La división de la política internacional se manifestó también
en el día que asumimos con la presencia del vicepresidente de Estados Unidos y
el vicepresidente de la Unión Soviética. Este fue muy circunspecto, mientras
que Richard Nixon avanzaba en nuestro medio haciendo gala de un natural don de
gentes y de la simpatía de su esposa.
El protocolo argentino resolvió quebrar el equilibrio diplomático
y me " sugirió que ofreciera un banquete extraordinario al vicepresidente
norteamericano. A mi me pareció que era romper las leyes del juego que debía
imponerse nuestro gobierno y me negué aduciendo no estar todavía en la función
publica y carecer de dinero para tales dispendios.
No se cansaban los funcionarios de explicarme que mis escrúpulos,
eran excesivos y que los gastos corrían por cuenta del Estado. Me cerré en el
pretexto y ofrecí como solución transaccional recibir al vicepresidente Nixon y
a su esposa en mi casa. Al principio la sugerencia les pareció inusitada, pero después
de consultas la aceptaron.
Así, una tarde el vicepresidente de los Estados Unidos de
Norteamerica y su esposa tocaban el timbre de mi departamento en calidad de visitas.
Los espere con mi mujer y mis hijos; tenia la orgullosa pretensión de
demostrarles como vivía en la Argentina un ciudadano de la clase media con un
hogar organizado.
Pasamos una amable tarde. Nixon había sido un abogado pobre
de California e iguales fueron mis inicios en Rosario; su mujer había sido
maestra, como la mia, y los chicos de ambos matrimonios eran estudiantes.
Nixon interrumpía la conversación y silbaba de vez en
cuando, paseándose de un lado a otro pero luego reanudaba el coloquio con interrogantes
inesperados. Recuerdo que pregunto si el departamento en que vivía era mio. Conteste
que recién lo habia adquirido, debiendo pagarlo en cinco anualidades, lo que
pensaba hacer en parte con la venta de mi casa de Rosario. De inmediato la
pregunta:
"¿Se piensa quedar
a vivir en Buenos Aires?".
Tuve que decirle que en la Argentina el vicepresidente no
tiene residencia oficial y que había precisado poner casa.
Cuando Nixon avanzo sobre temas políticos, expreso que
Estados Unidos no tendría ningún inconveniente en ayudar a la Argentina. Yo sonreí
y le conteste que la base de toda amistad estaba en la franqueza, por eso me
animaba a decir que quien venia a buscar ayuda era el.
La respuesta lo asombro y pidió explicaciones. Le aclare que
la política de Estados Unidos los había llevado a una situación internacional difícil
y que ellos sabían muy bien que precisaban de Latinoamérica, recalcando que en
el caso de la Argentina —país cuyo pueblo tenia un alto concepto de su dignidad
nacional— si bien era cierto que tropezábamos con dificultades económicas
circunstanciales, no íbamos a cambiar nuestra soberanía por una
"ayuda". Le sorprendió la respuesta y la acepto, después de un
momento de meditación.
Durante el viaje de despedida hasta Ezeiza, me pregunto
Nixon si Frondizi seria capaz de ejecutar una política impopular para restablecer
la economía del país. Conteste que nuestro pueblo aceptaría cualquier
sacrificio mientras viese en sus gobernantes una posición patriótica y de
verdadero interés nacional.
El vicepresidente norteamericano también toco el tema del
comunismo; al respecto le dije con franqueza que en nuestro país los comunistas
eran una minoría y que no confundiera el comunismo con la impopularidad de
Estados Unidos por su errónea política en America latina. El no compartió la afirmación
sobre la impopularidad yanqui, pero creo que, después de las demostraciones
hostiles que padeció en su gira por el resto del continente, habrá recordado
mis palabras.
Fuente: Un siglo, una vida: "De la soberanía a la dependencia" del ex Vicepresidente de la Nación Dr. Alejandro Gomez, Editores de América Latina, 2001
No hay comentarios:
Publicar un comentario