Ha aparecido el decreto designando a la comisión encargada
de redactar el proyecto de estatuto orgánico de los partidos políticos. Los
encargados de esta delicada tarea, universitarios distinguidos, hombres de ley,
funcionarios dignísimos que durante muchos años, han administrado justicia,
aplicando rectamente la letra y el espíritu de nuestra Constitución y de
nuestras leyes, han de dar
de seguro el instrumento que el país
reclama como complemento de la ley Sáenz Peña
para que los partidos políticos se organicen honesta y democráticamente
y los gobiernos respeten el veredicto de las urnas.
La ley Sáenz Peña que estableció el voto sufragio libre y
secreto constituye una conquista de incuestionable valimiento para el imperio
de la democracia. La ley se inspira en nobles anhelos. Lo deplorable es que
malos políticos y peores gobernantes hayan corrompido sus saludables
estipulaciones.
El mal no es atribuible al postulado sino a los hombres que
se burlan de los derechos consagrados y que vulneran la majestad de la ciudadanía
lesionando la pureza de la propia dignidad nacional. El estatuto que se
proyecta y que se ha encomendado estructurar será y debe, serlo el instrumento
de ordenación que castigue a quienes burlen el libre y honesto ejercicio de la
libertad cívica haciendo pasible de sanciones drásticas a los civiles que
adulteren la probidad ciudadana y a los funcionarios que validos del poder y la
inmunidad impidan la libertad del sufragio y escamoteen las victorias
electorales bien logradas sirviéndose del soborno, de la dádiva de la amenaza
de la voluntad del fraude y de la maquinación dolosa y clandestina.
Puede agregarse que en los partidos militantes ha habido
hechos internos de poca aleccionadora moral. Ello es exacto. Pero esos hechos esporádicos
no autorizan a establecer una injusta y
ofensiva generalización. En cada orden de la actividad social existen
individuos que traicionan la doctrina o mancillan las máximas del fundador,
pero no por ello ha de anatemizar la comunidad de que tales especimenes forman
parte.
La democracia admite y allí está su máxima grandeza
descubrir las inmoralidades y estigmatizar a los que trafican con la
ascendencia, con el poder o con el honor. Mas, convengamos en que la corrupción
de las masas partidarias no siempre se originó en las entrañas mismas de esa
masa, sino que vino aguerrida e impuesta desde las altas esferas gubernativas,
por quienes incapaces de lograr por caminos rectos las consagraciones
populares, apelaron a las artimañas, al engaño, y a la trampa para violar las determinaciones
comiciales y seguir detentando el manejo de la cosa publica al margen de la
voluntad ciudadana y en una atmosfera de desprestigio y de repudio brotes
naturales de esa nefasta planta de la ilegalidad.
Ahora bien. Si es verdad como se anuncia que el país marcha
hacia la recuperación de su normalidad institucional, resulta oportuno reiterar
el anhelo ya otras veces expresado de que la fuerza democrática por esta vez y
como experiencia de excepción, conjunciones sus capitales, sumados en procura
de una solución patriótica alrededor de una formula integrada por dos hombres
expectables del país, libres de toda tacha; que hayan demostrado en el
transcurso de su vida diaria el mas acendrado respeto por nuestras
instituciones y por las libertades consagradas por nuestra sabia Constitución.
Los partidos políticos deberán comprender que en estos
momentos hay que pensar antes que nada y por encima de todo en recuperar el
ritmo legal de los poderes públicos, no por mera detención del mando, sino para
salvar la salud potencial de nuestro régimen democrático y para tonificar el
prestigio internacional. Y para ello deben ser unidos todos los argentinos que
se hallen animados de tan sanos propósitos, deponer ambiciones personales o de círculos
y elevar la mirada hacia más positivas ideales, retomando el camino del
derecho, sirviendo con honradez y altruismo la sagrada causa de la
irrenunciable libertad.
Todo ello, sin olvidar los sombríos episodios pretéritos, utilizando las lecciones de la experiencia, para evitar la reiteración de los yerros funestos y asegurar para la patria horas de grandeza, de fama y de dignidad.
Todo ello, sin olvidar los sombríos episodios pretéritos, utilizando las lecciones de la experiencia, para evitar la reiteración de los yerros funestos y asegurar para la patria horas de grandeza, de fama y de dignidad.
Fuente: “Llamado a la Realidad” articulo de Enrique Mosca, publicado
en el Diario Argentina Libre, el 14 de diciembre de 1944.
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