CUESTIÓN DE PRIVILEGIO
Sr. Angeloz. -
Pido la palabra para plantear una cuestión de privilegio.
Sr. Presidente
(Sapag). - Para una cuestión de privilegio tiene la palabra el señor
senador por Córdoba.
Sr. Angeloz. -
Señor presidente, señores senadores: he medido milimétricamente cada una de las
expresiones que voy a volcar aquí. Sé de los costos que voy a tributar , pero
siento que alguien que ha entrado en la recta final de su ciclo político no
puede guardar parte del gran dolor que ha vivido.
Hace pocos días, concretamente cuarenta y cinco días, la
Corte Suprema de Justicia de la Nación corroboró mi inocencia, que antes había
sido resuelta por un tribunal oral y luego convalidada por el Superior Tribunal
de Justicia de la provincia de Córdoba.
Concluyó así un proceso inédito en la historia argentina; un
político, ex gobernador y ex candidato a presidente se sometió durante cinco
años a todas las instancias judiciales para refutar jurídicamente una mendaz
acusación de enriquecimiento ilícito. Fue un peregrinar tan extenso como
doloroso que --no obstante-- asumí con responsabilidad al solicitar mi propio
desafuero ante esta Honorable Cámara, con la convicción de que mi sumisión a
los estrados judiciales --sin ninguna recusación, queja o procedimiento que
pudiera obstaculizar el desempeño de la Justicia--, no sólo dejaría a salvo mi
honor sino que también contribuiría modestamente a contrapesar los juicios y
prejuicios que en estos tiempos han anatemizado a la política y a los
políticos.
Reitero: a mérito de la denuncia solicité mi desafuero sine die.
A este respecto supo decir el senador Yoma:
"El senador
Angeloz fue citado a prestar declaración indagatoria por el doctor Molina. El
senador Angeloz no recusó al fiscal ni al juez; concurrió el día, la hora y al
lugar al que lo citó el juez Molina, pese a que había un clima hostil y de
violencia en las inmediaciones del Juzgado. Había una importante movilización
política en torno a esta jornada que estaba cargada de expectativas públicas.
No se valió de ningún tipo de argumento legal para buscar una suspensión o
postergación de la audiencia de indagatoria, ni solicitó que se habilitara otro
lugar, día u hora para hacerlo. Por el contrario, soportó ese evento o
acontecimiento con gran entereza moral y ahora, antes de que las cámaras se
pronuncien, anticipándose a cualquier decisión del Cuerpo, solicita la prórroga
de la suspensión en sus funciones mientras dure el proceso. Esto --a nuestro
juicio-- revela el comportamiento y la conducta republicana y democrática del
senador Angeloz que ponemos absolutamente de manifiesto y tenemos la certeza de
que una vez superado este clima adverso, el senador Angeloz será reconocido con
el transcurso del tiempo."
Señor presidente, con la mesurada satisfacción de comprobar
que en definitiva la Justicia no ha hecho más que certificar la originaria
verdad de mi inocencia, hoy advierto --no obstante-- que ello no alcanza ni
mínimamente a compensar las iniquidades, falacias, agravios, mentiras y
calumnias que abonaron a la opinión pública desde que surgió la acusación.
Paradójicamente, si bien siempre he sido inocente, esto ha
debido ser validado definitivamente y por tercera vez, por medio de una
instancia judicial, mientras que mi condena política por el delito de sospecha
fue proclamada hace ya cinco años por algunos medios de prensa, y desde
entonces ha quedado irrefutada y así seguirá por siempre.
Durante todo este tiempo he leído y meditado, a veces con
sensación de impotencia, siempre tratando de entender esta dualidad entre los
tiempos y juicios de la prensa y los tiempos y juicios de la Justicia. Y en esa
dicotomía, en mi procesamiento ha zozobrado ya no el honor de un hombre sino un
valor trascendente de toda sociedad, la verdad; la simple y necesaria verdad
que toda comunidad tiene el derecho de conocer y que nuestro pueblo intuyó en
los albores de su nacimiento cuando "quiso saber de qué se trataba".
