La revista Ariel, de Montevideo, en el número
correspondiente al mes de junio del año pasado, publica, entre otras, la
opinión de Eugenio D´Ors sobre la participación estudiantil en los consejos
directivos de las universidades. He aquí el concepto fundamental expuesto por
el profesor catalán:
“La participación no es para el problema, capital. Lo
primordial es otra cosa. Yo insisto siempre en la etimología de la palabra
autoridad: viene de autor, quiere decir autor.”
Bien expresada y mejor comprendida queda, en las palabras
anteriores, la esencia del problema. Cosa importante, si se advierte que por no
haber penetrado en ella hondamente, han languidecido los intentos generosos
encaminados a solucionar una cuestión decisiva para la buena inteligencia del
concepto universitario.
Desde hace muchos días, en la prensa, en las asambleas y
congresos nacionales e internacionales de estudiantes, no ha carecido de
propaganda la aspiración vieja y unánime de la juventud, encaminada a
equilibrar en los centros máximos de la cultura y de la educación nacionales
los elementos de renovación con los de conservación, los que dan el impulso con
los que lo ordenan, los que llevan la vida con los que la encauzan, los que
conciben la iniciativa con los que la incorporan, los que son principalmente
estudiantes con los que son principalmente maestros, o más aún, como afirman
recientemente los universitarios argentinos, “que la democracia – fórmula
política de justicia social – debe ser el régimen de gobierno universitario, y
que el demos de la universidad lo constituyen los estudiantes que son sus
destinatarios directos”.
Pero ni en la manera como se ha iniciado la petición, ni en
el desarrollo que a ella se ha señalado hemos estado siempre acordes con lo que
se ha dicho. Así que, al formular el doctor Ancízar su encuesta – que como tal
hemos considerado su concurso – nos hayamos apresurado a emitir nuestro
concepto, pensando que es un deber de cuantos se crean vinculados al problema
universitario de Colombia contribuir a que de tal encuesta pueda llegarse a una
conclusión ventajosa.
Nos afirmamos, pues, en el postulado de D´Ords, para
sostener que hay una obra previa, una obra que debe ser anterior a la de
participación de los consejos. Y ella consiste en una organización autóctona,
que sería la formación de consejos estudiantiles en cada facultad, con personal
elegido por la totalidad de los escolares y anualmente renovado. Estos
consejos, por medio de una labor de compactación, de orientación y de
realización deben probar que los estudiantes están unidos en una elevada
conciencia de sus destinos, apta para traducirse en obras afirmativas e
inteligentes. Así se es autor y así se tiene autoridad. Y esto obtenido, apenas
si es preciso solicitar la participación que viene a constituir un simple
número en el programa de las actividades.
Y porque no se trata de participar en un consejo de
profesores, sino de tomar ingerencia directa en las más de las veces y de
cooperación en las menos, en el gobierno de la universidad, decimos que la
manera como se ha planteado el problema ha traído como corolario, generalmente,
el que se limite la cuantía del negocio en detrimento de la holgada visión en
que deben espaciarse las aspiraciones estudiantiles.
La perspectiva. Así como el ser autor no es obra de un
momento y el desarrollo de una idea madre requiere laboriosas gestaciones, la
adquisición de autoridad debe resultar de trabajos continuos, concientes y
difíciles. La regeneración de un instituto cargado de aberraciones y rico en
defectos, impone disciplinas de todo orden que den firmeza a la reforma. Sin
atender los métodos, hoy revaluados en gran parte por la pedagogía, que
informaron en sus albores a la actual Universidad Nacional, es lo cierto que
una sensible decadencia ha sido notoria, porque en aquellos días iniciales se
formó un ambiente estupendo que ahora hallamos burdamente malogrado. Así lo han
como prendido los estudiantes, y sus más recientes ejecutorias prueban, a lo
menos, un presentimiento de la verdad institucional, verdad cuya realización
hace mostrado esquiva a sus anhelos.
La perspectiva seduce porque llevará un fundamento de
ciencia y de vitalidad al desenvolvimiento de la casa, extenderá su influjo
hasta dar relativa transparencia a las turbias miradas populares y será una
esperanza más en las luchas de la raza, que empiezan a definirse con nitidez
continental.
