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viernes, 27 de febrero de 2015

Victor Raúl Haya de la Torre: "Carta al Ing. Gabriel del Mazo" (junio de 1925)

En todo orden, la experiencia formidable de Rusia nos ofrece estas lecciones que son, en mi concepto, las mejores que de ella puedan sacarse: establecer lo que hay de eterno y de universal, distinguiendo o separando lo que hay de particular, local y objetivo. Con una idea de copia servil, de imitación incondicional, mirando al detalle, tropezándose con lo artificial, no haremos nada. Seremos tan tontos como los que sonaron un día que las ideas de Kropotkin podrían aplicarse al mundo, igual que el "Falansterio" de Fourier o la "Utopia" de Tomas Moro. Yo reconozco y cada día estoy más convencido, que America, nuestra America, ofrece al mundo una nueva realidad, una realidad extraordinaria, excepcional. Entre la America yanqui y Europa, no hay, a pesar de su progreso, una diferenciación tan notable. Y es que la America yanqui no es sino un refinamiento, un avance, un nuevo experimento formidable de la maquina capitalista europea, llevada a sus mas altas y vastas calidades técnicas. Nosotros no solo hemos superado a esa España feudal, perezosa y desgraciada, sino que nos hemos como salido del radio o de la escuadra del mundo viejo. En America, bajo nuestro sol y sobre nuestras pampas y montanas, se han purificado muchas supersticiones europeas y se ha creado una serie de fuerzas nuevas. de tendencias mejores, de atisbos verdaderamente dignos de toda atención. Nuestra America es única, justamente porque por sus condiciones económicas peculiares ha resistido a Europa, ha conservado mucho de su vieja vida, la ha fundido a medias con las corrientes nuevas y ofrece al mundo un panorama, un tanto indefinido, quizá hasta confuso, en el que la vida primitiva y la moderna, las etapas todas del progreso económico del mundo, salvajismo, barbarie y civilización, feudalismo y capitalismo, coexisten.

Hay cuestiones en America definitivamente terminadas y que, sin embargo, palpitan fuertemente en Europa y aun en la America yanqui. La cuestión de los judíos, por ejemplo, la lucha antisemita o contra los negros. Aquí, como en los Estados Unidos, el judío y el negro pertenecen a un mundo aparte, a un mundo rencoroso y hostil. Últimamente, el Dean de la Catedral de San Pablo ha publicado sus impresiones de viaje a Norte America y dice en ellas que el judío es tratado allá con mas severidad y desden que en Inglaterra. Como será eso aquí el judío es un ser despreciable. Y aunque haya un lord Rotschild y un sir Alfred Maund, aunque Rossebery y Disraeli fueran ministros de la reina Victoria, el judío, en Inglaterra, como en Alemania, como en toda Europa, es un ser desdeñado. Y los judíos forman hoy una de las razas más numerosas, mas activas, más trabajadoras y más inquietas del mundo. Me detengo en esto porque es el problema grave en Europa. En America, apenas distinguimos un judío de otro hombre. En el Perú hay muchos y nadie repara en su raza o en su religión.

Igual en México, igual en Chile, casi igual en la Argentina. En otros muchos casos, America ofrece ya la liberación, la solución de problemas seculares de Europa.
Y en otros muchos aspectos. En el mismo movimiento estudiantil, por ejemplo, nuestra America ofrece manifestaciones de singularidad extraordinaria. Romain Rolland se sorprendió inmensamente cuando yo le explique el sentido de la revolución universitaria. Me dijo que eso en Europa era apenas concebible, pero que indicaba perfección o avance. Y así es.

¿Como explicar estas manifestaciones de singularidad americana? Creo que nuestra idiosincrasia, sobre todo nuestro "modus vivendi" actual, esta definido en gran parte por razones económicas, por la realidad relativamente fácil de la vida americana, ajena todavía a las absorbencias mecanizantes de la gran industria. Todos los ímpetus de una raza fogosa se conservan casi puros y como acicateados por las proximidades tropicales. La lucha por la vida, la rueda, el motor, las grandes miserias no han domado o domesticado esos ímpetus que se conservan primitivos en los pueblos y un tanto refinados, exaltados y enardecidos en ciertas clases o grupos. Ya esta dicho que no es nuestra America un país industrial. Quizá tarde mucho para serlo. La industrialización de nuestros países, dentro del actual sistema social, significa el afianzamiento del imperialismo, ya sea yanqui o ingles, pero imperialismo al fin. El más peligroso y el más seguro en su avance es el yanqui, lo sabemos. La maquina, pues, no vendría nuestros pueblos sin dos peligros; el de la conquista extranjera y de la esclavización de una gran parte de nuestro pueblo. Esto va ocurriendo con más o menos fuerza en nuestra America, pero va ocurriendo lentamente, con relación a la inmensidad de su territorio.

