Seria inexacta la afirmación de que el país ha sido sorprendido
por los acontecimientos que precipitaron en el termino de horas, la caída del
gobierno presidido por el Dr. Illia. Ni siquiera las mismas autoridades podrían
invocar perplejidad. Desde diversos ángulos de la vida nacional se hicieron al
gobierno civil todas las advertencias conducentes a la promoción de un cambio
substancial en los métodos con los cuales afrontaba el desenvolvimiento político
y económico de la Nación.
El Dr. Arturo Illia, sin duda un hombre probo, prefirió
encerrarse en un empecinamiento inmutable, sin comprender que su margen
operativo se estrechaba no tanto como derivación de las presiones sino como
resultado de una visión fragmentada de la realidad.
En sus aspectos públicos, el proceso que culminó con el
derrocamiento del gobierno elegido en 1963 no arroja todavía una luz clara
sobre los objetivos de fondo; es decir, lo que está más allá de la empresa de
privar a un presidente de su función constitucional. La disolución de la Corte
Suprema, la disolución de las legislaturas provinciales y la destitución de los
gobernadores y vicegobernadores de todas las provincias aparecen como
consecuencias de un acto revolucionario que ha privado de sus cargos al
presidente y al vicepresidente de la Republica, pero tales medidas no anticipan
un programa de gobierno. Quizás lo más sugestivo, como señal, sea la disolución
de todos los partidos políticos del país.
En 1955, la Revolución Libertadora, por el solo acto de enfrentar
a una dictadura, estaba definida doctrinariamente antes de triunfar. Ahora el
motivo ha sido el de llenar una vacancia de autoridad, señalada genéricamente
en declaraciones formuladas no hace mucho con reiteración. Y ese estado de
animo hizo crisis a partir del momento en que un comandante en jefe del
Ejercito, llevado a actuar en obedecimiento, como lo dijo su primer comunicado,
de razones castrenses, sancionó a un general y desconoció al secretario de
aquella fuerza por haber asistido a una reunión en la que participaron tres
dirigentes de una de las facciones de los partidarios del régimen depuesto en
1955. Luego los acontecimientos se precipitaron en una noche y la siguiente
madrugada decididamente dramáticas, pero en cuyo desarrollo el espíritu público
se complace al señalar que no se produjo la menor efusión de sangre.
Fuente: Fragmento de la Editorial del Diario La Nación intitulado "Hora de expectacion" con motivo de la destitución del Presidente de la Nacion Dr. Arturo Umberto Illia, 29 de junio de 1966.
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