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lunes, 28 de agosto de 2017

Eduardo C. Angeloz: "La Corte Suprema de Justicia de la Nación corroboró mi inocencia" (4 de abril de 2001)

CUESTIÓN DE PRIVILEGIO

Sr. Angeloz. - Pido la palabra para plantear una cuestión de privilegio.

Sr. Presidente (Sapag). - Para una cuestión de privilegio tiene la palabra el señor senador por Córdoba.

Sr. Angeloz. - Señor presidente, señores senadores: he medido milimétricamente cada una de las expresiones que voy a volcar aquí. Sé de los costos que voy a tributar , pero siento que alguien que ha entrado en la recta final de su ciclo político no puede guardar parte del gran dolor que ha vivido.

Hace pocos días, concretamente cuarenta y cinco días, la Corte Suprema de Justicia de la Nación corroboró mi inocencia, que antes había sido resuelta por un tribunal oral y luego convalidada por el Superior Tribunal de Justicia de la provincia de Córdoba.

Concluyó así un proceso inédito en la historia argentina; un político, ex gobernador y ex candidato a presidente se sometió durante cinco años a todas las instancias judiciales para refutar jurídicamente una mendaz acusación de enriquecimiento ilícito. Fue un peregrinar tan extenso como doloroso que --no obstante-- asumí con responsabilidad al solicitar mi propio desafuero ante esta Honorable Cámara, con la convicción de que mi sumisión a los estrados judiciales --sin ninguna recusación, queja o procedimiento que pudiera obstaculizar el desempeño de la Justicia--, no sólo dejaría a salvo mi honor sino que también contribuiría modestamente a contrapesar los juicios y prejuicios que en estos tiempos han anatemizado a la política y a los políticos. 

Reitero: a mérito de la denuncia solicité mi desafuero sine die.

A este respecto supo decir el senador Yoma:

"El senador Angeloz fue citado a prestar declaración indagatoria por el doctor Molina. El senador Angeloz no recusó al fiscal ni al juez; concurrió el día, la hora y al lugar al que lo citó el juez Molina, pese a que había un clima hostil y de violencia en las inmediaciones del Juzgado. Había una importante movilización política en torno a esta jornada que estaba cargada de expectativas públicas. No se valió de ningún tipo de argumento legal para buscar una suspensión o postergación de la audiencia de indagatoria, ni solicitó que se habilitara otro lugar, día u hora para hacerlo. Por el contrario, soportó ese evento o acontecimiento con gran entereza moral y ahora, antes de que las cámaras se pronuncien, anticipándose a cualquier decisión del Cuerpo, solicita la prórroga de la suspensión en sus funciones mientras dure el proceso. Esto --a nuestro juicio-- revela el comportamiento y la conducta republicana y democrática del senador Angeloz que ponemos absolutamente de manifiesto y tenemos la certeza de que una vez superado este clima adverso, el senador Angeloz será reconocido con el transcurso del tiempo."

Señor presidente, con la mesurada satisfacción de comprobar que en definitiva la Justicia no ha hecho más que certificar la originaria verdad de mi inocencia, hoy advierto --no obstante-- que ello no alcanza ni mínimamente a compensar las iniquidades, falacias, agravios, mentiras y calumnias que abonaron a la opinión pública desde que surgió la acusación.

Paradójicamente, si bien siempre he sido inocente, esto ha debido ser validado definitivamente y por tercera vez, por medio de una instancia judicial, mientras que mi condena política por el delito de sospecha fue proclamada hace ya cinco años por algunos medios de prensa, y desde entonces ha quedado irrefutada y así seguirá por siempre.

Durante todo este tiempo he leído y meditado, a veces con sensación de impotencia, siempre tratando de entender esta dualidad entre los tiempos y juicios de la prensa y los tiempos y juicios de la Justicia. Y en esa dicotomía, en mi procesamiento ha zozobrado ya no el honor de un hombre sino un valor trascendente de toda sociedad, la verdad; la simple y necesaria verdad que toda comunidad tiene el derecho de conocer y que nuestro pueblo intuyó en los albores de su nacimiento cuando "quiso saber de qué se trataba".