Pero para que la obra de los estudiantes se haga con
sabiduría, hay que mirar cuál ha sido el camino de la decadencia y cuál será el
de la redención.
El ambiente literario. Acabamos de presenciar la apoteosis
magnífica de Julio Flores, el poeta a quien más fácilmente ha comprendido el
pueblo colombiano. Casi es imposible dar noticia de otro acto que más íntima,
que más extensamente haya conmovido a los habitantes de este país. Para
afirmarlo es preciso haber visto cómo hasta las gentes apartadas de las cosas
del espíritu, leían con emoción de lágrimas las informaciones referentes al
acto de la coronación popular.
Sucesos semejantes, admirablemente interpretativos, revelan
el carácter exclusivista en las aficiones culturales del país. Gentes que
apenas recuerdan la tabla pitagórica, os recitarán quinientos mil versos del
poeta, grabados mejor en su memoria que las bases más precisas de otros
conocimientos indispensables. Se abre un concurso de cuentos y pronto se
aparecen decenas de concursantes; se promueve una encuenta científica, y nadie
le da la menor importancia.
Es un espíritu manifiesto en cien formas diversas, que ha
puesto cerco a la propia universidad. Cuánta literatura se hizo al debatirse la
tesis de una posible degeneración de la raza desvirtuando la índole científica
de la discusión. En las clausuras de estudios, qué de odas y de cantos y
sonetos. Todos los días surgen sociedades literarias, único afán de muchos
compañeros estudiantes, y casi no hay literato de más o menos justa reputación,
americano o español, antiguo o moderno, que n haya visto glorificado su nombre
al frente de un círculo joven que a su amparo comete versos y trama revista.
Rubén Darío, Menéndez y Pelayo, Jorge Isaacs, Julio Arboleda, sirven de razón
social a otras tantas casas de versificación.
Y así como el ambiente cultural lleva a la crítica
revaluadora y constructiva, el ambiente literario apenas si lleva a un sutil e
inofensivo análisis gramatical
El ambiente universitario. El resurgimiento universitario
tiene, pues, que encaminarse una profunda modificación de ambiente.
“Estoy convencido de que la necesidad fundamental es una
atmósfera de cultura y no un medio formalista de enseñanza”, dice Rabindranath
Tagore hablando de la cuestión escolar. Nosotros recogemos esta frase para
darle toda su amplitud en el problema universitario.
Acentuar ese carácter que hace de la investigación el
sistema nervioso de la universidad, para usar una expresión del profesor estadounidense
C. M. Coulter, es llevar todo el empuje personal que estudiantes y profesores
pueden reunir al espíritu mismo de la obra, es dar verdor de frescura al árbol
de la ciencia.
En perfecta simetría con estas ideas queremos planear la
organización de los estudiantes. Ella debe ser algo así como un seminario
trascendental, que penetre en lo más íntimo de las instituciones para darles el
sacudón fecundo del pensamiento nuevo. Y sea éste el momento de advertir que
los profesores poco o nada les deben: ellos han hecho su creación a imagen y
semejanza de sus ideas, y puesto que gracias a ella han adquirido
preponderancia para imponer las concepciones más gratas a su natural rutina e
inmovilidad. Pretender inyectarnos en sus consejos. Es buscar un campo distinto
del que la naturaleza nos señala.
La cooperación. El estudiante no está en relación de
dependencia respecto al profesor, sino en relación de cooperación, y para que
esta cooperación dé la plenitud de sus frutos hay que buscar por la autonomía
estudiantil el rendimiento completo de que es capaz el factor juventud.
La elección hecha en forma directa por los estudiantes de
uno o varios miembros fijos, para que los representen en los consejos
directivos de los profesores, no se compadece con la tarea diaria que deben
realizar esos mismos estudiantes en su carácter de cooperadores.
El Consejo de Estudiantes debe actuar con idéntica
constancia que el Consejo de Profesores, tener derecho a insinuar ante éste
proyectos que afecten la integridad del instituto, haciéndose representar para
ello por medio de voceros que lleven instrucciones precisas en cada caso, que
den cuenta de sus actuaciones a sus delegantes y que sean de libre remoción por
el Consejo de Estudiantes. Así el representante estudiantil será portavoz
inequívoco, que nunca dejará de interpretar la opinión que en cada asunto
oriente a la mayoría de los estudiantes. Y recíprocamente, es atributo del
Consejo de Estudiantes darles el visto bueno a los acuerdos que procedan del
Consejo de Profesores.
