Un motor frecuente de mis iniciativas es la indignación, y
fue la disconformidad la que me llevo a renunciar a mi cargo y,
quijotescamente, decidir dar una interna contra la Coordinadora, cuando no
tenia fuerza política ni capacidad económica. Fue una reacción moral.
En 1987.
Mi pelea fue, claro, muy despareja. Ellos eran el
gobierno nacional y todo el poder estaba de parte de ellos. Alli aprendí política:
cierta vez vino un grupo de dirigentes radicales de cierta envergadura y yo les
explique con claridad y entusiasmo por que hacia lo que hacia. Cuando termino,
uno de ellos me dice:
"Doctor, usted
tiene razón en todo lo que dice, pero, si me permite... ¿que tiene para los
muchachos?".
Y yo no tenia nada
para los muchachos, mientras los otros repartían empleos, pensiones, licencias
de taxi, de todo. De todas maneras, a la Coordinadora la lastimo porque yo tenía
razón y porque yo tenía una presencia pública y social que hacia que mis ideas
se conocieran. ¿A que no sabes como reaccionaron los muchachos? ¡Me censuraron!
Prohibieron que se me entrevistara en los medios oficiales; hay que recordar que
los tres canales abiertos, ¡los tres!, pertenecían a corrientes internas de la
Coordinadora. Recuerdo a un excelente periodista, el "Pato" Méndez,
fingiendo entrevistarme pero haciendo senas de que la cámara no tenia casete!
Puedo asegurar entonces que en el gobierno de Alfonsín hubo
censura. Seguramente no fui el único caso. Que no me alardeen entonces con
tanta cháchara democrática alfonsinista. Surge la pregunta de por que Alfonsín
se apoyo tanto en esos muchachos. Una vez, Marcelo Stubrin, en una charla
personal sobre el radicalismo, me explico:
"Mira Pacho,
cuando se produjo la escisión de Balbín-Frondizi, toda la gente valiosa se fue
con Frondizi. Con Balbín quedaron los escribanos y los dentistas".
Asi fue que Alfonsín,
cuando comenzó a gobernar, lo hizo con los pocos buenos jugadores de su equipo:
Raúl Borras, Roque Carranza, Bernardo Grinspun, que, como sucede con la primera
oleada de una invasión que desembarca en la playa, es barrida rápidamente. Se
fueron muriendo, como Borras y Carranza, o desgastando, como Grinspun.
Entonces, para saltear a "los escribanos y a los dentistas" apeló a
los jóvenes que tan buenos servicios le habían rendido en la campaña interna
para derrotar al balbinismo y luego en la general. A ellos les di batalla,
secundado principalmente por un grupo de jóvenes guiado por Hernán Lombardi,
Pablo Batalla y algunos radicales no alfonsinistas como Guzmán Echeverry y González
Pastor. A pesar de nuestra debilidad, no pudieron evitar el fraude, vicio genético
de las internas partidarias, tanto que cuando fui a votar la urna no estaba.
Todo indica que hicimos una elección mejor que la esperada y decidieron que yo había
sacado el once por ciento de los votos.
Cuando años después Rodolfo Terragno dio otra interna
quijotesca, lo llamo y le anticipo:
"Vas a sacar el
once por ciento".
Asi fue. Luego de esa elección, me retiro. No tenía nada que
hacer en el radicalismo. Hasta se dieron el gusto de expulsarme del partido. Lo
interesante es que un sector como la Coordinadora, que manejo los recursos y
los resortes del Estado, lo único que dejo fue una estación de subterráneo
bautizada Roque Carranza, un oscuro ministro de Alfonsín pero, sobre todo, uno
de los que el 15 de abril de 1953 pusieron las bombas en la concentración de
Plaza de Mayo en la que murieron siete personas y cerca de cien fueron heridas.
Hernán Lombardi-Mario O'Donnell/Buenos Aires 1987/foto de Eduardo Grossman. |
Fuente: La confesión de Pacho O’Donnell de Eduardo Anguita,
Editorial Aguilar, 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario