Todavía, cuando llegué a Buenos Aires y muchos años después,
la Avenida de Mayo era el centro de la ciudad, con su uniforme edificación de
estilo francés fin de siglo que vino a ser alterada recién por el pasaje Barolo
en el que el arquitecto Palante quiso tal vez hacer catalana una parte de la
calle de los españoles. Pero esto lo veremos después, porque la Avenida de Mayo
fue en primer término la calle de la política popular; por ella las multitudes
habían arrastrado el coche de Yrigoyen en el trayecto del Congreso a la Casa de
Gobierno en 1916 y en ella se celebraban casi todos los grandes mitines
partidarios. Era además la calle de los diarios: La Prensa, El Diario, La
Razón, La época y más tarde Crítica, con sus pizarras y los tumultos
ocasionados por sus noticias de la guerra y los escrutinios. La calle donde la
gente se aglomeraba ante las noticias sensacionales.
Allí estaba la sirena de La Prensa. ¡La sirena de La Prensa!
Cuando ella sonaba –lo hacía con poca frecuencia- la ciudad se conmovía porque
acababa de ocurrir algún acontecimiento dramático. Aún de noche la ciudad se
echaba a la calle. Imposible no oírla en el silencio de entonces. Es posible
que hoy la sirena se oiga sólo como un zumbido y a pocas cuadras, apagada por
el rumor urbano, aún en la alta noche. Lo que sé es que hace muchos años que no
la oigo, pero su último recuerdo es de 1939. ¡Pero qué recuerdo! Serían las dos
de la mañana cuando me desperté y me senté en el borde de la cama y con mi
mujer nos pusimos a llorar. Era inevitable lo que se había esperado minuto por
minuto: la guerra mundial. Yo no tengo fácil el llanto, pero la certidumbre que
la sirena anunciaba desbordó todas mis defensas y me sacó hacia afuera de mí
mismo como salía de la máquina el zumbido aterrador cuyo mensaje sobrevolaba la
ciudad despertándola angustiada.
Como dije al principio la Avenida de Mayo era esencialmente
la calle de la política y sobre todo de los radicales; en sus numerosos hoteles
–porque entonces también era la calle de la hotelería- se alojaban los
políticos postulantes de provincias como si quisieran acortar y hacer más
directo el trayecto hacia la Casa de Gobierno, donde estaba don Hipólito, ahí a
pocas cuadras derecho por ella. La Fronda “conserva”, insistía constantemente
buscando analogías entre el radicalismo y el islamismo y así decía: “bajo los
toldos musulmanes de la Avenida de Mayo acampa la multitud de creyentes que
viene a pedirle al “Profeta” sus milagros”.
Había un hotel sobre todo que era un verdadero bastión
radical: el España en cuyo salón comedor, en el bar, y en las mesas de las
veredas se oían todas las tonadas de las provincias argentinas aunque
predominaban los hombres de la de Buenos Aires. La excepción de la Avenida era
un hotel, el París, en Salta y Avenida de Mayo, que era de los conservadores.
Allí alcancé a ver a través de las vidrieras a algunas primeras figuras de la
época y entre ellas –tal vez lo recuerde por lo pintoresco- al famoso Payo
Roqué, que me mostraban como una curiosidad con su particular atuendo.
Por la Avenida de Mayo desfilaron las grandes
manifestaciones radicales, ordenadas circunscripción por circunscripción. Iniciaba
la marcha la Primera generalmente con un grupo bastante numeroso de gente de
boina blanca a caballo, la mayoría de Mataderos, con Juan Bidegain a la cabeza.
Después de la Primera, con sus escuadras a pie separada por un amplio espacio y
encabezada como todas las secciones por profusión de banderas –la Argentina
desde luego, la del Parque –verde, rosa y blanca-, la albirroja del 93 y
retratos de Alem e Yrigoyen y numerosos estandartes correspondientes a las
distintas agrupaciones de cada circunscripción, iban sucediéndose éstas hasta
la veinte. El desfile se realizaba por Avenida de Mayo hasta Perú por donde
tomaba siguiendo Florida hasta la Plaza San Martín. Era el mismo recorrido de
los desfiles militares de la época, pero éste mucho más ruidoso de vivas, y
también de mueras que se convertía en una silbatina sostenida cuando la columna
llegaba a Perú donde dejaba la Avenida. La silbatina era para La Prensa y
repetida en todas las ocasiones.
