Como presidente, como padre, como ciudadano, quiero en esta
Navidad del eterno júbilo, junto a todos los compatriotas y a los extranjeros
que nos acompañen, renovar la fe en los altos destino de la Nación y afirmar que
proseguimos la lucha para consolidad la paz y la justicia.
Como integrantes de una sociedad que anhela, en la
convivencia creadora, la perfección a que puede aspirar por constante progreso científico
y tecnológico, estamos persuadidos de la vigencia de un sentimiento universal
de justicia que impide que nadie pueda seguir aprovechando el esfuerzo ajeno;
ni las naciones grandes de las naciones pequeñas, ni los ricos de los pobres,
ni los poderosos de los débiles.
El sentido de moralidad deberá seguir desalojando firmemente
a la injusticia de nuestra sociedad. La demora en concretar el bienestar de las
personas puede ser una cuestión de técnica o de organización, pero todos
tendremos que acercaros a Dios.
Para ello debemos actuar con sentido cabal de
responsabilidad. Cada uno tiene que responder de sus actos. Ningún acto
individual o colectivo, privado o del Estado pasa inadvertido en el resultado
general. Es como si una maquina computadora tomara cuenta automáticamente,
absolutamente de todos nuestros actos. Y todos nuestros actos suman o restan la
tranquilidad, en el orden, en la producción, en la felicidad de los demás.
Debemos considerar que siendo tantos los que quedaron
olvidados en la justicia distributiva, es difícil determinar quien debe ser el
primero en lograrla. Todos deben recibirla.
Debemos acoger y respetar la ley ordenada y aceptar por la mayoría,
si esa ley contiene las oportunidades para su corrección y perfección. El idealismo
no esta en alzarse contra ella, sino en luchar dentro de ella, para obtener el
cambio necesario. La urgencia de unos no puede convertirse en la postergación de
otros, ni el punto de vista de unos imponerse a los demás.
Debemos respetarnos y tolerarnos.
Nadie podrá decir que dentro de nuestra sociedad libre, la
tolerancia y el respeto son un sacrificio. Ni la fuerza ni la amenaza pueden
constituirse en argumentos, si es cierto que respetamos a nuestros
conciudadanos.
La continua desesperación es sinónimo de decadencia; la
diaria resurrección, con razonable fe y comprensión de la responsabilidad que
debemos a la comunidad y que precisamos exhibirnos a nosotros mismos,
constituye en cambio, una efectiva contribución para situar las relaciones
humanas en afirmativa armonía de ideas y sentimientos.
No se puede consagrar la libertad y la justicia a través de
la exclusiva determinación del Estado.
Las normas establecidas para resguardar derechos y deberes
deben ser cumplimentadas por todos, para que la lucha por el ejercicio del
poder político o económico no desnaturalice las lógicas discrepancias ni
deforme los afanes legítimos que ellas generan convirtiéndolos en
autoritarismo, subversión y desorden.
El maravilloso acontecimiento que hoy recordamos con unción
y recogimiento, demuestra que la autoridad es resultante conjuncionada de espíritu
y fe, y que perdura si sus bases son profundamente morales y prueba al mismo
tiempo, que el abrumador realismo de la lucha cotidiana sin mesura saca a la condición
humana del supremo equilibro, que es fuente permanente de perfección y
tolerancia.
Argentinas, argentinos, extranjeros:
Que Dios bendiga a todos nuestros hogares y nos ayude a cumplir honradamente con nuestros deberes.
Fuente: Palabras del señor Presidente Dr. Arturo Illia por la Cadena Nacional de Radio y Televisión para transmitir su mensaje de nochebuena, 24 de diciembre de 1964.
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