Pero
volviendo a esos años, entre 1921 y 1922, ¿qué otros elementos de la realidad
del país te inducían a estudiar los fenómenos del país, en lugar de dedicarte a
la exégesis de libros, a la revista de libros?
Bueno. Es que
comencé por allí. Es el caso del libro del Dr. Norberto Piñero, que yo creía
que era un gran libro y cuando comencé a leerlo me di cuenta que era un
desastre, un desastre intelectual por el modo formalista de tomar los problemas
monetarios y empecé una crítica y al escribir la crítica fueron surgiendo
varios interrogantes que me decidieron a hacer mi primera investigación, que es
la que está allí, en “Anotaciones sobre nuestro Medio Circulante”. Fui a buscar
información en libros que me permitieron empezar a comprender la realidad de la
moneda argentina.
A esto debe
también haberte inducido la traducción que hiciste del libro de John H.
Williams.
RP. Si, también.
Pero no un efecto teórico profundo porque no llega a teoría. El estaba
desconcertado en ese libro, pero tiene muchas observaciones muy penetrantes.
El
escepticismo de Williams ya se manifiesta.
RP. Ya se
manifiesta.
Ahora, ¿cuál
era la realidad económica del país, en esos años, qué problemas preocupaban
más?
RP. Yo creo que
el problema monetario era el que más preocupaba y el que más discusiones
originó en la Cámara. El problema del comercio exterior, porque durante la
guerra hubo una protección natural y entonces se alentaron y desarrollaron
industrias en el país y cuando se fue normalizando el mundo y volvieron a
crecer las exportaciones, vino un gran ataque contra el proteccionismo, un
debate muy sostenido en el Congreso en el cual los socialistas tuvieron una
actuación muy destacada. Yo seguí atentamente esos debates que coincidían
perfectamente con mi formación doctrinaria. En cambio, Alejandro Bunge estaba
en la posición contraria. El explicó la necesidad de protección con argumentos
muy sólidos. No digo que hubiera tenido más éxito si hubiera profundizado en la
teoría, porque no la conocía bien. El era ingeniero; yo no se cómo entró en la
economía. El me trató muy bien. Me llevó, siendo yo estudiante, a la Dirección
de Estadística como supernumerario de su secretaría. Tenía yo bastante respeto
por él, pero no me produjo la impresión de un hombre sólido, como Justo y como
los otros que siguiendo la teoría de la división internacional del trabajo
atacaron la industrialización en la Argentina. Con todo, los hechos le dieron
la razón a Bunge. Fue él el primer apóstol de la industrialización en la Argentina.
Y allí yo empecé a separarme de él porque consideraba que estaba en una
posición errada, completamente errada.
Ahora
después de...
RP. Después el
problema ganadero. Pero el problema monetario y el del comercio eran los
problemas dominantes en la Argentina. Claro que el Partido Socialista abogaba
también por la Reforma Agraria, por el fraccionamiento de las grandes
propiedades. Eso provocó grandes debates. Yo también estaba absolutamente en
favor de ellos, pero lo que más me atraía era lo del comercio internacional y
la moneda. Yo comulgaba con las ideas clásicas bajo la vigilancia de un hombre
brillante, como era el Doctor Justo. Brillante, pero que no admitía
discusiones. Se molestaba. Y cuando hice esas pequeñas investigaciones sobre el
medio circulante llegué a la conclusión de que el Balance de Pagos, las
fluctuaciones del Balance de Pagos, tenían una influencia dominante sobre la
moneda. Entonces empecé a ver la vulnerabilidad del Patrón Oro, significativa
pero sin darme cuenta cómo podía corregirse. Tomaba eso como un fenómeno
natural, inevitable: que el exceso en la expansión crediticia en los años de
prosperidad agravaba el problema y, por lo tanto, acentuaba la caída. Pero no
se reconocía la influencia del Balance de Pagos como un fenómeno que había que
moderar de alguna forma. Porque la tesis dominante, tanto antes como después,
era que el dinero y la tasa de interés resolvían espontáneamente el problema.
Se exportaba oro, subía la tasa de interés, eso contenía la hemorragia, se
atraían fondos a corto plazo y el problema terminaba. Y no era así, porque en
este país cuando las cosechas fracasaban o bajaban los precios, era cuando la
gente tendía a invertir afuera por temor a las consecuencias. En lugar de
atraer el oro, el oro salía. Era contraproducente.
Eso
seguramente lo comprobaste después del año 1928, cuando la apertura de la Caja
de Conversión y el cierre en el 29.