Muchos años después rememorar esto me resultó muy
aleccionador, cuando el gobierno de Perón expropió La Prensa, viendo cómo los
radicales se afligían por lo que ellos hubieran querido hacer y no hicieron.
Reflexión parecida me causó la cólera de los radicales por el incendio del
Jockey Club, proyecto que en su corazoncito alimentaban siempre los
participantes en aquellas manifestaciones. Nunca llegaron a eso, pero había un
acto que se reiteraba en cada uno de los desfiles como de ritual: cuando la
sexta sección encabezada por D. Pedro Bidegain llegaba a la esquina de Lavalle
y Florida se detenía dando tiempo para que la quinta –la quinta de hierro
decían entonces a cuyo frente iban Joaquín Costa y el librero Pellerano- se
adelantase dejando un espacio libre entre las dos secciones. Entonces un
afiliado de la sexta, loco conocido del barrio de Boedo, ocupaba el centro de
la calle frente a la puerta del Jockey y allí bailaba “la danza del odio”, o lo
que él entendía por tal según gesticulaba, se retorcía y movía los brazos y
piernas amenazadoramente, contemplado por un grupo de socios desde el balcón
que cubría la entrada. Al término del baile, que los socios seguros de su
invulnerabilidad aplaudían entre risas, la sexta circunscripción reanudaba su
marcha, pero como en la esquina cercana a La Prensa, con una uniforme música de
silbidos.
Sin embargo a pesar de esta connotación política la Avenida
de Mayo ya era la calle de los españoles. Mi paladar de adolescente guarda el
regusto del chocolate con vainillas, tostadas y churros y el nombre famoso de
La Armonía, que con La Castellana, también de la Avenida de Mayo y el Seminario
de Cangallo y Pellegrini perfuman de cacao mis recuerdos de esa época. Pero
tampoco son extraños a éstos el puchero famoso del hotel España y su carne con
cuero, una vez por semana, como ciertas natillas a la catalana, que
prestigiaron sus mesas hasta que cerró.
Ricardo Llanes en su historia de la Avenida de Mayo nos
explica las razones porqué ésta fue siendo cada vez más la calle de los
españoles y desalojando a provincianos y radicales del primer plano. Entre
estas razones cuenta la cercanía con las viejas casonas del barrio sur,
Victoria, Moreno, Alsina, Belgrano y las transversales, donde se había radicado
el comercio mayorista y de registro en su mayor parte español. No descarto que
el género chico, la zarzuela, el cuplé, de los teatros Lima y Avenida hayan
influido aunque lo lógico es suponer lo inverso. Lo cierto es que después de
1930 la españolización de la Avenida de Mayo había primado sobre su carácter
político o provinciano. Para la guerra civil de España fue el escenario de
encuentro de los bandos peninsulares y es por demás conocida la historia de los
combates entre los habitués de la confitería del hotel Español –rebeldes- y los
del café Mundial –leales- que ubicados en las dos esquinas del sur de la calle
se embestían de palabra para terminar dando sucesivas cargas, sino a la
bayoneta, con mesas, sillas y puños. Hubo que tender un cordón policial entre
los dos bandos.
De este café Mundial tengo una anécdota pero no es de la
guerra española. Es de un amigo con quien militábamos juntos en la misma
tendencia radical hasta la fundación de FORJA. Es un radical típicamente
apegado a formas que fueron un estilo en la vida del partido. Su ademán es
reposado y es espacioso al hablar con tono de firme convicción. Delgado, alto y
de abundante cabellera –se entiende para un hombre de su época y no de los de
ahora- viste elegantemente también con una elegancia de época: traje oscuro,
cuello palomita, corbata plastrón. Una noche el comisario de la sección se
llevaba detenido a dos parroquianos, seguramente radicales y conocidos o amigos
del recordado. Mi amigo se dirigió en su tono habitual al comisario para
protestar por las detenciones y como no tuviera éxito tuvo una salida muy de
las suyas:
"-Usted los lleva por radicales. ¡Lléveme a mí también!"
El comisario le contestó:
"-Hoy no llevo más que radicales. Mañana llevo a los boludos.
Venga mañana."
Si este cuento tiene una moraleja es la siguiente: mi amigo era
de esa época. El comisario de todas.
Fuente: “La avenida de mayo” de Arturo Jauretche, en Revista
Crisis “los años mozos”, memorias inéditas de Arturo Jauretche, Año II, N° 26,
junio de 1975.
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