Quién, como en otros tiempos, podría acercase hoy a un
comité partidario y afiliarse para militar en la Unión Cívica Radical? ¡Cuántos
afiliados no participan en absoluto y más bien critican las ideas y conductas
de sus dirigentes y gobernantes! Hoy, por muchas razones, se es radical más por
la historia y la de sus grandes figuras (Alem, Yrigoyen, Lebensohn, Larralde,
Illia, Balbín, por ejemplo) que por el presente. Las tradiciones democráticas
populares, éticas, nacionales de esta centenaria fuerza política se han
interrumpido demasiadas veces. En los últimos tiempos y desde cierto punto de
vista, hubo demasiadas claudicaciones. Los dirigentes, en buena medida, no son
ni creíbles ni convincentes. Sin embargo hay muchos radicales sinceros: los
casi anónimos ciudadanos, que fiscalizan los comicios, que participan de las
campañas proselitistas, que cuentan las epopeyas radicales, con nostalgia e
ilusión, esos que constituyen los componentes de una ancha red de comités,
ateneos, al que van no porque crean y confíen en sus jerarquías actuales, sino
porque sospechan que en algún momento, de ahí mismo, germinará una nueva
dirigencia, con nuevos cuadros. O con el retorno de generaciones de mujeres y
hombres probos que están, por decisión propia o por la expulsión implícita de
las seudooligarquías internas, marginados y humillados. Padecen al régimen
desde adentro y desde afuera.
Estas buenas personas siguen creyendo que el partido,
eventualmente, podría ser instrumento insustituible, una vez reparado, para
convocar a un gran movimiento político, principalmente de carácter ético.
Piensan que el renacimiento hará posible el cambio de las estructuras
decadentes de una Nación y de un pueblo decepcionado y empobrecido, y servirá
al restablecimiento de la República y sus valores fundantes. Utilicé el término
instrumento, porque todo partido, en una democracia moderna, es necesariamente
una herramienta, un medio, para impulsar proyectos colectivos y para ponerlos
en ejecución. Cuando ese medio se paraliza y funciona sin objetivos
orientadores, solo admite “clientes” y “aparato”, y es utilizado con otros
fines particulares de esmirriado porvenir.
¿Está el radicalismo muerto? Sí, definitivamente, si lo
juzgamos por los cuadros mandones y rapaces, sin ideas y sin conductas coherentes
y desinteresadas. No, si valoramos su necesidad actual y la esperanza de su
futuro. En todo caso está moribunda una idea y una conducta de una concepción
gerencial del partido, no sus integrantes, que vienen a ser algo así como
radicales sin partido, pero con la recóndita ilusión de recuperarlo.
¿Será ello posible? No, si se diluye desde dentro de su
seno, y por la presión de una sociedad que ya no lo quiere como antes. Sí,
cuando se reconstituya sobre la base de una doctrina y un programa, que no admitan
la doblez y el engaño. La Unión Cívica Radical nació de una división, por
principios y valores que no admitían transacciones y rechazaba las prebendas. Y
vivió más de cien años, porque cada vez que se partió, hubo una parte que lo
restituyó, renovó e impulsó.
¿Vale la pena intentarlo de nuevo? Si, no simplemente porque
se manifieste como voluntarismo nostálgico sino porque la idea siempre vigente
de construir la República lo adopte como impulso común.
Fuente: “Los radicales” por Osvaldo Álvarez Guerrero ex Presidente
de la Fundación Illia, ex Gobernador de la Provincia de Rio Negro, ex Diputado
Nacional, 1994.
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