Señores
Convencionales:
Si fuera necesario acreditar ante la conciencia del mundo,
mediante un testimonio gráfico e irreversible, la presente situación argentina,
bastaría describir este cuadro. He aquí, delante de nosotros, los escombros que
trajo la barbarie argentina revivida en el Régimen que humilla la nacionalidad.
Y he aquí también, bajo el mismo techo, la Unión Cívica Radical, expresión
civil y viríl de la conciencia argentina, dispuesta a restaurar las condiciones
de libertad que constituyen la dignidad y el decoro del hombre.
El precio de la sangre
Nunca mejor que en estos momentos podremos iniciar nuestras
deliberaciones bajo el eco de las notas de nuestro himno. El habla de la larga
lucha, que no nace con el nacimiento de nuestra patria, sino que se remonta a
miles de años atrás, cuando el primer hombre comenzó a erguirse contra el
despotísmo para afianzar la dimensión y la latitud de sus derechos.
En un desfiladero, alguien tenía un garrote para imponer su
ley -la ley de la fuerza, del poder-, y alguien, nuestro antepasado primitivo y
remoto en la lucha por la libertad, se irguió sobre sus dos plantas y afirmó su
derecho a ser, él, una criatura humana. Han pasado millares de años, todo el
tránsito de la historia. Y cada sector de esa libertad, que constituye el
decoro del hombre contemporáneo, se conquistó al precio de la sangre y del
sufrimiento de generaciones íntegras.
Nadie conoce el nombre ni el pensamiento concreto de los
primitivos en la lucha que nosotros representamos en esta hora grave de la vida
argentina. Sin embargo, paso a paso, en todo el desarrollo de esta hazaña
histórica que es la conquista de la libertad, se fueron jalonando los triunfos
y las derrotas, y gracias a ellos advino un mundo humano; un mundo del siglo
XX, un mundo en que la criatura humana estaba protegida en sus fueros y
revestida de todo lo que constituye la dignidad de nuestra época.
El hombre, trabajosamente, al cabo de siglos, fue elaborando
las estructuras sociales, políticas y económicas que lo liberaban de la
coacción y de la fuerza. El ingenio del hombre libró durante esos siglos la
lucha para resguardar la libertad de conciencia, y logró que el alma, la tierna
alma naciente del fruto de sus amores, se realizara conforme a la ley de su
hogar, y no conforme a la imposición del poder.
¡Cuántas gentes murieron en el cadalso! ¡Cuántos fueron
quemados en la hoguera!
¡Cuántos perecieron en guerras seculares para afirmar los
principios de la libertad de conciencia!
Nosotros somos los merecedores de ese patrimonio. Y he aquí
que en la Argentina la lucha de nuestros antepasados remotos por dar libertad
al espíritu del hombre, se está frustrando. Y he aquí que estamos nosotros para
responder a la sangre y a la memoria de nuestros antepasados y para recrear las
condiciones de la libertad de conciencia.
La división del poder.
El ingenio del hombre fue dividiendo el poder. No quiso que
el estuviera concentrado en la sola mano del discrecionalismo, que representa
la manifestación concreta del régimen despótico. Quiso que hubiese un cuerpo
que sancionase las normas que rigen la vida colectiva, y que hubiese otra
entidad de derecho público que aplicase esas normas, y que hubiese otra, en
fin, cercana en magnitud a la divinidad misma, que se encargara de dar a cada
uno el sector de justicia que le corresponde. Y así el hombre dividió los
poderes.
Y he aquí que en la tierra argentina todos los poderes han
sido resumidos en una sola persona. Existe un Poder Legislativo, pero es la
ficción y el fantasma del Poder Legislativo, porque no es más que el ejecutor
de las órdenes del Ejecutivo. Existe un Poder Judicial -ese poder que he
señalado como cercano a la divinidad misma, porque debe proteger nuestra vida,
nuestro honor, nuestro nombre, todo nuestro ser-, pero ese poder, que los hombres
deben desempeñar como un sacerdocio, está ligado, vinculado, subordinado para
los más viles menesteres de la represión, a las decisiones del Ejecutivo.
El resguardo institucional de la libertad.
El hombre no se conformó con dividir los poderes. Quiso que
hubiese muchas entidades de derecho público y concibió, dentro de nuestro
sistema institucional, que frente al poder nacional, en cada sector de la vida
argentina, hubiese una unidad histórica resguardada en su autonomía política y
en su autonomía económica. Y el hombre reconoció las provincias e instituyó el
régimen federal. Y dentro de cada provincia, quiso también que se dividiesen
los poderes, porque en ese balance y en esa limitación residía la libertad del hombre.
