de la
presidencia por ausencia y enfermedad del titular, ofreció el ministerio de
Agricultura a mi amigo Honorio Pueyrredón. Era esta una medida encaminada en la
línea de una política de apaciguamiento. Pero Pueyrredón para aceptar impuso
como condición que Martínez fuese presidente. . . Al hacerse presente Pueyrredón
para jurar. . . aparece Oyhanarte, quien enterado del asunto, declara que la
ceremonia no puede realizarse sin el conocimiento y sin consentimiento de
Yrigoyen. Luego tuvo lugar una discusión entre Martínez y Oyhanarte, a la que
puso término Pueyrredón diciendo: 'Ya veo, doctor Martínez que usted no es el
presidente; por lo tanto dejo sin efecto mi compromiso' —agrega Ratto—. Estas
circunstancias me las confirmo en detalle personalmente el mismo Pueyrredón, de
quien estuve muy cerca con motivo de la campaña que precedió al 5 de abril".
A pesar de que en su manifiesto, el vicepresidente trata de
hacer recaer sobre Elpidio González la responsabilidad principal de la confusión
reinante en los órganos de defensa, por disparidad de las informaciones y
contradicciones en las ordenes impartidas:
"Reclame — afirma Martínez— al
ministro de Guerra, sobre la organización del ministerio que no tenia medios de
comunicación que nos permitieran conocer la marcha de los acontecimientos y
cual era la realidad de las cosas. . .", tampoco supo adoptar por si
mismo ninguna medida personal y directa para evitarlo, y completo aun mas la confusión
al negarse terminantemente a impartir ordenes escritas para efectivizar la represión,
como lo exigían González y el general Severo Toranzo. Por el contrario solo se
ocupo de medidas de carácter político, como si quisiera cumplir determinados
compromisos.
La inexplicable inoperancia de las fuerzas leales de la guarnición
de la Capital, ante el avance de la rebelión, la aclara el propio general
Toranzo, Inspector General del Ejercito, por la negativa a designarlo como
comandante de la Defensa a su regreso, a comienzos de la tarde, de un viaje de inspección
al interior:
"Teníamos como única y obsesionante idea, organizar la defensa del gobierno constitucional y nada nos inquietaba mas que esa única preocupación; por eso fue que nos sorprendió el doctor Martínez cuando al enterarse de que el doctor González se solidarizaba con mi propuesta manifestó con tono airado que el no firmara ningún decreto si antes no se suscribía el que aplazaba en forma indefinida las elecciones de las provincias de San Juan y Mendoza... El ministro González firmo el decreto que reclamaba el Vicepresidente, pero una vez esto realizado no pudimos obtener aquello que significaba la salvaguardia de los derechos de nuestra civilidad" (Reportaje, en La Razón, 20/11/32).
"Teníamos como única y obsesionante idea, organizar la defensa del gobierno constitucional y nada nos inquietaba mas que esa única preocupación; por eso fue que nos sorprendió el doctor Martínez cuando al enterarse de que el doctor González se solidarizaba con mi propuesta manifestó con tono airado que el no firmara ningún decreto si antes no se suscribía el que aplazaba en forma indefinida las elecciones de las provincias de San Juan y Mendoza... El ministro González firmo el decreto que reclamaba el Vicepresidente, pero una vez esto realizado no pudimos obtener aquello que significaba la salvaguardia de los derechos de nuestra civilidad" (Reportaje, en La Razón, 20/11/32).
La extraña despreocupación que aparenta tener Martínez en
cuanto a la gravedad de la situación militar durante toda la mañana, pareciera desplomarse
al recibir el citado telegrama de Uriburu, mero recurso efectista. Su ánimo va excitándose
hasta llegar al paroxismo histérico, en las últimas horas de la jornada. Lo señalan
los testimonios de varios testigos, y principalmente el ministro de Obras Publicas,
Abalos. Sus únicos actos efectivos tendieron, en todo momento, a parlamentar
con los rebeldes y ordenar el retiro de las fuerzas de la resistencia, y poner
una bandera de parlamento en la Casa de Gobierno.