Este fenómeno actual de la realidad, mostrada a su manera y
con supuesta objetividad por los medios de prensa, tuvo en mi caso una
inquietante comprobación. No sólo se indujo a presuponer mi culpabilidad
reproduciendo, sin constatación, los aspectos más extravagantes de la denuncia,
sino que quienes creyeron en mi inocencia lo hicieron por una convicción
previa. Es decir que las razones de mi inocencia jamás fueron difundidas ni
explicitadas.
La opinión pública tuvo en todo este proceso una alta cuota
de irracionalidad: por un lado, la infame acusación nunca cotejada a fondo con
la realidad por los medios de prensa, como sí hizo la Justicia años después;
por el otro, la inalterable credibilidad previa de mi persona por parte de
muchos ciudadanos. La razonabilidad de los argumentos estuvo ausente; y lo
sigue estando porque pocos saben en qué se ha fundado mi inocencia.
No voy a abrumar con disquisiciones sobre la verdad, la
objetividad, la desinformación o la mentira. Sólo quiero llamar a la reflexión
sobre un tema que excede mi persona, aunque para ejemplificarlo tenga que hablar
de mí. Por ello, anticipadamente solicito que me excusen. Se trata de un tema
que, estimo, hace en definitiva al necesario mejoramiento de las instituciones
y de los instrumentos de la democracia.
Muchos especialistas en comunicación sostienen que hoy en
día un hecho es verdadero cuando un medio lo presenta, otro lo retoma y
refuerza, y el resto de la prensa lo repite o confirma. Se trata de un fenómeno
independiente de la verdad de la noticia.
Existe un doble error en la autodefensa que suelen hacer los
medios cuando se les achaca parcialidad: por un lado, es imposible que el
ciudadano común coteje los medios para comparar cómo tratan una misma
información; y por el otro, los medios se imitan en sus contenidos y estilos.
Sólo baste revisar de qué forma el diseño de los diarios en
estos últimos años pretende asimilar el de la televisión. Lamentablemente, lo
que ahora se denomina "formato" --que no es más que la forma que un
medio elige para captar su audiencia-- impide cualquier tratamiento extenso y
medianamente profundo de algún hecho.
Por otra parte, así como se privilegian las noticias
contundentes, espectaculares e impactantes, también la política es tomada en su
aspecto farandulesco o es emparentada, en algunas de sus aristas, a la
tradicional y siempre llamativa sección policial de los medios.
¿Cuál es la actualidad de hoy? La que los medios dicen que
es. ¿Qué es lo importante? Por cierto, lo que los medios muestran; y lo que no
aparece publicado no existe o no es importante.
En mi caso, los argumentos de la defensa nunca fueron publicados.
Mi defensa consecuentemente no existió y la verdad que justificaba mi inocencia
tampoco. Entonces, fui culpable de antemano, apenas conocida la acusación y sus
detalles más sombríos y extravagantes. Lo cierto es que cada uno de los
argumentos que refutaron puntualmente esas acusaciones no fueron publicados;
entonces, no existieron. O sea: como no hubo argumentos, no hubo inocencia. Fui
culpable desde el principio.
Tres años después de la denuncia, en una sentencia de 266
carillas en una causa con más de 105 testigos, el tribunal que me absolvió
fundamentó mi inocencia, siendo absolutamente falso lo que alguno publicaron:
que esa absolución haya sido por el beneficio de la duda.
Naturalmente, algunos pocos medios se tomaron la molestia de
revisar el escrito y de extraer algunos conceptos muy parciales. Para el
espectáculo de la actualidad, un ex gobernador inocente no era tan llamativo
como hubiera sido un ex gobernador preso.
Doy dos ejemplos escuetos. Mis abogados defensores, doctores
José Buteler, Jorge Jaibovich y Julio Loza, expusieron sus alegatos a lo largo
de casi seis horas; los noticieros de la televisión abierta le dedicaron a
ambos no más de tres minutos. Cuando hice mi propio descargo ante el tribunal
hablé casi una hora. Esto se puede leer en la sentencia. Hablé de mi deseo de
hacer honor al apellido de mis ancestros, cuando el apellido era la única
garantía de honradez y de cumplimiento en un trato.