Y no se conformó con esto. En su lucha de siglos concibió
que hubiese otra entidad apegada a él; el poder municipal. Quiso que en cada
sitio existiese una autoridad local que fuese expresión del pensamiento y
estuviera ligado a su propia vida; e incluso dividió esa autoridad en tres sectores
-un legislativo, un ejecutivo y aun un judicial- porque así garantizaba la
libertad.
Y quiso por encima de todo eso, que rigiesen normas escritas
capaces de movilizar los esfuerzos de todos los individuos que actuaran
concertadamente, conforme a los principios que constituyen la ley de la
nacionalidad. Y sancionó todos los códigos que prescriben las reglas
fundamentales de nuestro derecho positivo.
Y no se detuvo allí. Quiso también que en la base de su
organización estuviese la conciencia pública, el país, el hombre, vigilante,
atento, actuando como recipiendario de todas las impresiones, escuchando todos
los juicios y decidiendo, con los plebiscitos cotidianos de la opinión pública,
cuál debía ser la marcha de todos los organismos que había previsto y creado el
ingenio humano, a través de los sacrificios de millares de años, para liberar
esa cosa frágil y tan falible que es una criatura humana.
Y todo eso, compatriotas, ha perecido en la tierra
argentina. No existe división de poderes, ni federalismo, ni vida comunal. No
existe la constitución, porque su vigencia ha sido suspendida y actúan poderes
de guerra emplazados contra los propios nacionales, cuya libertad es superior y
anterior a la constitución. No existen las corrientes vivificantes de la opinión
pública, porque la prensa ha sido monopolizada por el Régimen y los medios técnicos
de expresión del pensamiento popular están cancelados.
La lucha por los ideales de la nacionalidad.
Estamos los argentinos como hace miles de años. Un
desfiladero, la fuerza bruta, y un hombre que se pone de pie para iniciar esta
marcha eterna hacia la liberación y la expansión de la dignidad humana.
Este es nuestro papel, el altísimo papel que está
desempeñando la Unión Cívica
Radical. Yo no veo ya la bandera de nuestro partido con los
colores del 90. No la veo siquiera con los colores que en nuestras Provincias
encabezaban las columnas revolucionarias del 93, colores que aun permanecen en
nuestros distintivos para señalar nuestra militancia política. Los olvido,
diluyo esos colores y no veo más que la bandera de la nacionalidad.
La Patria no existe. En cualquier otro sitio la Patria puede
ser una mera expresión geográfica, pero en la Argentina es, no una porción de
tierra, sino un contenido moral y un sentido histórico ligado a la idea
fundamental de la libertad. Los forjadores de nuestra nacionalidad no quisieron
crear un país más. Cuando el Gran Libertador descendió con sus tropas en las
playas de Pisco, dijo una frase que es el lema de los argentinos: «Nuestra causa
es la causa del género humano». Argentina se concibió como ámbito que sirviera
de base a esta Patria del género humano.
Nosotros estamos en la lucha y en la pelea por realización
de los fines y los ideales de la nacionalidad. Nuestra bandera en este momento
es la bandera de la República y quienes se alzan contra el sentido de libertad
y contra los contenidos profundos que dieron nacimiento a nuestra Patria, son
perjuros del sentimiento de la Argentina.
La cita con el destino.
Esta de ahora tiene un sentido superior a la lucha de la
emancipación nacional.
Nuestros predecesores pelearon contra las presiones del
despotismo que habían nacido en tierras extrañas, cuando aún reinaba en el
mundo una concepción política que no era concepción política elaborada durante
siglos, pero implantada después, con el sufrimiento y la esperanza de los
hombres. Los que ahora quieren recrear el despotismo son, desgraciadamente, los
hombres en este suelo y en este siglo, cuando cabría esperar que nuestro país
cumpliera su cita con el destino alumbrando la esperanza de todos los desvalidos
de libertad en el mundo, y no negando ni clausurando de este modo las más altas
vivencias de la historia argentina.
Argentina ha tenido una cita con el destino. Vivimos el
momento de la crisis de la conciencia argentina y de la conciencia universal.
Hay una gran rebelión en el mundo. El proceso, que se inicia en América con la
emancipación, alcanza hoy a los pueblos extendidos sobre todas las latitudes.