Nosotros no somos, pues, en puridad, países capitalistas como son, por ejemplo, los países europeos. Al hablar así, me refiero especialmente a otros que no son la Argentina y el Brasil, en cuyos litorales hay tanto de Europa. Somos países coloniales o semicoloniales económicamente: porque movemos nuestra vida con dinero en su mayor parte extranjero y porque no damos al mundo sino materias primas, que recibimos transformadas, por un alto precio. Somos, pues, fundamentalmente, países agrícolas, pueblos de "land". Goldschmidt, en un mapa económico que hace del mundo en su curso de economía, divide la tierra en países-maquina y países-campo. Para el, nuestra America pertenece a la segunda categoría. Nuestro problema social esta, pues, en el problema de la tierra. Nuestra economía tiene su base ahí. El problema de la tierra es, especialmente en el Perú, en Bolivia, en Ecuador, Colombia y México, el problema social. En esos países, la industria beneficia a un grupo limitado, y digo beneficia, no solo hablando del usufructuario capitalista, que constituya una minoría ridícula, sino usando del vocablo "beneficia" en el sentido burgués de la palabra, que se refiere también al obrero que trabaja para aquella. Nuestros proletariados forman minorías, y en muchas de nuestras industrias tropicales (azúcar, tabaco, algodón) a medida que la maquina perfecciona y refina su técnica, demanda un número mayor de trabajadores en el campo. Insisto, pues, en que nuestro problema fundamental es agrario. ¿Cómo resolverlo?

He ahí el tema primordial de una política revolucionaria. Creo que en México encontraremos una experiencia como en Rusia. Pero en México encontraremos un error de individualismo; la pequeña propiedad. Error por esta razón; la pequeña propiedad individualiza el poseedor y trabajador de la tierra y, al mismo tiempo, le limita su capacidad de intensificar la producción. Obligado el pequeño propietario a tener un terreno de área reducida, se ve imposibilitado de modernizar en el su técnica de trabajo.

Un tractor, por ejemplo, maquinas modernas de labor, le resultaran carísimos. Será para el mas costosa la maquina y los elementos de producción de la tierra que la tierra misma. En consecuencia, recurrirá a los viejos métodos baratos, al arado primitivo que apenas rompe la tierra y que no permite a la semilla enriquecerse con nuevas substancias. Si se generaliza esta observación, se encontrara al fin que la producción general del país decrecerá. Este probado que arar con tractor, utilizar la maquina moderna en la agricultura, no solo significa trabajo mejor y más rápido, sino mejor producto. La tierra cansada en la superficie rinde mejor con el arado profundo. Pero este perfeccionamiento técnico de la producción agrícola, que elevaría la producción total de un país o de una región, no puede cumplirse por un pequeño propietario cuya capacidad económica esta limitada al valor de su tierra, necesariamente pequeña. En México, este problema se ha presentado en seguida de la revolución. La producción agrícola del país no ha subido con la pequeña propiedad antes bien, se nota en ella un decrecimiento. De otro lado, la gran propiedad no solo representa una injusticia humana, sino un problema de economía social. El gran terrateniente no trabaja gran parte de sus tierras o las trabaja mal. Esto ocurría en México y ocurre en el Perú, como ocurrió también en Rusia. 

El feudal se contenta con un producto parcial o incompleto de sus tierra, porque siempre será enorme para el, dada su extensión. Pero la economía, la nación, la región, necesita elevar constantemente su índice de producción agrícola intensificando la producción. Y esto es uno de los grandes beneficios de la división de la tierra: hacerla trabajar toda.

Pero esto no se consigue simplemente con la pequeña propiedad, así como en un principio fue enunciada por el gran Zapata en México. La división de la tierra crea nuevos problemas, y, entre otros, este que acabo de enunciar.

Hay dos formas de solucionarlo; crear la comunidad de elementos de trabajo; tractores, arados, carros útiles, etcétera, o crear la comunidad agrícola, como se trata de hacer ahora en Rusia. Colectivismo o socialismo. En el caso especial del Perú, y aun de Bolivia y Ecuador, nosotros tenemos una tradición comunista de la tierra. A través de cuatro siglos de lucha entre las comunidades indefensas y los grandes feudales todopoderosos, entre el socialismo incaico y el latifundismo español, las comunidades perviven: Su espíritu es tan fuerte, su correspondencia con las condiciones de vida y de trabajo del indígena tan lógicas, tan realistas, que a pesar de la absorbencia de los gamonales y de que en manos de ellos esta el poder del Estado como instrumento de opresión, perviven como un símbolo las comunidades indígenas. Ahí se trabaja en común, se vive en común, el sentido de la propiedad no engendra el afán de aumentarla y cada comunidad constituye la célula de lo que podría ser una vasta socialización de la tierra, aboliendo hasta en su origen la propiedad.