Dije, entre otras cosas, que mi vida política había insumido
toda mi vida, aún la privada, y que todos los aspectos de ambas eran conocidos
en mi provincia, pues nunca tuve nada que ocultar. Por suerte tuve la
posibilidad del progreso natural de un hijo de clase media, nieto de un
inmigrante analfabeto. Me refiero al concepto de hijo de una clase media porque
ello significaba la oportunidad de mejoramiento material con respecto a la
calidad de vida de nuestros padres.
La adultez me encontró sin apremios económicos y también sin
ambiciones económicas. Nunca tuve propiedades ni cuentas en el extranjero, pues
nunca tuve bienes económicos especulativos que quisiera resguardar de los
avatares de la economía argentina.
Mis dos hijos y mi hija trabajaron desde jóvenes y cualquier
cordobés los podía ver, al igual que a mi esposa, haciendo cola en el banco
para pagar los impuestos o en el supermercado. Todos mis hijos se casaron
siendo yo gobernador en un marco de sencillez y de sumo recato.
Dije que entendía la acusación como inmerecida e injusta y
ejemplifiqué sus disparates más atroces. Puntualicé las mentiras que se habían
publicado y nunca habían sido desmentidas, varias de las cuales ni siquiera
habían llegado a esa etapa del proceso y habían sido desechadas en la
investigación preliminar. Dije que en once años de habitar la Casa de Gobierno
de Córdoba sólo mejoré su decoración con dos retratos: uno de Amadeo Sabatini y
el otro de Arturo Illia.
Dije todo eso con algo de impotencia, con un poco de
amargura pero también con orgullo cuando hablé de mis hijos con emoción. En un
momento esa emoción me superó y me cayeron lágrimas. Pues bien, eso fue todo lo
que los medios publicaron: mis lágrimas; ninguno de mis argumentos o dichos.
Solo un cronista somnoliento creyó erróneamente advertir una contradicción en
mi exposición y la puntualizó. Si alguien se tomara el trabajo de cotejar la
acusación con la realidad advertiría la magnitud de la infamia. Pero también se
preguntaría: ¿Por qué esa acusación prosperó en los estrados judiciales ante un
unilateral acompañamiento de la prensa que ni siquiera, por un elemental
sentido de responsabilidad profesional, se tomó el trabajo de chequear los
datos que se habían lanzado?
Baste mencionar como ejemplo -casi tragicómico- los
supuestos corrales techados, un laboratorio de inseminación artificial de
ganado, una pista de aviación y una pileta de natación. La pista de aviación
que me atribuían era en un campo semi desértico del norte provincial. Nunca,
hasta la sentencia, se escribió que eso no existía. Finalmente se lo escribió
en la sentencia, nunca en la prensa.
Hubo sí una excepción a esa falta de constatación. Mi hijo
acompañó a un cronista a ese campo de poco más de mil hectáreas en el perdido
norte cordobés. Luego de recorrerlo y conocer la realidad el cronista dijo,
refiriéndose a su órgano de prensa: los que vamos a ir presos somos nosotros.
La nota nunca fue publicada. Alguien, en uno o en varios medios, decidió o
decidieron que yo debía ser culpable y actuaron en consecuencia.
A veces hago un ejercicio de imaginación y pienso qué
hubiera pasado si el titular dando noticia de la denuncia hubiera sido algo así
como "Fantasiosa imputación al ex gobernador" o "Imputan al
yerno del ex gobernador por haber aportado nueve mil pesos". ¿No sé si se
conoce? Creo que no. Mi yerno fue imputado como mi testaferro por haber
aportado seis mil pesos a una carnicería. Por el trabajo que desempeñaba mi
yerno --de donde lo echaron precisamente por ser mi familiar-- y por rentas
familiares obtenía, por entonces, unos 15 mil pesos de ingresos mensuales. Lo
echaron del trabajo, padeció el juicio y fue absuelto, pero nadie publicó la
substancia de su imputación ni el detalle de las cifras.
Es más, cuando accedió un diario a desmentir que la
carnicería, en la que había aportado 3 mil pesos, hubiera sido proveedora del
Estado provincial durante mi gestión, no lo admitieron, no lo atendieron y no
le permitieron hacer el descargo. Y ofende al sentido común suponer que un ex
gobernador --o el gobernador-- retiraba 9 mil pesos de las arcas oficiales y se
los daba a su yerno para que montara una pizzería y una carnicería.