Allí, en África y en Asia, cientos de millones de hombres que estaban relegados
a una condición subhumana, ganan su independencia y cumplen un siglo después
que nosotros la gran lucha por construir unidades nacionales. El mundo debate
la contextura del futuro, hace crisis un sistema económico y se alzan dos grandes
banderas. Una es la bandera que pretende afirmar las libertades políticas en el
mantenimiento del régimen colonialista que, para satisfacer las necesidades del
imperialismo económico, condena al sufrimiento a millones de criaturas humanas,
que son tan hombres como nosotros pese a la distinta pigmentación de su piel. Y
hay también otra bandera, que pretende instaurar una economía al servicio del
hombre, pero en abominación de las libertades políticas y civiles, sin las
cuales la vida no merece ser vivida.
Frente a la fuerza económica del privilegio y frente a los
zares rojos del Kremlin,
Argentina tenía una cita con el destino. Desde aquí debió
lanzarse una gran bandera para la humanidad: la economía al servicio de los
hombres, los pueblos libres, las nacionalidades realizándose en plenitud y
hermandad, y la Argentina peleando como un adalid de la conciencia universal
para impulsar esta marcha del mundo.
Pero, para desgracia nuestra, en el momento de nuestra cita
con el destino, he aquí que las estructuras del Estado argentino están en manos
de hombres que no sienten el ideal nacional de dignificación de la criatura
humana, que están manejando tendencias e ideales extraños al sentimiento
nacional, que hablan de Estado potencia y pretenden someter a los pueblos
hermanos a la dictadura y a los desvaríos de quienes detentan la cosa pública argentina.
Y así están naufragando las grandes banderas. Y así se están quemando las grandes
etapas. Y así Argentina está violando los sueños de los fundadores de la
República y desertando de la que nuestro gran conductor -Hipólito Yrigoyen-
señaló como función eminente de la Unión Cívica Radical y de la Argentina
misma: la construcción del mundo de mañana.
Integración latinoamericana.
Debemos encabezar la marcha del continente americano. Para
liberarnos de los procesos de la opresión económica, necesitamos integrarnos en
una unidad económica con los países vecinos. Pero, con un régimen como el
actual, ¿cómo puede la Argentina realizar este proceso de integración económica,
si la integración económica está vinculada a la integración espiritual? ¿Cómo
los hombres de estos países, que ven y que conocen mejor que nosotros los
padecimientos de nuestra tierra, pueden aceptar conexiones íntimas y profundas
con nuestra economía, si por ser nosotros el país más fuerte entre los países vecinos,
habrían aquellos de caer también en condiciones de dependencia espiritual
frente al régimen antiargentino y antiamericano que, levantándose en las
orillas del Plata, pretende extender sobre las naciones hermanas, no ya el
predominio de su economía, sino hasta el predominio de su concepción
antinacional de la vida?
Y cuando era llegado el momento de lograr la vinculación
profunda de nuestras economías, y de crear un gran mecanismo gracias al cual
nuestro país y los países vecinos pudieran enfrentar la crisis mundial con las
fuerzas de una economía potente, he aquí que la negación de los ideales
argentinos debilita el papel americano de nuestro país y frustra, quizá por
esta generación, el cumplimiento de una gran aspiración que lanzada por
Bolívar, constituye uno de los grandes objetivos de la Unión Cívica Radical: la
unión de los países latinoamericanos, para que ellos, organizados sobre la base
de la comunidad espiritual y de una comunidad económica al servicio de la
dignidad del hombre, creen un subcontinente en el que la esperanza del nuevo
mundo tenga asiento y su expresión, y donde se reflejen las ilusiones, la dicha
y la fe de todos los desvalidos de la tierra.
La economía desarmada.
Las grandes frustraciones no consisten sólo en esto. El país
esperaba una profunda reforma agraria. Y basta dirigir la mirada hacia el
campo: Una economía desarmada y el mantenimiento del régimen de injusta e
irracional distribución de la tierra. Muchos hombres dejaron sus hogares ante
la privación económica creada por los mecanismos del Régimen y afluyeron hacia
las grandes ciudades. Por cada latifundio que se ha dividido, como expresión
homeopática destinada a la propaganda, se han recreado varios latifundios que
son el patrimonio donde vierten sus capitales los oligarcas de nuevo cuño,
nacidos al abrigo de las ventajas proporcionadas por el régimen. Y he aquí que
nuestros campos despoblados están esperando la realización de su gran
esperanza.