Como una aspiración remota, que no puede hacerse exigible
mientras el demos no haya alcanzado la plenitud de su autoridad, puede
consignarse la de que toda decisión-ley o sentencia sea obra de profesores y
estudiante. Colocados en idénticas condiciones. Pero como aspiración próxima y
principio de reivindicación debe solicitarse la concesión a los consejos de
estudiantes de una representación ante los de profesores, en forma de voceros y
fiscales con derecho a determinado número de votos.
En manera alguna somos partidarios de que los estudiantes
pidan o arrebaten la totalidad de la reforma desde el primer momento: creemos
que el gradual adquirir de posiciones les hace más conscientes de su misión, de
su responsabilidad, de sus derechos, de su evolución y de su conquista.
La actividad estudiantil. Quizá en varios momentos de este
escrito hemos señalado la magnitud de las funciones estudiantiles. Ellas tienen
un carácter íntimo que hace referencia al instituto; un carácter nacional, por
el papel que desempeña la universidad transformando el ambiente de cultura en
el país, y un carácter racial en donde se sitúan los problemas internacionales.
Bajo estos tres aspectos es visible la actividad estudiantil.
1. Reforma institucional. En su obra más íntima, los estudiantes
deben dar una nueva “arquitectura” a la universidad.
La esencia de la universidad hace de ésta un foco
revolucionario, pues no siendo un producto del ambiente, sino debiendo
transformar ese mismo ambiente, se encuentra en lucha continua con las aberraciones
populares, con los fanatismos y con las supersticiones. Sólo el desprendimiento
filosófico que tiende a libertar el criterio, da solidez a esta obra mayúscula
y profunda. Para llevar a una sociedad a la culminación de sus destinos, según
lo que la naturaleza y la razón indican, hay que abatir las más absurdas y
firmes fortalezas del prejuicio.
Por esto los estudiantes deben hacer frente a múltiples
trabajos porque los hechos engendrados por la rutina y los intereses creados
oponen una montaña abrupta a sus aspiraciones.
El prejuicio del pensum limita los estudios universitarios y
paraliza la investigación. Con dieciséis exámenes y en cuatro años, hácese el
bachiller, fatalmente, abogado. El profesor es elegido por un ministro,
generalmente un político, y así hay una idea estrambótica del magisterio. Ni la
aptitud pedagógica, ni el concurso, ni el concepto estudiantil, casi ni el del
profesorado, se tienen encuenta, y esto llega a producir malestares que sólo
pueden atenuarse con huelgas o con protestas violentas, que no indicios de un
sistema que no satisface. Y por último, una desvinculación absoluta de las
facultades, extingue todo nexo universitario.
Sería inoficioso detenernos a probar que una facultad
universitaria no puede aprisionarse dentro de un pensum no alcanza a
comprender: son los seminarios, las revistas, los cursillos, los debates fuera
de clase, los intercambios, los que dan la verdadera fisonomía del instituto,
la cual nunca se conseguiría con la simple y periódica repetición de idénticos
conceptos sobre textos exactos. Sería también inoficioso gastar más líneas en
advertir que el profesorado, la clase ilustre en las sociedades pro su doble
carácter de elaboradora y divulgadora de la ciencia no puede elegirse al azar,
sino por selección hecha por toda la universidad y exclusivamente por la
universidad que es la única plenamente capacitada para intervenir en el asunto.
Y sería, por último, inoficioso, entrar en la demostración de cómo por su
esencia, por su índole, por sus finalidades, por su obra, debe presentarse la
universidad como un todo armonioso, cuyas partes se relacionan y apoyan dentro
del ritmo total del gran organismo. Son todas esas necesidades reconocidas por
cuantos han tratado la cuestión universitaria de acuerdo con las tendencias
actuales y con el ánimo limpio de prejuicios. Y esto es natural y lógico si al
formular el plan de los altos estudios se va tras de un rendimiento que
corresponda a las necesidades de los pueblos.