Pero los profesionales de la comunicación se ocuparon --por
acción u omisión-- de que la opinión pública creyera que mi yerno era un
poderoso testaferro.
Imaginemos el impacto de otro nunca publicado título de
tapa: "Menos de veinte días corridos le bastaron al juez para elevar la
causa a juicio". Y así es: desde mi indagatoria hasta la remisión al
fiscal para ser elevada a juicio, la causa más voluminosa, inédita y compleja
de la historia reciente de Córdoba le insumió al juez de instrucción
exactamente diecinueve días corridos. Más de cien kilos pesaba por entonces el
expediente, según se informó, dando a entender que los cientos de fojas eran
pruebas en mi contra.
Tampoco se supo hasta el debate oral, y entonces tampoco fue
publicado, que la resolución del juez --la del juez-- contenía los mismos
errores tipográficos que el dictamen del fiscal. O sea que Su Señoría
directamente había copiado extensos fragmentos del diskette producido por la
Fiscalía, lo cual no hablaba muy bien de su disposición al análisis y la
elaboración propia.
Se entiende: por entonces se reclamaba que quien había
comprado 120 mil hectáreas de campos florecientes durante su gestión debía ir
prontamente a la cárcel. Esa cifra tampoco nunca fue desmentida ni publicada.
Señores senadores:
quiero transcribir textualmente dos escritos de sendos pensadores contemporáneos,
citados en trabajos sobre periodismo:
"Cuando un periodista es criticado
porque falta a la exactitud o a la honradez, la profesión ruge fingiendo creer
que se ataca al principio mismo de la libertad de expresión y que se pretende
'amordazar a la prensa'. Es como si el dueño de un restaurante, ante la crítica
por un plato en mal estado, arguyera que se está atentando contra las
posibilidades de paliar el hambre en el mundo".
Y dice otro pensador:
"Los medios de comunicación
industriales disfrutan de una depravación singular de las leyes democráticas.
Si no disponen a priori de la libertad de anunciar falsas noticias, nuestra
legislación les concede, en cambio, el poder exorbitante de mentir por omisión,
censurando y prohibiendo las que no les convienen o pueden dañar sus
intereses".
Señalo, finalmente, un párrafo de dos periodistas argentinos
publicado en un libro sobre la prensa durante la última dictadura militar en
nuestro país:
"Los medios pueden colaborar con la fabricación de cadáveres
políticos, patear contra la irrepresentatividad de los partidos, la inoperancia
de las instituciones, la mediocridad de las dirigencias. Cualquier movilero de
20 años, hoy, escupe sobre el diputado ni bien termina la sesión. ¿Qué
mecanismos permiten que también los periodistas y los medios paguen por sus
deficiencias, sus errores, sus incoherencias? ¿Los del mercado?"
Creo que los medios registran un fenómeno acorde con el
capitalismo exacerbado que acosa a nuestro país y al inaudito retroceso del
Estado en lo que hace a las decisiones e instrumentaciones del genuino interés
público. Quienes en nombre de la globalización pretenden decretar, por
conveniencia, el fin de las ideologías --pretendiendo el archivo de las ideas
progresistas, rendidas ante los dictados del mercado-- deben observar con
beneplácito que los grandes medios no practican ya un periodismo de ideas, sino
de intereses. Más precisamente, de intereses económicos; intereses cada vez más
complejos y multifacéticos, a medida que más complejos son los multimedios que
integran las empresas periodísticas.
El llamado "periodismo independiente" ha alcanzado
en estos años de consolidación democrática su máxima configuración.
Este innegable poder y sus desviaciones profesionales, la
desinformación, la distorsión y la presión a veces son temidos por funcionarios
y dirigentes con quienes no los une el amor sino el espanto ante la posibilidad
de que un medio los critique o vulnere su intimidad.
Es penoso constatar la debilidad de administraciones de
diverso nivel que no pueden imponer legítimas decisiones políticas si no
cuentan con el consenso social inducido desde los medios mientras que, por el
contrario, se valen de éstos para producir consensos en uno u otro sentido, las
más de las veces independientemente del bien común.
