El año 1919 (no hay error en esta fecha) después de rendir
examen de ingreso, que por primera vez se implantaba, entraba el autor de este
artículo en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Examen que había dado en
medio de huelgas y una agitación estudiantil que no comprendía, y que eran el
coletazo del movimiento revolucionario de la Reforma Universitaria, estallado
en Córdoba el año anterior.
El año 1924, siendo alumno de tercer año, abandonaba esa
Facultad comprendiendo que allí no estaba su rumbo. Pero habiendo encontrado
otro más grande y más acorde con sus impulsos juveniles: el que le abrían los
ideales de aquel movimiento.
Julio V. González, uno de los líderes de la Reforma y su
principal expositor, lo había planteado de esta manera:
“En el año 1918 el
país fue teatro de un acontecimiento extraordinario. De las aulas de la
Universidad de Córdoba, que dormía un sueño de siglos tras la muralla
infranqueable de su gloria colonial; surgió impetuosa una mañana de junio la
juventud que se nutría en su seno. Con una irreverencia sólo justificada por la
magnitud del propósito, demostró al país que aquella institución era un símbolo
legendario de una época y como perpetuación anacrónica de un régimen. Y aquella
juventud se lanzó a la calle. Abrió en la plaza pública y sacudió en pleno sol
el infolio apolillado del estatuto universitario; esparció a todos los vientos
las dolorosas verdades que surgían del entronizamiento de una vieja ideología,
dijo en todas las esquinas cosas nuevas y levantó bandera de rebeldía y de
ideal”.
Así surgía una nueva generación, producto, en el fondo, de
tres acontecimientos capitales: la guerra europea, la revolución rusa y la
llegada de Hipólito Yrigoyen al poder en 1916. Y que afirmaba su existencia
exigiendo, entre otros asuntos, cosas tan inauditas como la ingerencia de los
estudiantes en el gobierno de la universidad. Y, después de cruzar toda América
Latina, culminaba su acción en México, en 1921, proclamando, en el Primer
Congreso Internacional de Estudiantes, que “la
juventud universitaria luchará por el advenimiento de una nueva humanidad”.
Esa existencia se veía confirmada por el verbo inflamado de
Ricardo Rojas, quien en un discurso dado con motivo de un homenaje que se le
rindió, había dicho:
“Ahora bien,
ciudadanos, yo afirmo que una nueva generación espiritual ha llegado para
entrar en la historia argentina... La sensación política de lo que constituye
el advenimiento de una nueva generación, la tuvo nuestro país en 1837, cuando
frente a la tiranía de Rosas y sus trece tenientes bárbaros y a sus
legisladores serviles y a sus plebes embrutecidas, siete jóvenes poetas se
reunieron para realizar sus ideales... Yo afirmo, pues, que una nueva
generación he llegado y presiento que cambios fundamentales prepáranse en
nuestro destino”.
Se consideraba, así, a nuestra generación como paralela a la
Joven Generación de Alberdi, Gutierrez y V. F. López.
Acorde con este concepto, Julio V. González había seguido
exponiendo:
“La Nueva Generación
viene a levantar el espíritu y continuar la obra planteada por la generación de
La Asociación de Mayo, y por intermedio de ella -sin repetirla ni copiarla- a
interpretar, por segunda vez en más de un siglo, el ideal revolucionario de
Mayo”. “El país entero serpia sacudido hasta los cimientos por aquella juventud
con un ímpetu de rebeldía como jamás se viera en los lares de la patria… Con el
tropel impetuoso y rugiente de la Nueva Generación marchando a pleno sol hacia
la meta de su gran destino”.
Ese gran destino se veía confirmado por aquella exigencia de
la intervención de los estudiantes en el gobierno de la universidad, que no se
conocía en ninguna parte del mundo. “Nos sentíamos gigantes y haciendo la
Historia”, llegó a decir un dirigente reformista.
Pero, para eso, era necesario prepararse. Así, por lo menos,
lo entendía el autor, que participaba de aquellos conceptos. Empezando por
fortalecer su personalidad, para lo cual fue a trabajar de peón a los obrajes
del Chaco paraguayo, y realizar toda clase de experiencias, que culminaron con
cazar ballenas en los mares antárticos, y renos en las montañas de Georgia del
Sur.