Si dirigimos la mirada al contorno industrial de Buenos
Aires -centro de la
macrocefalía que destruye la armonía de la vida argentina-,
en el que se suman seis millones de habitantes, vemos el quebrantamiento de una
industria, que no se realizó sobre bases serias, sino como una empresa de
aventura.
En los años de prosperidad, del 47 al 49, aumentan los
salarios y suben los índices de nivel de vida. Pero, debido al proceso de
inflación, los hombres no pueden invertir sus economías en el ahorro, que
constituye el depósito de las épocas florecientes. Y tampoco pueden levantar su
casa, su hogar, porque las condiciones de la edificación de viviendas están
perturbadas en la Argentina por el desarrollo fantasioso del programa de construcciones
oficiales. Los hombres apenas si pueden comprar las pequeñas cosas que sirven
para ornar su vida. De este modo, al abrigo de la necesidad inmediata, se forma
una pequeña industria de quincallería, en la que trabajan 200, 300, 400 mil
hombres. No es la industrialización seria, recia, que exige el país. Creada
sobre el sacrificio de todos los argentinos, es una industria oportunista,
porque sus capitales provienen del dinero emitido por el Banco Central y de los
préstamos del Banco Industrial. Y ahora, esa industria, que ya no puede vivir y
que se está extinguiendo lentamente, plantea un dramático problema: el problema
de la reconvención del trabajo de esos 200, 300 o 400 mil hombres, de ese
millón de habitantes de Buenos Aires, que tendrán que marchar hacia el campo o
trabajar en nuevas industrias cuya creación no se advierte como será posible en
el estado de depresión económica y social en que se sume el país.
Esta es la gran crisis que afronta la Argentina. No existe
una industrialización seria. El Radicalismo no se opone a la industrialización.
El ansia como proceso indispensable para el logro de la emancipación económica
argentina. Pero nuestra industrialización tiene que apoyarse sobre dos bases
fundamentales: transporte y la autosuficiencia energética.
Si examinamos el problema del transporte, encontramos que
existe una crisis profunda de estructura, derivada no de la nacionalización de
los ferrocarriles, sino de la
peronización de los ferrocarriles, que ha subvertido su
organización interna, que ha entregado los puestos de comando a militantes
políticos y que ha privado a la red ferroviaria del necesario proceso de
renovación mediante la incorporación de nuevas máquinas, porque las divisas que
constituyen la garantía del poder adquisitivo argentino en el exterior, fueron
despilfarradas por un Régimen que no tenía vueltos los ojos al país.
Y si dirigimos la mirada hacia la energía, comprobamos que
la provisión argentina de combustible ha disminuído y el aprovechamiento
integral de la energía hidroeléctrica que
debió realizarse con carácter de epopeya- apenas se encuentra en su comienzo.
El país, en consecuencia de ella, ha tenido que intensificar su importación de
combustibles, al extremo de que el año pasado debió invertir más de mil
millones de pesos en comprar el petróleo y el carbón de piedra indispensables
para el sostenimiento precario de su industria y de su energía termoeléctrica.
La nacionalización de los yacimientos de petróleo, esa
bandera radical que concibió Yrigoyen con acierto preciso y visión clara de las
necesidades del porvenir, fue arriada en 1930, cuando el gobierno nacional cayó
por la acción de columnas militaristas de las que formaba parte el actual
Presidente de la República, quien acaba de confesar esta verdad en un momento
de desconcierto y desasosiego. Y continúa arriada. Desde 1930 hasta ahora, en
los yacimientos de petróleo argentino no está la bandera de nuestra Patria, sino
las banderas extranjeras, que marcan el sometimiento del combustible básico
para el desarrollo nacional a las exigencias y a los intereses de los grandes
monopolios internacionales.
Una mano tendida hacia los trabajadores.
Este proceso se integra con el sometimiento de los
sindicatos. El señor Presidente de la República acaba de dirigir su palabra a
un grupo de militantes sindicales, pretendiendo enlazar la suerte del
sindicalismo argentino a la suerte del Régimen que él encabeza.
Saben los trabajadores argentinos que en los gobiernos de la
Unión Cívica Radical existieron las garantías, el aliento de la organización
sindical y el impulso de todas las fuerzas políticas de la República,
necesarios para asegurar el pleno desarrollo de sus defensas profesionales.