Este fenómeno actual de la realidad, mostrada a su manera y con supuesta objetividad por los medios de prensa, tuvo en mi caso una inquietante comprobación. No sólo se indujo a presuponer mi culpabilidad reproduciendo, sin constatación, los aspectos más extravagantes de la denuncia, sino que quienes creyeron en mi inocencia lo hicieron por una convicción previa. Es decir que las razones de mi inocencia jamás fueron difundidas ni explicitadas.

La opinión pública tuvo en todo este proceso una alta cuota de irracionalidad: por un lado, la infame acusación nunca cotejada a fondo con la realidad por los medios de prensa, como sí hizo la Justicia años después; por el otro, la inalterable credibilidad previa de mi persona por parte de muchos ciudadanos. La razonabilidad de los argumentos estuvo ausente; y lo sigue estando porque pocos saben en qué se ha fundado mi inocencia.

No voy a abrumar con disquisiciones sobre la verdad, la objetividad, la desinformación o la mentira. Sólo quiero llamar a la reflexión sobre un tema que excede mi persona, aunque para ejemplificarlo tenga que hablar de mí. Por ello, anticipadamente solicito que me excusen. Se trata de un tema que, estimo, hace en definitiva al necesario mejoramiento de las instituciones y de los instrumentos de la democracia.

Muchos especialistas en comunicación sostienen que hoy en día un hecho es verdadero cuando un medio lo presenta, otro lo retoma y refuerza, y el resto de la prensa lo repite o confirma. Se trata de un fenómeno independiente de la verdad de la noticia.

Existe un doble error en la autodefensa que suelen hacer los medios cuando se les achaca parcialidad: por un lado, es imposible que el ciudadano común coteje los medios para comparar cómo tratan una misma información; y por el otro, los medios se imitan en sus contenidos y estilos.

Sólo baste revisar de qué forma el diseño de los diarios en estos últimos años pretende asimilar el de la televisión. Lamentablemente, lo que ahora se denomina "formato" --que no es más que la forma que un medio elige para captar su audiencia-- impide cualquier tratamiento extenso y medianamente profundo de algún hecho.

Por otra parte, así como se privilegian las noticias contundentes, espectaculares e impactantes, también la política es tomada en su aspecto farandulesco o es emparentada, en algunas de sus aristas, a la tradicional y siempre llamativa sección policial de los medios.

¿Cuál es la actualidad de hoy? La que los medios dicen que es. ¿Qué es lo importante? Por cierto, lo que los medios muestran; y lo que no aparece publicado no existe o no es importante.

En mi caso, los argumentos de la defensa nunca fueron publicados. Mi defensa consecuentemente no existió y la verdad que justificaba mi inocencia tampoco. Entonces, fui culpable de antemano, apenas conocida la acusación y sus detalles más sombríos y extravagantes. Lo cierto es que cada uno de los argumentos que refutaron puntualmente esas acusaciones no fueron publicados; entonces, no existieron. O sea: como no hubo argumentos, no hubo inocencia. Fui culpable desde el principio.

Tres años después de la denuncia, en una sentencia de 266 carillas en una causa con más de 105 testigos, el tribunal que me absolvió fundamentó mi inocencia, siendo absolutamente falso lo que alguno publicaron: que esa absolución haya sido por el beneficio de la duda.

Naturalmente, algunos pocos medios se tomaron la molestia de revisar el escrito y de extraer algunos conceptos muy parciales. Para el espectáculo de la actualidad, un ex gobernador inocente no era tan llamativo como hubiera sido un ex gobernador preso.

Doy dos ejemplos escuetos. Mis abogados defensores, doctores José Buteler, Jorge Jaibovich y Julio Loza, expusieron sus alegatos a lo largo de casi seis horas; los noticieros de la televisión abierta le dedicaron a ambos no más de tres minutos. Cuando hice mi propio descargo ante el tribunal hablé casi una hora. Esto se puede leer en la sentencia. Hablé de mi deseo de hacer honor al apellido de mis ancestros, cuando el apellido era la única garantía de honradez y de cumplimiento en un trato.