En una de las tantas reuniones efectuadas en la Casa Rosada,
Martínez se convenció de la inutilidad de toda defensa, ante las afirmaciones
del director de la Escuela Superior de Guerra, coronel Guillermo Valotta
"que gozaba de la confianza del presidente y del ministro doctor González",
que sus oficiales se habían sumado a la rebelión y tratarían de sublevar a las
unidades de la 1ra. División aun fieles. Esa opinión catastrófica, era confirmada
por el contralmirante Storni, en lo referente a la postillón de la Armada:
"Le pedí —recuerda
Martínez— me dijera si la Marina estaba
dispuesta a sostener al gobierno constitucional del país. El almirante me
contesto que la Marina estaba por una solución constitucional. Le reitere que
me dijera si la Marina haría fuego para sostener al gobierno. Me contesto que
la Marina no haría fuego contra sus compañeros de armas ni contra el
pueblo".
Es indudable que la falta de información produjo el mayor
desconcierto en el ánimo de Martínez que abandono todo intento de resistencia, llevándolo
al colapso de su sistema nervioso.
En cuanto a la responsabilidad de González, es harto grande,
ya que nada hizo para evitar el desmoronamiento del gobierno. Solo pareció
dedicarse a dar noticias optimistas, bastante alejadas de la realidad de los
hechos. Luego se retiraría de la Casa de Gobierno, instalándose en el Arsenal
de Guerra, para organizar la defensa, y allí sus actos son absolutamente
pasivos. Se ve totalmente superado por el desconcierto del vicepresidente y
dejara sin directivas a los mandos militares.
El general Toranzo recuerda que al apersonarse al caer la
noche, los jefes revolucionarios Justo y Arroyo, que se decían portadores de la
renuncia de Martínez y venían a exigir la entrega del principal baluarte
gubernista, junto a los otros jefes leales, aconsejo a González que designara
al general Enrique Mosconi para que entrevistara al vicepresidente, para
cerciorarse sobre si su renuncia era autentica y espontánea, u obtenida por la
fuerza. Llevaba también el general Mosconi instrucciones de hacerle saber que
las fuerzas de Campo de Mayo, Liniers y del Arsenal, así como las demás
divisiones del interior, se hallaban en sus puestos esperando sus ordenes.
"Una hora mas
tarde regresaba para manifestaciones que el doctor Martínez se había expresado
en los siguientes términos:
'Que su renuncia era espontánea
y definitiva, que sus deseos eran evitar que se derramara una sola gota de
sangre y que nos pedía que se entregara el Arsenal y las tropas al nuevo
gobierno y nos solicitaba a los generales que estábamos en el Arsenal que nos retiráramos
tranquilamente a nuestros hogares, porque todo había terminado”
Al regreso de Mosconi el ministro González notifico
textualmente al teniente coronel José María Sarobe que:
"En vista de la
renuncia del señor presidente, y de la ausencia de Gobierno he resuelto no
presentar resistencia y los señores generales y jefes que me acompañan esperan
ordenes en sus puestos" (Memorias sobre la Revolución del 6 de Setiembre
de 1930, 1957).
Mientras se desmoronaba su gobierno, Yrigoyen permanecía en
su domicilio de la calle Brasil, postrado por la fuerte fiebre de mas de 40°
que provocara la delegación del mando y solo acompañado por muy pocos fieles,
entre los cuales Horacio Oyhanarte, el que desde la mañana, luego de
enfrentarse con Martínez permanecía a su lado, y quien tuvo la presencia de
animo de ponerlo a salvo de cualquier pueblada que pusiere en peligro su vida, trasladándolo
a La Plata, donde poco después el anciano mandatario entregaba, en el cuartel
del 7° de Infantería, su renuncia "en absoluto", a la primera
magistratura.
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Momentos en que el general Félix Uruburu le exige la renuncia al vicepresidente Enrique Martínez, 1930. |
Fuente: “6 de septiembre de 1930: Entretelones en la Casa de Gobierno” en “Yrigoyen”
Vol. II de Roberto Etchepareborda, Centro Editor de América Latina, 1983.
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