RP. Bueno, en
1929 yo estaba todavía muy atenido a la teoría del Patrón Oro y se había
producido el cambio de Gobierno con don Hipólito Yrigoyen y don Carlos Botto
era Presidente del Banco de la Nación, y se hablaba de cerrar la Oficina de
Investigaciones Económicas que se había creado anteriormente. Un buen día, el
Subsecretario del Banco me dice: “Don
Carlos Botto necesita su opinión urgente para hoy, antes de las cuatro de la
tarde (eran las diez de la mañana) sobre si habría que cerrar o no, la Caja de
Conversión”. Entonces escribí una tesis contraria al cierre de la Caja, lo
que iba a tener una repercusión sobre la moneda y aduciendo que el oro estaba
justamente para cumplir su papel. A las seis de la tarde me hablan que vaya a
su oficina y le dile a Ernesto Malaccorto
“aquí nos cortan la cabeza”. Bueno, se abre la puerta, se aproxima don
Carlos Botto y me dice: “Discúlpeme señor
por haber ignorado que un joven de esta calidad no me haya sido presentado. Su
informe es excelente y lo he llevado al Dr. Yrigoyen que le ha gustado mucho”.
Vuelvo. El joven Ernesto me dice “y, ya
estamos afuera”. No, le digo, ¡quedamos! La consolidación de nuestra
posición se manifestaba en las ordenanzas, porque como todo lo saben y todo lo
oyen, cuando yo pasaba ni se inmutaban. Después de ese día se paraban y me
hacían grandes reverencias.
Vamos un
poquito más atrás. Después de tu regreso de Australia y Europa, dónde te
cortaron los víveres por iniciativa del Dr. Oria, llegas a Buenos Aires y
entras como supernumerario a la Dirección Nacional de Estadística
RP. No, no, no.
Eso fue mucho antes del viaje al exterior. En el barco de regreso viajaba el
Dr. Tomas Le Breton, a quien yo había conocido porque una vez invitó a todos
los que se ocupaban de estadísticas a su despacho para tratar algunos
problemas. En Cherburgo tomamos el barco y lo veo, a cierta distancia y le hago
un saludo muy respetuoso. Se acordaba de mí. Después del primer o segundo día,
como a él le gustaba caminar en la cubierta y a mí también, me dice: “¿qué anduvo haciendo usted?”, porque
era así, duro en la conversación. Y le conté.
“Qué error”, dijo, “mandar a un joven
sin experiencia a que estudie esos temas”. Bueno. Ante ese dulce
recibimiento yo lo eludí; procuré no caminar en las mismas horas. Y un día
estaba yo leyendo (me había llevado la Sociología de Pareto, que me la devoré
en ese viaje desde Australia) y se acerca, se sienta a mi lado y empieza a
conversar. “¿Dígame usted: pudo ver el
régimen agrario en Australia?” Sí señor y le expliqué lo que había visto.
Le expliqué que el primer día hábil, el 2 de enero de 1924, fui a una librería
en Sydney a pedir todo lo que tuvieran sobre la Reforma Agraria. No había un
solo libro ni sabían lo que era, porque como la habían hecho inmediatamente
después que empiezan a llegar inmigrantes desde Inglaterra, tienen la visión de
que no hay que acaparar la tierra. Y habiendo hecho la Reforma Agraria, nadie
teorizó sobre la Reforma Agraria. En cambio, aquí había bibliotecas sobre la
Reforma Agraria. Bueno. Empezó a interesarse, a preguntar y me invitaba a
caminar con él. Hubo ya una amistad de mayor a menor, pero muy cordial y
respetuosa de mi parte, por supuesto, y esa conversación se hizo prácticamente
todas las noches o todos los días, todos los días. Después de comer me invitaba
a caminar con él. Tuve que ir a buscar cajones que había traído con libros para
buscar los que tenía sobre Australia, y el día antes de llegar, después de
salir de Montevideo, o antes de llegar, la noche que llegábamos aquí, me dice “véngase a trabajar conmigo. Yo quisiera
mandarlo a usted, ante todo, de Cónsul General en Ottawa, porque hay tantas
cosas que ver en ese país, elevadores de granos, etc.”. Y entonces yo,
montando sobre mi primer resentimiento, le dije: Doctor. ¿No cree usted que es un error mandar un joven sin experiencia?
¿Le Breton
era Ministro de Relaciones Exteriores?
RP. No. De
agricultura. Gran Ministro. Un gran Ministro... Bueno. Me dijo “Véngame a ver mañana”. Voy a verlo. Me lleva a una pieza
contigua a su despacho. “Aquí va a trabajar usted”. Yo no le había dicho ni que
sí, ni que no. “Usted va a ser mi asesor en una serie de problemas, comenzando
por los expedientes de tierras fiscales, en los que hay un atraso enorme”, me
dijo, “yo quiero que usted estudie estos
expedientes y si usted está de acuerdo y si me dice que sí, yo voy a firmar”.
Y así empecé y estuve meses con casos interesantísimos. Recuerdo el de un
viejito Newbery dentista, tío de Jorge Newbery, al que le habían dado una
concesión fiscal en unas tierras que el trabajó durante cuarenta años, pero que
como se superponían en parte a otras tierras, había ese pleito. Entonces yo
estudié el caso y aconsejé, en equidad, dar las tierras al que las había
trabajado allí, salvando el error. Vino a verme el viejito norteamericano. El
expediente ya está firmado favorablemente, le dije, y me dice: “Mire, hace muchos años que estuve en esto.