La nueva comuna rusa — ya lo ha dicho Montandon, en "Clarte"—es la vieja comunidad incaica modernizada. Si el Estado o el gobierno fortalece la comunidad, le da elemento de trabajo, la proteja, organiza su producción y reparte sus beneficios entre el Estado y la comunidad. Obligando a esta a emplear siempre un porcentaje en su mejoramiento integral, el problema de la tierra será resuelto. Ahora contra esto esta la educación propietarista, digamos así el subinstinto egoísta, el afán posesivo individual. Pero justamente en pueblos como el indígena, estos sentimientos individualistas no existan casi; pervive no solo la organización comunista, sino el sentimiento, el instinto; la fuerza poderosa de la "costumbre" de la tradición, de que hablaba Lenin, no es, en este caso, favorable.

En México, nosotros encontramos una revolución espontánea, sin programa apenas, una revolución de instinto, sin ciencia. México habría llegado a cumplir una misión para America latina quizá tan grande que la de Rusia para el mundo, si hubiera obedecido a un programa. Pero la revolución mexicana no ha tenido teóricos, ni lideres. Nada hay organizado científicamente. Es una sucesión maravillosa de improvisaciones, de tanteos, de tropezones, salvada por la fuerza popular, por el instinto enérgico y casi indómito del campesino revolucionario. Por eso es admirable la revolución mexicana, porque ha sido hecha por hombres ignorantes.

Pero México no ha resuelto aun muchos de sus graves problemas, y corre el riesgo de caer o en la estagnación o en el retroceso. Todas las fuerzas espontáneas de la revolución mexicana necesitan de orientación. México tiene ante los ojos el problema industrial también, que no ha acometido. El imperialismo cs ahora un riesgo terrible para México, y solo se salvara de él o por golpes de instinto y de rebeldía o por un estudio científico y una dirección más segura y sabia de su política, que en esta lucha no puede estar desligada del concurso revolucionario de los demás pueblos latinoamericanos.

En estos tanteos no podemos caer nosotros. La importancia de la historia como experiencia y como referencia debe valernos. Creo que el problema fundamental en el Perú, por ejemplo, reside en la "humanización", digamos así, de cuatro millones de hombres aproximadamente, bestializados por un sistema económico criminal. Yo no creo que el indio pueda redimirse sin resolverle el problema de su tierra, que es el problema de su vida. Vasconcelos me decía en cierta ocasión en que yo expresaba mi entusiasmo por la gallardía viril y la dignidad serena y segura del indio mexicano, que antes de la revolución, cuando era esclavo del gran feudal y carecía de esa conciencia de lucha y de triunfo que le dio la reconquista de su tierra, el indio mexicano era como el indio peruano, un ser humillado, decaído e infeliz. Yo estoy seguro de que en el Perú no podrá hacerse obra de redención de renovación y de justicia sin encarar fundamental- mente el problema económico de nuestro indio, que es el trabajador, que es el soldado, que es el productor y el sostén del país, la gran base de nuestra clase explotada. Por eso considero sustantivo el problema indígena del Perú y creo que nuestra acción revolucionaria debe orientarse hacia el con seriedad y con energía.

Como el indio no podrá salir de su situación actual por un movimiento evolutivo, porque la violencia que impera sobre el y la esclavitud en que vive no le permitiría jamás ejercer normalmente ningún derecho, creo en la revolución.

No se puede imaginar todo el horror de la situación actual del indio peruano o boliviano. Es admirable como hay sectores numerosos de indígenas que resisten y luchan todavía contra el feudalismo y pueden mantenerse altivos. El indio peruano se a envilecido por una esclavitud humillante, por una alcoholización premeditada, por una brutalidad sistemática. A pesar de eso, a pesar de que el poder, el Estado, en una palabra, pertenece por entero a los feudales que tienen en sus manos todos los instrumentos de opresión, desde el fusil hasta el analfabetismo organizado, si cabe la frase, a pesar de todo, el indio se defiende. Puede en el mas la fuerza de la tradición y el instinto de la lucha económica por defender su tierra, y aunque la lucha sea desigual, esta viva en el la rebeldía. Esto prueba no solo el valor de la raza, sino la gravedad, la intensidad, la desesperante violencia de la lucha. Contra eso no cabe más que la violencia.