Dije, entre otras cosas, que mi vida política había insumido toda mi vida, aún la privada, y que todos los aspectos de ambas eran conocidos en mi provincia, pues nunca tuve nada que ocultar. Por suerte tuve la posibilidad del progreso natural de un hijo de clase media, nieto de un inmigrante analfabeto. Me refiero al concepto de hijo de una clase media porque ello significaba la oportunidad de mejoramiento material con respecto a la calidad de vida de nuestros padres.

La adultez me encontró sin apremios económicos y también sin ambiciones económicas. Nunca tuve propiedades ni cuentas en el extranjero, pues nunca tuve bienes económicos especulativos que quisiera resguardar de los avatares de la economía argentina.

Mis dos hijos y mi hija trabajaron desde jóvenes y cualquier cordobés los podía ver, al igual que a mi esposa, haciendo cola en el banco para pagar los impuestos o en el supermercado. Todos mis hijos se casaron siendo yo gobernador en un marco de sencillez y de sumo recato.

Dije que entendía la acusación como inmerecida e injusta y ejemplifiqué sus disparates más atroces. Puntualicé las mentiras que se habían publicado y nunca habían sido desmentidas, varias de las cuales ni siquiera habían llegado a esa etapa del proceso y habían sido desechadas en la investigación preliminar. Dije que en once años de habitar la Casa de Gobierno de Córdoba sólo mejoré su decoración con dos retratos: uno de Amadeo Sabatini y el otro de Arturo Illia.

Dije todo eso con algo de impotencia, con un poco de amargura pero también con orgullo cuando hablé de mis hijos con emoción. En un momento esa emoción me superó y me cayeron lágrimas. Pues bien, eso fue todo lo que los medios publicaron: mis lágrimas; ninguno de mis argumentos o dichos. Solo un cronista somnoliento creyó erróneamente advertir una contradicción en mi exposición y la puntualizó. Si alguien se tomara el trabajo de cotejar la acusación con la realidad advertiría la magnitud de la infamia. Pero también se preguntaría: ¿Por qué esa acusación prosperó en los estrados judiciales ante un unilateral acompañamiento de la prensa que ni siquiera, por un elemental sentido de responsabilidad profesional, se tomó el trabajo de chequear los datos que se habían lanzado?

Baste mencionar como ejemplo -casi tragicómico- los supuestos corrales techados, un laboratorio de inseminación artificial de ganado, una pista de aviación y una pileta de natación. La pista de aviación que me atribuían era en un campo semi desértico del norte provincial. Nunca, hasta la sentencia, se escribió que eso no existía. Finalmente se lo escribió en la sentencia, nunca en la prensa.

Hubo sí una excepción a esa falta de constatación. Mi hijo acompañó a un cronista a ese campo de poco más de mil hectáreas en el perdido norte cordobés. Luego de recorrerlo y conocer la realidad el cronista dijo, refiriéndose a su órgano de prensa: los que vamos a ir presos somos nosotros. La nota nunca fue publicada. Alguien, en uno o en varios medios, decidió o decidieron que yo debía ser culpable y actuaron en consecuencia.

A veces hago un ejercicio de imaginación y pienso qué hubiera pasado si el titular dando noticia de la denuncia hubiera sido algo así como "Fantasiosa imputación al ex gobernador" o "Imputan al yerno del ex gobernador por haber aportado nueve mil pesos". ¿No sé si se conoce? Creo que no. Mi yerno fue imputado como mi testaferro por haber aportado seis mil pesos a una carnicería. Por el trabajo que desempeñaba mi yerno --de donde lo echaron precisamente por ser mi familiar-- y por rentas familiares obtenía, por entonces, unos 15 mil pesos de ingresos mensuales. Lo echaron del trabajo, padeció el juicio y fue absuelto, pero nadie publicó la substancia de su imputación ni el detalle de las cifras.

Es más, cuando accedió un diario a desmentir que la carnicería, en la que había aportado 3 mil pesos, hubiera sido proveedora del Estado provincial durante mi gestión, no lo admitieron, no lo atendieron y no le permitieron hacer el descargo. Y ofende al sentido común suponer que un ex gobernador --o el gobernador-- retiraba 9 mil pesos de las arcas oficiales y se los daba a su yerno para que montara una pizzería y una carnicería.