Y de esta manera si fuéramos a discriminar todos los
prejuicios que hacen deficiente el sistema actual y que, valga la verdad, no
son exclusivos en Colombia, ni diríamos cosa nueva, ni haríamos corto el
escrito. Pero hay uno que, por su singular trascendencia desde el punto de
vista de la educación merece señalarse con mayor énfasis: es el prejuicio del
texto.
Hay tres momentos en la cátedra: la exposición, la discusión
e investigación, la Síntesis. En el primer momento habla el maestro, que puede
serlo el profesor o el estudiante. En el segundo y tercer momentos hay un
trabajo colectivo. El prejuicio del texto rebaja el primer momento cuya belleza
reside en la viva voz del maestro; suprime el segundo momento, que es el que
forma el espíritu universitario, el que abre las corrientes de simpatía entre
el maestro y el estudiante, el que estimula las cualidades más valiosas del
individuo; y acaba con el encanto del tercer momento, porque la síntesis sólo
es amable cuando lleva un pedazo de nuestro trabajo.
Si la juventud se hace solidaria de estas ideas, es natural
que las desarrolle con iniciativas propias, que ponga todo su empeño en la
reforma, que cite por medio de sus consejos de estudiantes a los de profesores
a reuniones o congresos en donde, identificados en el común anhelo de mejorar,
hayan de discutirse los lineamientos que sirvan para modifica o para ampliar
las obras actuales.
2. Una obra nacional. La organización estudiantil vigente en
Colombia reconoce en cada ciudad que sirva de asiento a un centro
universitario, una asamblea directiva de la federación, federación a la cual se
hallan vinculados todos los estudiantes.
Los consejos de estudiantes tienen un papel importantísimo
ante las asambleas, pues ellos son el órgano de comunicación más autorizado
entre cada facultad y la directiva estudiantil.
En juego con las asambleas, corresponde a los consejos
verificar la gran obra de la extensión universitaria. Transmitir a la gran masa
del país el ambiente de cultura que, emanado de los claustros, civilice hacia
fuera y amplíe la zona de influencia en una manera activa de educación popular.
Colocada la universidad, por razón de su importancia, en el
centro mismo de las instituciones sociales, de extender, y ésta es una obra de
juventud, el estímulo de los ideales nuevos, haciéndolos gratos a las gentes,
para que éstas, en vez de ser un obstáculo, sean una ayuda eficaz para el
avance de la cultura.
Hay dos fuerzas excepcionalmente capacitadas para elevar el
nivel de la cultura, y son el estudiante y el obrero. A manera de términos
salientes de la sociedad – el descubrimiento y la realización – ellos se
enlazan y comprenden en las grandes conquistas de la democracia. Donde obreros
y estudiantes se unen, mediante el aporte racional que a cada gremio corresponde,
se forma un centro de atracción, un grupo de actividades privilegiado por la
potencialidad y la sabiduría, que obliga a orientarse a las demás fuerzas
sociales. Éste es el sentido de la extensión universitaria. Sentido de
compenetración con el alma nacional, bajo el concepto ejemplar del trabajo.
Sentido de alianza entre el trabajo intelectual y el trabajo muscular. Camino
hacia una ética sana y vigorosa y fraternal.
3. Una obra continental. “Concebimos los ideales americanos
como el sentido propio que los pueblos nacientes en estas partes del mundo
podrán imprimir a los ideales de la humanidad”.
Con estas palabras sugiere el
doctor José Ingenieros la gran finalidad de nuestras universidades en el
escenario universal en que deben actuar por decorosa y precisa ambición.
Con la nitidez de un recio carácter deben salir a flote los
relieves que hagan de la nuestra una reza distinta. Afirmemos sus aristas, con
el orgullo de quienes tienen algo más que una conciencia erudita, formada con
el aluvión del extranjero.
De las universidades, atrevidas como el joven que tiene el
ímpetu de un cuerpo vibrante y de un ideal vivo, severas con la dignidad de
quien no se humilla porque sabe la grandeza de sus destinos, ha de salir la
concepción maravillosa de los pueblos de nuestra América, despojada de ripio y de
la vana declamación, pero clara, fuerte y actual, como queremos que lo sea la
juventud de nuestros pueblos.