Saben los trabajadores argentinos que éste es el partido de
Hipólito Yrigoyen, quien supo gobernar con una mano puesta sobre el libro de la
Constitución, para cumplirla y hacerla cumplir, y la otra extendida para
estrechar la mano cálida de todos los trabajadores de nuestra tierra.
Saben los trabajadores que éste es el partido en cuya lucha
se expresan todas las reivindicaciones sociales y económicas de la
nacionalidad. Cuando nuevamente gobierne la Unión Cívica Radical, los
sindicatos argentinos serán más fuertes que nunca. No dependerán del poder
político. Podrán visitar al Presidente de la República de igual a igual, como
la expresión del poder sindical, sin que el Presidente de la República elegido
por la Unión Cívica Radical jamás pretenda uncirlos ni someterlos al vilipendio
de ninguna expresión de baja política.
La Unión Cívica Radical no dice que va a respetar las
actuales conquistas otorgadas a los sectores obreros, porque ellas están
colocadas sobre las bases falibles de un régimen monetario que se maneja de
acuerdo con los caprichos del poder. La Unión Cívica
Radical va a crear las condiciones sociales y económicas de
fondo para que el trabajo argentino tenga posibilidades de plena redención, y
para que la economía argentina esté al servicio, no de los poseedores, sino de
las exigencias del desarrollo nacional y del bienestar.
Saben los trabajadores argentinos que nuestras «Bases de
Acción Política» enuncian un derecho que es para nosotros un compromiso de
observancia ineludible. Los queremos a ellos, a los trabajadores, actuando en
el primer plano de la conducción de la economía, es decir, no sólo
beneficiándose con la participación en las utilidades, sino también
interviniendo en la codirección de todas las empresas. De esta manera los
hombres del trabajo emergerán de la supeditación en que hoy se encuentran, por
no disponer de los medios de producción, y estos últimos serán puestos al
servicio de la República y al servicio de la condición humana de todos los
habitantes del país.
La vida del hombre argentino.
Estas no son meras palabras. Estos no son compromisos de
carácter electoralista.
Esta es la historia vivida y sufrida por los hombres de la
Unión Cívica Radical en una larga lucha que tiene más de sesenta años. Esta es
nuestra prédica sacrificada y éstas son las banderas que hemos sostenido con
sangre de nuestros corazones. Nosotros no hemos esperado estar en el gobierno
para defender esta causa, ni la defendemos tampoco por pertenecer a un sector
social determinado. La defenderemos porque nuestra bandera suprema es la vida
de los hombres. Queremos que todo en la Argentina -economía, estructura social,
estado político- esté subordinado a la vida del hombre argentino como supremo
objetivo, como finalidad suprema de la existencia nacional.
Somos una permanencia histórica.
Con estas grandes banderas enfrentamos el retorno del
despotismo, que está delante nuestro en expresiones y en actos que revelan la
ausencia de toda serenidad.
Frente a la tentación del odio, frente al mandato de la
violencia, la Unión Cívica Radical responde con serena y reflexiva energía. Si
nos lanzáramos a la contestación del ataque, desataríamos la guerra civil en la
vida argentina. Si fuéramos un episodio transitorio, podríamos disputar esa
guerra civil. Pero nosotros somos una permanencia dentro de la vida argentina.
Cuando no exista sino el recuerdo de estas épocas nefastas, estará la Unión
Cívica Radical como contextura y la estructura fundamental de nuestra Patria.
Porque representamos una comunidad histórica, tenemos que
cuidar la solidaridad, la unión, la concordia entre los argentinos. Debemos
fortalecer los vínculos que pueden arraigar en nuestra Patria, y no los
factores de disociación, de humillación, de persecución que pueden debilitar a
la Argentina en el concierto interno y en el orden internacional. Por eso
dirigimos un llamamiento supremo. ¿Cómo es posible que se hayan extinguido
hasta el último reflejo de patriotismo en los hombres que tienen la
responsabilidad de la conducción del país? Al plantear este angustioso
interrogante no me refiero sólo al Presidente de la República. El Régimen
actual se ha apartado del derecho y ha colocado los poderes del estado en el
terreno de la fuerza y de la violencia. Quienquiera represente una fuerza en el
país tiene la responsabilidad de este trágico momento argentino.
