Fue como una premonición de lo que vendría. El 17 de mayo de
1951, se produjo un secuestro que conmovió a la opinión pública, el del
estudiante comunista Ernesto Mario Bravo. Sacudió a un gobierno tan asentado
hasta entonces en las masas populares como el de Juan Domingo Perón y despertó
las adormiladas almas golpistas que finalmente lo derrocarían el 16 de
setiembre de 1955.
El gobierno peronista fue duro, y tenazmente enfrentado por
la oposición, incluso con incursiones terroristas. ¿Quién comenzó la porfía?;
lo real es que ya en 1948, es asesinado durante una huelga azucarera en
Tucumán, el mozo afiliado al Partido Comunista, José Antonio Aguirre y un año
más tarde, entre otros muchos casos, fueron picaneadas mujeres telefónicas que
reclamaban reivindicaciones. Al tucumano, lo mataron a palos y picana
eléctrica. Las torturas se concretaron en la tristemente célebre Sección
Especial de Policía en los principios de los '30. La picana, ese invento del
hijo de Leopoldo Lugones, usada a discreción se hizo norma.
El estudiante socialista Luis Alberto Vyla Aires, fue
brutalmente golpeado en 1949 antes de ser encarcelado largamente a disposición
del Poder Ejecutivo, la fórmula de entonces para mantener detenidos a
centenares de obreros, profesionales, estudiantes, que combatían a Perón.
1951 fue un año bisagra, porque se preparaba la reelección
del líder justicialista, en un marco de crisis económica cada vez más fuerte y
una situación internacional signada por la guerra de Corea, donde Perón no
quiso participar después que una movilización ferroviaria de los entonces
talleres de Roque Pérez cubriera las calles de Rosario. "Haré lo que el
pueblo quiera", proclamó. Y se desdijo de un compromiso de enviar tropas a
la dividida península. Cincuenta años hace que en la calle Paysandú 1822, del
barrio porteño La Paternal, mientras se preparaba para almorzar la policía
llegó desde edificios aledaños y tomó preso al estudiante de Química Bravo. El
no era militante universitario, sino que estaba destinado por la juventud comunista
en la preparación propagandística del Festival de la Juventud y los Estudiantes
que ese año debía realizarse en Berlín Este, con respaldo de la Unión
Soviética. Esa misma noche, su madre, Margarita Matarazzo, me encontró
escuchando un mitin de la Unión Cívica Radical frente al monumento del Cid
Campeador. "Se llevaron a Ernesto", me relató. Desde es momento, mi
vida tomó otro giro.
LARGO CAUTIVERIO
Desde ese momento, hasta el 24 de junio en que apareció en
una comisaría del barrio porteño de Villa Pueyrredón, solo un grupito de
personas, supo de las penurias del joven estudiante, víctima de martirios
infernales. La denuncia la hicieron los estudiantes comunistas que movieron
cielo y tierra para lograr su libertad. Los días pasaban sin ningún elemento
alentador. Como reacción, la FUBA, (Federación Universitaria de Buenos Aires)
presidida por el más tarde célebre escritor David Viñas declaró la huelga
universitaria que se cumplió con éxito en todas las facultades porteñas. La FUA
y las federaciones regionales adhirieron al paro estudiantil que contó también
con el apoyo del movimiento secundario.
Bravo permaneció secuestrado y torturado en la Sección
Especial de la Policía que estaba en la calle Urquiza al 500. Recibió apremios
brutales bajo las órdenes del comisario Cipriano Lombilla. Este y los
comisarios Amoresano y Wasserman, participan de las sesiones de torturas. No
soportaron el silencio de Bravo sobre dónde se imprimían los panfletos, y menos
aún que replicara con golpes a los primeros que le asestaron sus verdugos. Tan
mal lo dejaron, picana y palizas de varios polizontes que su vida estuvo en el
filo de la navaja. Lombilla se asustó luego de días de flagelo porque las
Universidades comenzaban a ser un hervidero, aunque la prensa, no decía nada
sobre el episodio, y las cárceles se poblaron de estudiantes solidarios.