Es la última finalidad, que debe mantenerse viva a todo lo
largo de la mente universitaria: ella libra de la mezquindad por el vasto
futuro que descubre; aplaca las vejeces prematuras por la visión optimista que
sugiere; desafía la indiferencia con el glorioso empuje del idealismo; estimula
ala actividad con la magnitud atrevida del propósito.
La constante relación de los estudiantes de América, por le
intercambio de misiones y aun por la simple correspondencia, el acuerdo de una
política racial común, es la base más segura de la amistad y de la futura y
verdadera solidaridad hispanoamericana.
Posibilidad de la reforma. No hay disposiciones de ninguna
índole que impidan la formación de los consejos estudiantiles dentro de las
facultades universitarias de Colombia. De tal manera que la posibilidad del
sistema está asegurada por su base. Un consejo estudiantil que funcione con
regularidad y con acierto, que se encamine con decisión inquebrantable hacia la
plenitud de un gran ideal universitario, que cuente con el apoyo de los
estudiantes, que tenga, en una palabra, autoridad suficiente, no puede
encontrar en el curso de sus labores resistencia obstinada en los cuerpos que
actualmente dominan en el gobierno universitario.
Y no puede, decimos, oponerse a los estudiantes una
resistencia obstinada, no puede desconocerse la autoridad estudiantil, porque
ella queda establecida sobre bases de fortaleza evidente. Ya hemos dicho cómo
conviene a los intereses de la juventud la gradual ascensión de la conquista y
para que ella, así, se logre ordenadamente, se dispone de todos los medios que
pueden servir a reivindicaciones semejantes.
Tiene en su favor el estudiante, la simpatía social, que en
tan claras manifestaciones se ha hecho visible cuantas veces se han intentado
movimientos análogos. En la revolución universitaria argentina, la más valiente
y audaz conmoción que registran los anales estudiantiles de los últimos años, y
en todas las campañas que han adelantado los jóvenes federados de Colombia, ha
sido casi unánime el aplauso popular en pro de los reformadores.
La insinuación oportuna, la propaganda de toda naturaleza, y
muy especialmente la del periódico y las revistas, son los medios más
recomendables de que disponen los consejos. Y los mítines, la huelga y la
revolución sólo pueden ser aceptables como recursos extremos, cuando de una
manera explícita y agresiva quiere hostilizarse la reforma. Pero esto prueba
que en poder de los estudiantes queda íntegra la gama de los sistemas posibles
para asegurar una conquista que piden imperiosamente dictados elementales de
civilización y de justicia.
Por amplio que sea el horizonte enfocado por nuestro óptimo
anhelo, por difícil que parezca dominarlo en su integridad, son tan sencillas las
maneras de iniciar la obra, tan inmediatos los pequeños resultados, tan
cercanos los mayores que pueden seguirlos, tan acordes con la mecánica, con la
lógica institucional los desarrollos del sistema, que nos atrevemos a suponer
en una aptitud excepcional que hace de los consejos estudiantiles el eje
indispensable sobre el cual ha de girar la nueva universidad de Colombia.
Al adoptar el otro sistema, generalmente propuesto, de
representantes elegidos en forma directa, cuyas labores no pueden controlarse
en todo momento y en todo negocio, que no pueden destituirse y remplazarse con
facilidad, que no tienen el auxilio de un cuerpo consultivo especializado en
esos asuntos, que hasta pueden burlar o falsear la opinión estudiantil haciendo
peligrosa y poco deseable la participación en los consejos de profesores, al
adoptar ese sistema, decimos, se paraliza u obstruye el desarrollo total de la
reforma.
El Consejo de Estudiantes no sólo da mayores garantías de
acierto al determinar en cada caso su vocero ante el Consejo de Profesores,
sino que por la publicidad de sus discusiones y acuerdos y por el número de sus
miembros, penetra más en la masa estudiantil.
Por otra parte, nada más simple que la manera de integrar
tales consejos, ya que sus miembros pueden ser el principal y los suplentes que
se eligen en cada año de estudios para la Asamblea de Estuantes, cosa que en la
actualidad se realiza con la mayor exactitud, lográndose así una representación
distinguida de todos los cursos.