Esta es la verdadera independencia actual: elegir qué
intereses se defenderán en nombre de los de la gente, pero sin explicarle a esa
gente que consume sus productos informativos en nombre de qué intereses se
actúa.
Señores senadores: como dije anteriormente citando a otro,
no faltará quien crea encontrar en lo dicho un ataque a la libertad de prensa.
Bastará responderle con mi historia de político y la de un partido que ha hecho
de las libertades cívicas uno de los pilares de su ideario.
Miro hacia atrás y creo encontrar una paradoja: mi padre
--quien me inició en la política siendo yo muy joven y dejándome luego en las
manos de don Arturo Illia-- hizo casi toda su militancia a través de las
reuniones de vecindario, de la charla personal y de la persuasión del diálogo.
Eran épocas en donde no existía la televisión sino sólo --y poco-- la radio.
Los diarios de la Capital tardaban días en llegar a algunos pueblos del
interior, especialmente al pueblo en que yo nací; a otros, directamente, no
llegaban. La difusión de las ideas era un trabajo artesanal.
Ahora, en medio de esta cultura que algunos llaman mediática
me encuentro defendiendo mi inocencia casi del mismo modo, cara a cara, ya que
los argumentos de mi absolución no son noticia. Y ninguna razón jurídica podrá
revertir el demérito político que significó sembrar, hace cinco años, la infame
sospecha de que durante mi gestión de gobierno me había enriquecido.
Quizás haya pecado de excesivo respeto por los tiempos de la
Justicia en vez de dar batalla en todos los escenarios apenas surgieron las
acusaciones, contrastando mi verdad con la falacia. Fue una elección dictada
por mi conciencia; mi responsabilidad política ante un poder del Estado. No me
arrepiento porque de nada vale divagar sobre lo que pudo ser y no fue. Sólo he
querido exponer lo antedicho para ejemplificar hacia el futuro mi sincero deseo
de que ningún otro ciudadano de nuestro país tenga que padecer la persecución
que sufrí yo. Y que la magistratura de la Justicia siga ejerciendo su alta y
honorable responsabilidad con los procedimientos de la ley y no con la premura
de los noticieros.
He estimado necesario acercarles estas reflexiones porque he
sido protagonista de un proceso penal que, en su momento, contribuyó a sembrar
desprestigio contra la política y los políticos. Y si algo realmente puede
desprestigiar en sí misma a la dirigencia política, más allá de la forma en que
la caractericen los medios, es la renuncia a tratar de entender la realidad e
influenciar sobre ella según el mandato popular.
Cada vez que me siento en esta banca pienso que estoy aquí
por un mandato, no por un impulso personal, y que el pueblo espera de mí o
esperaba de mi accionar, por modesto que haya sido, diluido aún entre los
mecanismos de decisión del sistema democrático, que contribuyera a favorecerlo.
Pienso, en definitiva, en los ciudadanos ajenos
mayoritariamente a los entretelones de lo aquí expuesto y en quienes, para
otros, son simples consumidores de cualquier producto, quienes para mi partido
han sido siempre hombres de carne y hueso.
He pensado en todo eso y he querido decir lo que pienso:
cuando se llega ya al final de un tránsito político --más de 50 años-- es bueno
decir sin retaceo lo que se siente y lo que se piensa. Esto es lo que siento en
este momento señor presidente; esto es lo que he tenido que pasar durante todo
este tiempo. Sé de la caída de mi vida política pero seguiré actuando, seguiré
haciéndolo por mis convicciones y por la fidelidad que le tengo a la vida
política de este país.
Señor presidente:
los letrados que me defendieron durante todo este tiempo me han hecho llegar
partes importantísimas de las diversas sentencias que se dictaron y quiero que
sean agregadas a estas reflexiones como parte integrante de la exposición aquí
dicha. (Aplausos. Varios señores senadores felicitan al orador.)
Fuente: Cuestión de Privilegio del Sr. Senador por Córdoba
Dr. Eduardo César Angeloz, Honorable Cámara de Senadores de la Nación
Argentina, 14° Reunión - 5° Sesión ordinaria - 4 de abril de 2001.
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