La Unión Cívica Radical no conspira, porque su prédica, su
posición y su historia no la vinculan a episodios que necesiten disimularse en
las sombras de la noche. La Unión Cívica Radical cumplirá su deber serenamente,
reflexivamente. Aunque se cierren los caminos, esta fuerza histórica sabrá
realizar todos los sacrificios que sean imprescindibles para que de la tierra
argentina no desaparezcan los caracteres, ni los símbolos ni los fines que
dieron origen a la nacionalidad. Lo hará seria y responsablemente, porque la
Unión Cívica Radical, cuando asumió la suprema responsabilidad de la protesta
armada, supo hacerlo, no en las sombras de la noche, sino por la acción
valerosa y pública de sus autoridades constituidas, como ocurrió en todos los
episodios históricos que jalonan su trayectoria cívica.
Somos una comunidad política al servicio de la nacionalidad.
Estamos armando nuestras filas, armando nuestra moral. Y podemos mirar hacia
adelante con fe en el porvenir. Porque nosotros tenemos fe en nuestro papel y
en el hombre argentino. Hasta en el hombre argentino que cree ser nuestro
adversario. Sabemos que nos bastará acercarnos a él y estrecharnos contra la
palpitación de su corazón, para que él se sienta radical como nosotros. Como
nosotros nos sentimos, junto con él, parte necesaria para la realización de la
Patria.
Las tareas urgentes.
Tiempos nuevos imponen nuevos deberes. El Radicalismo no es
una fuerza política. Es una fuerza nacional.
En nombre de las angustias del hombre contemporáneo, los
poderes fascistas tomaron la conducción del Estado, exactamente en la Argentina
como en Europa, y su primera tarea, una vez que el hombre hizo la opción, la
misma opción del 24 de febrero, entre la libertad y la justicia social, fue
incomunicar totalmente a los seres humanos.
Cada hombre está aislado en sí mismo y sólo tiene conexión
con los centros del poder. Nuestra tarea inmediata, urgente, candente, consiste
en recrear los vínculos que permiten a los hombres comunicarse entre sí. Este
es uno de los grandes papeles de la
Unión Cívica Radical. Su primera tarea es el acercamiento de
los argentinos, cada uno de los cuales constituye un mundo apartado. Hay que
ligarlos entre sí. Tenemos que extender vertiginosamente la organización
partidaria a lo largo y a lo ancho del país. Tiene que haber, en cada centro de
población urbana o rural y en cada barrio de cada ciudad, una organización
representativa de nuestra función nacional. Tiene que haber en cada actividad social
una organización del partido. Tiene que haber, dondequiera que las personas convivan
en la comunidad del trabajo, un hombre que esté vinculado a la organización del
partido, para que, en el momento de la gran crisis que pueda avecinarse, no
dependamos de la restricción ni de la supresión de los medios de comunicación,
sino que estemos ligados en el conocimiento, en la información, en la decisión
de los organismos que el partido tiene que crear, como deber imperioso, en esta
época.
Y tenemos que tener presente otra consigna fundamental, que
a veces olvidamos explicablemente.
Estos fenómenos de regresión, esta reaparición del
despotismo, se viste con ropaje moderno y toma como cobertura los sufrimientos
y las esperanzas de los hombres del trabajo. Ellos no creen que en la
democracia puedan realizarse la eliminación de sus angustias. Tenemos que
probar, con todos los medios posibles, cómo en la democracia puede construirse
un deseo muy humano de justicia y de respeto para la condición de los hombres,
afirmándose entre todos los sentimientos el de la libertad. Si nosotros no cumplimos
esa tarea y nos dejamos sobrellevar por la apariencia ventajosa de ciertos aliados
circunstanciales, habremos incurrido en la peor deserción, y habremos
favorecido, en el terreno en que el régimen ansía más, las aspiraciones del
sistema que está humillando a la Argentina.
Nuestra lealtad con los hombres del trabajo, nuestra
claridad doctrinaria, nuestra penetración en los puntos de vista para la
construcción de un mundo, de un mundo mejor en la Argentina, son condiciones
fundamentales para la victoria. Tenemos que ligar nuestra lucha por la libertad
a la lucha por la supresión de las causas de fondo que trajeron ésta y las
anteriores dictaduras: la pobreza, la incultura, la falta de desarrollo
económico y social, la gravitación de los factores nacionales e internacionales
del privilegio. Estos son nuestros enemigos, porque detrás de esos enemigos de
fondo aparecieron las expresiones políticas del conservadorismo pasado y del
fascismo presente, que están rigiendo la vida argentina.