Para conocer bien el país se incorporó, cuando pudo, a los
viajes de inspección de su padre, entonces Ministro de Guerra del Presidente
Alvear, y lo acompañó como miembro de la delegación argentina, cuando fue como
embajador al Perú, para los festejos del centenario de la batalla de Ayacucho.
Fue a Europa en busca de emociones artísticas, y, para conocer los Estados
Unidos, se hizo nombrar escribiente en la Embajada en Washington, donde
permaneció varios meses.
La impresión que le produjo este país fue tan intensa, que
olvidó pronto todos los propósitos de reformas sociales de la Nueva Generación.
La deslumbrante democracia norteamericana, en pleno período de prosperidad
entonces (1926), estaba dando un modelo que llevaría al mundo a imitarla. Y su
deseo era ahora regresar a ella para vivirla y conocerla bien.
La oportunidad se presentó cuando, ya cerrado todo anterior
conducto con la llegada de Hipólito Yrigoyen por segunda vez al gobierno, una
institución educacional norteamericana hizo realizar en Buenos Aires un
concurso sobre “Ideas e instituciones de los Estados Unidos”, el vencedor
obtendría una beca para trasladarse a ese país con el fin de estudiarlo durante
ocho meses, y completar su trabajo que debía publicarse, finalmente, en los dos
idiomas. Y, por supuesto; lo ganó.
Una vez allá realizó su trabajo con toda conciencia,
manteniendo en reserva sus sentimientos antiimperialistas. Pero el contacto
directo con el sentido despectivo con que allí se considera todo lo referente a
la América Latina, los hizo aflorar violentamente, y habiendo concurrido al
foro sobre problemas internacionales que anualmente se realizaba en la
Universidad de Williams, en Williantown, Massachusset,-y que lograban amplia
repercusión, al discutirse las relaciones de Estados Unidos con nuestros países
y sientiéndose representante de aquella generación de la Reforma, dijo:
“Que a la Argentina no
le interesaba el panamericanismo, y que se retiraría de la Unión Panamericana
tan pronto como la Nueva Generación llegara al gobierno o tal vez antes”. Y
que “nosotros seguiríamos nuestro camino
y si alguna pretensión extranjera se interponía en él, tomaríamos las medidas
para desembarazarnos de ella”.
Tales declaraciones alcanzaron repercusión hasta en la
prensa diaria, y algún órgano las comentó con el título de “Cómo piensan los
sudamericanos”.
Mientras tanto, en el país se había acabado la prosperidad y
entraba en la época de derrumbe catastrófico iniciado con la caída de la Bolsa
el año anterior, que ponía al descubierto la fragilidad de la democracia
capitalista de los Estados Unidos. Mientras, se levantaba con todas sus
proporciones, al otro lado del Atlántico, el desarrollo del Plan Quinquenal de
la Unión Soviética.
Asimismo, en la Argentina habían ocurrido serios
acontecimientos: un golpe militar encabezado por el general Uriburu, con la participación
del padre del autor, había derribado al Presidente Yrigoyen, lo que provocaba
su mayor repudio. Y llegado de regreso, en 1931, lo primero que hizo fue buscar
reunirse con los principales dirigentes de la Reforma Universitaria para
coordinar esfuerzos y contrarrestar aquel hecho.
Después de una primera tentativa frustrada, escribió a Julio
V. González, a quien no conocía:
“¿No cree que ha
llegado el momento de que los hombres de la Nueva Generación surjan para
defender la Reforma, devolver las libertades al país y coordinar un gran plan
con el cual su acción hasta ahora reducida a la Universidad, se extendiese a
todas las actividades del país? La generación del 18 todavía no ha hecho su
obra…Además es imposible tolerar ni un minuto más esta situación innoble en
que, por primera vez desde su organización, se encuentra la sociedad argentina,
y que es tan fuera de su carácter”.