No siempre se ha comprendido así y los partidos políticos
han intentado muchas veces dirigir por sí solos el movimiento de la reforma
universitaria; con ello sólo se ha conseguido crear nuevas dificultades a una
labor que de por sí es ardua y complicada. La genuina esencia nacional de la
causa, se desvirtúa en la trama de la política. La unidad se fracciona y
debilita y las soluciones de mayor claridad y nitidez, tornarse turbias y
contradictorias. Y es natural que calamidades semejantes sobrevengan, si se
considera que las asambleas de partido no viven la vida íntima del claustro, el
discreto comercio de las aulas, y n logran así palpar las fibras más sensible
de un organismo que escapa a las limitaciones del bando y de la secta, y que
sólo cabe en las esferas de mayor compresión.
La obra que respecto a los institutos universitarios pueden
realizar las asociaciones que no están vinculadas directamente en su finalidad,
es una obra muy distinta de la de agenciar el movimiento de la reforma, ya que
ésta sólo se hará estable e inteligente el día en que no intervengan en ella
manos distintas de las de los propios elementos universitarios.
Y como lo que en la actualidad existe es la obra de los
profesores, con algunas lamentables limitaciones impuestas por el estado, y
como esa obra aparece profundamente distanciada de los ideales jóvenes, no es
cuerdo suponer que en la mente de esos mismos profesores esté el germen de una
organización distinta que satisfaga la plenitud del querer estudiantil.
Porque así está dispuesto por el orden de las cosas, la obra
más digna de la juventud queda, pues, encomendada en sus manos. Por
conveniencia, por generosidad, hasta por razones de decoro, está obligada ella
a levantar el instituto que sea digno de alojar el pensamiento moderno, ese
pensamiento que hoy se muestra esquivo, incómodo en la casa que, de tanto ser
estrecha, parece una fábrica con el espíritu ausente.
Penosa, sí, ausencia del espíritu que desdeña el entusiasmo
de cuantos llegan ansiosos de elevar las finalidades de su vida, que no regala
con el espíritu cordial para las obras sociales que no provoca los impulsos
rebeldes donde germinan el descubrimiento y la invención por la discusión y la
crítica.
Ausencia del espíritu, porque el espíritu ha sido desdeñado
por la misma juventud que no lo evoca y que acepta tan mezquina esfera para
límite del giro de su vida y tan opaco ritmo para el desarrollo de su entidad.
Hay que penetrar, y hacer dentro de cada estudiante, el
proceso y la filosofía de la universidad, y llevarlo de la contemplación a la
acción y hacerlo autor y darle autoridad y colocarlo en el demos frente a la
democracia, esto es, hacer del estudiante el estudiante.
Ante el estado que absorbe y ante el partido que disuelve,
se alza la juventud que es preponderante y que colocará a la Universidad por
encima de los apetitos, haciéndola autónoma y propia. Y, como en la nueva
heráldica que la altivez mexicana ha llevado a través de nuestros rublos, dirá
en su lengua esta generación augural de Colombia: por mi raza hablará el
espíritu. (*)
(*) Nota: "Los ecos de la reforma universitaria de Córdoba en 1918 se escucharon también en Bogotá y Arciniegas, influido por los aires renovadores, reivindicaba por aquellos años la libertad de cátedra. Aquel movimiento estudiantil proponía abrir la universidad al pueblo e invitaba a salir de los claustros a la calle, a poner la filosofía al servicio de la vida, a hermanar lo popular y lo culto. La universidad ideal era, para los de la generación de Arciniegas, una escuela de preparación para la vida, antes que un laboratorio de cultura donde la libertad y la democracia constituían las normas fundamentales de la conducta académica. Estas ideas también inspiraron la reforma universitaria colombiana que constituyó una moderna orientación de los estudios, dando importancia a la sociología y proponiendo una mirada sobre el entorno y el presente e invitando a una revisión de la historiografía."
Germán Arciniegas: El hombre y su obra de Consuelo Triviño
Fuente: Los Estudiantes y el Gobierno Universitario por Germán Arciniegas, 1922.
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