He de ceñirme a demostrar la inmutable vigencia de la
utopías de un extraordinario político que a través de su larga vida, plena de
frustraciones fructíferas -valga la paradoja- , con su tenacidad inigualable y
su prédica constante , formó generaciones de líderes de nuestros países.
La integración de América latina, la unidad de Indoamérica
como él gustaba decir, fue su sueño permanente. Quería la unidad económica tan
apasionadamente como la política y decía "Patria chica y patriotismo chico,
en América Latina, son las celestinas del imperialismo”. Y exclamaba enseguida:
"saben bien quienes en América Latina nos dominan que el culto de la
patria chica es un culto suicida".
Desde entonces algo hemos avanzado y cada vez son más los seguidores
de Haya de la Torre. Esta nueva realidad fue construida por hombres y mujeres
que no se intimidaron ni tuvieron miedo de remar contra la corriente. Su legado
y esa misma fuerza moral nos permitirán concretar entre todos la integración de
nuestra región y a través de ella luchar con eficacia por un nuevo orden
internacional legítimo, justo, democrático y pacífico.
Hoy, más que nunca, la integración latinoamericana debe
dejar de ser un enunciado que nunca termina de cumplirse. Pocas veces en su
historia nuestros países han enfrentado una perspectiva económica tan sombría
como en la actualidad. La nueva conformación del poder económico internacional
puede llevar a acentuar la postergación de nuestros pueblos, condenados a ver
cómo florece la esperanza sólo del otro lado y cómo languidece su combate
solitario por la justicia y la libertad.
Debemos poner fin a dos siglos de desencuentros regionales,
de trabas comerciales y competencias absurdas. Mientras otras regiones
inteligentemente unificaban sus intereses políticos y comerciales, nosotros
proseguíamos con el sordo provincialismo de encerrarnos en nuestras propias
fronteras. Es el tiempo de los grandes espacios regionales donde el desarrollo
depende cada vez menos de un país en particular y cada vez más de la integración
regional.
Constituye una amarga paradoja que las democracias avanzadas
que nos alientan a consolidar nuestras instituciones sean las mismas que nos
castigan discriminándonos comercialmente. Respalda esta actitud el
neoconservadurismo, que aparece hoy como la contrafigura, peligrosa por cierto,
de la democracia basada en la solidaridad, la participación y la búsqueda de la
igualdad.
Parte de una filosofía del cinismo que genera resignación
;propone una democracia elitista que desalienta la participación y la búsqueda
de la igualdad ; se apoya en la concepción de un Estado mínimo , que sólo debe
ocuparse de la seguridad ; se asienta sobre una idea económica que confunde la
libertad individual por el mercado libre ; reprueba el gasto social, por injusto,
fútil y peligroso , impulsa una educación socialmente discriminatoria que
conspira contra la movilidad social y, finalmente, acepta la manipulación de la
opinión pública, como única forma de viabilizar políticas regresivas. En última
instancia, se trata de facilitar el mantenimiento de una estructura social que
favorezca la supervivencia de formas de opresión legítimas.
El neoconservadurismo defiende además la idea de que puede
suspenderse la democracia en determinadas ocasiones. En realidad, no se trata
de un cambio sustancial, puesto que con anterioridad lo que sucedía era que los
mismos sectores utilizaban a los militares para concretar sus fines, y con la
excusa de la modernización se ocupaban de servir sus propios intereses. Lo que
ha cambiado es que el grupo no necesita ser militar; lo esencial es que tenga
ciertas ideas compatibles con las tendencias en boga.
Estas propuestas conservadoras están destruyendo moral y
materialmente algunas de nuestras naciones. Es nuestra obligación sacarnos de
encima este cepo que nos inmoviliza. Es nuestro deber construir la respuesta
progresista que nuestros pueblos reclaman y las naciones necesitan, promoviendo
democracias sociales que se presenten como alternativa al modelo neoconservador
y rescaten el ideal de justicia que atraviesa la historia y se enraíza en
principios técnicos fundamentales.
No se puede ser éste el destino inapelable de la utopía de
Haya de la Torre, de sus sueños y de sus luchas. Hay que construir la
democracia social, empresa difícil y compleja. Para la democracia social no
existe la estabilidad sin crecimiento, el mercado sin equidad social, la
apertura de la economía sin fortalecer la capacidad de las naciones de dedicar
su propio destino.
Haya de la Torre, interpretaba que la verdadera revolución
americana sólo podría producirse a través de la que llamó una Alianza popular.-
Es lo que hoy llamaríamos una convergencia o una concertación de los distintos
sectores progresistas
Esta concepción estratégica de Haya de la Torre tiene la
misma vigencia que sus principios básicos: surge la necesidad de confluir hacia
una alternativa diferente. La tarea no podría ser sobrellevada aisladamente por
un partido político, Será necesario lograr una convergencia de diversos
sectores políticos, sociales y económicos, con el propósito de constituir una
alianza suficientemente fuerte como para estar en condiciones de enfrentar a la
que ha constituido la reacción.
Como lo quería Haya de la Torre, debemos aprender a unirnos
y a sumar el trabajo de cada uno con el del otro y crear así la transformación
y lo nuevo. Y en América latina comprender, como él lo quería, que "los
grandes males nos unen y por lo tanto deben unirnos los grandes remedios. Que
la gigantesca tarea es la de liquidar nuestro atraso, redimir nuestra miseria. Debemos
trabajar por la "unidad latinoamericana vista desde la perspectiva de la
gran problemática socioeconómica de su desarrollo,[...] así como de su función
futura en un mundo integrado por la inevitable coordinación de vastos sectores regionales.
Fuente: Discurso del ex Presidente de la Nación Dr. Raúl Alfonsín en el Centenario del Natalicio de Victor Raúl Haya de la Torre en Lima, Perú el 20 de febrero de 1995.
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