No quise dar dinero porque mis principios lo impiden. Yo tuve fe en que algún
día se me resolvería el problema. Adiós”.
Otro caso fue el de un pobre español, que también demoró
años. Estaba en la antesala del Ministro cuando se firma lo que yo había
propuesto. Entonces el hombre, conmovido, me extiende la mano y siento unos
billetes. Me dio tal fastidio que, delante de toda la gente, lo insulté a ese
pobre infeliz. Lo insulté. Cuánta gente le habría pedido dinero y el pobre,
como manifestación de agradecimiento, me daba esa recompensa. Yo jamás me
olvidé y nunca me arrepentí lo suficiente de haber humillado a ese pobre
hombre.
Cuéntame
cómo llegaste a Profesor de la Facultad siendo alumno.
RP. Siendo yo
alumno, Mauricio Nirenstein y Luis Roque Gondra,con el cual quedamos muy amigos
después, y cuando pasó a ser Profesor de Economía, decidieron mandar una nota
al Consejo Directivo de la Facultad proponiendo mi nombramiento de Profesor
Titular,y citaron un precedente del año 1860 del Doctor Pirovano, que fue
nombrado profesor de la Facultad de Medicina sin concurso. ¿Qué pasó entonces?
Me exigieron que yo terminara mis estudios y me darían la Cátedra. Luego me
llamaron al Servicio Militar con dos años de atraso, porque estuve fuera del
país, y al terminar de cumplirlo hicieron efectivo el nombramiento, sin exigir
que yo tuviera que ser seguir estudiando.
¿Eso fue en
el año 1925?
RP. O 1924.
¿Y que
dictabas? ¿Economía política, que era la cátedra que conservaste hasta tu
salida de la Facultad?
RP. Que se llamó
dinámica económica y mi primera clase la escribí y me embrolle con el escrito.
Entonces decidí aprender a exponer vivamente.
RP. Estuve meses
con el Dr. Le Breton, hasta que se anunció la intención del Ministro de
Hacienda de llamar a concurso para ocupar la Subdirección de la Dirección de
Estadística. Yo gané el concurso y el Dr. Alvear, sabiendo que yo trabajaba con
Le Breton, fue informado y le preguntó “aquí me proponen el nombramiento de
este joven”. Yo ya le había dicho a Le Breton que quería ir a ese cargo. Y me
dijo: “ya que usted tiene la chifladura
de la estadística, yo le di mi consentimiento”.
Dentro de la
Dirección de Estadística de la Nación, independientemente de la mecanización en
la compilación de datos, creo que hubo dos o tres problemas que te preocuparon
fundamentalmente. Primero, las estadísticas sobre comercio exterior, luego los
problemas de población y también algunas estadísticas sobre desarrollo
económico interno, que se empezaron a compilar y que luego sirvieron para el
análisis de El Estado Económico, que era una sección permanente de la Revista
Económica del Banco de la Nación Argentina. ¿Qué otros problemas te atraían
dentro de la Dirección de Estadística? ¿Que huellas dejó en tu espíritu tu paso
por la Dirección de Estadística?
RP. En realidad,
la Dirección de Estadística se había concentrado en el comercio exterior. El
Director, (Alfredo) Lucadamo, era un hombre de carrera que me brindó en forma
constante toda su amistad. Al principio se opuso, pero después se dio cuenta y
se plegó con gran entusiasmo. Yo trataba de ampliar la órbita de la Dirección.
La estadística demográfica estaba en el Departamento Nacional de Higiene y era
muy rudimentaria. Me voy acordando que una vez una Doctora Sachelo escribió un
comentario increíble diciendo: los datos de población demuestran que la
proporción de gente que muere entre 65 y 70 años es menor que la que muere
entre los 40 y 50 años. No se puede relacionar la tasa de mortalidad con la
población de ese sector. Esto te da una idea de la pobreza que reinaba enlas
estadísticas de población. Yo fui a ver al Doctor Araoz Alfaro,Director General
de Higiene, proponiéndole que traslade todo eso a la Dirección de Estadística.
El se inclinaba favorablemente, pero por una resistencia burocrática ahí
quedaron las cosas. Con todo, yo tenía la idea de que aún cuando no estuviera
esa estadística bajo nuestra dirección, porque era necesaria una dirección
técnica, que en la Dirección de Estadística hicieran una proyección global de
las estadísticas de población. No se logró. No se logró
Fuente: Conversaciones con Raúl Prebisch de Julio González del Solar,
9 de julio de 1983. En "Textos para el Estudio del Pensamiento de Raúl Prebisch" publicado en la Revista Moebio de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.
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