I
La Unión Cívica Radical vive una de sus más profundas crisis
en toda su centenaria historia. Desentrañar su naturaleza, caracterizar sus
orígenes y su evolución y establecer las pautas para su superación, constituye
un desafío para la vigencia del partido y un deber para sus sectores más
dinámicos en cuyo accionar se fundamenta la reconstrucción de la U.C.R.
El carácter de la crisis del radicalismo es fundamentalmente
ideológico. Es crisis porque implica desorientación, confusión, transición y
quiebre. Y es ideológica porque está instalada en el marco de su propio sistema
de ideas básicas, poniendo en tela de juicio aspectos sustanciales de su
doctrina.
En su evolución histórica no es la primera vez que el radicalismo enfrenta una situación de estas características. Su propio nacimiento en la Revolución de 1890, contra el régimen oligárquico, fue consecuencia de una ruptura. Nació de una división en cuanto al contenido de la estrategia de la lucha contra el régimen: por un lado, quedaron los llamados mitristas que pactaron y coincidieron finalmente con el mismo régimen que querían destruir; y por el otro, con una postura radical e intransigente, revolucionaria y antiacuerdista nació la Unión Cívica Radical conducida por Alem e Yrigoyen.
Este nacimiento como efecto de una crisis marcó desde
entonces todo el proceso de conformación del partido y configuró una evolución
que en distintas circunstancias de la historia política del país volvió a
replantearse con vigor, con sus contradicciones que le son propias a una
corriente política popular, de contenido nacional y democrático.
Así ocurrió con el Yrigoyenismo y el Antipersonalismo en la
década del ’20, con el Unionismo y el Movimiento de Intransigencia y Renovación
en la década del ’40, con el Radicalismo del Pueblo y el Desarrollismo
Frondicista en la de los ’60, y, finalmente con el Movimiento de Renovación y
Cambio y las distintas configuraciones del Balbinismo entre 1970 y 1983. El
acceso al gobierno nacional de Raúl Alfonsín y su programa, de 1983, supuso una
síntesis que intentó ser superadora, pero que seis años después se revela como
insuficiente a la luz de las experiencias en la gestión del gobierno. ¿Cuál es
la situación actual del radicalismo? Derrotado electoralmente en 1987 y 1989,
desgastado como partido de gobierno, feudalizado en sus estructuras de poder
interno, inorgánico en la conformación de sus instituciones de conducción, de
hecho la U.C.R. fue en los últimos años de gestión de Alfonsín, un mero
apéndice secundario, sin capacidad de influencia y sin debate crítico interno.
Esto no significa que de modo inorgánico y en ausencia de la participación de
las instituciones del partido como tal (Comité Nacional y Convención Nacional)
algunos grupos vinculados directamente al poder funcionaran como operadores
políticos. De lo que se careció, en realidad, es de una relación cristalina y
eficaz entre partido orgánicamente constituido y gobierno.
Las dificultades para superar el problema de la deuda externa
y la poderosa formación corporativa de los grupos de presión económica que se
habían afianzado durante la última dictadura militar, sumados a la falta de
convicción y de vigor para la aplicación integral del programa de 1983, fueron
factores decisivos para la crisis que hoy enfrenta el radicalismo. Fue sobre
todo en el campo económico- social que la gravitación negativa se hizo más
presente.
Aparecieron así conceptos ideológicos que tras su aparente
pragmatismo, configuraban en la realidad la inserción de una filosofía
neoliberal absolutamente contraria a los preceptos tradicionales del
radicalismo como fuerza popular, transformadora, progresista y con sentido
nacional. La crítica despiadada y hábilmente dirigida desde los propagandistas
de esta filosofía conservadora se concentró en su presunta desideologización.
La conceptualización peyorativa de la ideología, como marco sistemático global
del entendimiento de la realidad, fue una constante originada desde fuera del
radicalismo, penetró hasta niveles insospechables, produciendo la confusión y
desorientación que hoy marcan a la mayor parte de la dirigencia y la militancia
del partido. Como es sabido, quienes ejercen el poder nunca manifiestan
explícitamente su propia ideología. Y quienes, por el contrario, pretenden
impugnarlo, son los que la hacen pública.
En la última parte del período constitucional, las
incoherencias y contradicciones derivadas de las situaciones antes expuestas se
expresaron en el doble discurso, el aislamiento cada vez mayor con respecto a
su propio partido, y la heterogeneidad de la composición ideológica, de los
sucesivos gabinetes, todo lo cual profundizó aún más la desorientación primero,
y el desencanto después.
II
En esta encrucijada, el radicalismo debe plantearse qué
hacer y cómo hacerlo. La reformulación del debate ideológico implica desechar
la acción política como búsqueda exclusiva de espacio de poder.
En una corriente política como el radicalismo, que tiene su justificación histórica en concepciones éticas, esta tarea es imprescindible e impostergable. Confundir la actividad política con el ejercicio del poder significa una amputación inconcebible dentro del radicalismo: se cae como se cayó, en la persecución del poder por el poder mismo, como instrumento sin proyecto y sin contenido.
En una corriente política como el radicalismo, que tiene su justificación histórica en concepciones éticas, esta tarea es imprescindible e impostergable. Confundir la actividad política con el ejercicio del poder significa una amputación inconcebible dentro del radicalismo: se cae como se cayó, en la persecución del poder por el poder mismo, como instrumento sin proyecto y sin contenido.