La respuesta fue la siguiente:
“Estimado amigo:
"Yo como usted y como todo ciudadano consciente de esta República, participo de las inquietudes que me revela tan noblemente su carta. La Reforma que es signo de los nuevos tiempos, ha sufrido el atropello que se esperaba, dado el carácter reaccionario del Gobierno Provisional... La Generación del18 ha hecho su obra desde la
Universidad... Tenga la bondad de venir a verme y lo informaré o lo informarán
las personas con quienes yo lo puedo poner en contacto”.
"Yo como usted y como todo ciudadano consciente de esta República, participo de las inquietudes que me revela tan noblemente su carta. La Reforma que es signo de los nuevos tiempos, ha sufrido el atropello que se esperaba, dado el carácter reaccionario del Gobierno Provisional... La Generación del
La impresión recogida no podía haber sido más pobre. Además
ignoraba entonces que Julio V. González, junto con otros líderes reformistas,
había colaborado indirectamente con el movimiento de Septiembre, provocando,
tras Alfredo L. Palacios, una agitación estudiantil que favoreció aquel
suceso... Y la respuesta fue así:
“Como resultado de mi
visita, he llegado a comprender que quiénes iniciaron la Reforma y la
sostuvieron con su acción dentro de la Universidad, no serán los que la
extiendan a todo el país y al continente en lo que significa renovación y punto
de partida de una obra constructiva vastísima. No importa. Otros tomaremos esa
misión, tal vez más azarosa y más difícil y, por lo mismo, más interesante.
Basta que tengamos la conciencia de lo que el surgimiento de una generación
como ésta representa en nuestra sociedad, para que nos sintamos impulsados a
realizar las acciones más extraordinarias, como una reacción a las viejas
generaciones quietistas”.
Y su pensamiento se fue desarrollando acorde con las viejas
orientaciones sociales que habían guiado el primitivo camino de la Reforma. En
este sentido escribió a la entidad norteamericana que le había concedido la
beca, que no terminaría el trabajo a entregar porque ya no le interesaban los
Estados Unidos, sino la Unión Soviética. Y se fue acercando al ideal
socialista, acorde las resoluciones del Segundo Congreso de Estudiantes
Universitarios, realizado en 1932, el que manifestó:
“1°) Reconoce la crisis de la sociedad capitalista basada en la apropiación privada de la riqueza y el derecho individual; 2°) Afirma que el desorden de los actuales valores y los vicios del despotismo, la guerra, la opresión, el imperialismo, la desocupación, el pauperismo, solo desaparecerán, con el advenimiento de una sociedad ordenada por la economía colectiva y el derecho social; 3° ) Formula la ingerencia de la juventud universitaria en los movimientos reivindicadores del proletariado, colaborando con todo esfuerzo orgánico en el campo social y en el campo político por fundar las nuevas bases solidarias y colectivistas de la sociedad; 4°) Infiere que solamente en una sociedad construida de este modo e infundida por este espíritu será posible la Universidad que la Reforma ambiciona, puesta al servicio de la cultura del pueblo y no patrimonio de una educación privilegiada y aristocrática”.
“1°) Reconoce la crisis de la sociedad capitalista basada en la apropiación privada de la riqueza y el derecho individual; 2°) Afirma que el desorden de los actuales valores y los vicios del despotismo, la guerra, la opresión, el imperialismo, la desocupación, el pauperismo, solo desaparecerán, con el advenimiento de una sociedad ordenada por la economía colectiva y el derecho social; 3° ) Formula la ingerencia de la juventud universitaria en los movimientos reivindicadores del proletariado, colaborando con todo esfuerzo orgánico en el campo social y en el campo político por fundar las nuevas bases solidarias y colectivistas de la sociedad; 4°) Infiere que solamente en una sociedad construida de este modo e infundida por este espíritu será posible la Universidad que la Reforma ambiciona, puesta al servicio de la cultura del pueblo y no patrimonio de una educación privilegiada y aristocrática”.