Un médico vinculado al dirigente del radicalismo, Miguel
Angel Zavala Ortiz, el Dr. Alberto J. Caride, fue llamado para atender al
joven. Caride, se entiende, tenía vínculos con la policía. Pero con sus
curaciones le salvó la vida. Pero para poder liberarlo requería de un período
de recuperación. El ministro del Interior, Miguel Angel Borlenghi supo del
atropello y reclamó una solución cuando el clima estudiantil estallaba. Lombilla
en los primeros días de junio trasladó a Bravo a una quinta situada en Paso del
Rey. La intervención de este médico policial y hombre de la Iglesia salvó al
estudiante. Caride y su familia debieron refugiarse en Montevideo una vez que
informó del caso a los diputados Zavala Ortiz y Silvano Santander, furiosos
antiperonistas quienes hicieron la denuncia al juez Conrado Saadi Massue.
A las tareas de agitación que se inició en la facultad
porteña de Química, aula por aula, se sumaron los estudiantes de Ingeniería y
de Arquitectura. Un día llegó la policía. Los estudiantes salieron en
manifestación por la calle Florida y avanzaron hasta la sede del diario La
Nación para que la denuncia y la protesta tuviera repercusión pública. Este
relator habló ante una multitud normal para un mediodía en la calle más
concurrida. La huelga se extendió a todas las facultades porteñas y poco a
poco, a casi todo el país. El juez finalmente ordenó la libertad de Bravo, que
Perón acató.
LA COMPLICIDAD DEL MOSQUITO
Su liberación fue seguida con el procesamiento y condena de
Lombilla y Amoresano. Bravo pudo ubicar la quinta de Paso del Rey. Al oído del
juez le reveló que había marcado una pequeña hoz y un martillo, el escudo
comunista, tapado por un mosquito muerto, debajo de una ventana que le permitió
mirar algo del lugar. Es lo que vio el magistrado al correr lo que quedaba del
insecto. Ante prueba tan irrefutable y el estado calamitoso del joven, el
gobierno le bajó el pulgar a sus torturadores.
Bravo llegó a recibirse de doctor en Química en la
Universidad de Buenos Aires y en 1961 integró un contingente de voluntarios
para trabajar en Cuba, donde se quedó hasta ahora. Ha desarrollado una
importante labor de cátedra, fue profesor de Química Orgánica de algunos de los
actuales dirigentes del gobierno cubano, como Carlos Lage. Con su esposa, la
norteamericana Stella Segal de Bravo, ha sido guionista de sus premiados
documentales, uno de ellos, sobre los niños desaparecidos, filmado en los años
80. Stella es la directora de los mejores retratos de la inmigración cubana en
Miami, entre muchos otros. Bravo es miembro de la Academia de Ciencias de Cuba.
Mientras duró el cautiverio de Bravo, hubo amagues de golpe
de Estado, un pretexto para desprenderse del peronismo. La alta jerarquía eclesiástica,
nerviosa por el papel de Eva Perón en la vida pública, se distanciaba de su
marido y algunos de los dignatarios unieron lo útil, orar por la libertad del
secuestrado, con sus objetivos golpistas. En agosto de ese año, una huelga
ferroviaria alcanzó un nuevo clímax para la conspiración que estalló en
setiembre, bajo el mando del general Benjamín Menéndez, un viejo conspirador.
Perón fue reelecto en noviembre por abrumadora mayoría. El luego escritor David
Viñas, que encabezó la huelga universitaria porteña, fue al sanatorio con una
urna a recibir el voto de la hospitalizada Evita, como fiscal de la Unión
Cívica Radical.
Bravo fue operado para arreglarle malas soldaduras naturales
de sus huesos quebrados por la golpiza y necesitó de años para su recuperación.
Fue el primer secuestro de la segunda mitad del siglo XX. No sería el último.
El "Estudiante" Ernesto Mario Bravo junto a su esposa Stella Segal de Bravo. |
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