Tenemos que eliminarlos de cuajo y para siempre, combatiendo
no sólo sus consecuencias, sino también las causas que las provocaron, y
creando las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales de una
auténtica democracia con hondo sentido humano. Este es el gran papel de la
Unión Cívica Radical.
La unidad nacional.
Yo quisiera terminar. Pero antes me siento en el deber de
señalar, como causa profunda de nuestra acción, la necesidad de lograr la
unidad de nuestra Patria, proclamada y reclamada siempre por el Régimen.
Hay dos tipos de unidades nacionales, dije ya alguna vez. La
primera es la unidad que implica el sometimiento de todos los hombres a la
voluntad del poder. La unidad nacional de Hitler: un pueblo, un Estado, un
conductor. La unidad de Mussolini: una multitud aborregada, ocho millones de
camisas negras, un hombre que habla desde un balcón creando un imperio
artificioso. La unidad nacional de Rosas: las cartas encabezadas por un lema,
un cintillo en todos los pechos, un luto en todos los sombreros.
Y hay otra unidad nacional. La unidad nacional de las
grandes democracias contemporáneas, que nace de la convivencia armónica, del
amor fraterno a ideales que son expresión del genio nacional. La unidad
nacional de Inglaterra, que peleaba contra las fuerzas del mal y soportaba
estoica la agresión de los Stukas y de las bombas Zeta, en tanto que su parlamento
deliberaba y demostraba, en su vivencia de la libertad, cómo las instituciones
de ese pueblo admirable, aún en ese momento, estaban funcionando con regularidad,
al tiempo que realizaba una profunda reforma en las condiciones de la vida social
inglesa. La unidad nacional del pueblo norteamericano, que, mientras enviaba millones
de sus hijos a morir en los campos de batalla de Europa y desplegaba el máximo de
esfuerzo en sus fábricas, poniendo en tensión toda su economía, realizaba
elecciones, discutía y debatía en comunidad todos los problemas de la
República.
Escoja el Sr. Presidente la unidad nacional que quiera para
la Argentina: la unidad nacional de la humillación, del aplastamiento de todas
las circunstancias, del arrasamiento de todas las voluntades libres, o la
unidad nacional que constituye la grandeza y el honor de los pueblos que marcan
la máxima excelencia de la civilización contemporánea. Nosotros tenemos tomada
nuestra posición. Queremos la unidad que nace del respaldo de todas las opiniones
de la vivencia de los ideales que dieron forma y sentido a nuestra
nacionalidad.
Pero advierta el Presidente de la República cuál fue el
final trágico y azaroso de todos los regímenes que quisieron fundar la unión
sobre la fuerza. Recuerde cuál fue el final del dictador de Alemania, cuál fue
el final del dictador de Italia, cuál fue el final del dictador de la
Argentina. Si traemos este recuerdo, no es con un carácter personal. Frente a los
grandes procesos históricos, la suerte de un hombre poco interesa. Pero para
que cayera Hitler, Alemania tuvo casi que perecer, y en cada casa,
semidestruída, una cruz negra tuvo que recordar que uno de sus hijos entregó su
vida por los desvaríos de quien detentaba la suma del poder.
No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes.
Nosotros luchamos por el sentido argentino de la vida, con
fé profunda en nuestra causa y con una decisión inquebrantable. Mientras el
Régimen revela su impotencia, no puede gobernar sino por la fuerza, y no se
atreve a enfrentar un sólo acto público de la
Unión Cívica Radical, nosotros estamos más serenos y seguros
que nunca. No alzamos palabras fuertes, alzamos palabras firmes, porque la
nuestra es una decisión que proviene de la historia y del convencimiento de que
estamos cumpliendo un deber superior a nuestras vidas y un mandato que viene de
más allá de las tumbas de nuestros antepasados.
Trabajaremos, lucharemos y sufriremos juntos, compatriotas
radicales, compatriotas argentinos. El esfuerzo no será estéril. De ese
sacrificio está naciendo una vida nueva. Todo parto es laborioso, demanda
sangre, requiere sufrimiento. Ahora está produciéndose en la Argentina el
nacimiento de la Patria soñada, siempre irrealizada, de la Patria que nosotros
legaremos a nuestros hijos como una esperanza para toda la humanidad.
Lucha Integral en Todos los Frentes
Fuente: Discurso pronunciado por el Dr. Moisés Lebensohn en el seno de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical, el 25 de abril de 1953.
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