Pero los profesionales de la comunicación se ocuparon --por acción u omisión-- de que la opinión pública creyera que mi yerno era un poderoso testaferro.

Imaginemos el impacto de otro nunca publicado título de tapa: "Menos de veinte días corridos le bastaron al juez para elevar la causa a juicio". Y así es: desde mi indagatoria hasta la remisión al fiscal para ser elevada a juicio, la causa más voluminosa, inédita y compleja de la historia reciente de Córdoba le insumió al juez de instrucción exactamente diecinueve días corridos. Más de cien kilos pesaba por entonces el expediente, según se informó, dando a entender que los cientos de fojas eran pruebas en mi contra.

Tampoco se supo hasta el debate oral, y entonces tampoco fue publicado, que la resolución del juez --la del juez-- contenía los mismos errores tipográficos que el dictamen del fiscal. O sea que Su Señoría directamente había copiado extensos fragmentos del diskette producido por la Fiscalía, lo cual no hablaba muy bien de su disposición al análisis y la elaboración propia.

Se entiende: por entonces se reclamaba que quien había comprado 120 mil hectáreas de campos florecientes durante su gestión debía ir prontamente a la cárcel. Esa cifra tampoco nunca fue desmentida ni publicada.

Señores senadores: quiero transcribir textualmente dos escritos de sendos pensadores contemporáneos, citados en trabajos sobre periodismo: 

"Cuando un periodista es criticado porque falta a la exactitud o a la honradez, la profesión ruge fingiendo creer que se ataca al principio mismo de la libertad de expresión y que se pretende 'amordazar a la prensa'. Es como si el dueño de un restaurante, ante la crítica por un plato en mal estado, arguyera que se está atentando contra las posibilidades de paliar el hambre en el mundo".

Y dice otro pensador: 

"Los medios de comunicación industriales disfrutan de una depravación singular de las leyes democráticas. Si no disponen a priori de la libertad de anunciar falsas noticias, nuestra legislación les concede, en cambio, el poder exorbitante de mentir por omisión, censurando y prohibiendo las que no les convienen o pueden dañar sus intereses".

Señalo, finalmente, un párrafo de dos periodistas argentinos publicado en un libro sobre la prensa durante la última dictadura militar en nuestro país: 

"Los medios pueden colaborar con la fabricación de cadáveres políticos, patear contra la irrepresentatividad de los partidos, la inoperancia de las instituciones, la mediocridad de las dirigencias. Cualquier movilero de 20 años, hoy, escupe sobre el diputado ni bien termina la sesión. ¿Qué mecanismos permiten que también los periodistas y los medios paguen por sus deficiencias, sus errores, sus incoherencias? ¿Los del mercado?"

Creo que los medios registran un fenómeno acorde con el capitalismo exacerbado que acosa a nuestro país y al inaudito retroceso del Estado en lo que hace a las decisiones e instrumentaciones del genuino interés público. Quienes en nombre de la globalización pretenden decretar, por conveniencia, el fin de las ideologías --pretendiendo el archivo de las ideas progresistas, rendidas ante los dictados del mercado-- deben observar con beneplácito que los grandes medios no practican ya un periodismo de ideas, sino de intereses. Más precisamente, de intereses económicos; intereses cada vez más complejos y multifacéticos, a medida que más complejos son los multimedios que integran las empresas periodísticas.

El llamado "periodismo independiente" ha alcanzado en estos años de consolidación democrática su máxima configuración.

Este innegable poder y sus desviaciones profesionales, la desinformación, la distorsión y la presión a veces son temidos por funcionarios y dirigentes con quienes no los une el amor sino el espanto ante la posibilidad de que un medio los critique o vulnere su intimidad.

Es penoso constatar la debilidad de administraciones de diverso nivel que no pueden imponer legítimas decisiones políticas si no cuentan con el consenso social inducido desde los medios mientras que, por el contrario, se valen de éstos para producir consensos en uno u otro sentido, las más de las veces independientemente del bien común.