Las respuestas para ambas cuestiones deben centrarse en la tarea que los radicales debemos cumplir en el seno mismo de nuestro partido en primer lugar, y en su relación con el pueblo.
En el primer aspecto es imprescindible encauzar ideológicamente el debate interno y orientarlo en una labor esclarecedora que supone la adopción de posturas y compromisos concretos. El debate interno ha sido reclamado muchas veces en los últimos tiempos, pero, sin embargo, no se han establecido con precisión las posiciones ideológicas sobre las cuales debe realizarse. Así ocurre que en definitiva esa discusión se ha ido postergando, porque no puede realizarse un debate sobre el debate mismo. La discusión exige, en consecuencia, definiciones claras no sobre su instrumentación – aspecto secundario- sino sobre los contenidos mismos del diálogo. En el aspecto puramente formal estas exigencias plantean la ineludibilidad de la conformación de corrientes internas sólidas y coherentes, de carácter nacional, y sobre contenidos respecto de la interpretación doctrinaria para llevarla a cabo.
Pero lo más importante es definir propuestas. No debe obstar a ello ni el miedo a la autocrítica ni, mucho menos, la mera reducción a la autocrítica. Seria un error imperdonable que el radicalismo se limitara al “mea culpa”, por más graves y profundas que hayan sido sus contradicciones en el ejercicio del gobierno. Más importante que ello es definir propuestas del radicalismo en la construcción de un modelo económico, social y sobre todo cultural, y los modos en que este modelo se inscribe en el mundo.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta que ya no estamos en el gobierno, de lo cual se infiere que debemos ejercer el papel de partido opositor. Ahora bien: ¿opositor a quién? ¿Quién es el verdadero adversario de la causa radical? Alertados sobre el riesgo de la oposición antiperonista, es imperioso establecer que el enemigo es el régimen, tal como fue definido desde siempre en la doctrina radical: se trata de la oligarquía, estructurada en torno de los sectores del poder económico y financiero que es en sí mismo atentatorio al modelo de la democracia igualitaria. El hecho de que en los últimos tiempos y aún vigente el gobierno radical estos sectores hayan tenido una fuerte incidencia en el control de los mecanismos del poder, y los primeros indicios del entorno menemista, nos afirma aún más en la caracterización del contenido que debe asumir la oposición radical. Nada mejor para superar ese riesgo de confusión que seguir las definiciones de Moisés Lebensohn en 1953:
“La tarea a cumplir, no será meramente opositora y ni caerá en el antiperonismo, forma intencional de llevar la confusión al pueblo, colocando indiferenciadamente en un mismo común denominador al radicalismo fuerza representativa del sentimiento argentino, junto a aquellas negatorias de las esperanzas populares. No debe tender simplemente a cualquier solución, sino a la solución que impida la reedición de defraudaciones y que asegure la realización del país soñado, consumando la voluntad histórica de nuestra milicia cívica. Por eso nuestro esfuerzo tendrá que estar impregnado de contenido afirmativo, y señalar las soluciones creadoras de la Unión Cívica Radical para la construcción del futuro argentino”
El debate interno, por lo tanto, conjugado con la lucha del
radicalismo en el seno del pueblo y confundido con sus proyectos, se centra en
nuestra óptica en la necesidad de reconstruir la ideología radical como fuerza
redentora de los desposeídos. Queremos librar la lucha desde la perspectiva de
un partido popular, profundamente transformador, alejado del capitalismo
salvaje e injusto que propone una sociedad dual de opresores y oprimidos.
Queremos un partido que aliente la profundización de la participación
democrática. Queremos un partido antiimperialista y antioligárquico, con un
Estado fuerte y vigoroso que constituya el instrumento de las reivindicaciones
de los desposeídos, que aliente el desarrollo económico con equidad, que
proteja nuestra población y nuestro trabajo. En fin queremos un partido que
asumiendo las responsabilidades rigurosas e indelegables como garante de la
defensa de las libertades públicas e individuales y del estado de derecho, no
se limite exclusivamente a esa tarea formal.
Si no somos capaces desde el radicalismo de enfrentar
duramente al régimen y de derrotarlo desde una democracia que no sirva como
dócil instrumento del statu-quo, estaremos desvirtuando la identidad de este
partido y su continuidad histórica. La prioridad en el plano de las propuestas
es cómo ser eficaces en la construcción de un modelo económico y social en el
cambiante mundo que vivimos, atravesado por distorsiones culturales,
deshumanizadoras y en esencia profundamente antidemocráticas. La determinación
de un modelo de crecimiento económico autónomo y autosostenido, integrado con
los demás pueblos latinoamericanos que buscan su emancipación y un lugar en el
mundo que no los destine a la sumisión, sigue siendo el aspecto más importante
en la reformulación de un programa de acción y de definición doctrinaria. Es
esta tarea debemos empeñarnos sin otro presupuesto que el atenernos eficazmente
a nuestro papel histórico, a las fuentes de nuestra concepción ética, sin
posibilismos eficientistas y sin utopismos alejados de la realización política.
Como afirmara Alem, para todos los tiempos no corresponde hacer lo que se
quiere, ni corresponde hacer lo que se puede, sino lo que se debe
Osvaldo Alvarez
Guerrero, Junio 1989
Fuente: QUÉ HACER por Osvaldo Álvarez Guerrero, Junio 1989 aporte de Cristina Castello.
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