¿Como organizar nuestra acción? Estoy de acuerdo en formar un partido. Más aun: nuestra Alianza debe llegar a ser ese partido. Creo que el problema peruano abarca varios pueblos, quizá si llegue hasta los confines septentrionales de la Argentina en sus aspectos agrícolas y aun raciales. En las cercanías de Jujuy oí muchas palabras quechuas y las quenas y las danzas me denunciaron la continuidad del problema indígena que por el Norte llega hasta Colombia. Ligado a el, esta nuestro problema industrial, agravado por el imperialismo. Esta unidad u homogeneidad de problemas impone la unidad en la acción, y como crear un partido nacional seria errar, hay que intentar el frente único internacional americano de trabajadores, que tome en sus lemas de lucha común las grandes síntesis que defina para cada país o región los programas con de nuestra cuestiones característicamente americanas y credos y realistas particulares. Ese es el ideal de la Alianza Popular Revolucionaria. Naturalmente que ella necesita el poder en alguna parte: "La cuestión esencial de la revolución es la cuestión del poder", decía llich, que fue grande como técnico revolucionario y como conocedor genial de la realidad. ¿Donde es muy fácil tomar el poder? Tomarlo ahí. La acción será doble: revolver el problema interior y agitar el exterior tendiendo a la realización de un gran plan internacional. El error de la revolución mexicana en cuanto a su acción internacional fue grave. En México, por falta de ciencia revolucionaria no se comprendió el significado de la propagación revolucionaria. Un gran partido internacional sostenido y alentado por México, habría significado un gran movimiento en America. Vasconcelos tuvo como un atisbo de esto, pero muy platónicamente, muy sin sistema y sin política. Romain Rolland cree que esto fue error en Vasconcelos. Yo se lo dije a el, en México, pero conociéndola tan indisciplinado y tan místico, no es posible creer que nuestro admirable y muy querido amigo hiciera eso. Además, necesitamos un partido internacional de trabajadores, de acción, de energía, de sistema, de disciplina y de continuidad, un partido revolucionario; vale decir, un partido de gente joven, encendida, resuelta. En México, donde el nacionalismo se ha exaltado mucho por su aislamiento y por la conciencia exacta del peligro que significa la proximidad a los Estados Unidos, no se ha hecho ni se piensa hacer una organización política clasista de extensión. Y eso es otro error de México, que debemos aprovechar nosotros como experiencia.

Los puntos internacionales expuesto en el breve programa de la Alianza Popular Revolucionaria Americana concretan los puntos fundamentales de una acción política en America. Mi afán en cuanto a esto es que precisemos clara y lacónicamente principios definidos. No necesitamos hacer programas inmensos. Necesitamos palabras de orden, apotegmas, lemas de lucha. Y. luego, lo fundamental esta en la organización de la fuerza, en su disciplina, en su unidad, en su espíritu revolucionario. Hay que crear la fuerza, hay que encender las conciencias por la comprensión que engendran los únicos entusiasmos duraderos. Creo que debemos procurar no dispersar la energía, no perderla, no desbordarla. Hay que canalizar, orientar, dirigir todos los impulsos hacia una dirección conocida. Y esto es, por ahora, nuestro gran propósito. Claro esta que no seria posible en America latina creer en una acción evolutiva, porque todos los gobiernos son de violencia y formados o por gamonales o por capitalistas. En Venezuela de hoy en el México de Díaz, la acción legal y evolutiva es y fue imposible sin la revolución. En el Perú ocurre igual cosa porque hay una razón económica que ampara la tiranía. El tirano es Leguía, pero Leguía defiende un sistema, una clase, ampara toda una forma extrema de explotación y de oligarquía: el latifundio, el capitalismo y el imperialismo yanqui. Cualquiera de las otras fracciones políticas, hoy en acecho del poder, en el Perú o Venezuela, haría lo propio. Se trata de la conservación de una clase de grandes propietarios e industriales que desean sacar el ciento por uno.