Y, en una excursión a los más profundo de la selva de
Misiones (otra vez de sus experiencias) con una pasión tan absorbente que iba
leyendo aún sobre el lomo de la mula, se dio cuenta que ahora era militante de
la Revolución Mundial. Al mismo tiempo que una conjunción de fuerzas
reaccionarias, buscando utilizar el prestigio militar que aún tenía, elevaba a
su padre a la presidencia de la República, colocando al autor en una situación
espectacular y bien dramática, pero que no le hizo vacilar ni un segundo en
proseguir el camino que le señalaba su propio destino.
Al sentar el Segundo Congreso que la Reforma Universitaria
no podía realizarse hasta lograr una sociedad que permitiera una universidad
reformista, ponía término al carácter progresivo de las luchas estudiantiles
puramente universitarias. Había que acercarse ahora a los grupos políticos que
aspiraban a esta transformación. Así lo entendió el autor, que, por entonces
escribió un artículo titulado “¿Qué queda de la Nueva Generación?” en el que
decía que “En la historia no hay generaciones. Hay clases sociales luchando por
sus propios intereses.”
Ante el desarrollo de los acontecimientos, los líderes del
movimiento del 18 adoptaron posiciones distintas, pero en desmedro de aquél.
Deodoro Roca, autor del Manifiesto
inicial, que había sido declarado “numen de la Reforma”, y con quien el
autor estableció una relación más estrecha, declaró en una encuesta realizada
en su quince aniversario que “estamos en lo mismo” y que la Reforma había
fracasado, pero olvidándose de la importancia de su protagonismo inicial, se
consideró finalmente sólo un abogado profesional.
Julio V. González, que en aquella misma encuesta, sostenía
que la Reforma no “había sido”, sino que “era” y estaba “viva y triunfante”. Al
igual que el Partido Comunista, la fuerza dominante en la izquierda, entonces,
que la había combatido en su primera etapa y ahora consideraba que era una
“fuerza progresiva”.
Todo eso dio pauta para que el autor escribiera entonces,
con motivo de su veinte aniversario, otro artículo en la revista Claridad,
titulado “Autopsia y funeral de la Reforma”, en el que entre otras cosas,
decía:
“En su primera época
progresiva, el movimiento de la Reforma Universitaria alcanzó un carácter y una
importancia innegable, que hizo de él, de acuerdo con el juicio de un sociólogo
norteamericano de izquierda, 'el más hermoso movimiento de la historia de la
educación occidental contemporánea'. Pero en la actualidad, no tiene más que un
valor histórico, 'innegable y magnífico', pero imposible de resucitar”.
Y así ocurrió que quiénes sostenían la actualidad de la
Reforma Universitaria, realizaron sus “grandes destinos” hundidos en la mayor
decrepitud. Julio V. González, que había ingresado en el Partido Socialista,
diciendo que para encarar al imperialismo inglés o yanqui sólo hacían falta
“hombres honestos”, y publicando entonces un folleto en que, como diputado de
ese partido, encaraba una interpelación al ministro de agricultura sobre “el
precio básico del girasol” y las “bolsas para la cosecha”. Y el Partido
Comunista terminará también, finalmente, apoyando la dictadura militar de
Videla, el mayor genocidio y catástrofe económica que conoce la Argentina.
Mientras en la Universidad, a lo largo de los años, se sucedían luchas que
daban nacimiento a una multitud de supuestos líderes reformistas de menor
cuantía.
Pero hoy, en que sólo queda ese inicio del 18, “innegable y
magnífico”, Como decíamos en 1938, debemos sí reivindicarlo, como una de las
glorias de la América Latina, el primer grito de rebeldía continental, y según
expresión del cubano Julio Antonio Mella:
“En el mañana, cuando
la América no sea lo que es hoy, cuando la generación que pasa hoy por la
universidades, sea la generación directora, las revoluciones universitarias se
considerarán uno de los puntos iniciales de la unidad del continente, y de la
gran transformación social que tendría efecto”.
Liborio Justo |
Fuente: “Autopsia, funeral y gloria de la reforma
universitaria” de Liborio Justo (El autor
de este artículo, forjado ideológica y políticamente al calor de la reforma
universitaria de 1918, analiza aquí su importancia histórica apelando a sus
recuerdos personales) publicado en Revista La Marea, Año 2, N°4,
agosto-octubre 1995, pp. 18-20.
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