Esta es la verdadera independencia actual: elegir qué intereses se defenderán en nombre de los de la gente, pero sin explicarle a esa gente que consume sus productos informativos en nombre de qué intereses se actúa.

Señores senadores: como dije anteriormente citando a otro, no faltará quien crea encontrar en lo dicho un ataque a la libertad de prensa. Bastará responderle con mi historia de político y la de un partido que ha hecho de las libertades cívicas uno de los pilares de su ideario.

Miro hacia atrás y creo encontrar una paradoja: mi padre --quien me inició en la política siendo yo muy joven y dejándome luego en las manos de don Arturo Illia-- hizo casi toda su militancia a través de las reuniones de vecindario, de la charla personal y de la persuasión del diálogo. Eran épocas en donde no existía la televisión sino sólo --y poco-- la radio. Los diarios de la Capital tardaban días en llegar a algunos pueblos del interior, especialmente al pueblo en que yo nací; a otros, directamente, no llegaban. La difusión de las ideas era un trabajo artesanal.

Ahora, en medio de esta cultura que algunos llaman mediática me encuentro defendiendo mi inocencia casi del mismo modo, cara a cara, ya que los argumentos de mi absolución no son noticia. Y ninguna razón jurídica podrá revertir el demérito político que significó sembrar, hace cinco años, la infame sospecha de que durante mi gestión de gobierno me había enriquecido.

Quizás haya pecado de excesivo respeto por los tiempos de la Justicia en vez de dar batalla en todos los escenarios apenas surgieron las acusaciones, contrastando mi verdad con la falacia. Fue una elección dictada por mi conciencia; mi responsabilidad política ante un poder del Estado. No me arrepiento porque de nada vale divagar sobre lo que pudo ser y no fue. Sólo he querido exponer lo antedicho para ejemplificar hacia el futuro mi sincero deseo de que ningún otro ciudadano de nuestro país tenga que padecer la persecución que sufrí yo. Y que la magistratura de la Justicia siga ejerciendo su alta y honorable responsabilidad con los procedimientos de la ley y no con la premura de los noticieros.

He estimado necesario acercarles estas reflexiones porque he sido protagonista de un proceso penal que, en su momento, contribuyó a sembrar desprestigio contra la política y los políticos. Y si algo realmente puede desprestigiar en sí misma a la dirigencia política, más allá de la forma en que la caractericen los medios, es la renuncia a tratar de entender la realidad e influenciar sobre ella según el mandato popular.

Cada vez que me siento en esta banca pienso que estoy aquí por un mandato, no por un impulso personal, y que el pueblo espera de mí o esperaba de mi accionar, por modesto que haya sido, diluido aún entre los mecanismos de decisión del sistema democrático, que contribuyera a favorecerlo.

Pienso, en definitiva, en los ciudadanos ajenos mayoritariamente a los entretelones de lo aquí expuesto y en quienes, para otros, son simples consumidores de cualquier producto, quienes para mi partido han sido siempre hombres de carne y hueso.

He pensado en todo eso y he querido decir lo que pienso: cuando se llega ya al final de un tránsito político --más de 50 años-- es bueno decir sin retaceo lo que se siente y lo que se piensa. Esto es lo que siento en este momento señor presidente; esto es lo que he tenido que pasar durante todo este tiempo. Sé de la caída de mi vida política pero seguiré actuando, seguiré haciéndolo por mis convicciones y por la fidelidad que le tengo a la vida política de este país.

Señor presidente: los letrados que me defendieron durante todo este tiempo me han hecho llegar partes importantísimas de las diversas sentencias que se dictaron y quiero que sean agregadas a estas reflexiones como parte integrante de la exposición aquí dicha. (Aplausos. Varios señores senadores felicitan al orador.)










Fuente: Cuestión de Privilegio del Sr. Senador por Córdoba Dr. Eduardo César Angeloz, Honorable Cámara de Senadores de la Nación Argentina, 14° Reunión - 5° Sesión ordinaria - 4 de abril de 2001.

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