Vemos ahora, por ejemplo, que los llamados "enemigos" de Leguía, Pardo, Riva Aguero, Aspillaga. Barreda, Prado, etcétera, continúan aprovechando de sus latifundios como antes. No tienen en las manos poder y dinero fiscal para aumentar sus capitales y enriquecer a sus amigos y familiares pobres, pero están indirectamente defendidos por la tiranía de Leguía. Más aun: en el destierro, convertidas sus rentas de libras peruanas a francos o liras (porque ninguno vive en Inglaterra), economizan. Viven aquí sin gastos de representación y acumulan el doble de lo que acumularon en el Perú. Leguía solo ha amenazado los intereses de esa gente en cuanto podían perturbarle el usufructo del poder político inmediato. Hoy los apoya. Odio personal hay entre todos ellos, pero una perfecta armonía económica. Todos pertenecen a una misma clase, a la clase dominante, y todos se hallan directa o indirectamente defendidos en sus intereses por un gobierno reaccionario y tiránico, gamonalista y capitalista al fin. Por eso puede explicarse la apatía y la cobardía de esa gente. Los que dentro de ellos se mueven o han movido, son los que vivieron del gobierno o han mermado sus haciendas. Los demás permanecen tranquilos, llevando en Europa una vida placida. No tienen ningún programa, porque su programa es el que Leguía desarrolla con violencia. Ellos no harían cosa distinta sino en cuanto a formas. Pero en el fondo hay una unión de intereses de clase que se haría inmediatamente ostensible en cuanto nuestras fuerzas tomaran cuerpo y amenazaran triunfar.

Por la tiranía, por la segura coalición de nuestros enemigos, por la absoluta imposibilidad de desarrollar en el Perú una acción evolutiva y de comicios, tendremos que organizar una fuerza revolucionaria activa. Contra la violencia habrá que organizar la violencia. Nunca la violencia anárquica, loca y demagógica, sino la violencia preparada, orientada, quirúrgica. Para librar a un hombre aprisionado entre garfios, no hay mas que romperlos. El cuento esta en dar los golpes al hierro y no a las carnes de la victima. Y para eso se necesita ser buen herrero.

Tenemos que organizar las fuerzas que harán la revolución y las que la sostendrán después. Para eso necesitamos un grupo de trabajadores capaces, disciplinados, estudiosos, conscientes y dispuestos a todo sacrificio por la causa común. Nuestro deber es enriquecer todas las capacidades espontáneas con una conciencia clara del deber y una mirada precisa del camino a seguir.

En esta preparación es urgente la división del trabajo, la preparación de grupos técnicos, especializados, expertos. Tenemos que dividir el trabajo dándonos cada uno una misión, una labor y un camino. Sin desunirnos nunca y manteniendo siempre la mas firme cohesión, bajo la inspiración de un gran programa común único, cuyos lemas generales con la concreción de nuestro gran plan de acción; es necesario que, divididos por grupos pequeños, nos hagamos especialistas de algo, de una rama cualquiera de la acción revolucionaria, no solo en su aspecto de preparación por el conocimiento y por la critica de formas actuales, sino por el "descubrimiento" — y aquí recordaremos a Engels, — por el descubrimiento de los medios que nos lleven a la organización de un nuevo sistema social.

Tanto en la acción presente como en la acción futura, necesitamos técnicos, especialistas. La revolución no se hace solo en las barricadas, hay que hacerla desde todos los sectores y hay que tener para cada uno de ellos hombres expertos, capacitados de las condiciones del piano en que deben actuar. Para esto es preciso no solo un estudio general del presente, un análisis atento de lo malo y lo bueno de cada sector de la vida colectica, sino un plan preparado todos los días, modificado por la observación, estudiado con talento y con sistema, para su aplicación futura.

Anhelaría que nuestra Alianza organizara bien claramente sus trabajos y dividiera su acción, primero, en dos grandes pianos: el de la crítica, organización y preparación revolucionaria actuales, y el de la acción futura, cuando el pueblo llegue al poder y sea preciso organizar, transformar y revolucionar los sistemas desde el gobierno. En cada uno de nosotros debe, pues, existir claramente definida esta doble actividad: la actual y la futura. Ni entregarse absolutamente a esta, ni caer pasionalmente en aquella. El grupo director de una obra grande y seria tiene dos reales responsabilidades: conducir y, luego, dirigir. Son dos cosas muy distintas: la una necesita a la otra cuando se hace labor de responsabilidad, de transformación social.

Yo confío que esta generación de revolucionarios de America, no caerá ni en el caos demagógico ni en el platonismo inútil. Cara a cara a la realidad y sin olvidar nunca el deber de trabajar y sacrificarse hasta el fin por la libertad de millones de hombres esclavos que serán mas tarde los constructores de una America transformada, debemos emprender o continuar el camino de preparar y organizar una gran fuerza colectiva, disciplinada, convencida y tenaz que constituya el nervio de nuestra acción posterior.





























Fuente: Carta a un Universitario Argentino publicado en "Por la Emancipación de América" de una carta de Haya de la Torre a Gabriel del Mazo a propósito de una carta de este, junio de 1925.

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