Yrigoyen murió en julio de 1933 (...) Mi padre me llevó al
entierro de Yrigoyen, yo era un niño y la enorme columna humana que seguía al
féretro debía pasar por la avenida Callao en dirección a la Recoleta (ese
cementerio de Buenos Aires al cual Borges hacía alusión tan a menudo). Vimos
pasar esta multitud desde un balcón del décimo piso donde vivía una amiga de mi
padre, que imitaba con obstinación a Libertad Lamarque sin gran resultado.
Abajo, en la calle, miles y miles de personas no paraban de corear en un tono
ronco y sombrío: “Re... go... yen...”
“Re... go... yen”. El ataúd se balanceaba a un lado, luego al otro, por
encima de esas olas humanas. Un escuadrón de granaderos surgió pretendiendo
escoltar el entierro, pero la gente los silbó, los insultó: debieron renunciar.
Allá arriba, en el balcón, a mi lado, mi padre observaba todo esto enrulando su
barba. “Somos el parrtido más grande de
la Argentina”, gruñó. “Llegamos del Congreso a la Recoleta. Somos numerosos,
demasiado numerosos. Pero...”
Eva Perón murió en 1952, yo estudiaba en la universidad y
había estado siempre en la oposición, yo era un “opositor” no un “gorila”, no.
Matices. Me designaron como delegado de la oposición para recoger el voto de
Eva Perón. Había elecciones nacionales, era un día lluvioso y debíamos ir hasta
el policlínico de Lanús, en el Gran Buenos Aires, donde acababan de operarla.
Alrededor de su cama y de su habitación había una especie de friso compuesto
por todos los altos dignatarios del peronismo oficial; muy graves, como de
cera. Afuera, cuando salimos por los jardines del hospital para transportar la
urna que contenía el voto de Eva Perón avanzábamos –como en una suerte de
travelling– en medio de una multitud de mujeres, bajo la lluvia, arrodilladas
en el piso, los brazos extendidos para tratar de tocar la urna.
Fuente: Tiempos Modernos “Argentina entre populismo y militarismo”
Julio-Agosto 1981
No hay comentarios:
Publicar un comentario